LAS CUATRO FASES DE LA LUNA

Dramatis Personae:

- Archie: el viejo mago al que le gusta una brisilla por sus partes.

- Mopsy: Una bruja amante de los perros y del brujo arriba mencionado.

- Cecilia Pizarro Vilamaior: una bruja española, funcionaria del Ministerio de Magia, casada con un ingeniero informático y madre de cuatro hijos.

- Alberto: el marido muggle de la anterior.

- Isabel, Mencía, Alberto y Cristina: los cuatro distinguidos tesoros de los dos arriba mencionados.

- Doña Lutgarda: una bruja asturiana que regenta un hostal en un pueblo perdido en un profundo valle de los Picos de Europa.

- Orestes: el brujo marido de la anterior.

- Amaia Vilamaior: hermana mayor de la madre de Cecilia, y sanadora con años de práctica.

- Lucía Larumbe: hija de la anterior, y por tanto prima hermana de Cecilia.

- Un sanador jovencito y con poca experiencia.

Cameos:

- Lucius Malfoy; Muriel Prewett (la tía ricachona y solterona de Molly que le presta la diadema a Fleur. Puesto que en la película Ron en su lugar menciona a la tía Tessie, a ésta la he puesto como la hermana de la anterior, abuela de Mafalda, la otra pobre que se quedó en el cajón de la Rowling).

Nota Previa:

Esta historia es una continuación de Luces de Navidad. Resulta conveniente leer la anterior para conocer algunos antecedentes.

Los diálogos de Archie, Mopsy y compañía británica los he traducido al español para facilitar su lectura, habida cuenta de que en esta historia son más largos.

Por cierto, Archie sigue apellidándose Tumtums. Eso no obsta para que pertenezca al Clan de los MacNap (elegido porque suena a nappies – es decir, pañales).

Dedicada a Sirlaye y a Revitaa, porque una me pidió una luna de miel de Archie y la otra más de Cecilia (y hay que cuidar a las pocas personas que me dejan reviews).

Cláusula de Descargo y de Copyright:

Los personajes y demás del potterverso, son de la Rowling. La sorgexpansión española es míaaaaa.

LAS CUATRO FASES DE LA LUNA

Enero de 2010

Cuarto Menguante

Lucius Malfoy puso cara de espanto cuando Archie le tendió el chisme, pero no lo rechazó. Al fin y al cabo, llevaba ya más de diez años contemporizando con un mundo mágico decadente, así que una mas no iba a hacer la diferencia.

- Miras por aquí y cuando la imagen sea perfecta aprietas en este botoncito.- Explicó Archie.- ¿Has entendido, Malfoy?

- Por supuesto. No soy tonto.

Archie alzó una ceja y a punto estuvo de soltarle algo. Pero siendo el día que era se limitó a subirse el nudo de la corbata de manera ostentosa delante de sus mismísimas narices, para que apreciara debidamente cómo se regodeaba en los colores: rojo y amarillo, por supuesto. Lucius pensó que aquello era patético y torció ligeramente la nariz, conteniendo la mueca de desagrado. Archie había hecho gala de un perverso sentido del humor al invitarle al evento a título de hijo único del que fue su archienemigo del alma en sus tiempos de Hogwarts. Pero claro, en la sociedad británica aquello de las posiciones sociales escolares tenía mucha relevancia para toda la vida y, como Narcissa se encargó de recalcarle debidamente, hubiera quedado francamente mal si se hubiera excusado. Y Lucius Malfoy valoraba muy mucho la opinión de Narcissa, sobre todo en cuestiones de protocolo mágico victoriano.

Archie sonrió a su flamante esposa y se puso a su lado.

- Ahora, cariño, di cheese.- Le dijo.- Y tu, aprieta el botón .- Gritó a Lucius.- Si eres capaz.- masculló entre dientes.

Lucius miró la pantallita asombrado del nivel de perfección al que llegaban los muggles. Por ella contempló el típico kilt que Archie lucía, sin duda el de su clan, los MacNap. Observó que llevaba su varita al cinto como en tiempos se habría llevado una espada, y que además estrenaba dentadura postiza. Lo que no sabía Lucius es que iba adherida a las encías con un nuevo pegamento muggle que permitía dentelladas de tiburón, y le hubiera interesado, porque ya empezaba a usar ese tipo de prótesis. Lucius suspiró y apretó el botón, inmortalizando para la posteridad aquella boda invernal en una cámara digital.

- Tsh, tsh.

Lucius se giró para toparse de frente con el gesto de reprobación de Muriel Prewett.

