Disclaimer: Ni Glee, ni sus personajes, ni esta historia me pertenecen.


La nieve caía incesante cubriendo los árboles desnudos con un manto blanco y helador.

Rachel Berry se estiró bien el gorro de lana para que le tapara las orejas e intentó no dejarse acobardar por la gélida ventisca que le golpeaba el rostro, que era lo único que quedaba al aire por encima de la bufanda.

Salió del coche a la vez que hacía un tremendo esfuerzo por apartar de su cabeza una incómoda sensación de preocupación, y se dirigió a la carretera, totalmente desierta. Estaba a dos horas de Columbus... y a solo treinta y cinco kilómetros de la pequeña ciudad a la que tanto deseaba volver.

Pero parecía que no era eso lo que le deparaba el destino.

Apenas acababa de empezar el mes de noviembre y sin embargo el viento de aquella fría mañana le golpeaba en la cara como una multitud de alfileres.

«Las bengalas. Utiliza las bengalas».

A duras penas consiguió avanzar por la nieve hasta poder abrir el maletero del coche. No podía dejar de maldecir al hombre del tiempo por haberse equivocado tanto en sus previsiones, y a su teléfono móvil por haberse quedado sin batería. Y, mientras encendía las bengalas sobre la nieve, maldijo el coche que, según le había asegurado su marido, se encontraba en perfectas condiciones.

Claro que eso había ocurrido hacía siete meses, antes de que Brody la abandonara para recuperar la libertad que le había proporcionado el divorcio. Antes de haberse emborrachado aquella noche y haberse estrellado contra un poste de teléfonos en el accidente que acabó con su vida...

El escalofrío que recorrió el cuerpo de Rachel no tenía nada que ver esa vez con el frío invernal. Su marido ya no estaba. Sabía que la había querido, pero también sabía que no deseaba al hijo que crecía dentro de ella, y cuanto antes dejara de torturarse con aquel pensamiento, mejor. Había decidido volver a Lima, al hogar donde comenzaría una nueva vida con el nuevo año. Y desde luego no iba a permitir que se lo impidiera una tormenta de nieve.

Justo entonces notó unos pinchazos en el vientre que ya le resultaban familiares; decidió volver a refugiarse en el coche, que estaba solo a unos grados por encima de la temperatura exterior pero que al menos la protegía del viento.

Agradeció que funcionara la batería porque así podría poner la calefacción y entrar en calor. Eso sí, tenía que ser consciente de que solo se podría permitir disfrutar del lujo del calor durante unos segundos, ya que no sabía cuánto tiempo iba a tener que estar allí. De cualquier manera, lo que tenía muy claro era que iba a seguir luchando para que no le pasara nada a su pequeño.

«No te preocupes, cariño. No voy a dejar que te ocurra nada», susurró acariciándose el vientre mientras veía cómo se encendían las bengalas, levantando un montón de nieve y cubriendo parte del coche.


Quinn Fabray echó un vistazo a través de los cristales tintados del coche que la llevaba a casa desde el aeropuerto. Era como trasladarse en un refugio móvil que se deslizaba a través del viento que rugía con fuerza a su paso.

Solo unas horas antes había estado disfrutando del sol de Los Ángeles. Del sol y de la jugosa oferta de compra que le había hecho una empresa californiana para adquirir su prototipo de software dirigido con la voz. Seguía resultándole curioso que los altos directivos de las empresas no supieran cómo tratarla; habían oído rumores que decían que era una especie de ermitaña o como una joven genio misteriosa.

Esa vez había dejado la cálida California con un estupendo trato bajo el brazo y había regresado a aquel desagradable clima. Sentía gran aprecio por Ohio, pero a veces le resultaba muy difícil acostumbrarse a las pocas horas de sol y al frío, por mucho que le gustara la tranquilidad de los inviernos.

El problema era que, en días como aquel, cuando antes de las cinco de la tarde ya era casi de noche, tenía que hacer un tremendo esfuerzo por recordar las cosas buenas.

