Titulo: Engwar… engwar…
Autor: Abysm
Disclaimer: Los personajes pertenecen a JRR Tolkien... Salvo Baldor, que es mío, mío, mío...
Aclaraciones: Historia a continuación de 'El Destino del Arbol y el Junco'. Solamente para Haldir y Baldor. Como a duras penas hablo español, ni sueño en poder hablar élfico, de manera que los diálogos en élfico irán entre =...=
Otra aclaración: Engwar (quenya) 'enfermizos' el modo despectivo en que los elfos se dirigían a los hombres.
Capítulo 1
—Lothlórien... —fue el susurro de Haldir apenas divisaron las siluetas de los altos árboles.
O al menos él las divisó, irguiéndose sobre su caballo, ansioso y sin molestarse por ocultarlo. En el corcel que lo seguía, Baldor dirigió la mirada hacia el mismo lugar que Haldir miraba, sin poder ver nada pero sonrió complacido al notar el evidente placer en la voz de su amado al estar tan cerca de su hogar, y no pudo dejar de felicitarse por haber tomado la decisión correcta.
Luego de la boda de Aragorn y Legolas, ellos habían permanecido en Minas Tirith por algún tiempo, ya que tanto Aragorn como Legolas parecían no poder separarse demasiado de sus queridos amigos, pero conforme pasaban los días, Baldor comenzó a notar los pequeños y sutiles cambios en Haldir.
A veces parecía distraído, otras, algo taciturno o entristecido, y pese a que él hacía todos los esfuerzos para alegrarlo, no parecía ser suficiente. Sin embargo, Haldir nunca decía nada y continuaba adelante, tratando como siempre que su 'pequeño humano' no notase su zozobra.
Pero una noche, luego de una frugal cena en la que el elfo había apenas probado bocado, fueron a dormir y Baldor vio con creciente preocupación que Haldir entornaba los párpados, para finalmente cerrarlos y caer en un sueño difícil. El muchacho no sabía mucho de elfos, sólo lo que Legolas le había enseñado, pero esa parte la sabía bien: que los elfos solamente dormían con los ojos cerrados cuando se sentían espiritualmente abatidos o entristecidos. Con su experiencia y la percepción que durante años había usado para tratar a sus clientes, el joven captó el problema de inmediato.
Haldir no era feliz en la ciudad, extrañaba sus bosques, ansiaba volver a su hogar, y creyendo que imponía un exilio a Baldor, no se animaba a decirle lo que estaba causándole tanta tristeza. Incluso cuando esa misma tristeza estaba socavando sus fuerzas.
Sin pérdida de tiempo, el joven se apresuró a hablar con él. A Baldor sólo le pesaba dejar Minas Tirith porque eso significaba alejarse de Legolas a quien había llegado a amar realmente como si fuese su hermano, pero no tenía nada más que lo atase a ese sitio, de manera que aceptó de buen grado ir a vivir donde Haldir quisiera. En vista de aquello, el viaje quedó decidido en poco tiempo.
Ahora, escuchando esa pequeña exclamación de deleite en los labios del elfo, Baldor sonrió y esperó con ansias conocer ese lugar que tantas noches Haldir le describía mientras lo sostenía en sus brazos.
Y debía ser hermoso, porque ya el camino previo lo era. Cuando se acercaron lo suficiente, el joven pudo contemplar con asombrados ojos la enorme altura de esos árboles tan antiguos que con seguridad habían contemplado innumerables acontecimientos. Los gruesos troncos grises eran tan enormes que no podía estar seguro de su altura real, pero eran preciosos.
Ambos bajaron de sus monturas para recorrer a pie el tramo de camino que aún faltaba.
—Mellyrn... —explicaba Haldir, exaltado de emoción al hallarse de nuevo en casa—. Cuando estén en flor, Baldor, verás lo hermosos que se ven con sus copas amarillas... Por eso muchos llaman a éste, el Bosque Dorado...
Escuchándolo tan feliz, Baldor sostenía con una mano la brida de su caballo y con la otra, la mano de Haldir que lo guiaba en ese momento fuera de un sendero para internarse en la zona que se veía más oscura y tupida.
Caminaron un largo rato, y cuando el muchacho planeaba pedirle al elfo que se detuviesen para descansar un momento, una voz clara pareció bajar de lo alto de las copas.
—¡Daro!
Haldir no pareció preocupado, pero se quedó quieto y con una pequeña señal, indicó a Baldor que hiciese lo mismo. Unos segundos después, una risa resonó y habló en élfico, pero el joven humano no comprendió casi nada de lo que decía.
—No es el mismo lenguaje que te estaba enseñando Legolas... —explicó Haldir sonriente—. Y no te preocupes, ya sé quien está allí...
De uno de los árboles cercanos, una escala de cuerda descendió hasta llegar al suelo, y sin dudarlo un instante, Haldir se encaminó hacia ella.
—¿Puedes subir...? —preguntó un poco dudoso, pero ante el gesto afirmativo de Baldor, se encaramó primero, teniendo buen cuidado de verificar que el joven lo siguiese sin demasiados inconvenientes.
El talan era casi invisible desde abajo debido a la tupida enramada del mallorn que lo cobijaba, y Baldor se encontró repentinamente en medio de esa plataforma de madera. Apenas estuvieron arriba, otro elfo abrazó a Haldir con enorme alegría e intercambió con él unas cuantas frases rápidas que Baldor no alcanzó a comprender. Entonces Haldir giró hacia él, lo tomó por la cintura y lo acercó, manteniéndolo muy cerca de sí.
—Baldor, él es mi hermano Rúmil. Tendrás que disculparlo, habla muy poco de la Lengua Común.
— ¿Tu... hermano...? —alcanzó a tartamudear el muchacho, notando en ese momento que nunca había preguntado demasiado acerca de la familia de Haldir.
—Sí, no te he hablado mucho de ellos, pero...
—¿Ellos?
—Sí, tengo dos hermanos, ¿recuerdas? Rúmil y Orophin.
Con algo de timidez, Baldor ensayó una reverencia ante el otro elfo, que lo miró extrañado, pero intentó una respuesta similar.
=La Dama Galadriel nos había advertido de tu llegada, hermano, pero no nos había dicho que vendrías con un... humano.
=Su nombre es Baldor, hermano y es mi pareja.
=¿Tu ...?
