Jason siempre había sido un chico responsable. Sí, todo el mundo en el barrio le conocía porque era como "el líder" de su grupo de amigos; todos querían ir con él, pero siempre estaba demasiado ocupado con todas las responsabilidades y esas cosas, por lo que apenas tenía tiempo para salir a socializar con sus amigos. Y realmente este grupo de amigos se basaba en tres personas: Reyna, Gwen y Dakota. A lo mejor esa era la razón por la que rara vez le apetecía salir de casa.

Cuando salía con ellos, Gwen y Dakota se pasaban el día tonteando (por mucho que lo negaran, Jason sabía que tenían algo) y eso le dejaba sólo con Reyna, con la que no es que se llevara mal, pero a veces podía llegar a ser… aburrida. A parte, a pesar de que él no solía darse cuenta de esas cosas, sospechaba que le gustaba a ella desde que se conocieron. Y Jason nunca había tenido una novia, no sabía cómo hablar de esas cosas y, aunque pareciera absurdo en un chico como él, aquello le ponía de lo más nervioso.

Por alguna razón, le costaba incluirse en los grupos. Estaba bien que todo el mundo le conociera, pero le conocían por quién era él mismo, no por la gente con la que iba y eso era lo que no le gustaba. A veces, simplemente quería sentirse uno más y no sabía cómo hacerlo.

En su grupo de amigos, era el punto gracioso (junto con Dakota, que siempre conseguía ser el alma de la fiesta), pero no se imaginaba que pudiera llegar a ser emocionalmente importante para ninguno de ellos. Y en realidad para nadie, porque aparte de esas personas, con poca gente más tenía trato aparte de con Frank y Hazel, sus vecinos.

Por otra parte, estaba el hecho de que si salía había muchas posibilidades de acabar encontrándose con Octavio, y frenar los impulsos de estamparle la cabeza contra la acera cada vez se le hacía más y más difícil. Y Reyna probablemente le echaría la mayor bronca del universo si lo hiciera, por mucho que estuviera de acuerdo.

Eso significaba que cada vez que Jason quería salir y pasárselo bien, o al menos no sentirse del todo incómodo, tenían que ir a la ciudad. ¿Lo bueno? No se encontrarían a Octavio y había más cosas con las que entretenerse cuando Gwen y Dakota se ponían más dulces que el postre de la cena de Navidad. ¿Lo malo? Pasar el día allí le resultaba condenadamente caro.

Dakota, Gwen y Reyna eran de clase media y se podían permitir pasar en la ciudad al menos un día cada dos o tres semanas. Jason era de clase media-baja y estar un día entero allí suponía comer lo mínimo o llevarse comida de casa si el plan era ir a un salón recreativo o al cine. Y le resultaba odioso porque en más de una ocasión, sus amigos se habían ofrecido a pagarle alguna de las dos cosas y habían acabado haciéndolo, lo cual a él no le sentaba francamente bien. No quería resultar una molestia, o tal vez no quería sentirse débil (sobretodo siendo el cabecilla del grupo), y llegaba a irritarse mucho por aquellas cosas.

Aquel día era uno de esos días.

Era el cumpleaños de Dakota y la idea que había tenido era la de ir a celebrarlo a una bolera junto a una sala recreativa la cual, por supuesto, estaba llena de chavales de su edad pero mucho mejor vestidos; gente de clase media-alta y alta. Jason había ahorrado para poder jugar una partida pero cuando llegó, vio que su amigo ya había pagado su partida. No podía estar más frustrado, así que se limitó a hacer que valiera la pena y que su colega recordara aquel día durante mucho tiempo, haciendo sus clásicas bromas. Una vez la partida terminó, Gwen no tardó en echarse a los brazos de Dakota y por lo tanto, no tardaron en hacer que Reyna se marchara. En aquel momento, él tenía la opción de seguirla y soportar el largo trayecto de tren a solas con ella o quedarse e irse con los otros. Por alguna extraña razón, en su cabeza, la segunda opción sonaba menos tortuosa, así que hizo tiempo hasta que la parejita acabara de comerse la oreja.

Se llevó las manos a los bolsillos, paseando por las recreativas, para descubrir que allí estaban las monedas que había ahorrado para la partida de bolos que había acabado pagándole Dakota. Al menos podía entretenerse jugando a algo hasta que fuera hora de irse.

