Disclaimer: Los personajes de Naruto le pertenecen a Masashi Kishimoto.
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Las hojas marchitas son de otoño
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Capítulo 1: Imperfecta
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Por insistencia de la delgada mujer que sostenía la cámara, volvió a sonreír. El click, y enseguida vino el flash. El alumbramiento de la cámara la obligó a cerrar los parpados por un instante. Se quejó internamente; sentía los dedos del pie derecho entumidos, casi juraba que si alguien le arrojaba un ladrido a sus zapatillas negras no sentiría dolor alguno. El cabello se pegó a su cara cuando el vapor de las gotas en el césped subía por su cabeza debido al inevitable ciclo del agua.
Tsubaki, la secretaria de su padre que ahora actuaba como fotógrafa, chilló de emoción al ver cómo lucía la silueta de la más joven en la pequeña pantalla de la cámara digital. Hinata sólo evocó una forzada mueca de empatía; no le agradaban las fotografías, y mucho menos en ese día, no quería que nadie guardara su última sonrisa de universitaria.
Y es que siempre la querían hacer sonreír cuando no había motivos de hacerlo. Hasta el día en que se murió su perro con el veneno para ratas, la vecina que había estado en la escena, le rogó lo mismo, "ya no llores, mejor sonríe", le decía. ¿Cómo creía esa mujer que tenía ganas de sonreír, si su golden retriever había agonizado casi por una hora en el coche camino de casa al veterinario? Hinata pensaba que el tacto emocional era heredado sólo a ciertas personas, a muy pocas para ser sinceros; a penas se dieron cuarenta y dos días desde el entierro de la señora Hyūga y todos actuaban como si nada había ocurrido.
Ya habían pasado cuarenta minutos desde la clausura de la ceremonia oficial. La lluvia cesó por un rato, pero el cielo gris amenazaba con volverlos a joder a todos. Quería irse a casa de una vez. A su alrededor, veía a sus ya antiguos compañeros de clase con su familia recibiendo arreglos florales, globos, obsequios lustrosos. Sus caras mostraban felicidad, por fin harían que esos cuatro años de encierro en la Facultad de Derecho de la prestigiosa Universidad Autónoma de Konoha lograran cosechar frutos.
Giró el rostro para buscar a su padre y lo encontró a un par de metros en el centro de la plaza, rodeado de un montoncito de personas; directores, rectores, viejos catedráticos, y claro, el personaje más importante, el padrino de promoción, el admirable alcalde municipal, Hiruzen Sarutobi. Hablaban, de cosas que bien no tenían que ver con ella. Su padre sostenía un habanillo entre los dedos, la otra mano estaba en la bolsa de su impecable pantalón azul.
Diez minutos después, su asedio telepático logró impulsar a su padre a despedirse y caminar a ella.
Al meterse en el vehículo, el birrete negro se cayó al suelo lodoso. Lo levantó, notando la gran mancha café en la tela. Por un momento sintió el deseo de arrojarlo de nuevo a la tierra mojada, para deshacerse de él, y así no recordar que ese día era significativo. Pero cuando la otra puerta del coche se abrió, decidió conservarlo para evitar alguna sospecha.
Tsubaki se sentó en el medio y Hiashi Hyūga al lado de la puerta. Su rostro era inmutable, tenso a un grado que hacía a sus arrugas faciales fijarse más a su rostro. Sus ojos se centraron al frente del camino mientras el coche de último modelo iniciaba el trote echándose a andar. A su lado, su secretaria le comentó los pormenores de la última reunión con los accionistas de China.
—Tiene prevista una cena a las nueve, en el restorán de la calle H, con los… —dijo la joven secretaria mientras revisada la agenda en la tableta electrónica.
—Cancélala —le ordenó el rotundo hombre de negocios sin dejarla terminar. La chica sólo sonrió y tecleó unas cuantas letras en el tablero. Pero no se detuvo, continuó hablando más, de cifras, de nombres, de países. Habían adquirido un nuevo piso en el edificio del World Trade Center para ampliar sus oficinas en los nuevos mercados financieros. Necesitaban contratar a catorce nuevos corredores de bolsa, pues la empresa Hyūga estaba acarreando acciones del otro continente.