Pese a que Baldor no comprendía la mayor parte del diálogo, no pudo menos que notar el cambio en la mirada que el otro elfo le dirigió. Antes había sido precavida pero neutra; ahora era definitivamente escrutadora y fría.
=¿No hay suficientes elfos en Lothlórien, que tenías que buscar como pareja a un… humano?
=Sí hay bastantes elfos, y ninguno de ellos consiguió nunca darme lo que Baldor me da, así que te suplico hermano, que aceptes mi decisión.
Pero Rúmil no contestó en ese momento, y volvió a recorrer al muchacho con una larga mirada de evaluación. Por fin dijo algo que una vez mas Baldor no comprendió pero sonó ligeramente despreciativo, y luego se alejó entre las ramas del mallorn.
—No le agradé —dijo Baldor, a quien no había pasado por alto ninguno de los cambios de expresión en el rostro del hermano de Haldir.
—Está un poco asombrado por mi elección —dijo el elfo rubio, sin mentir del todo, pero un poco dolorido por la fría recepción que Rúmil había tenido con su pareja—. No te preocupes... Pasaremos la noche aquí, estaremos a salvo de orcos en este talan.
—Así que esto se llama talan —procurando no dar más importancia de la debida al suceso, Baldor recorrió la plataforma de madera, notando que no tenía barandillas, ni protección alguna—. Si crees que estaremos bien aquí...
—Claro, pequeño. Espera un momento, iré a buscar algunas cosas y te pondré cómodo.
Uniendo sus palabras a hechos, Haldir bajó por la escala y unos momentos después reaparecía con algunas cosas, entre ellas, una esterilla enrollada que Baldor había llevado para dormir y que era bastante amplia como para ambos.
Contento al ver que el elfo estaba tan activo y parecía haber recuperado su humor y su habitual galantería con él, Baldor lo dejó hacer. Nadie más apareció a hablar con ellos, pero Haldir no pareció preocupado, cenaron algunas de las provisiones que llevaban, y luego, el elfo rubio se acomodó en la esterilla y atrajo dentro de su abrazo al muchacho que de inmediato se acomodó al abrigo que se le ofrecía.
Consciente que la noche estaba fresca y que el joven humano sí resentía el frío, Haldir también había llevado una gruesa manta y con ella cubrió a su amado.
Antes de dormirse, Baldor comprobó con alegría que Haldir ya se había relajado en su descanso, y esta vez, sus ojos no estaban cerrados.
~o0o~
Pequeño y simple, casi minúsculo. Así se sentía Baldor en medio del esplendor de Caras Galadhon. Los árboles donde se alzaba la vivienda de la Dama De Lórien eran inmensos aún al lado de los que habían dejado atrás poco antes. Magníficos e imponentes, y las escaleras que circundaban los troncos grises hasta llevarlos a las partes más altas de sus copas, no hacían más que resaltar esa magnificencia.
Por no hablar de los bellísimos rostros que a cada paso giraban para echar una mirada confusa y extrañada sobre él. Cada vez que un elfo, ya fuese varón o mujer enfocaba su vista en él, Baldor contenía la respiración sin poder creer la espléndida hermosura en cada uno de ellos.
Cierto que él estaba acostumbrado a sentirse observado, pero no por ello dejaba de resultarle un poco incómodo, sobre todo porque en la ciudad, sabía que era observado por su prestigio, porque era un personaje reconocido; pero aquí, sabía que era pura curiosidad. Por curiosidad y porque todos observaban que Haldir mantenía su mano firmemente aferrada sin soltarlo ni por un segundo.
Los elfos que custodiaban el talan de la Dama de Lórien eran imponentes, altos y apuestos, aunque con un ramalazo de orgullo, Baldor se dijo que ninguno de ellos era tan apuesto como su elfo, que en esos momentos se inclinaba en una respetuosa reverencia ante la hermosa Dama Galadriel.
Una vez más, Baldor contuvo el aire en sus pulmones.
Ya había visto a la Dama de Bosque Dorado cuando aquella estuvo en Minas Tirith resolviendo el caso de Legolas, pero sólo la había visto de lejos, cruzando por un corredor. En ese momento le había parecido tan hermosa que ni siquiera se había atrevido a acercarse. Ahora esos centelleantes ojos celestes le dirigieron una mirada penetrante y profunda. Apenas consiguió mantener la vista en ellos, y tuvo que desviarla porque de pronto se sentía desnudo y desvalido ante ellos.
"Eres valiente, pequeño humano. Seguiste a Haldir hasta un sitio desconocido, dejaste atrás toda tu vida por seguir a mi capitán"
La voz resonó dentro de su cabeza, pura y cristalina, sólo por eso no infundió temor en el muchacho que se animó una vez más a intentar mirarla.
"Mi vida está donde él esté, señora."
"Tal vez eso no sea suficiente, pero hay cosas que pueden resultar diferentes a lo que pensamos. Vive en paz, Baldor, no seré yo quien interfiera en un sentimiento puro."
Con esas palabras, dirigió sus siguientes palabras a Haldir pero lo hizo en el dialecto de Lórien, por lo que Baldor quedó momentáneamente excluido de la conversación.
=Has puesto tu corazón en un mortal, Haldir. Supongo que has meditado mucho antes de tomar semejante decisión.
=Medité mucho antes de aceptarlo, señora; pero lo que siente mi corazón no pude meditarlo. El sentimiento se instaló allí, y no pude quitarlo.
=La vida humana es frágil y efímera. ¿Qué harás cuando él envejezca y muera?
=Baldor es joven aún, señora; incluso para los cánones humanos. Discúlpame, pero ¿también hiciste que Legolas considerara estas cosas antes de permitir su unión con Aragorn?
=No fue necesario. Aragorn tiene bastante sangre élfica en sus venas como para vivir mucho más que un humano común, pero Baldor no. Y temo que tu corazón se rompa cuando la vida de tu Baldor llegue a su fin.
Haldir meditó un poco lo que iba a decir, pero al final creyó haber encontrado las palabras adecuadas.
=Señora, alguien me dijo que la inmortalidad no sirve para nada si hay que vivirla en soledad, y ahora que tengo a Baldor, por fin comprendo lo que quisieron decirme. Prefiero el breve lapso de una vida humana en su compañía, que una eternidad sin él.
