DISCLAIMER: Nada de esto me pertenece, es propiedad de J,K, Rowling.

Hermione Jane Granger, flamante colaboradora del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica del Ministerio, se encontraba en su oficina, sentada en su escritorio, con una taza de aromático café al lado de una enorme pila de documentos. Pensativa, movía la cucharilla en círculos, pero sin tomar ni un solo sorbo. Movía una pierna con un ritmo acompasado y miraba fijamente su taza mientras su mente se llenaba de recuerdos de antaño.

-Hoy hace ocho años que dejamos Howgarts- cavilaba- esto es increíble, tanto tiempo ya. Harry es auror como siempre deseó, Ronald, bueno… es triste que lo nuestro no diera para más, pero creo que funcionamos mejor como amigos. Sé que él es feliz ahora con Luna.

Recordaba con un dejo de melancolía todas las aventuras que con ellos había pasado en su adolescencia. Ahora, con casi veinticinco años cumplidos, era un verdadero alivio rememorar la búsqueda de los horrocruxes, las correrías de Howgarts y yodos esos detalles que la unían con Harry y Ronald Weasley.

Sumida en sus pensamientos, no se percató cuando alguien apareció en su oficina y que era observada de cerca por aquella persona.

-¿Piensas en mí?- se dirigió a ella un atractivo chico pelinegro de ojos negros, radiantes como la noche.

-¡Adrian! -Se exaltó la castaña gratamente sorprendida. -¿De dónde sales?, Me has tomado por sorpresa.

Adrian Pucey, mago de sangre pura, era dos años mayor que ella. Perteneciente a la generación de los gemelos Weasley y Oliver Wood, había estado en Howgarts, más específicamente en Slytherin, pero en ese entonces consideraba a Granger como una chiquilla fastidiosa y aunado a eso, reinaban los prejuicios de sangre en su familia, por lo que no se fijó en ella.

Con la derrota de Voldemort, el mundo mágico había enfrentado una transformación en donde la gente expresaba cada vez menos el término "sangre sucia", a no ser que quisieran pasar una buena temporada en Azkaban. La mayoría de los muchachos jóvenes que habían vivido la guerra en carne propia, se daban cuenta que los magos no debían clasificarse de ese modo y había una creciente apertura y tolerancia al respecto. Ese era el gran legado de Albus Dumbledore y Harry Potter para la comunidad mágica.

Pasados los años y una vez concluidos los EXTASIS, ella entró a trabajar en el Ministerio de Magia, donde él se desempeñaba en el Departamento de Cuidado de Criaturas Mágicas y se conocieron mejor, madurando su relación hasta el punto de convertirse en novios por casi dos años, entrelazados en un noviazgo que pronto estaba por culminar en matrimonio, pues hacía poco que Pucey le había pedido a la Gryffindor que fuera su esposa

Él sonrió tranquilamente, pues estaba acostumbrado a que su prometida se abstrajera en un mar de pensamientos de manera constante. Le atraía su capacidad de concentración y su inteligencia. A la chica, por su parte, le encantaba su caballerosidad y sus modales refinados.

Adrian se aproximaba a ella sonriente y Hermione se levantó de su asiento para ir a su encuentro. Al estar cerca, la tomó entre sus brazos y le dio un beso tierno, el cual ella correspondió de la misma manera. Al terminar la caricia, ambos se abrazaron y ella recargó su cabeza en el pecho de su novio, casi esposo.

-Mañana asistiremos a una cena de recepción -le hizo saber el muchacho sin soltarla de sus brazos.

-¿Es muy necesario?,-dijo ella con un puchero. Pucey la miró a los ojos.

-Es de un viejo amigo que hoy regresa a Londres y me encantaría volver a reunirme con los de mi antigua casa, charlar un rato y presentarles a mi futura esposa.

-No me agradan esas cosas, Adrián. Además nunca me llevé bien con ningún Slytherin.

-Todos somos adultos ya y la mayoría de ellos piensa como yo ahora. Es cuestión de que decidas darles una oportunidad y tratarlos un poco.