La dulce pelinegra pasó la manga de la toga sobre el vidrio empañado para ver mejor al exterior. Dos días seguidos con una lluvia a gota gorda y por aviso del noticiero matutino, les esperaban otros cinco días con el mismo clima nubloso. Decidieron tomar una calle alterna a la habitual, pues la lluvia prominente había dejado algunos destrozos en la ciudad. Las calles de la avenida estaban despobladas y sólo transitaban escasos vehículos, a pesar de la hora, doce del día.
No habían hablado mucho esa mañana, más que unas palabras de felicitación por parte del imparcial hombre, que mostraba una empatía natural por las altas calificaciones finales de su hija. Más allá de eso, no había otro reconocimiento. Ella tampoco esperaba escuchar palabritas engorrosas, o al menos no de él. Pero quizá sí de su hermana, que no llegó nunca al acto académico.
Hiashi recibió una llamada telefónica y la contestó allí mismo. Aclaró su garganta para poder dejar salir ese grave tono de voz. Ella lo observó de soslayo, como siempre lo hacía. Las uñas de los dedos de su mano derecha se enterraban en el dorso de la mano izquierda. Tenía la ansiedad habitual multiplicada a tres veces que de costumbre.
Cuando la puerta principal de la mansión se abrió, la ama de llaves apareció para felicitarla. Hinata recibió un cálido y fuerte abrazo de la mujer canosa, y ella le correspondió un poco más suave, metiéndose en su cuello, con una mueca que bien podía ser una sonrisa, bien podía ser otra cosa.
Hiashi pasó de largo de las dos mujeres y aún con el celular en el oído, se metió a su despacho, sin decir nada. Tsubaki le siguió los pasos, como de costumbre, tras cerrar la puerta. Hinata los vio alejarse desde el hombro de la mujer. Últimamente ya no mostraba tanto interés por si su padre la miraba o si le hablaba, ese interés lo había perdido la noche que su madre apareció en la tina de la bañera. Cerró los ojos, al revivir la imagen de la mujer en el fondo del agua.
Sacudió la cabeza, turbada ante recuerdos indeseados. Hubiera deseado ver a su hermana en vez de su padre, pero por extraño que fuera, Hanabi había actuado como ella con su padre, se había vuelto más distante, al punto de sentirla casi como una desconocida en su propia casa.
—¿Dónde está mi hermana? —preguntó cuando la casa cayó en un silencio sepulcral.
—No sé, bonita. Se levantó muy temprano. Ya sabes que nunca dice a dónde va.
Ella sólo asintió. Una corazonada le decía que era necesario si estaban así, alejadas, no importaba si no hablaba con ella. Las cosas andarían mejor, de esa forma, cada quien con sus asuntos.
Antes de dirigirse a las escaleras camino a su habitación, pasó una mano por la mejilla marchita, ya por los años, de su ama de llaves. La mujer le respondió con una caricia en el cabello y le preguntó si deseaba comer algo, pero Hinata contestó un simple "no" y desapareció de su vista.
Entró a su habitación cerrando la puerta detrás de ella. Se desabrochó las zapatillas altas, para dejarlas en un rincón. Con las medias puestas, caminó sobre la alfombra rosa fucsia acercándose a la ventana. La vista a su disposición era un amplio jardín zen, que en un extremo tenía un pequeño estanque, con flores de loto esparcidas en él. Ella se encargó de cavarlo con una pala y cercarlo con trozos de madera de un árbol a punto de secarse.
Al mismo tiempo que dirigía su vista al bonito paisaje, dirigía sus manos a los listones de la toga negra decorada con bordes amarillos. La dejó caer por su propio peso en el suelo de la alfombra, hasta quedar en una camisa roja de algodón y una falda negra recta hasta las rodillas. Hacía un frío tremendo, que entraba por los resquicios del borde del ventanal.