Entonces Galadriel sonrió a su capitán y volvió a hablar en la Lengua Común.
—Sean bienvenidos a Caras Galadon, Haldir y Baldor. Espero que puedas retomar pronto tu lugar en mi Guardia Personal, Capitán.
—Tan pronto como nos hayamos instalado, señora.
Con una leve inclinación de asentimiento, Galadriel se retiró, dando por finalizada la reunión y los guardias los escoltaron de regreso.
~o0o~
La mirada de Baldor ascendió a través del grueso tronco hasta la plataforma que reposaba en las poderosas ramas del mallorn. Habían salido del círculo central, donde residían la mayoría de los elfos que habían visto al llegar, alejándose bastante.
—Aquí viviremos —dijo Haldir sonriente—. Espera aquí.
Con una agilidad que dejó al muchacho totalmente sorprendido, saltó y se tomó de una rama baja, luego de hamacarse, comenzó a trepar hasta llegar arriba, desde donde hizo descender una escala similar a la que Baldor ya había visto.
Cuando el joven se aproximaba para empezar su ascenso, el elfo descendió. Antes que Baldor pudiese decir algo, Haldir lo aferró por la cintura y comenzó a subir sin esfuerzo aparente. De forma casi natural, Baldor se sujetó con fuerza a los hombros del elfo pero casi no era necesario. El brazo lo rodeaba con fuerza y firmeza; y solo lo soltó cuando sus pies se apoyaron en el talan.
El lugar era amplio, pero se veía que no había estado habitado en los últimos tiempos, lo que dio una pista al joven humano.
—No vivías aquí antes. ¿Estás dejando tu casa para venir conmigo?
—No, Baldor; estoy volviendo a casa para vivir contigo. Tienes razón, antes no vivía aquí. Vivía en el alojamiento de la Guardia, cerca del talan de la Dama Galadriel, junto con los otros guardias y mis hermanos. Este talan quedó vacío cuando mis padres partieron hacia Valinor. Este será nuestro hogar.
La implicación de esas palabras sacudió a Baldor.
Hogar.
La única imagen que él tenía en su memoria como 'hogar' era una visión ya borrosa de una casita rústica y pobre a las orillas del Anduin. Una casita donde sin embargo había sido muy feliz hasta la muerte de sus padres.
—Nuestro hogar... —murmuró, saboreando las palabras con un deleite tal que Haldir no pudo dejar de notarlo.
—Ven.
Haldir lo acarreó hasta otro sector, donde pondrían el dormitorio. Era amplio y fresco, la brisa traía el murmullo de las hojas, el trino de los pájaros y a lo lejos, también el canto de los elfos. Por unos instantes, Baldor cerró los ojos y se dejó mecer por los maravillosos sonidos. Los fuertes brazos de Haldir le rodearon la cintura desde atrás. Cuando Baldor habló, lo hizo con la tenue voz que el elfo amaba.
—Ahora entiendo muchas cosas. Entiendo que siempre seas tan calmado y apacible. La paz de este lugar influye en ustedes, o en casi todos ustedes —agregó recordando a Arwen, quien no parecía haber asimilado mucha de esa calma.
Giró dentro del círculo protector de esos brazos para quedar frente al elfo y enfrentar sus increíbles ojos grises. Algunas veces no podía creer que hubiese estado cerca de él durante cuatro años, de manera poco constante, es cierto; pero sin darse cuenta del lento entendimiento que se despertaba entre ellos. Y más tarde, la atracción. Aunque había estado tan disfrazada de compañerismo que desentrañar el sentimiento había resultado difícil. Después de todo, el detonante había resultado ser su ex 'protector'.
Ante el recuerdo, Baldor desvió la vista un segundo.
—¿En qué estás pensando, amor?
—En Dénethor.
La respuesta definitivamente consiguió asombrar al elfo y Baldor se apresuró a agregar el resto.
—Si él no hubiese sido tan horrible conmigo, tú nunca te habrías preocupado por mí.
—Eso no es cierto —aseguró el elfo, deslizando sus largos dedos a través de la espalda—. Siempre me preocupé, pero era distinto.
—Si tú lo dices...
—Claro que sí. Ahora vamos a acomodar este sitio y a limpiarlo un poco para instalarnos. Ya verás, seremos felices aquí.
—Estoy seguro, amor... Yo seré feliz en cualquier sitio si estás conmigo —aseguró Baldor, abandonándose al apasionado beso que siguió a esa declaración.
~o0o~
Baldor trazó con cuidado las letras que eran completamente nuevas para él. Todo lo que Legolas le había enseñado durante su estancia en Minas Tirith no era del todo útil, ya que en Lothlórien usaban otro dialecto élfico que ahora Haldir estaba enseñándole también. Miró a su alrededor, el talan era bastante espacioso, con mucha luz pero a Baldor le parecía inmenso cuando Haldir no estaba con él.
Los primeros días habían pasado muy rápido, entre los arreglos de la vivienda y la puesta en marcha de su vida en común en ese nuevo lugar. El elfo rubio había recuperado todo su vigor y de eso Baldor podía dar plena fe, ya que no había noche en que los suspiros y las ahogadas expresiones de placer no llenasen el aire. Era una suerte que ambos fuesen recatados a la hora del amor, aunque no por ello menos fogosos.
Después Haldir retomó su puesto como Capitán de la Guardia y con eso, algunas veces se marchaba al amanecer aunque el muchacho reconocía que siempre llegaba al talan de regreso antes que anocheciese. Sin embargo, era la tercera vez que el elfo había sido enviado a comprobar las custodias de las fronteras de Lórien y ésa era una tarea que no podía cumplirse en un día.
Después de muchas indicaciones, de muchas advertencias, Haldir estuvo fuera tres días completos.
Suspirando, Baldor recordó esos días sin su amado.
Era increíble cómo las vestiduras simples que usaban en el 'Barrio' se parecían a algunas de las que había visto usar al esposo de la Dama de Lórien. Cierto es que no lo había mirado demasiado para no parecer impertinente, pero sí se parecían. Así que en vista de eso, Baldor ajustó el cinturón para que ciñera bien y compuso su cabello lo mejor que pudo. No podía ni siquiera soñar en compararse con la hermosura de los elfos que había visto el día de su llegada, pero al menos trataría de no desempeñar un pobre papel.
"Si te aburres cuando yo no esté, busca a mi hermano en Caras Galadon, él puede guiarte".