-No lo sé…

-Vamos, Hermione, no pienso asistir solo. -insistió el chico y ella no muy convencida dijo:

-Está bien, iremos a la dichosa cena, pasa por mí las ocho de la noche.

-Sabía que lo harías por mí.

Concluyó el mientras la ojimiel movía la cabeza con una sonrisa.

En un lugar lejano de ahí, Draco Malfoy se preparaba para retornar a Londres, usando un "Bauleo" recogía el poco equipaje que le quedaba ya en Dinamarca, país en el que se encontraba desde hacía más de una año debido a su trabajo en la Federación Internacional de Magos. Era un joven acomodado, pero había decidido alejarse un rato de todo y le venía bien un país nuevo, con costumbres diferentes y sobre todo, trabajar en algo que le gustara.

-Creo que es todo- pensó al recorrer con la mirada toda la habitación. -Me largo.

Su padre había salido ya de Azkaban y la relación entre ellos no era del todo mala, pero sin duda ninguno de los dos eran los mismos. Evitaban caer en confrontaciones y guardaban apariencias cuando se encontraban, procurando ambos hacer de esos breves momentos un verdadero problema, pues eran tan similares en carácter que solían tener constantes roces por cualquier cosa.

Narcissa constantemente intervenía como mediadora, pues el carácter fiero de Draco hacía que Lucius perdiera los estribos y ella, madre al fin, reñía a Lucius para favor de su hijo. Los prejuicios de La sangre o Voldemort no eran tema de conversación entre los moralmente debilitados Malfoy, era más bien algo velado, pero de antemano se sabía que Lucius seguía creyendo en los privilegios del nivel social y tenía ciertas reservas para acercarse a los muggles o todo lo derivado con ellos. Una vida no se cambia de un día para otro.

Para Draco era más sencilla la situación, por decirlo de alguna manera, pues al ser más joven y haber pasado tantas cosas adversas relacionadas a ello, le era más llevadera la situación y prefería ya no investigar el estatus de sangre antes de tratar a las personas. Sin embargo, su clase acomodada le hacía ser arrogante y mirar a los demás por encima del hombro; eso era un sello personal que jamás se podría quitar. Se sabía superior económicamente y se aprovechaba de ello para conseguir situaciones privilegiadas. Era un Malfoy después de todo.

Después de checar lo últimos detalles, Draco lanzó una última mirada a su departamento y viendo que todo estaba en perfecto orden, tomó el traslador y en cuestión de segundos se vio en la Mansión Malfoy. Narcissa ya lo esperaba impacientemente en el salón y al ver aparecer al rubio, esbozó una sonrisa discreta.

-Llegaste- fue lo que la rubia mujer dijo apenas lo vio.

-De nuevo en casa, madre.

-Como siempre debió ser. No sé que buscaste fuera de aquí, pero éste es tu hogar.

-Ya, es suficiente reproche, he vuelto.

El muchacho se acercó a ella, dejando su equipaje en el piso. Le saludó con un tibio beso en la frente. No había más demostraciones entre ellos, peo aún así, Cissa Malfoy adoraba a su único hijo. Draco se sabía mimado y ganaba casi todas las batallas gracias a eso.

-Tu padre está en su habitación, leyendo.

-No me extraña, parece que no es muy grata mi llegada para él.

-No digas eso, Draco, es sólo que ya lo conoces

En eso se aproximó hacia ellos un hombre de cabello platinado y ojos grises, idéntico al joven, pero con mayor edad. Narcissa repuso suavemente:

-Lucius, nuestro hijo recién ha llegado.

-Eso veo, bienvenido, Draco.

Le extendió la mano derecha en señal de saludo y el muchacho correspondió.

-Es un gusto saludarte de nuevo, padre.

-¿Qué esperamos para cenar? -Preguntó el mayor de los Malfoy mirando a su esposa, quien de inmediato se dispuso a dar órdenes a los elfos para preparar todo. Los dos hombres se encaminaron al lujoso comedor de la casa y ella los miraba complacida, en el fondo, su familia era su tesoro y verla de nuevo reunida la llenaba de felicidad que no solía demostrar por costumbre. Draco estaba en casa otra vez y eso era suficiente para su corazón de madre.