- ¿Qué pasa? – Preguntó con un deje de hartazgo en la voz. Ya estaba bien. Habían pasado ¿cuántos? ¿diez años? ¿doce? ¿Es que iban a estar reprochándole toda la vida? Al fin y al cabo, Cissy había sido determinante en el triunfo de Potter. Lucius, con la fría sangre slythering cercana al punto de ebullición, dedicó a la señora una mirada torva. Muriel ni se inmutó.

- No estaba hablando contigo, Malfoy.- Y sin más se giró para continuar criticando a la novia delante de Dedalus Diggle. Al fin y al cabo, ese era privilegio de solterona de más de 110.

La novia, por supuesto, no era otra que Mopsy. Llevaba una túnica de color crema adamasquinada, larga hasta los pies, lo que impedía que se vieran sus piernas largas, finas y rectas como alambres y sus pies un poco de pato. El pelo cano y encrespado se lo había dejado suelto, y coronaba su cabeza con una diadema de flores secas que dejaba flotar nubes de polvo cada vez que se movía.

- Estás preciosa, querida.- Dijo Archie en un tono que le aseguraba que Muriel le oiría bien. Muchísimos años atrás, Archie estuvo locamente enamorado de Tessie, la hermana menor de Muriel. Pero ella se casó con un Hufflepuff que falleció al poco tiempo, dejándola viuda con un hijo de corta edad que resultó ser un squib. Un escandalazo que Muriel no quería ni mencionar. Por lo que Archie había oído, el hijo de Tessie se dedicaba a la contabilidad. Y por lo que también había oído, la hija del hijo de Tessie sí había salido bruja. Pero como había caído en Slytherin, Muriel tampoco la mencionaba.

- ¡Gruaf! ¡Gruaf!

- ¡Ven querido! – Mopsy llamó encantada a Witty, el cachorro de la familia, un westie blanco como un copo de nieve, con la debida mala leche que se supone en un perro pequeño de raza escocesa. El can acudió moviendo el rabo, con su abrigo del mismo tartán que el kilt de Archie, tras haber levantado la pata en los faldones de Malfoy.

- Querida, es hora de marcharnos.- Dijo Archie. Y Mopsy, encantada de la vida, pidió silencio a la concurrencia y anunció que iba a proceder a arrojar el ramo. Las féminas solteras o viudas (que también las había en una cantidad no desdeñable), empezaron a dar grititos y palmitas como si tuvieran quince años mientras correteaban para conseguir un buen sitio. Todas, menos Muriel. Mopsy se giró como una peonza, para no ver quién lo recogía, y lo lanzó a lo alto mientras las chicas coreaban un sonoro ¡Ahhhh! Por supuesto, fue a parar al regazo de Muriel, que lo tomó por un extremo poniendo cara de asco y lo dejó en el suelo mientras las demás palmoteaban.

- ¡Adios, chiiiiiicaaaaas! – Se despidió Mopsy mientras Archie tiraba de su brazo, camino del lugar donde tenía aparcada la escoba. Comenzaba su luna de miel. Y se llevaban a Witty, por supuesto.

En opinión de Mopsy, era puro romanticismo. Archie se había decidido a declararse en aquel lugar. ¿Qué mejor que comenzar una nueva vida también allí?

Pero en el Warlock, el hotel del Madrid mágico, no admitían animales de compañía, así que tuvieron que descartarlo. Y Archie tampoco quería la costa, porque le traía recuerdos poco agradables de un verano con quemaduras en salva sea la parte. Escogieron el único pueblo completamente mágico de España, una aldea perdida por los Picos de Europa. En invierno había poquísima gente, unas diez personas, mientras que en verano aquello se llenaba gracias a los campamentos para niños mágicos que organizaba el Ministerio, una forma de completar la educación mágica que se simultaneaba con la muggle.

La Fonda del Cepillo, regentada por doña Lutgarda, era el único establecimiento hotelero del lugar, a rebosar de padres de visita en verano, y más solo que La Una en el crudo invierno, por lo que no hubo inconveniente en admitir al perro. La dueña era una bruja entrada en años, alta y robusta, una asturiana de piel de melocotón y pelo rubio ceniza natural, salpicado de alguna cana aquí y allá. Su marido, Orestes, era un brujo bajo, ancho, paticorto, barrigón y calvo, con fama justamente adquirida de buen bebedor. Orestes se emborrachaba periódicamente, y cuando lo hacía, lejos de darle por lo violento, le entraba la vena amorosa y seductora, y entonces doña Lutgarda, entre aromas alcohólicos, pasaba unas noches insomnes y alborotadas que compensaban sobradamente el disgusto por la borrachera.

La habitación era cálida, con una enorme cama con dosel. Archie palpó el colchón y asintió con aprobación. Era blandito y amoroso, como a él le gustaba.