Aunque la idea de ir solo a ese sitio le parecía un tanto temeraria, Baldor no se amilanó. Quería adaptarse a esa vida, quería compartir todos los aspectos de la vida de Haldir y demostrarle que podían ser felices allí; así que resueltamente, tomó aire y se puso en camino.
Llegar no resultó difícil, y aunque el sendero hasta la entrada de la ciudad propiamente dicha, estaba un poco solitario, Baldor sabía que no estaba solo, que los elfos vigilaban mucho las zonas cercanas a la morada de la Dama.
No había tenido real conciencia de lo que significaba entrar allí hasta que lo hizo sin la compañía de Haldir. Intentó no prestar atención a los rostros que se volvían para observarlo y al murmullo tenue, casi inaudible, pero murmullo al fin, que se levantaba cuando él pasaba.
'Engwar…'
'Engwar…'
Y como él no sabía qué significaba, decidió ignorarlos.
Cuando el primer guardia lo detuvo frente al inmenso mallorn en el cual habitaba la Dama de Lórien, Baldor apenas consiguió murmurar el nombre del hermano de Haldir, sin estar por completo seguro de haberlo pronunciado bien, pero al parecer el elfo lo comprendió y por señas le indicó que esperase allí. Unos minutos más tarde, Rúmil descendía por los peldaños con aire marcial y distante. Baldor no pudo evitar recordar que Haldir se veía igual de arrogante ante extraños. La voz del elfo luchó un poco con la Lengua Común para hacerse comprender.
—¿Acaso te has perdido y no encuentras el camino de regreso al talan?
Baldor prefirió ignorar el tinte ligeramente divertido que creía notar en esa pregunta y los modos que no parecían para nada amables. Ya había llegado hasta allí, tenía que continuar.
—Yo... Haldir me explicó cómo son las cosas aquí... Y yo... Bueno, yo quería saber si había algo que yo pudiese hacer...
Tal como el día de su llegada, la mirada del elfo lo recorrió de pies a cabeza antes de hablar.
—Así que te habló de los talleres. Bien, no tengo mucho tiempo, pero puedo llevarte hasta ellos y veremos.
Rúmil inició la caminata alejándose del mallorn principal rumbo al perímetro exterior mientras que Baldor trataba de seguirlo, lo cual no era fácil considerando el paso elástico y ágil del elfo. A través del círculo de árboles blancos que marcaban el límite externo, el muchacho vio el prado y más atrás algunos terrenos que parecían sembrados.
—Haldir dijo que no tenías buena salud, que habías sido herido y por eso no convenía que hicieras esfuerzos, así que supongo que no podrás ser de ayuda en los campos.
—Eso fue hace tiempo. Soy fuerte y ya estoy recuperado —explicó Baldor.
—Si algo te sucede mientras Haldir no está, no seré yo quien cargue con la responsabilidad. Cuando él regrese me dirá si puedes o no con algo así. Llegamos.
El elfo se detuvo de pronto junto a un grupo de árboles cuyas escalas parecían perderse en las alturas. La vista del muchacho ascendió hasta las verdes copas y topó con los talans que se resguardaban allí. En murmullo suave y casi melodioso bajaba desde lo alto y en ocasiones incluso algunas voces también se oían cantando.
—Aquí están el talan donde nuestros elfos copian algunos de los libros que nos llegan desde tiempos remotos, para que no se pierdan. ¿Haldir te ha enseñado nuestra lengua?
—Un poco... pero aún no la domino... Yo estaba aprendi...
—Bien, entonces no te pondré aquí. Es necesario que nada perturbe la tranquilidad en este talan... Y no creo que tengan tiempo de enseñarte todo desde el principio. Veamos... —el elfo no pareció notar que el muchacho no había terminado de hablar y caminó hacia el siguiente árbol—. Aquí están los talleres donde confeccionamos nuestras telas y se cosen nuestras ropas. ¿Puedes manejar un telar? No es difícil.
—No, pero sé cos...
—Bueno, probaremos con otra cosa —interrumpió Rúmil y continuó caminando unos metros más obligando a Baldor a seguirlo sin darle opción a terminar de hablar. Pareció meditar un poco al mirar el siguiente talan y luego siguió adelante.
— ¿Qué hay aquí?
—Aquí es donde hacen el 'lembas'. ¿Haldir te habló de eso? Es necesario hacerlas para las tropas que viajan a custodiar las fronteras de Bosque Dorado, pero sólo las mujeres saben prepararlas. Veamos aquí... Es donde se hacen los arcos y las flechas. Se elige la madera adecuada y se tallan con cuidado y esmero. Cada arco lleva mucho tiempo, pero podrías afilar las puntas de las flechas si sabes tallar. ¿Sabes?
Consternado y afligido, Baldor negó en silencio. La mirada reprobatoria lo hizo sentir mucho más que inútil, y de buena gana hubiese salido corriendo de allí de no ser porque Rúmil continuó hablando, al parecer haciendo un recuento sistemático de todas las cosas que no podía hacer.
—No sabes nuestra lengua. No sabes usar un telar, no puedes usar herramientas para tallar... —de improviso dio un paso hacia él y le tomó las manos inspeccionándolas con mucho detenimiento—. Son suaves. Nunca has hecho tareas manuales, así que no perderemos más tiempo en esto, muchacho. Allá están los talans donde se hace orfebrería y también donde hacen los muebles para los talans... Como supongo que no sabes hacer ninguna cosa útil, elige el que quieras y tal vez alguno de los elfos que esté desocupado pueda iniciarte en cualquier trabajo. Yo debo regresar a la guardia, no puedo quedarme más.
Antes que Baldor pudiese decir alguna cosa, el elfo se alejó a grandes zancadas, como si estuviese enfadado con él, y el muchacho se quedó solo en medio de aquellos grandes árboles sin saber qué hacer.
"Pero nadie más sabe hablar la Lengua Común... Y yo todavía no sé hablar su lengua..."
Hubiese debido subir a alguno de ellos y así demostrarle a ese elfo mal educado que al menos podía intentarlo pero se sentía realmente inútil y sin valor. Nunca como en ese momento tuvo tan en cuenta que todas las cosas en las que se había esforzado tanto durante su corta vida, no servían para nada. Él mismo se lo había dicho a Haldir cuando aquel lo instaba a dejar su vida en el Barrio...