Y fue en mitad de la tenue luz natural que vio un débil resplandor naranja sobre la nieve. A pocos metros, en el arcén de la carretera y en medio del silencio sepulcral, había algo parecido a un iglú con ventanas de coche y matrícula de Nueva York.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Quinn alarmada.

—Parece un coche abandonado —respondió el conductor sin concederle demasiada importancia.

Pero no podía pasar de largo sin asegurarse de que efectivamente estaba abandonado.

—Para

El coche se detuvo a pocos metros del enorme bulto de nieve, y Quinn salió inmediatamente sin pensar siquiera en la pierna que la obligaba a cojear y que normalmente le ocasionaba tanto dolor; un dolor que ahora no podía notar porque estaba demasiado concentrada en ver si había alguien atrapado allí abajo.

Se le cortó la respiración al ver a través del cristal que en el asiento delantero había una mujer tapada de pies a cabeza. Parecía dormida, y Quinn deseó con todas sus fuerzas que estuviera dormida y no…

—¡Hola! ¿Me oye? —le gritó golpeando la ventana, pero ella no contestó.

Abrió la puerta y le puso la mano en el cuello, bajo la bufanda. Sí, tenía pulso. Por fin se movió ligeramente y abrió los ojos, unos ojos color chocolate que la miraron fijamente provocándole un fuerte escalofrío. Quinn tuvo la sensación de haber visto aquellos ojos antes.

—Me has encontrado —dijo ella en un susurro.

Esa voz. Sonaba ronca pero estaba segura de que conocía aquella voz.

Un golpe de viento en la espalda le recordó que no era el momento de hacer preguntas, tenía que sacarla de allí inmediatamente y llevarla a un lugar seguro. Pero, ¿dónde? El hospital estaba a más de cincuenta kilómetros. Demasiado lejos.

—La calefacción dejó de funcionar hace... más de media hora —explicó la mujer morena muy despacio y en voz baja— He debido de quedarme dormida.

—Ha tenido muchísima suerte —le dijo Quinn mientras la ayudaba a salir del coche— Media hora más y... —«este coche se habría convertido en una gélida tumba», prefirió no terminar la frase en alto.

El viento la golpeó aún con más fuerza cuando se quitó el abrigó para abrigar a aquella mujer.

—No se preocupe, enseguida se encontrará mejor —la tranquilizó con dulzura.

—Lo sé —susurró ella.

Quinn la rodeo con sus brazos y la llevó hasta su coche, donde el conductor las esperaba con la puerta abierta.

—Sube la calefacción al máximo y vamos a casa lo más rápido posible.

—Sí, señorita.

Una vez estuvieron en marcha, Quinn le quitó las botas y le frotó los pies casi congelados.

—Qué maravilla —dijo la morena— Aunque me hace un poco de cosquillas, es una maravilla.

Cuando sus pies entraron en calor, también le quitó los guantes y le masajeó las suaves manos. Después la estrechó entre sus brazos y la abrazó con fuerza para intentar que le subiera la temperatura hasta la normalidad.

—¿Cuánto tiempo llevaba allí?

La mujer morena dejó caer la cabeza sobre su hombro y respondió con un débil susurro.

—Desde las diez de la mañana… Cinco horas.

—Relájese, ahora está a salvo —le aseguró Quinn mientras pensaba con preocupación la suerte que había tenido de sobrevivir tantas horas. Sabía que se iba a poner bien, pero el evidente bulto que se le notaba debajo del abrigo complicaba las cosas un poco más.

—¿Cuándo tiene que dar a luz? —preguntó Quinn.

La mujer levantó la cara para mirarla a los ojos.

—Dentro de un mes.

Quinn apretó los dientes. ¿Qué idiota dejaría sola a su mujer embarazada y en mitad de aquella terrible tormenta? Bueno, seguro que no tardaría en enterarse.