- En seguida estoy lista, cariño.- Dijo Mopsy y, lentamente y con coquetería, se metió en el baño y cerró la puerta tras ella. Archie sonrió y se tumbó sobre la cama, expectante, con su camisola de dormir y su gorro con pompón. Varios minutos después, cuando Mopsy salió vestida con un camisón blanco como la nieve y largo hasta los pies, Archie roncaba como una locomotora de vapor. Mopsy hizo un mohín, un tanto frustrada. Pero enseguida pensó que tenían toda la mañana del día siguiente por delante. Al fin y al cabo, Archie era mucho mejor por las mañanas, cuando se levantaba mimosón. Y con esos pensamientos se metió en la cama junto a su flamante marido y se durmió.

xXxXxXxXx

En Madrid, Cecilia estaba tumbada boca abajo en su cama, desnuda de cintura para arriba mientras Alberto, su marido, sin decir nada le aplicaba una crema de aceite de rosa mosqueta en las cicatrices del hombro y la espalda.

Hacía poco más de un mes que un animal mezcla de una criatura mágica oriunda de Grecia llamada cinamolgo y chucho corriente, le había sacudido un zarpazo en la espalda, introduciéndole bajo la piel escamas de dragón. Cecilia era terriblemente alérgica a la piel de dragón, cosa que su marido, un completo muggle, ignoraba totalmente. A punto estuvo de irse al otro barrio gracias a una terrible reacción anafiláctica, atajada oportunamente por su tía, una sanadora muy experta. Ahora Cecilia tenía cuatro surcos rojos en la paletilla y todavía necesitaba rehabilitación para recuperar la musculatura desgarrada por la criatura.

Alberto permanecía en silencio, meditando lo terrible de las cicatrices.

- ¿Se te quitarán alguna vez? – preguntó con tono vacilante.

- Se atenuarán, pero son cicatrices causadas por una criatura semi mágica. No se irán del todo.- Contestó ella con la voz amortiguada por el edredón.

- No tienen nada que envidiar a las zarpas del oso que se merendó a Favila.- Murmuró Alberto con resignación.

- Hay cosas peores.

- Sin duda, hubiera sido mucho peor que te hubieras muerto.

- No me he muerto.

Alberto, que nunca sabía a ciencia cierta el alcance de los riesgos de la magia, desde el accidente de Cecilia había empezado a temerla, aunque no se lo había confesado abiertamente a su mujer.

Siguió masajeando, sumido en sus reflexiones, cuando observó que Cecilia se estremecía. Acarició con más intensidad y, percibiendo que le gustaba, se animó un poco y le besó suavemente en el centro de la espalda, a la altura de la cintura. Cecilia ronroneó y Alberto, tan necesitado como ella, fue besando, besando hacia arriba.

- ¡Ay!

Cecilia se estremeció de dolor mientras Alberto daba un respingo.

- Lo siento, mi amor.

Todavía le dolía mucho el hombro. Muchísimo. No le había dicho a nadie que las sesiones diarias de rehabilitación en el Hospital de Enfermedades Mágicas eran un completo suplicio. Su tía le había dicho que debería estar de baja, pero Cecilia, responsable y alto cargo ministerial, y ahora además heroína nacional gracias al chucho, había desestimado aquella opción. En ocasiones como aquella Cecilia se planteaba si no habría sido un error insistir en incorporarse al trabajo sin estar completamente recuperada.

- Me parece que aún no estoy para eso. Lo siento.

- No te preocupes, mi vida. – Contestó él dedicándole una sonrisa muy tierna. Alberto se irguió, se dirigió a su lado de la cama y extrajo de debajo de la almohada su pijama.

Poco después, una agotada y dolorida Cecilia se dormía muy pegada a su marido, con una pierna por encima del muslo de Alberto, mientras él suavemente le acariciaba el pelo.

XxXxXxXxX

Pasaban las horas de la noche y doña Lutgarda pensaba que aquello también pasaba de castaño oscuro. Esta vez, Orestes no iba a conseguir que el enfado se le pasara a su señora cumpliendo con ella en el lecho conyugal. Decidida, agarró un pequeño caldero de cobre de un aparador, unos botes polvorientos de la alacena, cerró la puerta muy bien, tan bien que no lo hizo bajo siete candados sino bajo siete hechizos potentes, y se puso a trajinar a la lumbre de la cocina de gas.

Pero doña Lutgarda, enfrascada en lo que había estaba haciendo, se olvidó de quitar los siete embrujos cuando terminó con aquello y se fue a la cama, y hacia las cinco de la mañana, cuando Orestes llegó a casa enardecido por el alcohol y encontró la puerta cerrada a cal y canto, casi todos los residentes del pueblo se despertaron con sus aporreos y gritos. Casi todos, porque doña Lutgarda, agotada por la magia que había invocado, dormía como un tronco.