"Soy un inútil, Haldir... No sé hacer nada, no tengo un oficio... Las cosas que sé hacer no sirven de nada afuera..."
Ahogando lo miserable que se sentía, giró y buscó el camino de regreso a su talan.
~o0o~
Todavía triste, Baldor recordó que se había pasado todo lo que quedaba de ese día y la mayor parte del día siguiente en cama, rumiando su aparente inutilidad. Después recordó que Haldir estaría fuera tres días y regresaría durante una noche antes de volver a salir hacia otra frontera durante dos días más. Eso no le dejaba mucho tiempo libre para preparar el sitio, aunque estaba bastante ordenado, Baldor quería que estuviese impecable y también quería preparar algo especial para la cena de Haldir. Era bastante competente en ese tema si bien pocas veces lo había usado con Denethor, pero Sati le había enseñado a preparar cosas muy ricas con las que planeaba agasajar a su amado.
Lo malo del asunto es que no disponía de los ingredientes que hubiese precisado para preparar lo que quería. Había hecho una lista de lo que iba a necesitar y uno por uno había ido tratando de reemplazar los ingredientes por otros que tal vez pudiese encontrar en la despensa donde los elfos guardaban las provisiones comunes y donde solamente tenían que ir y solicitar lo que les hacía falta.
El muchacho recordaba con claridad la ocasión en que habían ido juntos a ese lugar. Haldir se había sujetado una enorme canasta con correas a la espalda y habían caminado hasta un sitio cercano a los talans que Rúmil le había mostrado el día anterior. La despensa común estaba ubicada en uno de ellos, y con un suspiro de agradecimiento, Baldor comprobó que ese lugar tenía escaleras adosadas y no escalas de sogas. Una vez allí, una elfa amable les había provisto de todo lo que Haldir le había pedido no sin antes dedicar una larga y apreciativa mirada al humano que lo acompañaba. Demasiado entusiasmado con lo demás, Baldor prefirió no pensar en eso por demasiado tiempo. Con la canasta rebosante de provisiones, volvieron a casa, donde juntos habían sacado todo y acomodado en el lugar respectivo.
"Pero ahora no estás para acompañarme..." pensó, triste una vez más pero de inmediato se sacudió ese pesar.
Podía preparar algo muy lindo y delicioso para recibir a Haldir y ese pequeño obstáculo no iba a estropearle la idea. Buscó la canasta, revisó las correas y se la acomodó a la espalda. Tuvo que ajustarla un par de veces antes que quedase cómoda para él, pero finalmente quedó bien y él pudo descender por la escala, luego de lo cual se puso en camino una vez más.
Tal vez se estaba poniendo paranoico, pero tenía la sensación que siempre lo estaban mirando, que siempre había alguien vigilando sus pasos. Hasta hubiese podido jurar que había escuchado sonidos cercanos, pero sabía que eso era poco probable, casi imposible considerando que casi nunca había podido escuchar a Haldir cuando aquel se acercaba a él a hurtadillas. Interiormente, agradeció que el camino hacia el talan de la despensa estuviese alejado de los más habitados, así no tenía que escucharlos murmurar cuando él pasaba.
=Engwar, engwar... = decían las voces en cuanto él pasaba y por muy hermosas y dulces que fuesen las voces, Baldor se sentía aislado y vulnerable entre todos ellos.
Sólo cuando estuvo allí, frente a la misma elfa hermosa que había visto antes, se dio cuenta que le sería muy difícil hacerle comprender lo que necesitaba. Ella no hablaba la Lengua Común y él aún no dominaba el dialecto. Durante unos minutos intentó hacerse entender pero al cabo de algunos intentos resultó evidente que eso iba a ser imposible. Sin embargo ella no se dio por vencida y por señas le pidió que esperase un poco, saliendo del talan a toda prisa. Cuando la vio regresar acompañada, hubiese preferido quedarse en casa.
—¿También tienes problemas para buscar sustento, muchacho? —dijo Rúmil y su voz volvió a sonar burlona y fría.
—Para encontrarlo, no; sólo para que alguien comprenda lo que necesito —contestó de un modo mucho menos amable de lo que se proponía en primera instancia.
—Tendrás que aprender nuestra lengua o te resultará imposible seguir aquí —dijo mientras miraba la lista escrita por Baldor y empezaba a seleccionar cosas de distintos cestos y envases con diferentes contenidos que iba colocando en una mesa grande frente a ellos.
—Cuando Haldir regrese seguirá enseñándome.
—Sí, supongo que lo intentará.
La conversación pareció morir en ese punto y Baldor no hizo ningún intento por continuarla, de hecho detestaba genuinamente haber tenido que depender otra vez de ese elfo también para eso y lo que más detestaba es que fuese hermano de Haldir. De haber sido otro, no hubiese dejado que le trataran con tanto desprecio, pero lo último que quería era provocar una disputa entre hermanos, así que respiró hondo y se aguantó. Unos minutos después había una enorme pila de cosas sobre la mesa.
—Eso es todo, creo —comentó Rúmil y dejó que el muchacho viese lo que era más evidente.
"No podré llevar todo eso" pensó Baldor.
Por supuesto, Rúmil no podía haber elegido una manera mejor de mostrarle que él era un simple humano, que no tenía la fortaleza de un elfo y que nunca, ni en sus mejores sueños podría acarrear una canasta que contuviese todo eso. Y no es que necesitase demasiadas provisiones para dos, pero era claro que los elfos no se preocupaban por disponer las cosas en envases pequeños, todo tenía un tamaño superlativo. De nuevo, Baldor deseó que Haldir estuviese con él.
"Pero no está, y voy a arreglarme solo" se dijo y resueltamente bajó la canasta.
Separó todo en tres partes tratando de sopesar cada objeto y que los tres montículos pesaran más o menos lo mismo, tal vez no podía llevar todo de una sola vez, pero podía hacer tres viajes. Cargó la canasta con cuidado y se la acomodó a la espalda. Igual era bastante pesada, pero al menos parecía ser un peso que él podía manejar. Compuso su expresión más amable y con ella se dirigió al elfo que lo miraba escéptico.
—Gracias por tu ayuda, luego volveré por el resto —dijo y también le dedicó una sonrisa a la elfa para luego salir de la despensa.