Le retiró la bufanda con suavidad; con las prisas no se había detenido a observar su cara, solo aquellos ojos que le resultaban tan familiares.

Lo que vio al descubrirle el rostro le provocó un escalofrío: largas ondas de pelo castaño enmarcando las facciones de su rostro. Volvió a tener el pálpito de que conocía a aquella mujer, pero no lo comprendía porque apenas conocía a nadie por los alrededores y casi no iba a la ciudad.

—Gracias —murmuró la mujer morena al tiempo que volvía a reposar la cabeza en su hombro— Gracias por rescatarme, Quinn.

La última palabra la dejó helada e hizo que su mente se pusiera a trabajar a toda prisa buscando la respuesta a aquel misterio. Y no tardó en encontrarla.

Allí a su lado, descansaba la chica, no, la mujer, la única mujer con la que tenía una deuda. Una deuda que debería haber satisfecho hacía ya mucho tiempo.

Sacó su teléfono móvil y lo acercó a su boca.

—Doctor Sullivan.

El teléfono marcó automáticamente el número del médico que había tratado a tres generaciones de Lima y al que Quinn consideraba un verdadero amigo.

—Thomas, te necesito.

En la cabeza de Rachel aparecían confusas imágenes de tazas de chocolate caliente, mantas eléctricas y de una mujer con armadura a la que ella consideraba su amor de juventud. Era una sensación agradable solo interrumpida por los desagradables pinchazos que sentía en las manos y en los pies.

—¿Rachel? Rachel, tienes que despertarte.

Aquella voz tan suave la obligó a abrir los ojos y comprobar que estaba completamente vestida y cubierta por varias mantas, en una habitación que no reconocía.

Echó un vistazo a su alrededor. A su lado había un hombre de pelo gris y ojos amables que reconoció al instante. El doctor Sullivan la miró con dulzura.

—Bueno, nos alegramos mucho de verte despierta. ¿Qué tal te encuentras?

De pronto se le llenó la mente de preguntas y no tardó en hacer la más importante.

—¿El bebé?

—Está bien, tranquila, y tú también estás bien —le respondió sonriendo— Tuviste muy buena idea al encender esas bengalas.

Rachel se llevó las manos al vientre y suspiró aliviada.

—Ha faltado poco, gracias a Dios que alguien te encontró —añadió el médico mirando a su espalda.

Rachel siguió su mirada y así descubrió a una mujer sentada en una enorme silla con tapicería de terciopelo verde.

Algo se estremeció dentro de ella al darse cuenta de que aquella mujer de armadura que aparecía en su sueño no había sido sino una proyección de lo que estaba sucediendo en realidad. Entonces empezó a recordar vagamente cómo alguien la había sacado del coche y la había llevado a otro donde se había quedado dormida apoyada en un pecho cálido. La mujer la miró con aquellos ojos color miel que destacaban junto con su pelo rubio.

—Hola, Barbra.

Solo dos personas la habían llamado así. Su padre, Hiram, que había fallecido hacía casi quince años, y la chica de dieciséis años que había llegado a su casa después de huir de un hogar infantil.

A pesar de haber tenido solo trece años, Rachel había sabido desde el primer momento que amaba a aquella chica de naturaleza salvaje y mente despierta. Lo amaba todo de ella, incluyendo la cojera que había provocado muchas burlas de los demás niños de la ciudad. Pero la había perdido después de la muerte de su padre, cuando se marchó de Lima porque Rachel se había ido a vivir con su tía y no la había podido acoger también a ella.

Quinn Fabray. La rebelde marginada que se había convertido en una genio incomprendida.

No le había perdido la pista; incluso había llegado a considerar la posibilidad de ponerse en contacto con ella cuando leyó tres años atrás que había regresado a Lima. Pero entonces ella estaba casada y vivía en Nueva York intentando salvar su matrimonio, intentando averiguar el motivo por el que su marido había perdido todo el interés por ella desde el momento que habían dado el «Sí, quiero».

