Este fic participa en el reto "Navidades de Dickens" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son todo obra de a cabecita pensante de J. K.
Navidad. Navidad es la época del año en la que todo es amor, comidas suficientes como para que te muevas rodando para el resto de tu vida y familiares pesados pellizcándote la mejilla. No era que la navidad le disgustase, para nada. De hecho, solía disfrutarla aunque fuese en su mayoría una tradición muggle. Pero aquel año, el espíritu de la festividad no se había hecho presenten en él, Fabian Prewett, el alumno de Ravenclaw más destacado y deseado por…, bueno, las féminas. Dio un suspiro quedo. Ni fuerzas para auto alabarse tenía.
Todo había comenzado por culpa del estúpido de su hermano. Gideon había estado últimamente muy sentimental -debido a los efectos secundarios de oler alguna poción en clase de Slughorn- y se había puesto a decir que fíjese usted que estaban a dos años de terminar el colegio, siendo aquella una de las pocas navidades que podrían celebrar juntos antes de que cada uno siguiese su camino. Así que con estos argumentos y miradas lastimeras, había conseguido que todo el grupo se quedase en el castillo. Conclusión: ríos de Whisky de Fuego, bromas pesadas por todas partes, peleas por cualquier tontería y mucho caos en general. Buscando un poco de paz y tranquilidad se había ido a su cuarto, se había tumbado en la cama y mientras disfrutaba del silencio y la soledad comenzó a pensar en lo que estaría haciendo si estuviese en su casa ahora. Él y Gideon seguramente ultimando el árbol porque madre ya no llegaba a las ramas más altas y padre estaría haciendo alguna mezcla alcohólica extraña tras la cual todos acabarían cantando canciones subidas de tono. Arthur y Molly estarían terminando de ultimar la cena con sus retoños correteando por ahí. ¡Ay!, como echaba de menos a aquellos pequeñajos… Y con estos pensamientos calló dormido.
Una extraña sensación en el estómago fue la causante de que se despertase de sopetón. Era como si alguien estuviese masajeándolo desde el esternón hasta el ombligo con un montón de hielos. Y luego estaba aquel sonido ahogado que provenía de algún lugar y que decía algo totalmente inteligible. Cada vez estaba más y más cerca. Miró el reloj. Las doce en punto.
- ¿Gideon? ¿Sirius? ¿James?- llamó – basta de bromas chicos.
Pero su única respuesta fue el silencio…, dejando aparte aquel molesto sonido que lo estaba mosqueando de verdad. Ahora, un poco más cercano, podía distinguir que era alguien hablando. Aguzó el oído intentando entender qué decía.
- Fab-fab, Fab-fab, ¿dónde estás mi pelirropillo?
Se quedó paralizado por un momento. ¿Fab-fab? ¿Pelirropillo?, una única persona lo había llamado así. Pero ya no pudo darle más vueltas al asunto porque una enorme cabeza trasparente salió de su tripa haciendo que olvidase todo lo demás. Fabian gritó, pero fue incapaz de moverse. Tras la cabeza aparecieron unos hombros, dos brazos, un tronco y unas piernas. ¡Estaba dando a luz a un fantasma gigante! La silueta quedó flotando a unos centímetros de él, dándole la espalda. De repente empezó a voltearse lentamente y su corazón comenzó a galopar casi saliéndosele del pecho. ¿Y sí era un monstruo sin cara? ¿O sin ojos? ¡Por Merlín!, ¿desde cuándo había pasado la navidad y habían caído de pleno en Halloween? Madre mía, no podía mirar, no podía mirar. El Ravenclaw se tapó la cabeza con la manta, cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que su muerte fuese rápida y sin dolor.
- Fab-fab, ¿es así como saludas a tu tío favorito? – la voz seguía pareciendo la de su tío Ignatius, pero eso era imposible porque llevaba años muerto.- Oh, vamos pelirropillo, sé que de fantasma he perdido todo mi sex appeal pero no hace falta que te escondas.