A su derecha, estaba el baúl donde guardaba su violonchelo barroco. Se acercó a él sin saber realmente si quería sacarlo o sólo verlo acomodado en su lugar. Lo tenía desde hace diez años, y fue su primer violonchelo. Sus padres, ambos, se lo habían regalado en su onceavo aniversario. Ese día su mamá le dijo, cuando estaba solas, que si aprendía a tocar el chelo con la perfección que sólo una intensa pasión concebida puede ofrecer, sería bañada en gloria e inmortalizada para siempre. La música la inmortalizaría, recordó. Pero en ese momento no estaba segura de las palabras de su madre; gloria era una palabra demasiado ambigua y pasión, esa sí, no la tenía.
Pasó las yemas de los dedos por el baúl de cuero que guardaba su bello instrumento y sintió una agradable sensación. Era mejor si se quedaba allí, no tenía porque mancharse con su esencia sucia. Era mejor escuchar a los verdaderos genios de ese arte. Nietzsche dijo una vez que "sin música, la vida sería un error".
Se arrodilló frente a su buró vintage para abrir un cajón de madera, donde guardaba su colección de discos vinyl. Tomó su favorito, Bach, y lo colocó sobre el diminuto tocadiscos que estaba en una mesita. Con la primera estrofa que su oído pudo percibir, su cuerpo se contrajo con una sensación aguda de placer. Cerró los ojos y se puso de pie con una parsimonia cautivadora. Levantó sus manos y empezó a moverlas en un suave deslice por el aire, acorde a las notas musicales. Sus caderas se movían con la misma delicadeza de las bailarinas de oriente. Se pasó el dorso de la mano por la cara con una lentitud extremista y se atrevió a sonreír una vez más, a la música, a la belleza, a la perfección.
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La más joven de la familia Hyūga entró a la casa por la puerta de la cocina. Llevaba puesta una bufanda enorme que le tapaba pecho, cuello y gran parte de la barbilla. Cuando dio un paso dentro de la casa y la puerta se impactó al cerrarse, la ama de llaves dio un brinco de sobresalto, poniéndose una mano sobre el pecho. Claramente no la esperaba, y mucho menos verla entrar por la puerta trasera, generalmente lo hacía por la puerta principal. Pero es que con ella no se podía asegurar nada.
En cambio, Hanabi parecía actuar como siempre. Con su hierático rostro afilando sus facciones y su paso débil que daba la impresión del trote de un gato, se acercó a la mujer mayor para tomarle una mano, en son de empatía, tranquilizándola del susto, y enseguida desvió su cuerpo hacia la estufa encendida para checar los alimentos que se cocían.
—Dulzura, qué bueno que llegas a esta hora —dijo la canosa mujer reponiéndose del susto, mostrando su dentadura en una sonrisa tranquila—. La cena está a punto de servirse. En un momento llamo a tu padre para que se reúnan todos en el comedor.
—Sí, está bien —musitó firmemente sin cambiar de gesto facial.
Si a Hinata le desagradaba sonreír cuando creía que era absurdo, a Hanabi le resultaba más que desagradable, innecesario; ver sonreír a la menor de los Hyūga era como ver un solsticio de verano. Siempre tenía las palabras correctas para cada comentario, la respuesta indicada para cada pregunta, y si era una broma, podía aceptar y decir que era gracioso, pero jamás enseñaba una sonrisa. Soltar una risa, eso sí era imposible.
Sintiéndose lejana a la escena, Hanabi decidió marcharse rumbo a las escaleras y a su habitación. Había tenido una tarde agitada y se sentía un poco perturbada; tres horas continuas en el club de esgrima compitiendo con el que consideraba ahora, su mayor oponente, la habían dejado más que exhausta, tensa. Además del dolor en la pierna izquierda por forzar tanto apoyo en guardia, tenía la incómoda sensación de derrota. Su maldito rival la tocó seis veces con la punta del florete, y ella como si fuera una boba novata, no logró emparejarlo, ni con las dos horas extras en su horario. Algo indignante, es que nunca se quitó la careta y no pudo ver su rostro. ¡Nunca nadie había logrado darle seis puntas en el torso, justamente en el corazón!