—Muchas gracias, Quinn —le dijo con una sincera sonrisa.

—No ha sido nada.

—Nos has salvado la vida a mí y a mi bebé, a mí no me parece que no sea nada.

—Me alegro de haber estado allí.

Era obvio que seguía sin aceptar los cumplidos.

—Yo también me alegro. Pensaba que estaba soñando cuando abrí los ojos y te vi. Hace tantos años...

La mirada sombría de Quinn se detuvo unos segundos en su vientre antes de contestar.

—Sí, muchos.

Tenía la voz profunda pero amable, aquello le recordó a la joven brusca que jamás había demostrado la más mínima brusquedad con ella. Rachel sonrió al pensar que aquella era la persona a la que le habría gustado dar su primer beso y entregar su corazón. Se había convertido en una mujer aún más guapa, pero los ojos que antes habían reflejado enfado y confusión ahora brillaban con tremenda frialdad.

Rachel sabía algunas de las cosas que la habían hecho sufrir en el pasado, pero estaba claro que lo que le había ocurrido desde que se marchó de Lima la había dejado aún más herida. La morena no pudo evitar preguntarse qué le habría pasado.

—¿Hay alguien a quien podamos llamar? —le preguntó el médico poniendo su mano sobre la de ella.

—No.

—¿Y tu marido? —sugirió Quinn con dureza.

Rachel retiró la mirada con una repentina sensación de agotamiento.

—Murió hace siete meses.

—Lo siento muchísimo —susurró el doctor Sullivan— ¿Y no hay nadie esperándote en Lima?

Cuando se casó con Brody cuatro años antes, él insistió en que cortara la relación con la gente de Lima. Aquello le había roto el corazón, pero le había hecho caso con la esperanza de que aquello ayudara a salvar su matrimonio.

Desde que había decidido regresar, se preguntaba qué la esperaría al llegar allí, cómo la recibirían sus viejos amigos.

—No. Me voy a quedar en el hotel una semana más o menos, hasta que consiga volver a poner en marcha la tienda de mi padre —les explicó sin mirarlo— Tengo la intención de convertirla en una pastelería —por fin miró al doctor Sullivan y se dio cuenta de que iba a tener que dar alguna explicación más— Viviré en el apartamento que hay encima de la tienda. Es el sitio perfecto para el niño y para mí, o lo será cuando lo haya limpiado bien.

—Será un placer tenerte de vuelta, querida. Y será estupendo tener una pastelería en la ciudad. ¿Vas a vender esos pastelitos de canela que solías hacer? —le preguntó el doctor con una risita casi infantil a la que ella respondió asintiendo con una sonrisa.

—¿Cuándo cree que podré...?

—Creo que por el momento deberías quedarte donde estás —la interrumpió Quinn antes de que pudiera terminar la pregunta.

—Estoy de acuerdo —asintió el médico justo en el momento en el que le sonó el busca— Vaya, parece que es el día de las urgencias —dijo poniéndose en pie a toda prisa mientras terminaba de leer el mensaje— La señora Dalton ha tenido un pequeño accidente.

—Espero que esté bien —dijo Rachel, algo confundida por todo lo ocurrido.

—Lo siento mucho, pero tengo que irme y no creo que pueda volver hoy; la casa de los Dalton está demasiado lejos.

—No te preocupes, Thomas, yo me encargo de ella —intervino Quinn, y esa simple promesa hizo que a Rachel le diera un vuelco el corazón.

—No quiero causar ninguna molestia —dijo ella inmediatamente— Yo puedo irme ahora mismo. El hotel está justo...

—No, no —interrumpió el médico— Ahora nieva menos, pero sigue haciendo muchísimo frío. No debes moverte en tu estado.

—Te quedarás aquí —afirmó Quinn amablemente— Yo puedo dormir en la habitación de invitados.

Fue entonces cuando Rachel volvió a mirar a su alrededor y reconoció multitud de objetos: el reloj de plata que su padre le había regalado a Quinn en su decimosexto cumpleaños, pinturas aborígenes decorando las paredes, un libro sobre energía solar.

