Una invisible entereza, frunciéndose al ver aquel semblante sangrando pero a la vez con tergiversación, se acerco nadando forzosamente hacia sus pies, le observó indiscretamente y ruborizándose, se dio cuenta de que era un rostro digno de embelesar, tomó su mano afinadamente pero a la vez turbadamente, nunca antes, había tocado a un ser de la tierra. Ella era una nereida, una atractiva y cálida sirena, con una larga cola verde que brillaba a la luz de la luna, como las esmeraldas que caían siempre al mar, en las voluntades de los filibusteros perdidos por la preferencia e infelicidad en la insondable mar. Tomó su débil cuerpo y lo pujó hasta arriba de las delgadas turbulentas, sin dejar de suprimir de observar su fisonomía, lo llevo hasta tierra, en una playa cercana, nerviosamente, temiendo su vida y procurándose diligencia.
Se debilitó delante de una roca, que no permitía ver su bello rostro, pero solo figurar su perfecta silueta, empezó a mover sus labios para ver si conquistaba despertar a aquel joven inconsciente por la mar respetuosa, pero con aire triste, entonces, emprendió a cantar.
"Incitada por el soplo del atardecer, iba yo hacía el cabo del arcoíris, oí una melodía antes del amanecer, y esa es la canción que nunca podre olvidar, en el paraíso de los siete mares tras una tormenta de oscuro fragor, nueva vida renacerá así podrá transmitir, el amor, de los siete mares la melodía aunque llegue el día que hay que partir desde que yo la pude oír, nunca jamás la voy a olvidar"
Por los cantos que lanzó la joven con una larga melena rosa dio un brillo lúcido, causando el aturdimiento de aquel que estaba en tierra que se despertó por tal pulcro canto, divisó turbiamente y confusamente su cuerpo aún cantando con la luna y su agrupación.
- ¡Espera, no te vayas aún!- Gritó alzando sus manos hacía ella. - ¡No te vayas por favor!-
Sin pedir aprobación alguna, apareció sin darse cuenta frente a frente, en su rostro mojado y ausente en sí, acerco una de sus delgadas manos, un fino dedo, cerrándole su boca y asomándose a sus labios y dándole un beso de despedida tristemente y saltando hacia el mar y desvaneciendo entre la noche y la oscuridad que rodeaba la playa, en tantos bajeles y tanta tosquedad, le salvó la vida un ser fabuloso , que dijeron que no existía, pero sí, sí, vive, porque él, aquel erizo azul, pudo comprobar la inmensa perfección de aquella nereida de cuerpo y extraordinariamente admirable voz que con gestos de ternura, algo decía que la iba a volver a ver, tarde o temprano la tornaría a encontrar en aquel abismo gigante, aunque sea lo último que haga en su vida, aunque le robe su libertad, convidándole su vida.
