Tan solo otro día en la fría y lluviosa Inglaterra. Especialmente frío para principios de setiembre tal vez, incluso para aquellas latitudes, pero nadie le daba más importancia de la necesaria a aquel fenómeno. Después de todo, la gente era incapaz de ver lo que tenía más allá de sus propias narices.

El día anterior, unas elecciones anticipadas por culpa de un caso de corrupción en el senado habían desatado una tormenta política que había durado casi dos meses, agitando de norte a sur al país, pero de todas formas, a nadie le pareció importar aquello más que la subida de los impuestos. Las calles de las grandes ciudades estaban aun empapeladas de panfletos llenos de promesas y charlas moralistas que la mayor parte de la población sabía a ciencia cierta que no se cumplirían jamás.

Aquellos últimos días, en que la vida parecía transcurrir completamente normal, habían sido una auténtica locura. Y no se trataba del ganador del bote acumulado de la Lotería, que había prometido donar la mitad del premio a asociaciones benéficas pero había desaparecido con cierta mujer y todo el dinero, dejando una mujer y dos niños que aparecían llorando cada día en las noticias de las nueve. No se trataba del concierto de los Psycko Penguins, un nuevo grupo que había despegado de forma meteórica en el último año. No, la vida era completamente normal. En sus calles grises y adoquinadas, con las nubes como tejado. Sombras en cada rincón. Mary, la pastelera de la calle Baker, leyendo su libro favorito mientras esperaba que su prometido la fuera a buscar al trabajo.

Inglaterra seguía su curso normal. El mundo seguía girando. Pero cada día, más y más desapariciones tenían lugar.

Al principio, la policía supuso que se trataban de coincidencias. ¿Quién no habría pensado eso? Las desapariciones no se limitaban a una sola ciudad, ni tan siquiera únicamente al País. Pero las desapariciones empezaron a dar paso a los asesinatos, a las amenazas y, en el oscuro final, a los hechos paranormales; autobuses en los que el interior se había fosilizado, dejando a los pasajeros atrapados como mosquitos en ámbar, edificios enteros desapareciendo del horizonte de las ciudades.

El caso más melodramático se dio a principios de Julio cuando el río Támesis se tiñó completamente de rojo, en los que todos los diarios se afanaron en describir en sus portadas como "El río de sangre", "El Apocalipsis rojo" y un sinfín de tonterías.

Si alguno de ellos supiera la verdad, tal vez auténtica sangre se vertería. Si alguno de aquellos Muggles, aquellos no-magos tuviera una noción real de todo aquello que escapaba a su control, el pánico daría paso a una anarquía de la cual tal vez, el país, no saldría precisamente indemne.

El mayor deseo de seres que ignoran para alcanzar la felicidad, es aprenderlo todo. Aquello que desconocen, les asusta; y aquello que les asusta, lo destruyen. Tal vez uno podría pensar que aquella era una característica engendrada en los seres humanos débiles, malvados o avariciosos, pero tristemente se trataba de algo común e inherente a nuestra especie, característica ocultada tras toda nuestra "ciencia", nuestra "sociedad" y nuestra "moral".

Pero, a pesar de todo, la vida continuaba, plácida y tranquila.

Y en algún lugar de Inglaterra, donde la mayoría no podría acceder jamás, un tren estacionaba entre diluvios y relámpagos, pero también entre felicidad y risas. El rojo metal del expreso relucía ante los estallidos repentinos de los rayos que caían en una tendencia casi cíclica, su poderosa silueta recortándose en el cielo con cada llamarada eléctrica.

Al abrirse las puertas de aquella majestuosa mole de metal, cientos de jóvenes, estudiantes del colegio Hogwarts de magia y hechicería, salieron en tropel a gritos intentando con más o menos éxito guarecerse de la lluvia. Los más afortunados llevaban paraguas o si eran suficientemente mayores, ejecutaban hechizos repelentes para mantenerse a salvo. Casi al final de la descarga, dos jóvenes salieron tranquilamente, mirando con aprehensión al cielo.

-Por favor Remus, ¿podrías hacer algo con esto? ¿Por favor? -repitió el moreno ante la sonrisa de su amigo.