Aquellas palabras fueron las que lo convencieron del todo. Retiró la manta de su cabeza poco a poco, aún con miedo de que fuese un truco barato de algún ser sanguinario, y se encontró con su querido tío Ignatius. Estaba tal y como lo recordaba. Alto, delgado, el pelo alborotado, una barba de varios días y un traje antiguo de tweed con el que decía ligar mucho. Ahora que se fijaba un poco más parecía un poco incoloro y transparente, pero eso era lo de menos. Era el hermano mayor de padre y se había casado inexplicablemente con una Black, cosa que no le impedía ser el hombre con el mejor sentido del humor que Fabian hubiese conocido nunca. Su tía Lucretia debía de haber heredado el mismo gen mutante que Sirius.
- ¡Ahí estás! –exclamó su tío tan alborozado como él- te daría un abrazo pero creo que ya sabes lo que te pasaría. Además creo q ya has tenido suficiente con mi aparición triunfal.
El Ravenclaw no pudo evitar soltar una carcajada, ni muerto había perdido su chispa. Tenía tantas ganas de hablar con él y tantísimas cosas que contarle. Abrió la boca, pero Ignatius, leyendo sus intenciones, le cortó.
- Lo siento, pero por desgracia no estoy aquí para charlar sino para guiarte por un viaje a través de la navidad. Al parecer este año has perdido buena parte de tu espíritu navideño. – le lanzó una mirada de reproche. – y por eso he sido enviado a ti. Sé que desde siempre he sido un modelo muy importante en tu vida a seguir – no cabía duda de quién había sacado su gran amor por las autoalabanzas- y como tal ejemplo es mi deber encaminarte por el camino correcto. Y créeme que no hay buen camino para alguien que no aprecia la navidad, así que ¡andando que es gerundio!
Y sin más agarró a su sobrino, aún en shock, y la habitación desapareció del campo de visión del pellirrojo tras una pequeña sensación de ingravidez en el estómago.
De repente se encontraron sobre el tejado de una pequeña casa que reconoció enseguida como la suya propia. Rodearon la vivienda, planeando, hasta llegar al gran ventanal que daba al salón. Se oían varias voces y risas desde dentro. A la primera que vio fue a Molly, sentada en el sillón con la pose dejada de las adolescentes charlando con madre sobre algo. Por una vez parecía ser algo que interesaba a su hermana porque no paraba de asentir y miraba a madre mientras está hablaba e incluso añadía cosas al tema , lo que significaba que estaba escuchando de verdad. La tía Lucretia estaba en la mesa disfrutando de una copa con padre y ambos se estaban riendo de algo. Y al fondo de la estancia, justo al lado del árbol estaban ellos. Gideon, el tío Ignatius y él, con el gran tren de madera que les habían regalado. Parecían tan felices mientras montaban las vías, con la emoción pintada en los ojos cuando por fin pusieron en marcha la locomotora sobre el circuito.
- Ay, qué joven estaba- suspiró con añoranza su tío- ¡Y cuanto pelo tenía!- añadió tocándose las calvicies que se habían formado con el paso de los años.
- Recuero esta navidad- repuso Fabian – justo después de terminar el tren hubo una enorme nevada. Estábamos exultantes porque era la primera del año y mi mayor ilusión era construir un muñeco…
Miró a su tío, que seguía admirando a su doble jovenzano y vigoroso, preguntándose qué clase de extraño sueño o visión era aquel, o incluso si había acabado en alguna especie de pensadero cuando comenzó a nevar. El Ravenclaw observó maravillado como aquel recuerdo que con tanto cariño guardaba se repetía ante sus ojos. Y lo mejor fue que sintió la alegría del pequeño Fabian en sí mismo otra vez cuando vislumbró la nieve y con un grito jubiloso bajo corriendo a empezar a montar el deseado muñeco. Gideon e Ignatius lo siguieron de cerca y una vez estuvo acabado fue inaugurado con una sonada pelea de bolas de nieve a la que se unieron muchos vecinos.
- Vamos a acercarnos más- suplicó el pelirrojo. Ya que no podía participar de cuerpo presente, lo que ya era suficientemente malo, no quería perderse ningún detalle.
Su guía pareció dudar, pero antes de que pudiese tomar ninguna decisión, una certera bola de nieve dio al pelirrojo en toda la cara haciéndole cerrar los ojos. Una vez se quito aquella cosa helada y volvió a abrirlos, todo había desaparecido.