Estaba en su habitación, en su cama.

Se le aceleró el pulso y notó un sudor frío recorriéndole el cuerpo. Estaba claro que la habían afectado las horas que había pasado en mitad de la tormenta, porque no era normal que tuviera la sensación de volver a experimentar todo lo que Quinn Fabray solía provocar en ella cuando no era más que una adolescente.

Se recordó que estaba en Lima para empezar una nueva vida, no para volver a los sueños del pasado.

—De verdad, no puedo quedarme aquí —insistió de nuevo con voz temblorosa. No podía dormir en su cama, arropada con sus sábanas, que estaban impregnadas de su olor— Tengo que ir al hotel, estoy esperando a los de la empresa de limpieza que van a ayudarme con la tienda...

—No te preocupes por eso, con este tiempo no van a poder llegar —le aseguró el doctor Sullivan— Lo que tienes que hacer es relajarte. Esta noche no estás en condiciones de enfrentarte a nada. Al bebé no le vendría bien —añadió al tiempo que se volvía hacia Quinn— Si necesitas algo, llámame.

—No lo dudes —respondió ella.

—Ahora descansa, Rachel —dijo antes de salir de la habitación.

Se sintió inquieta al quedarse a solas en la habitación con el objeto de sus sueños de adolescencia. Iba vestida toda de negro, sencilla pero muy elegante; se acercó a la cama con una cojera más pronunciada de lo que ella recordaba. Lo cierto era que esa pequeña limitación no le restaba ninguna fuerza a su imponente aspecto.

De cerca era aún más guapa que en sus recuerdos. Pelo rubio, ojos dorados, piel clara... casi le cortaba la respiración. Era obvio que su impedimento físico no había sido obstáculo para mantenerse en forma porque tenía un cuerpo precioso.

—Te agradezco enormemente que me ofrezcas tu casa de este modo —le dijo con cierta timidez— Te prometo que no seré ninguna molestia.

Quinn apretó la mandíbula con fuerza.

—Rachel, hace quince años tu padre y tú me ofrecisteis vuestra casa y me tratasteis como si fuera de la familia. Es una deuda que nunca he olvidado y que tengo intención de saldar —añadió con una tenue sonrisa que no parecía muy habitual en ella— Me alegro de que estés aquí y puedes quedarte todo el tiempo que sea necesario.

El corazón de Rachel empezó a derretirse como el hielo bajo el sol, pero se negó a dejarse llevar por la cálida sensación. Había dejado muy claro que la ayudaba sólo porque creía que se lo debía por lo que su padre había hecho por ella.

—Gracias —le dijo con una tranquilidad que no sentía— Es muy generoso por tu parte, pero no me debes nada. Solo me quedaré esta noche y...

—Eso ya se verá —la interrumpió enseguida— Todo depende de lo que diga mañana el médico.

En ese momento sintió una dolorosa punzada en el bajo vientre que se había hecho demasiado habitual en los últimos días. Estaba claro que su pequeño ya tenía ganas de ver el mundo. «Y mami también se muere de ganas de verte, pero dame un poco más de tiempo»

—Está bien, Quinn —respondió, demasiado cansada para discutir con ella— Pero no quiero echarte de tu dormitorio, así que déjame que me vaya yo a la habitación de invitados, eso no me costará ningún trabajo.

—No hay ninguna necesidad —le dijo ella, mirándola detenidamente— Pareces estar muy a gusto en mi cama.

Rachel abrió los ojos de par en par al tiempo que notaba cómo se le aceleraba el corazón. «Una noche. Solo una noche».

—Relájate mientras yo bajo por algo de cena. ¿Qué te parece un poco de sopa?

—Perfecto —respondió, agradecida porque fuera a dejarla sola unos minutos durante los que podría recuperar el aliento.