-Que preguntas más absurdas, Canuto, iba a hacerlo de todas formas -Remus, con su largo pelo castaño en una elegante coleta, alzó la varita que guardaba en el bolsillo derecho de su parca mientras la lluvia lo empapaba y murmuró fluidamente- dêterritum aquae.

El agua que hasta ese momento había caído sobre ellos sin ninguna piedad, empezó a curvarse, a separarse, hasta que una especie de elipse pareció protegerlos de la lluvia, haciendo que esta se separara de su camino y cayera a su alrededor.

Sirius Black se sacudió un par de veces su chaqueta de piel y soltó un resoplido molesto. Se peinó un poco aquel sedoso cabello azabache que le caía con majestuosa gracia sobre la cara. Apenas tardó un instante en darse cuenta de un par de pícaras miradas femeninas que se posaban sobre él. Una sonrisa seductora se formó instantáneamente en sus labios y les guiñó un ojo.

A su lado, Remus sonrió con condescendencia. Su amigo simplemente era así. Era el alto y guapo del grupo, y con razón. A pesar de sus dieciséis años aquel chico se había construido un físico más que impresionante a base de una rutina de ejercicios espartana. Voluminosos y poderosos músculos se intuían incluso bajo la chaqueta de piel, marcándole la ropa de una manera que las chicas se limitaban a calificar como: irresistible. Sirius había sido bendecido con unos rasgos masculinos, incluso varoniles. Sus ojos grises eran claros y traviesos, su cara no presentaba ni una sola arruga de preocupación y su expresión risueña atraía a las chicas como una polilla atraída por la luz.

El castaño no pudo evitar mirarse a él mismo. Había adelgazado más aquel verano, y ni las interminables charlas de James habían conseguido que tuviera una dieta más pesada que la vegetariana y el chocolate. Bajo su parca y su ropa de segunda mano, decenas de cicatrices surcaban su piel, cada una de ellas una vergüenza para él. Cada vez que se duchaba, no podía dejar de tocar todas y cada una de ellas, intentando recordar sin éxito como llegó a hacérselas.

Pero aquel no era momento de pensar en tonterías como aquellas. Se palmeó un par de veces las mejillas para despejarse, ya tendría de pensar sobre aquello muchísimas veces aquel año. Alzó la cabeza lo máximo que pudo, intentando avistar por encima de la marea de estudiantes a la otra mitad de su grupo. Pero entre la multitud, y la lluvia, apenas veía nada, hasta que una mano le tironeó de la manga.

Y allí estaba, el pequeño y escurridizo Peter Pettigrew.

-Esto es un caos, Remus, ¡El Caos! -exclamó alzando sus brazitos.

-¿Qué esperabas? ¿Llegar a la estación mientras los rayos del Sol asomaban entre las nubes para darnos la bienvenida? Tal vez deberías pedirte el traslado a alguna otra escuela de la Magia, tal vez por el Mediterráneo.

-¡El Caos, Remus! -repitió enfurruñado-. No sabes lo que he tenido que pasar para bajar del tren con mi carrito intacto.

-¿Aún estas con eso? ¿Cuánto ha pasado ya desde que te robaron el baúl? Tu equipaje aparecerá por si solo en tu habitación. Confía un poco más.

-Ay Remus, ojalá fuera tan confiado como tú.

Remus miró de reojo a Sirius, que tenía una sonrisa apunto de estallar en su cara. Lo que Peter no sabía era que había sido este último el que había robado su baúl para gastarle una bromilla, pero aquel acto había desencadenado una paranoia creciente en el pequeño muchacho, desde la cual se insistía en transportar por si mismo todas sus pertenencias.

Peter Pettigrew aún poseía un rostro infantil y algo rubicundo. Era bajito y escurridizo, con unos dedos nerviosos que no parecían capaces de quedarse quietos. No era demasiado bueno en los deportes y sus notas nunca asombraban a nadie. Pero lo que no sabía casi nadie, era que aunque no era demasiado inteligente, era bastante astuto. Siempre había parecido dársele bien los planes de escape y obtener información.

-No has crecido demasiado, Peter -observó Sirius con su típica sonrisa-. ¿Ya te bebes tu obligatorio vaso de leche cada mañana? -añadió con sorna.

-Muy agudo Sirius, como siempre, muestras una increíble habilidad para substituir neuronas por más músculos, eres asombroso -ironizó Peter abriendo mucho los ojos.