-Mañana tendremos tu recepción de bienvenida en la casa, hijo. Hemos invitado a tus amigos de Howgarts que hace mucho no ves.

-No veo la razón, madre. No soy muy afecto a esas reuniones y lo sabes. Me hartaré de contar a misma historia de mi paso por Dinamarca una y otra vez

-No seas pesimista y deja que todos se enteren que Draco Malfoy ha retornado a Londres.

Draco bufó y su padre le clavó una mirada de reprobación. El chico rodó los ojos y aceptó

-De acuerdo, madre tú ganas ésta vez.

Narcissa no dijo nada, pero interiormente se sentía feliz de que su único vástago consintiera en la celebración. A ella le encantaba hacer alarde de él y no desaprovechaba ninguna ocasión para presumirlo en público. Su Draco, su orgullo. La cena transcurrió sin más plática y una vez terminada, el matrimonio se retiró a sus aposentos y Draco aprovechó para recorrer de nuevo la casa. Hacía tanto tiempo ya que no había estado ahí que la sentía renovada y se entretuvo mirando un rato los cuadros familiares, revisando algunos libros antiguos de la Biblioteca y por último, tomó el camino hacia su recámara.

La habitación era sobria, decorada con detalles de buen gusto, un enorme cuadro de él mismo estaba al pie de su cabecera. La cama era amplia y estaba pulcramente tendida con sábanas blancas. Las pesadas cortinas de terciopelo verde caían esplendorosas y los demás muebles eran ostentosos y antiguos, pertenecientes a una de las familias de sangre pura más famosas del mundo mágico.

En esa habitación, Draco había pasado toda su niñez y parte de su adolescencia. Su campo de juegos, de estudio, su refugio en horas de preocupación vividas anteriormente y en donde tenían lugar sus más profundos pensamientos. Todo estaba intacto, tal y como él lo había dejado antes de marcharse a trabajar en ese país extraño que no conocía. Más de un año de no dormir en su propia cama. Los recuerdos lo invadieron y se dejó caer en ella, cerrando los ojos al mismo tiempo. Se fue quedando dormido poco a poco.

-Otra vez en casa, Draco, otra vez.

Hermione, por su parte, estaba sola en casa porque Adrián se había marchado ya. Antes de dormir, acostumbraba leer un poco para no sentir que el día había pasado en vano. Esta vez se concentraba en un grueso libro referente a la ley Mágica y de repente, su cabeza empezó a divagar ante el futuro que se le abría con Pucey al lado.

-Jamás pensé que podría llegar a casarme con alguien de sangre pura -pensaba mientras abandonaba la lectura. La castaña de rizos trataba de explicarse a sí misma que pronto sería la esposa de alguien, la compañera fiel del chico de cabellos azabache que recién se había retirado. Suspiró.

-Adrián es encantador y yo… yo estoy muy contenta de ser su esposa pronto. -se decía mientras tomaba el retrato del chico que estaba en su mesilla de noche. Lo tocó brevemente con la punta de los dedos y colocó la fotografía de nuevo en su lugar. Decidió dejar todo por la paz y acurrucada entre las sábanas pensaba en cómo sería su vida compartida con él.

-Espero que no vivamos en su casa, quiero nuestro propio espacio. Además, siento que no le soy muy grata a su madre. Seguramente ella preferiría para Adrian una chica de dinero y de preferencia de sangre pura…¿Qué tonterías digo?, a él no le importan ese tipo de cosas. No, ¡Merlín!, ni que fuera Malfoy para darle importancia a esas nimiedades…

De pronto se reprendió a sí misma por pensar en ese blondo arrogante de la escuela.

-Hace eternidades que no lo veo y la verdad, resulta mejor de ese modo. Ojala no me lo tope ni ahora ni nunca, quiero evitar malos ratos.

La chica se caía de sueño y con estos pensamientos cedió ante el pedido de su cuerpo por un merecido descanso, con Draco Malfoy como su último pensamiento del día.


¿Qué tal el primer chapter?, vamos poquito a poquito que le prometo que será de su agrado.

Besitos y feliz año!!