—El ama de llaves solo viene durante la semana, así que me temo que hasta mañana tendremos que conformarnos con lo que yo cocine. ¿Necesitas algo más?

—Un poco de sol no me vendría nada mal —bromeó Rachel.

Antes de salir, Quinn pronunció en voz alta la palabra «cortinas», y entonces Rachel observó boquiabierta cómo aparecía un ventanal que abarcaba toda la pared de enfrente de la cama.

Al otro lado de esa enorme ventana se extendía el paisaje nevado, salpicado de árboles desnudos iluminados por el atardecer invernal, que era una verdadera delicia para cualquiera que apreciara el clima del medio oeste estadounidense.

Con una sola palabra, Rachel había presenciado con sus propios ojos de dónde venía toda la fama de Quinn Fabray.

—Impresionante —le dijo antes de que saliera de la habitación.

—En realidad es bastante sencillo —respondió Quinn quitándose importancia.

—No para alguien que ni siquiera sabe programar un reproductor de DVD.

—Bueno, yo no sé hacer pastelitos de canela. Eso sí que es impresionante para mí —añadió mirándola fijamente.

—Me alegro mucho de volver a verte —admitió Rachel cuando Quinn ya estaba dándole la espalda.

—Yo también, Rachel —respondió ella sin volverse a mirarla.

Rachel se quedó sola y, con la mirada perdida en el fuego de la chimenea, se preguntó por qué se sentía tan a salvo en aquel lugar. En lo que la prensa denominaba como el refugio de aquella mente maravillosa.

Una casa de cristal en mitad de un terreno de quince hectáreas de bosque a varios kilómetros del pueblo más cercano.

También había leído que Quinn era un verdadero misterio para el público; nadie sabía casi nada de la mujer que a los treinta años había cosechado un tremendo éxito con su avanzada tecnología. Construía casas inteligentes que respondían a órdenes habladas y, a diferencia de las otras celebridades de su campo, no parecía tener el menor interés por la fama. Se decía que no tenía familia, solo unos pocos amigos y seguramente una herida terrible del pasado que se reflejaba en su cojera, sobre la que se había especulado enormemente.

Pero Rachel conocía la verdad que todos esos periodistas ignoraban. Ella sabía que sus padres la habían abandonado a causa de un defecto que no podía controlar, y la habían dejado en un hogar infantil. También sabía cómo la habían tratado sus compañeros solo por el hecho de ser diferente.

A pesar de su aparente éxito, Rachel creía que huir y esconderse de todo no era manera de vivir.

Quizá fuera el instinto maternal que tenía tan a flor de piel en aquellos momentos, pero sentía un enorme impulso de ayudarla, quería sacarla del refugio que la mantenía alejada del mundo. El problema era que si se acercaba demasiado a ella, corría el riesgo de volver a quedar atrapada en los sentimientos que tanto le habían hecho sufrir en la adolescencia.

Claro que tampoco importaba mucho lo que ella sintiera, porque Quinn la veía simplemente como una deuda que tenía que pagar. «Por no mencionar que estoy embarazada de ocho meses y que parezco una maldita ballena».

Así que, lo único que podía hacer era concentrarse en la vida que crecía dentro de ella, en la pastelería que iba a abrir y en crear un hogar donde criar a su hijo. Todo lo demás tendría que descansar para siempre en el pasado.

Sin embargo, descansar era lo último que iba a poder hacer mientras estuviera bajo el mismo techo que la guapa e inquietante Quinn Fabray.


¡He vuelto! :D

Bueno, lo primero: ¿Qué tal? ¿Alguien sigue vivo después de todo el Achele riot de anoche? hahaha No pensaba empezar este fic hasta dentro de un par de semanas, pero esta es mi manera de celebrar que POR FIN nuestras Achele se dejan ver juntas en público xD

Pues eso... aquí os dejo el primer capítulo. Espero vuestra opinión :D

¡Hasta la próxima! ;)

*Se va a buscar más fotos Achele en twitter y tumblr* HAHAHAHAHA