Disclaimer: nada de lo que reconozcáis es mío.
Un mini mini shot sobre Oliver Wood y cómo volar en una escoba puede hacer feliz a un crío de 9 años.
Cosas de críos
Un vacío en el estómago, la sensación de vértigo en la garganta y los ojos entrecerrados. La sonrisa pugnando por quedarse dibujando su cara, sin importarle demasiado que la velocidad quisiera dejarle una mueca extraña.
Aquello era la felicidad.
Podía sentirla en el viento golpeándole en el rostro. Aunque no pudiera asegurar sus pies en el suelo, aunque las manos le dolieran de sujetarse con fuerza a la escoba. Tenía nueve años y Oliver acababa de descubrir que no había felicidad comparable a la de volar sobre una escoba.
El miedo inicial al ver a su padre demasiado pequeño y la impresión de que en cualquier momento se escurriría y se estamparía contra el suelo había desaparecido a los pocos minutos. Como si nunca hubiera existido.
De pronto lo único que quería era que todos los días fueran sábados y domingos. Quería ser mayor, como aquellos jugadores de quidditch que volaban en círculos en los póster de su habitación. Quería tener una quaffle de verdad, no aquella pelota pequeña que su abuela le había regalado la Navidad anterior. Ya hasta le daba igual si sólo conseguía chispas rojas y un poco de humo cuando su madre le dejaba usar su varita para practicar.
Por supuesto nunca más volvería a montar en aquella escoba de niños que no ascendía más de un palmo del césped. Se lo tendría que comunicar a su padre en cuanto bajara. Ya tenía nueve años y no podía seguir volando con aquel juguete, si es que a aquello se le podía llamar volar. No, él ya era un niño mayor, así que le pediría que compartieran escoba. No de vez en cuando sino siempre. O al menos hasta que cumpliera los diez y pudiera pedirse una propia. Para cuando llegara aquel día Oliver se encargaría de que nadie recordara el juego de Gobstones que había estado pidiendo durante semanas.
Lo único que querría a partir de entonces sería una escoba y entradas para otro partido de quidditch. No podía creer que la primera vez pensara que aquel deporte era demasiado arriesgado para su gusto. Cosas de críos, sin duda.
En realidad jamás contó eso último, a nadie. Nunca. Prefería seguir siendo Oliver Wood, fanático del quidditch, antiguo capitán del equipo de Gryffindor, ganador de la copa del colegio. Un prometedor guardián de la liga inglesa.
Un nombre grabado para siempre en la copa de plata.
