Los personajes no son míos como ya abran de suponer.

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Ya es hora
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El amor celoso enciende su antorcha en el fuego de las furias"

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Porque él era un celoso compulsivo, un animal territorial y un demonio cruel.

Porque ella ignoraba eso con una sonrisa en el rostro. Porque lo sabía, estaba claro, él mostraba naturalidad cuando le miraba, y luego gruñía todos – menos a ella – cuando se volteaba.

Aparentaba no verlo, no enterarse e ignorar las miradas asustadas de los pobres chicos. Porque a ella le gustaba esa parte de él, no importaba que ya no pudiera hacer más amistades con hombres o machos —como había optado él por llamarles ahora—, no importaba que no pudiera caminar sola por ahí sin sentirlo entre las ramas de los árboles.

No, claro que no. Jamás le importaría.

Él era el perro guardián y ella, ella era el hueso. Un hueso que nadie siquiera se atrevía a mirar.

—Señorita —murmuró asustado un muchacho. La pequeña flor en sus manos temblaba casi o tanto más que él —. Se la regalo.

—Gracias.

Sonrió mientras cogía la flor. Él estaba por allí, observarte, atento… gruñendo.

Pero simuló no notarlo y besó la fría mejilla del antiguo dueño de la flor. Un rugido rompió el viento y ella rió —alto y acompasado— a los vientos rotos. La figura roja —celosa— se interpuso entre ellos y en cosa de segundos, el pobre muchacho ya corría choqueado —asustado, horrorizado.

Él volteó a verla, controlándose, estaba enfadado, pero ella era suya. Jamás la dañaría.

Todo se había convertido en un juego que ambos jugaban deseosos.

Ella provocaba y él respondía.

—Solo fue una pequeña e inofensiva flor —susurró inocente, poniéndose de puntillas para lograr rozarle los labios.

Pero solo eso, un rose.

La flor fue arrebatada brusca de sus manos, pero no necesitaba saber que había hecho de ella, no importaba. Terminó por acortar la distancia y devoró sus labios como lo había hecho la semana pasada, el día anterior, esa mañana y hace diez minutos.

Pero ella se quejó y se separó. Se miraron a los ojos, confesándose su profundo amor que ahora daría frutos.

—InuYasha —le nombró con todo el amor que podía, y recorrió con sus huesudos y blancos dedos la superficie de su vientre abultado hace más de medio año —. Ya es hora.

Él rugió, pero ésta vez, de goce.

|Nota autora:

Arg, llegó, solo eso y no pude evitar escribirlo.

Será difícil de entender, o quizá muy fácil. No lo sé. A mi imaginación le gusta jugar, no la culpen.

Díganme que tal.