—¡Hanabi! —la voz recia de la empleada la hizo detenerse a media escalera—. Por favor, avísale a tu hermana que la cena está en cinco minutos, tiene desde el medio día allá arriba y ni siquiera bajó a comer.
La joven asintió con la cabeza y continuó su camino. Sabía que la ceremonia de graduación de su hermana ocurrió esa mañana. Lo recordó tarde, pero cuando lo hizo, no le preocupó ni un tantito. Era sólo una ceremonia de graduación, no su cumpleaños, pensó internamente en aquel instante. No imaginó si su hermana podría estar enojada o triste. Es decir, su mente estaba tan saturada de problemas con la esgrima, que no podía descuidarse prestando atención en asuntos triviales como lo era una ceremonia de graduación. Tenía que pensar en cómo vencer a su contrincante anónimo, definitivamente.
Cuando llegó a la puerta de la recamara de Hinata, logró escuchar a Bach. Después de unos segundos de estar allí parada, tocó a la puerta. El sonido de la música estaba a un tono alto, dudaba que escuchara el golpeteo de la madera. Tomó la perilla y la hizo girar con lentitud; ella odiaba que entraran en su cuarto sin permiso, era sensato que no irrumpiera en la habitación de otros sin avisar. En efecto, la música del vinyl estaba a todo volumen. A pesar de eso, no hubo movimiento dentro de la habitación, por lo que se atrevió abrir toda la puerta.
La recamara estaba en penumbras, sólo la luz de la luna atravesaba las cortinas. Encendió la luz eléctrica y la habitación se iluminó. El lugar estaba inhabitado, frío, sin rastro de un ser alrededor. Se acercó al reproductor de sonido y apartó el brazo fonocaptor del disco para dejar la habitación en silencio.
La cama estaba bien tendida con las sábanas egipcias que Tsubaki trajo en el último viaje de negocios. Todo indicaba que Hinata se había marchado olvidándose de apagar el aparato electrónico. Iba a marcharse también, pero el viento feroz que azotó el vidrio de la ventana la hizo girar con rapidez.
Frunció el ceño al instante; la puerta del baño estaba entreabierta, pero con la luz apagada. Con la poca probabilidad de que ella estuviera allí, decidió ir a revisar, para tener la seguridad que estaba en lo correcto. Empujó la puerta y encendió la luz.
—¿Hinata? —susurró con curiosidad.
La pieza de baño y su impecable blanco estaban desiertos, todo en su lugar, ordenado. En el tocador del lavamanos había una botellita que le llamó la atención. Achicó los ojos para enfocar mejor su vista, pero con la curiosidad a todo esplendor, terminó por acercándose para tomar el objeto desconocido. Era un frasco de píldoras para dormir. ¿Dormir?
Giró el rostro hasta la oculta bañera para encontrarse con el dejavú. Sus ojos se expandieron progresivamente y el aire se escapó de sus pulmones hasta ponerle la piel de la cara blanca como la leche. Su rostro, siempre inexpresivo, se deformó gradualmente en un gesto de espanto inmaculado. Las pupilas le temblaron y los labios se abrieron con intención de dejar escapar algo, susurrar su nombre, gritarlo tal vez, pero las palabras se atoraron en su garganta como un nudo y su voz sonó entrecortada. El frasco de píldoras cayó al suelo.
—N-No… —alcanzó a musitar con el pavor, el terror que nunca antes creyó experimentar en carne propia, mientras el cuerpo de su hermana mayor yacía sumergido en el agua de la bañera antigua de hierro fundido.
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Bienvenidos a todos otra vez a esta nueva historia. Se los prometí, el día que terminé "Lo que fue no será", y aquí está, estrenando fic de mi pareja favorita. Les había comentado que escribiría un fic con categoría Supernatural, y sí, lo escribiré, pero no todavía. Esta idea me salió de última hora, y quise publicarlo. La redacción fue un poco más trabajada que en mi primer fic, si lo leyeron, posiblemente lo noten, no cambió mucho, pero sí me emociona más los acontecimientos que vienen.
Espero sus reviews, comentandome qué les pareció el primer capítulo ^_^
Besos y saludos a todos.
Miss K