-¡Te has dado cuenta! Gracias amigo -rió Sirius con la fuerza de un ladrido, mientras levantaba el brazo para intentar marcar su bíceps a través de su chaqueta-. Qué bueno es sentirse querido ¿verdad? Aunque bueno, ¡aun no os he contado lo de mi lista de este año!

-Ah no, eso si que no -le cortó Remus poniéndole una mano en el hombro-. Recuerda las leyes. Primera noche, nada de chicas para ti, ni historias de chicas, ni fantasías, ni ninguna otra cosa relacionada con ellas.

-Pero yo odio esas leyes -refunfuñó Sirius en un falso amago de enfado. Después se abrazó a Remus-. Que malo eres conmigo.

El abrazado se puso rojo y suspiró con paciencia. Realmente, Sirius jamás iba a cambiar. De repente se dio cuenta. Miró a su alrededor, y después, al pequeño Peter.

-Tío, ¿donde está James?

El chico, de pelo corto y pajizo, se llevo una mano a la cara y se rascó nerviosamente. Jugueteó inconscientemente con su reloj de bolsillo y acabó por mirar a Remus con una especie de disculpa en el rostro.

-No te enfades conmigo, me dijo que no os dijera nada, y ya sabes como se pone cuando se le mete algo entre ceja y ceja.

-Está bien Colagusano, solo te maltrataremos un poco, no te preocupes -dijo Sirius como de pasada-. pero sería bueno que empezaras a cantar, ratita.

Peter se removió nervioso otra vez y volvió a juguetear con su reloj de nuevo. Acto seguido, cogió el carrito con su baúl y se puso en marcha al castillo mientras decía.

-Ha saltado del tren cuando pasábamos cerca de Hogsmeade, dice que ya volverá.

A Remus se le cayó la mandíbula casi hasta el suelo mientras que Sirius, ante la sorpresa inicial, rompió en carcajadas y empezó a palmear la espalda de su amigo castaño con tal fuerza que amenazaba con tumbarlo al suelo.

-Ya decía yo que lo veía raro. Bueno, más raro de lo normal -se rió Canuto-. Tal vez incluso algo loco, me atrevería a decir. ¿Cómo se las arregló para saltar del tren? Va a tener que contarme cómo lo ha hecho.

-Este no es momento para tu despertar tu interés profesional en travesuras. Lo que ha conseguido es meterse en problemas incluso antes de entrar a Hogwarts.

-¡Pero es un nuevo récord! -protestó Sirius haciendo un estudiado puchero.

-És una locura -sentenció Remus empezando a andar-. Y lo peor, es que creo saber a dónde ha ido. ¿Cerca de Hogsmeade? No creo que quisiera empezar a beber tan pronto.

-Vamos Lunático, si te estresas te saldrán arrugas. Ya es un chico bastante mayor.

-¡Es James, Sirius! Lo más fiable es desconfiar. Vamos a hacer nuestro papel de niñeras, otra vez.

-Y ya de paso, hacer algunas apuestas -añadió alegre Sirius mientras se internaban en la espesura.

En el sótano de la taberna del León, el aire era viciado, maloliente y espeso. Más de uno había intentado en su borrachera cortar esa especie de neblina viscosa con un cuchillo. Desde luego, no era el antro donde uno esperaría encontrarse a alguien de noble cuna.

Pero no nos llamemos a error. La taberna del León era un sitio sobrio y tranquilo, donde muchas familias iban a pasar la tarde. Era un edificio limpio a las afueras de Hogsmeade que había cosechado la fama y el éxito gracias a unos pastelillos de calabaza con gran variedad de glaseados. El dueño del local, Jeremy Burton, era un antiguo alpinista que usaba a escondidas la magia para dejar boquiabierta a la comunidad Muggle con sus hazañas. Al haber cosechado el dinero suficiente, abrió la taberna del León para poder llevar una vida tranquila dentro de la comunidad mágica .

Jeremy disfrutaba sobremanera de la vida con su esposa, pero éste tenía dos aficiones que eran su perdición: el alpinismo, y las apuestas. Con el fin de satisfacer esta última, el sótano de su establecimiento fue preparado para albergar un tosco cuadrilátero de madera y arena donde los interesados podían luchar por honor, diversión o dinero. Auténticas luchas clandestinas entre sangre, sudor, arena y ese viciado aire que tanto costaba respirar.