Archie fue uno de los que se despertó. Pero no fue por los golpes de Orestes, sino por los agudos ladridos de Witty. Mopsy también se despertó, sentándose de golpe en la cama.

- ¿Qué… qué ocurre, Archie?

- Un gamberro. Está golpeando algo. O tal vez sea uno de esos trolls locales. Cocos, creo que los llaman…u Hombres del Saco… no se…

- ¿No puedes hacer algo?

- ¿Yo? ¿Qué quieres que haga?

- No se. Bajar a ver.

- ¿Quieres que baje?

- Es que si no, Witty no se va a tranquilizar. Salvo que lo dejemos dormir en nuestra cama, claro.

Archie miró al perro con disgusto. No. Había sido tajante con Mopsy. Nada de chucho en la cama durante la luna de miel. Después… bueno, después ya le compraría una caseta. Archie suspiró y transigió. Se levantó en camisola de dormir y gorro con pompón en la punta y bajó a la planta baja.

- ¡Lutgardaaaaaa! ¡Abreeeee! – Orestes bramaba en el exterior. Archie descorrió el visillo y contempló al hombre gordo, con la nariz y las mejillas coloradas. Orestes podía estar borracho, pero su cerebro ya estaba habituado a su sistema alcohólico- sanguíneo, de manera que, cuando lo vio, se dirigió a él.

- ¡Abra! ¡Por favor! ¡Soy el marido de la dueña! ¡the husband! ¡The owner husband! – En última instancia, Orestes recordó que tenían unos huéspedes ingleses. O escoceses. O galeses… tanto daba. Y con un inglés macarrónico chilló "¡Open the door!"

Archie comprendió que no había otra manera de acallar el escándalo, así que se acercó a la puerta, la observó alucinado por la profusión de hechizos, se rascó la cabeza y extrajo su varita de la manga de la camisola. Al cabo de siete intensos Finites la puerta se abrió y Orestes entró balbuciendo múltiples gracias mezcladas con "zankius". Cuando lo hizo, ambos sintieron una especie de fogonazo invisible, un sonido como "flash" acompañado de una sensación tenue y húmeda. Los dos se miraron fijamente un momento, y los dos pensaron que sería el viento del norte que entraba por la puerta en una noche invernal. Ambos se encogieron de hombros, murmuraron algo a modo de despedida, y cada uno volvió a sus habitaciones.

- ¿Ya lo has resuelto? – Preguntó Mopsy. Estaba sentada en la cama, con el perrito en el regazo.

- Si, cariño. Tu hombre ya ha resuelto el problema.

- ¡Qué bien! ¡Así Witty podrá dormir tranquilito!

- Eso, eso.- Dijo Archie sonriendo como si fuera la mañana de Navidad y tuviera siete años.- El perro a dormir.- lo cogió y lo depositó en el suelo. El perro gruñó un poco, pero se calló inmediatamente y corrió a acurrucarse bajo la cama cuando vio la punta de la varita de Archie asomando por la manga.

- Ven aquí, reina de Avalón…

xXxXxXxXx

En la planta de abajo, en el dormitorio de los amos del lugar, también acontecían cosas. Orestes, como siempre, se había metido en la cama desnudo y cariñosón. Pero doña Lutgarda estaba demasiado dormida y se lo quitó de encima con un manotazo.

- Vamos, cariño, que aquí está tu osito amoroso.- ronroneó en el oído de doña Lutgarda mientras le hacía cosquillas y mimitos aquí y allá. Doña Lutgarda sonrió en sueños y, dormida como estaba, se giró hacia su marido. La cosa prometía, pensó Orestes.

XxXxXxXxX

En el piso de arriba, Archie estaba desolado. El, tan machote, tan viril, tan...Gryffindor... Y nada, que no. Jamás le había ocurrido. Era horrible.

- No te preocupes, cielo.- Dijo Mopsy.- Estas cosas también dependen mucho del cansancio, y ha sido un día de muchas emociones. Mañana ya verás como no aparecemos abajo hasta la hora de la comida.

- Ya, hasta la hora de la comida.

- Pues claro, cariño.- Mopsy le besó la mejilla, muy tierna, se recolocó el camisón y se durmió. Archie permaneció un buen rato despierto. Nunca le había ocurrido….nunca…

xXxXxXxXx

En el piso inferior, las cosas no iban mejor. Orestes, desesperado, se encontraba en las mismas. Doña Lutgarda, por su parte, había abierto un ojo, visto lo que había que ver, sonreído con malicia, y se había vuelto a dormir como un tronco. Ya se lo había advertido su bisabuela. Esa magia, esa en particular, agotaba mucho… mucho.