Un juego le cautivó nada más verlo, uno de estos shooters que tienes que coger una escopeta y disparar a un montón de zombies que hay en la pantalla. Jugar solo a ese juego no era tan divertido como jugarlo con alguien pero en aquel instante no es que tuviera muchas posibilidades.

Se acercó a la maquina, decidido, y tras meter una moneda, antes de que pudiera darle al botón de inicio, un chico se colocó justo a su lado. Era un chico de su edad, pero bastante más bajito y delgado, con un pelo negro y unos ojos tan oscuros que, de no ser porque le estaba mirando con una sonrisa que apenas le cabía en la cara, Jason ya estaría huyendo a Siberia del miedo. Aunque a lo mejor eso habría sido un poco exagerado. El chico iba vestido con una cazadora de aviador, unos pitillos negros y unas botas negras. Definitivamente era un chico de la ciudad. Trató de mirarlo a los ojos, pero, desde su perspectiva, el pelo se los tapaba.

El chico no decía nada y eso empezó a incomodar un poco a Jason, así que decidió romper el silencio.

-Esto… ¿Quieres algo, chaval? –preguntó, intentando no decirlo como si estuviera incómodo (que lo estaba).

-Me preguntaba… Si podía jugar contigo una partida. Ya sabes, este juego en pareja es más divertido – respondió el chico.

Jason no sabía que contestar. Aquello le había pillado totalmente por sorpresa y era lo último que esperaba oír. Tardó un poco en asimilarlo y poder responderle.

-Esto… Eh, sí, supongo que sí. ¿Por qué no? –Jason esbozó un intento de sonrisa.

-¡Genial! Por cierto, me llamo Nico, Nico Di Angelo –se presentó el otro, mientras metía una moneda en la ranura y le daba al botón de inicio.

-Jason Grace. Un placer.

-Grace, ¿eh? Conozco a una chica que se apellida así. Es una amiga. ¡A lo mejor la conoces! Se llam… -Su comentario fue cortado por la música de inicio del juego.

La acción empezaba al segundo, con zombies saliendo de cada esquina de la pantalla. En más de una ocasión, Nico le salvaba el culo, arrancándoles la cabeza a dos enemigos de un solo disparo. La verdad es que al chico se le daba fascinantemente bien aquello, como si hubiera estado cuarenta años seguidos jugando sin parar en aquel lugar.

-Vaya… ¡Esto se te da genial! –dijo Jason, notando que el chico se sonrojaba un poco.

-Bueno… Me encantan las máquinas recreativas. –explicó Nico -. Y la temática de zombies me fascina, así que puedes imaginarte cuál es mi juego favorito aquí dentro. El problema es que no me gusta jugar solo y últimamente Bianca no quiere jugar conmigo.

-¿Bianca? ¿Es tu… novia? –preguntó Jason, aún sin saber muy bien por qué.

-¡Qué va! –Nico empezó a reírse -. Es mi hermana. Pero el caso es que últimamente… La noto muy rara. Como si me estuviera ocultando algo. –La sonrisa del chico poco a poco empezó a difuminarse.

Genial. Ahora Jason se sentía culpable por haber intentado indagar en el tema. Aunque el bajón duró poco. Concretamente hasta el siguiente nivel, el primer boss del juego, en el cual no tardaron en eliminar a los dos chicos. No era de extrañar, las máquinas estaban hechas para sacar el dinero y la dificultad era increíblemente alta.

-Bueno… Se ha terminado –comentó Nico, un poco decepcionado, posando su vista en Jason.

-Sí, supongo que sí.

-Fue bonito mientras duró… Pero bueno, supongo que me tengo que ir ya. Ha sido un placer. ¡Hasta la próxima, Jay! –Nico se despidió, animadísimo y con una sonrisa aún más grande que cuando se había presentado, como si estuviera feliz de haber hecho un nuevo amigo.

Jason estaba confuso. ¿Le acababa de llamar Jay? ¿Era como un mote cariñoso? Ni su madre le llamaba así. Aunque la verdad es que su madre casi ni le llamaba y mucho menos era cariñosa con él.

Al salir por la puerta, le esperaban Dakota y Drew, listos para tomar el tren de vuelta a los barrios bajos. Durante todo el trayecto, los pensamientos de Jason sólo podían centrarse en aquel chico y en su enorme sonrisa al despedirse, en lo amable que había sido y cómo había conseguido, en veinte minutos, que se sintiera más a gusto que con sus amigos de hacía años.

Tal vez sí que había hecho un nuevo amigo. Tal vez podría acostumbrarse a que le llamaran "Jay".