Enormes gritos y vítores sacudían los gastados cimientos de madera, y el griterío podría ser escuchado desde el exterior del edificio si no fuera por el hechizo silenciador que permanentemente protegía a los ilegales inquilinos. La gente aplaudía y palmeaba los tablones de madera que formaban el improvisado ring. Una alegre música de guitarra y banjo animaba más el ambiente, pero el auténtico espectáculo estaba justo en el centro, a puño y sangre.

Un enorme individuo, empujaba a un joven contra la pared mientras sacudía sus brutales brazos, gruesos como árboles. Por norma general, los menores de edad no estaban permitidos en aquel lugar, de hecho, un hechizo de "edad" estaba echado en todo el sótano para evitar polizones indeseables. Pero aquel chico había demostrado ser una de las actuaciones principales de la noche, y el hecho de que la clientela apostara el doble cuando un jovenzuelo de noble cuna se lanzaba a la perspectiva de perder un par de dientes, hacía que el dueño hiciera la vista gorda ante la entrada de este o sus amigos.

Un golpe directo a las costillas del joven moreno hizo estallar en carcajadas a parte de la gradería. Este tosió mientras se alejaba un poco pero enseguida esbozó una sonrisa y empezó a aplaudir, animando al público, pero conservando cierto rictus de dolos en su cara.

Empezó a dar vueltas por el cuadrilátero, y cuando la inmensa mole se lanzó sobre él, le lanzó una doble bofetada a los oídos regordetes, lo cual lo dejó desconcertado el tiempo suficiente como para arrearle un severo gancho en el plexo, dejándolo sin aire, y ganándose un codazo en la cara que lo arrojó al suelo.

Nuevas risas y vítores estallaron mientras el joven hacía una reverencia burlona.

-¡Bien hecho, Potter! -se oía entre la gente.

James Potter. Sudado, descamisado y descalzo, lucía apenas un simple pantalón de tela, sucio ya por toda la arena. Allá donde su amigo Sirius lucía dos enormes músculos, James poseía decenas y decenas de pequeños músculos y fibras que se enganchaban a su piel; en lugar de seis abdominales grandes y perfectos, tenía lo que parecían cien minúsculos músculos en su delgado abdomen. Aunque no era visualmente tan llamativo como Sirius Black, era bien sabido por su grupo de amigos que James tenía todas las de ganar en una pelea, pues su cuerpo poseía una fuerza increíble, entrenado no en un gimnasio, si no en una vida ...por decirlo de alguna manera, de inagotable acción.

Su pelo moreno estaba enredado y bufado hasta límites insospechados, aunque lejos de culpar a la pelea, la mayor parte del tiempo lo lucía así. Poseía facciones varoniles poco propias para su edad, y empezaba a mostrar la sombra de una incipiente barba que le otorgaba un aire de madurez poco propio para su edad que le daba un enorme éxito entre las chicas del colegio.

Sacudió la cabeza un poco, escupió algo de sangre con un movimiento desganado y se enzarzó de nuevo en la pelea. Su oponente era mucho más grande que él, a pesar de no ser él mismo precisamente bajito. Tenía músculos más grandes, golpeaba más fuerte y empezaba a sospechar que en algún momento había sido alguna clase de boxeador.

Pero también se fijó en otros detalles mucho más sutiles. La forma de caminar ligeramente inclinada le decía que sufría de alguna antigua lesión en la rodilla. El color de la piel, entre rosado y ceniciento, indicaba que a pesar del ejercicio físico su riego sanguíneo no era el correcto, y posiblemente estuviera drogado o borracho. El ojo izquierdo era vago, lo cual le daba un setenta por ciento de posibilidades de una visibilidad y reacción reducida por ese lado.

Contra un oponente así, su primera acción debía enfocarse en reducir su capacidad de combate lo más rápido posible. Distraerle y confundirle.

El combate se sucedió en una rápida sucesión de golpes, bloqueos y esquivas hasta que un certero cabezazo lanzó a James riendo contra la pared. A pesar de ir perdiendo, aquello no iba mal del todo, y se habría lanzado de un salto a la pelea si no fuera por una inolvidables voces que lo sacaron de sus pensamientos.