Prefirió no ceder a la tentación de volverse a mirar a Rúmil, sabía que con seguridad tendría la misma expresión despectiva que tenía cada vez que lo veía. Lo mejor era que reservase sus fuerzas para ese trayecto y los otros que tenía por delante.
Por fortuna no había ascensos en el camino ni senderos empinados porque eso hubiese sido demasiado. Al llegar, Baldor descargó la canasta y miró hacia arriba, su próxima meta era llegar al talan y por supuesto no era de esperar que él pudiese ascender por la escala de soga con la canasta a cuestas, si a duras penas podía subir él mismo pese a que Haldir había hecho nudos en todo el trayecto de la misma para facilitarle la tarea.
Mientras recuperaba el aliento, puso a funcionar su cabeza, después de todo si bien no tenía la fuerza, tenía inteligencia suficiente como para superar ese escollo. Recordó las sogas que Haldir guardaba en el talan y eso le dio una idea. Dejó la canasta a un lado, subió y encontró unos cuantos tramos que unidos podían ser útiles. Había pocas cosas que recordaba de su niñez junto a sus padres, pero una de ellas era hacer nudos, cosa muy útil para remendar redes, así que unir los trozos de cuerda fue fácil. Después bajó otra vez y simplemente ató un extremo a la canasta y la izó utilizando su propio peso para ello. Pese a todo el procedimiento que le había demandado, había conseguido llevar la canasta por sí mismo.
"Ahora sólo me quedan dos viajes".
~o0o~
Baldor despertó muy dolorido cuando el sol ya estaba alto.
El último viaje había sido agotador y subir la canasta fue casi un milagro. Ni siquiera le sacó lo que contenía, la arrastró hasta el interior de la vivienda y la dejó en un rincón, después de lo cual se arrojó sobre la cama así como estaba para descansar. Se había dormido de puro cansancio, pues no estaba acostumbrado a ese tipo de exigencias físicas.
El dolor en los hombros y la espalda fueron más que evidentes cuando se puso de pie pero la ilusión de poder llevar a cabo su idea pudo más que el dolor. Más lentamente de lo que hubiese querido, empezó a sacar todo lo que había llevado y a guardarlo. Al menos lo que iba a preparar no era demasiado complicado y estaba seguro que le salía muy bien, aunque la tarea le llevó buena parte de la mañana.
Finalmente, bastante cansado pero complacido observó su obra.
No había rastros de la odisea del día anterior. El ambiente estaba fresco y ordenado y Baldor había dispuesto la mesa con algunas de las cosas que había traído desde Minas Tirith, regalo de sus maestros y amigos del Barrio. La vajilla no era de metal como solían usar en la ciudad, sino de una especie de cerámica muy fina, pintada a mano.
Había distintas clases de platos dispuestos cada uno en un recipiente separado cuidando no sólo la combinación de los sabores, sino también de los colores para que todo no solamente supiese bien, sino que se viese bien. Tal como le habían enseñado para halagar la vista y el paladar. Como el elfo tenía que partir al amanecer siguiente, Baldor prefirió reservar el vino para cuando regresara para quedarse y ambos pudiesen disfrutarlo sin preocupaciones.
"Ahora tengo que prepararme" se dijo, ilusionado y ya olvidado de todo cansancio.
—Oh, cielos...
El enorme y pulido espejo de plata le estaba devolviendo la imagen de las marcas rojizas en sus hombros, las marcas que habían dejado los tres viajes cargando una canasta con más peso de la que Haldir le hubiese permitido llevar, y Baldor supo que si el elfo las veía, empezaría a preguntar hasta que no tuviese más remedio que decirle.
—Si no las ve, no preguntará —le dijo al reflejo dándole la espalda para ir a asearse.
Y mientras lo hacía, pensó que tendría que utilizar algunas de las tácticas de distracción que dolorosamente había aprendido a usar con Dénethor.
~o0o~
A Haldir nunca le había molestado inspeccionar los puestos de las fronteras y de hecho, lo hacía con más regularidad que muchos de los otros capitanes, pero eso era antes. Antes que tuviese que dejar a Baldor solo en el talan, esperándolo; en realidad, antes que tuviese que pensar en que alguien lo esperaba. Siempre le había resultado un alivio salir al bosque abierto durante largos días, dormir bajo el cielo estrellado si el tiempo era bueno o buscar algún tronco hueco donde guarecerse si llovía, caminar en silencio escuchando los sonidos a su alrededor, el viento, los pájaros.
"Pero ahora es distinto..." se dijo, apresurando el paso otra vez.
Había evitado ir a los talans de los guardias para que no lo entretuviesen, después de todo, podía presentar el informe final cuando regresase en dos días. Salió al claro y se detuvo en seco.
Era el único talan habitado en esa zona y era así porque antaño, a sus padres les gustaba de esa forma, pero cuando aquellos partieron a Valinor y les dejaron ese lugar, ninguno había podido seguir viviendo allí mucho tiempo más. Quedaba un poco alejado de los mallorn de Caras Galadon y finalmente los tres hermanos habían terminado por mudarse a los talans que compartían todos los guardias de la Dama de Lórien. De allí en adelante, Haldir había evitado de forma categórica pasar cerca del lugar porque lo entristecía un poco, pero ahora alzó sus ojos hacia arriba y vio la plataforma tenuemente iluminada por las luces que llegaban del interior de la vivienda y sonrió complacido, sintiendo un agradable calor interior.
Sabía que eso era porque Baldor estaba allí y estaría esperándolo, y lo recibiría con su acostumbrada alegría serena.
"Sí, es distinto esta vez" pensó tomándose de la escala y trepando con agilidad. "Tengo que poner una escalera con peldaños para que Baldor pueda subir cómodamente. Lo haré en cuanto regrese..."
Arriba, en la estancia, las pequeñas lámparas de aceite iluminaban todo con una claridad dorada íntima y delicada, y una vez más Haldir respiró con inefable placer el aroma a hogar que ahora desprendía ese sitio.
—¿Baldor...? —llamó y segundos después desde la habitación, apareció el muchacho con su sonrisa pequeña y leve y su andar pausado, tranquilo.
En su interior, Haldir se preguntó si no habría alguna pequeña gota de sangre élfica en Baldor, nunca había visto un humano que pudiese moverse con tanta serenidad y gracia. O hablar con voz tan clara y leve a la vez.