-Eh aquí nuestro héroe. -gruñó una enfadada voz.

-¡Remus! ¡Amigo! Oh, que genial es verte. Necesito que hagas una apuesta de 10 galeones por mi. -sonrió James con los ojos muy abiertos.

-¿Es que nunca vas a crecer?

-En realidad algunas personas nunca crecemos. Simplemente aprendemos a actuar en público como si fuéramos adultos. -explicó el moreno levantando un dedo-. Vamos Remus, diviértete. ¿Dónde está Sirius?

-Eres la más idiota de las personas inteligentes que jamás he conocido. -le recriminó Remus antes de verse relegado.

-¡Estoy aquí hermano! Vaya jaleo tienes aquí montado -saludó Sirius con una botella de Whisky de Fuego cogida en su mano-. Ya he apostado por ti, he comprado esto, que te va animar -añadió levantando la botella- y aun he de preguntarte como hiciste lo del tren.

-Hermano, tú sí que sabes comprenderme -se carcajeó James mientras alcanzaba la botella y le daba un ansioso trago. Cerró los ojos fuertemente y alzo la cabeza al cielo-. Dios, como escuece.

-¡Eh capullo! -escupió un demacrado y sucio hombre apartando a Sirius y a Remus para ponerse ante el luchador-. He apostado la mitad de mi paga para ver como Big Mike le parte la cara a un mocoso malcriado, ¡así que vuelve a la pelea!

De un fuerte empujón, James chocó contra el nombrado Mike y aprovechó para saltar y golpear con su cabeza a la mandíbula de este. Aprovechó los segundos de asueto para correr hacia sus amigos de nuevo entregándoles dinero.

-Toma Remus, apuesta esto por mi.

-¿Crees que no tengo mejores cosas que hacer que ver como te meten una paliza?

-Tranquilo, Lobito. Si algo puede salir bien, saldrá bien.

En ese preciso instante, Big Mike cogió a James, lo alzó por encima de la cabeza, y lo lanzó con tremenda fuerza hacia la valla contraria, que crujió de tal manera que hizo temblar a Remus de pavor. Sirius se rió de nuevo y le puso la mano en el hombro al castaño mientras se acercaba para hacerse oir entre el griterío de la multitud.

-Será mejor que hagas esas apuestas o James va a estar de un humor de ciervos.

-¿Acaso fue eso un chiste? -gruñó mientras iba a cumplir su parte.

En una nueva carga James decidió dar por finalizado el combate aprovechando la información que había recopilado. Habiendo observado el mismo patrón de ataque los últimos cinco minutos, James empezó a aplaudir por encima de su cabeza, para hacer que el público estallase bullicioso y pusiera más nervioso al gigantón.

En un ataque de rabia, Big Mike soltó un derechazo hacia la cara del joven James Potter. Pero este ya se lo esperaba. Bloqueó el golpe con su codo y le propinó una fuerte bofetada en el oído. Inmediatamente se agachó para esquivar la zurda de su rival mientras propinaba una fuerte y estudiada patada hacia la rodilla izquierda.

El grito de dolor fue estremecedor, pero tardó apenas un segundo en lanzarse de nuevo hacia el escurridizo aristócrata. James lanzó otra bofetada hacia el otro oído, haciendo que su contrincante luciera como si ya no supiera donde estaba. El oído interno estaba de seguro afectado. Era el momento de acabar. Aprovechando la velocidad que ya llevaba, salto hacia adelante y le presentó su pie a la cara de Big Mike.

Los dientes saltaron por los aires en el mismo instante en que la música moría y los espectadores enmudecían. Las últimas gotas de sudor acababan de tocar el suelo y James seguía en posición alerta, de lucha. Bajó los brazos y miró a su alrededor, respirando cansado. Se secó la frente con el brazo, recogió su camisa de una esquina y se fue por donde había venido, no sin antes recoger sus apuestas y largarse con sus amigos entre tragos de Whisky de fuego.

El sótano se había quedado mudo.

Solo un día más en la vieja Inglaterra.


Capítulo corto para abrir boca y presentar el mundo al que os vais a enfrentar en los próximos capítulos.

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