—Por fin... Te estuve esperando, amor —dijo el muchacho y se acercó hasta quedar frente a él, aunque para poder echarle los brazos al cuello y ofrecer sus labios, tuvo que empinarse un poquito.
Cualquier tipo de cosa que el elfo tuviese en la mente, se borró en cuanto puso sus manos en las caderas del muchacho y lo atrajo hacía sí para poder besarlo con comodidad. Afanosamente buscó el ingreso a su boca, ingreso que no fue objetado, sino recibido con evidente placer. De forma nublada y lejana, Haldir se dijo que podía dedicarse a esa actividad durante todo lo que quedase de su élfica existencia. Pero ambos necesitaban respirar, eventualmente, así que por fin tuvo que soltarlo aunque lo mantuvo cerca, muy cerca y husmeó con codicia el perfume de la piel del muchacho.
—Me retrasé un poco, lo siento, amor —murmuró Haldir, hablando contra la piel del hueco del cuello—. ¿Esperaste mucho?
—Yo esperaría todo el tiempo que hiciera falta, Haldir.
Sólo entonces el elfo lo alejó un poquito para poder contemplarlo y de nuevo extasiarse, aunque en ese momento, los extasiados fuesen ambos.
Él sabía que la mayoría de los elfos no encontrarían atractivo a Baldor, pero no porque no lo fuese, sino porque gran parte de ellos pensaban que los humanos eran seres toscos, sin gracia ni modales, sin educación, casi incivilizados. Con una pequeña sonrisa, Haldir pensó en Aragorn y sus modales montaraces comparándolos con las exquisitas maneras de su Baldor. Realmente esperaba que Legolas pudiese hacer algo bueno con el carácter de su amigo y que le civilizara un poco los modales.
"Cuando conozcan a Baldor sabrán que hay humanos distintos... Al menos tendrán que admitir que no todos son así como ellos piensan."
—Estás más lindo que cuando me fui —aseveró, mientras sus dedos acomodaban algunos mechones de cabello castaño que él mismo había alborotado—. O será que te extrañé mucho...
—No más que yo —contestó Baldor, ruborizado y feliz de que su amado por fin hubiese vuelto—. Preparé algo rico para esperarte y cenar juntos...
—No sabía que supieras cocinar.
—No sé mucho... —admitió Baldor—. Sati me enseñó algunas cosas por si algún día Den... por si algún día necesitaba hacer algo mientras ella no estaba.
—Perfecto. Entonces, ¿me esperarás unos minutos más, hasta que me asee y me ponga presentable para la cena?
—Pero si estás presentable —Baldor lo miró apreciativamente, no parecía que el elfo hubiese hecho un largo camino, y el muchacho se preguntó si alguna vez llevaba a despeinarse siquiera—. Estás tan atractivo como siempre... pero imaginé que querrías eso, así que ya preparé tus cosas.
Baldor se desembarazó de los fuertes brazos del elfo y tomándolo de la mano, lo condujo hasta la habitación donde ya había dejado todo listo para que aquel se aseara e incluso una muda de ropa dispuesta y lista.
—No tenías que hacer todo esto, Baldor.
—Sí, sí tengo, porque tú eres mi 'danna' y yo lo hago con muchísimo placer —comentó el muchacho al tiempo que intentaba ayudarle a quitarse la túnica.
—Prepara las cosas para la cena, amor, yo puedo hacer esto solo.
—Como quieras, Haldir.
Baldor le obsequió un besito leve antes de salir de la habitación mientras Haldir se desembarazaba de su ropa y trataba de calmar la momentánea desazón que le habían causado las palabras de su amante.
Sabía que para Baldor, él era su protector, su 'danna', pero inevitablemente el elfo asociaba esa palabra con aquel desgraciado de Denethor y entonces, toda su sangre fría se esfumaba ante el recuerdo de las infamias y la violencia que ese hombre había sido capaz de ejercer con el muchacho. Pero había más que eso y Haldir supo qué era.
A diferencia de Aragorn y Legolas, ellos no estaban casados. Baldor era su amante, no su esposo, ni su consorte y sabía que él mismo era el único culpable de eso. No había hablado de ese tema con la Dama Galadriel porque tenía temor que ella pusiese en palabras lo que tanto temía: que no podía permitir ese enlace debido a que Baldor era humano. Ya lo había dado a entender en la primera conversación que habían sostenido, pero la negación no había sido firme. Haldir pensó en ese momento, en todas las atenciones y el amor que Baldor le daba, y decidió que el muchacho no merecía eso.
"Hablaré con Lord Celeborn y la Dama Galadriel en cuanto regrese de la frontera. Y si no quieren aceptar a mi Baldor, nos iremos donde sí lo hagan. Hay muchos bosques en la Tierra Media... Estoy seguro que en Eryn Lassgalen seríamos bien recibidos."
Con la conciencia tranquila por la decisión tomada, terminó de asearse y se vistió pensando al mismo tiempo en que hubiese podido ahorrarse ese paso, puesto que planeaba cenar algo para no desilusionar a Baldor, pero su idea principal consistía en saltarse el asunto de los alimentos y tomar el postre directamente.
Y por supuesto, el postre tenía cabello castaño y adorables ojos marrones.
~o0o~
Baldor regresó a la cama cuando perdió de vista a Haldir, que había vuelto a partir. Se arrebujó entre las mantas que el elfo había puesto aunque de hecho él no las necesitase, sabía que el muchacho sí. Después de todo no había sido difícil mantenerse con una camisa leve encima, había elegido una prenda de tela delicada y casi transparente, tan sugestiva que era una maravilla verla sobre la nacarada piel del muchacho y Haldir había estado encantado al descubrirla debajo de sus ropas, así que era claro que no había puesto ningún reparo en que la conservase puesta mientras lo poseía.
Se acomodó en el sitio que había ocupado el elfo y aspiró el aroma que había dejado el cuerpo de su amado, tratando de mantener también el calor de ese sitio con su propio calor.
"Sólo son dos días" pensó Baldor. "Y me prometió que no tendrá que irse en mucho tiempo después que haya terminado estas inspecciones."
Lo bueno de todo era que no tendría que volver a los talans porque tenía provisiones suficientes y quería a toda costa, evitar encontrarse otra vez con Rúmil. Cuando Haldir estuviese de regreso, seguiría enseñándole el idioma y le demostraría a ese elfo que él era inteligente y podía aprender rápido cualquier cosa que se propusiera. Había aprendido bastante bien el sindarin que Legolas le había enseñado, también podría aprender este dialecto.
Con una sonrisa satisfecha, Baldor pensó en la mirada de asombro de Haldir cuando entró en la estancia y vio la mesa lista y todas las cosas ricas que había preparado para él. Por supuesto estaba seguro que los planes originales del elfo no eran dedicarle demasiado tiempo a la cena, pero se sentía conforme porque al final, Haldir había probado todo y todo le había parecido delicioso.
"Incluso yo..."
El calor le subió al rostro al recordar la noche transcurrida, la manera en que el elfo le hacía el amor, con tanta pasión y destreza, pero supo que debía estar ruborizándose aún más al recordar la manera en que él mismo respondía a eso. Parecía que el elfo conocía con exactitud qué partes tocar y en qué momento hacerlo para que su control se esfumase en incontenibles gemidos de placer. En esos instantes, Baldor no era dueño de su garganta, no podía detener la marea de sensaciones que lo inundaban a medida que las manos del elfo lo recorrían.
—Te amo, Baldor... te amo... —había dicho Haldir luego de estallar en su interior, mientras continuaba besándolo hasta que él pudiese recuperarse lo suficiente como para contestar.
Apretando contra sí la almohada que todavía tenía el tenue perfume de la piel del elfo, Baldor también contestó antes de volver a dormir tal como había contestado la noche anterior.
—Te amo, Haldir...
~o0o~
Era una suerte que todo el trayecto no fuese tan largo en esa ocasión, y Haldir se encontró recorriéndolo sin pausas, atento y a buen paso como siempre, pero sin detenerse como solía hacer antes. Le había costado un esfuerzo inimaginable separarse de Baldor y partir, todavía sentía en su piel el calor del cuerpo del muchacho, su entrega apasionada y calmada durante la noche transcurrida y deseaba con todo fervor volver a él lo más pronto que pudiese. Aunque no hubiese enemigos poderosos de los cuales preocuparse, los puestos de frontera continuaban siendo inspeccionados regularmente, pues los orcos no dejaban pasar ocasión de intentar incursiones en Bosque Dorado.
No había nada que objetar en ese puesto y eso lo tranquilizó. Hubiese debido descansar esa noche, pero no tenía sueño y el elfo supo que no conseguiría descansar de la forma adecuada hasta que no regresase a casa, de manera que se dedicó a pasear a la clara luz de la luna, que estaba tan brillante que ni siquiera hacían falta faroles o lámparas. Hubiese podido subir a alguno de los talan que vigilaban los guardias, pero no quería participar en las charlas que siempre se suscitaban en esos sitios. No eran malas pero siempre había preguntas y con todas las cosas que habían sucedido en Minas Tirith, con seguridad no iban a dejarlo en paz en toda la noche. Así que Haldir buscó un sitio mullido, un confortable asiento de hojas secas y allí se sentó a contemplar la noche. Las voces le llegaron desde lo alto con muchísima claridad.
=No ha cambiado tanto...
=Sí lo ha hecho, créeme... Yo conozco al capitán Haldir desde hace siglos y no es el mismo, ese humano debe tener alguna clase de poder que ejerce sobre él.
=Los humanos no tienen poderes —dijo razonablemente la primera voz, que Haldir identificó con uno de los elfos que había encontrado durante la ronda de la tarde.
=Mi amigo Salmar estuvo en Caras Galadon y regresó hace unos días... Es amigo de Rúmil, el hermano del capitán Haldir y me contó que ese humano no es gran cosa... Un muchachito joven, bastante bonito pero al parecer sin ninguna habilidad útil... Su propio hermano no se explica qué fue lo que el Capitán vio en ese humano.
=Tal vez sí tenga habilidades y es cuestión que le permitan demostrarlas. No creo que el Capitán eligiese a alguien inútil o poco inteligente.
=Sí claro... tal vez sus 'habilidades' no pueden ser demostradas más que al Capitán Haldir... ya sabes lo que dicen de los hombres jóvenes de Minas Tirith... —lo que siguió a eso fue susurrado en voz tan baja que ni siquiera los aguzados oídos de Haldir pudieron oírlo, pero por las risas que surgieron luego, casi estuvo agradecido por ello, ya que estaba seguro que era algo que podía ofender el buen nombre de Baldor.
=Por lo que yo he oído, eso, sólo lo hacen cierta clase de hombres.
=Y por lo que yo he oído, ese humano era uno que se dedicaba a esa clase de oficio.
=Debes estar equivocado, el Capitán nunca se uniría a un humano que hubiese ejercido una actividad de ese tipo...
=¿Y por qué crees que no se ha casado con él? Según dijo Salmar, viven juntos pero el capitán no ha solicitado a Lord Celeborn el permiso para hacerlo su esposo, así que todo concuerda a la perfección. Yo creo que no debes perder las esperanzas, Ingwë... Cuando el Capitán se canse de esas 'habilidades' lo devolverá a la ciudad de donde lo trajo y buscará un elfo o una elfa con quien pueda unirse sin sentirse avergonzado...
Lentamente, buscando calmar la intensa furia que empezaba a crecer dentro de su pecho, Haldir se puso de pie, ansiando gritar a toda voz que Baldor no era 'ese tipo' de hombre, que tenía muchas habilidades que nadie conocía, que él no se sentía avergonzado de la pareja que había escogido y nunca lo 'devolvería' a la ciudad de donde había venido. Pero no lo hizo porque la culpa de lo que había oído era en gran parte, suya.
Lo que él hubiese debido hacer, era solicitar el permiso para casarse con Baldor en cuanto llegaron a la ciudad sin detenerse a considerar ninguna otra cosa, y tal como había pensado, si no le concedían ese permiso, irse a otro sitio donde pudiesen aceptarlos a ambos. Ahora, muchos pensaban cosas equivocadas acerca de Baldor y consternado, Haldir no quiso ni siquiera imaginar lo mal que se sentiría el muchacho si llegaba a oírlas. Esperar había sido un error y en ese instante, lo vio con claridad pero también vio el modo de remediarlo. En cuanto la claridad del día llegase, haría la última ronda de inspección y regresaría. No iba a dejar que nadie pensara mal de Baldor.
Continuará…
