Capítulo Primero
Mi vida sin tí
Sei Satou había estudiado Literatura Inglesa y Estadounidense siguiendo su interés en los libros pues pensaba que sería lo mejor que podía estudiar.
Después de graduarse había vagado por Japón pasando de un empleo a otro con el único constante en su vida siendo un cuaderno de notas en el que escribía historias cortas de vez en cuando y uno que otro poema, además de anotar cualquier idea perdida que pasaba por su mente.
Lamentablemente perdió contacto con el antes conocido como "Yamayurikai" después de un incidente con la cabeza de la línea de las Rosas Rojas, Youko Mizuno, y decidió que no buscaría a las demás hasta que tuviera algo de verdad magnifico que contarles o hasta que ellas la buscaran.
Así que Sei siguió ese camino tumultuoso y lleno de curvas y desniveles hasta que conoció en un café a una escritora estadounidense que estaba de visita en Japón.
Después de pedir disculpas por derramar su té verde con bombones sobre una no muy alegre pelirroja se encontró con que además de compartir el gusto por los esponjosos dulces y la escritura ambas compartían también una marcada preferencia por invitar a pasar la noche a las chicas.
Así una cosa llevo a otra y después de mudarse a América con la pelirroja Sei tuvo algunos problemas, para cuando la rubia tuvo tiempo de reflexionar se encontraba buscando alguien que compartiera su departamento solo para poder pagar la renta y no quedarse sin techo y cama.
Sólo porque la vida tiene caprichos raros y le gusta burlarse de quienes la viven fue que se terminaron reencontrando dos ex estudiantes de la misma facultad, Sei Satou y una chica de pelo negro azabache, liso, sedoso y largo también conocida por su nombre Kei Katou que, por cierto, tenía exactamente el capital para pagar la mitad de la renta del departamento y el doble de las ganas de compartirlo con alguien tan interesante como la dama del bosque de las espinas.
"Esa no era yo, una mujer mayor escribió ese libro ¿sabes?"
"Pero el apodo te queda bien, eso creo yo."
"Me caías mejor antes cuando eras seria y menos juguetona…"
" No seas pesada o no te dejare traer a tus novias a casa."
"Bien tu ganas pero no te metas con mis novias, y recuerda contarle a tus novios que tu compañera de cuarto es lesbiana quizá así tengan más ganas de visitarte."
"¡Oi tu¡No me hagas usar mis puños de acero en tus brazos de fideo!"
"De acuerdo pero tu no uses tus super-metaforas son TAN creativas."
Así que esto comienza en una plaza, situada algo así cerca de la mitad de un parque artificial que fue creado porque la ciudad en la que existe necesitaba mayor cantidad de áreas atrayentes de turistas y de flujo de dinero.
No es que sea un mal lugar a decir verdad es bastante lindo y si vas a la hora correcta lo tendrás todo para ti con el ruido del río artificial y las hojas de los árboles que crecen ahí el lugar puede llegar a ser tan relajante como un día en un spa.
En fin, el viento zumbada a través de las hojas y las sacudía arrojándolas por todas partes.
La verdad es que a ellas no les molestaba viajar por aquí y por allá mientras fueran a caer en algún lugar donde tuvieran oportunidad de salvarse y no convertirse en alfombra para los pasantes.
El sonido del río artificial enmudecía todos los otros sonidos del lugar, incluso los pocos músicos que había estaban desaparecidos ese día descansando en las bancas al lado de sus instrumentos.
Todo estaba en paz, a simple vista parecía un dibujo o un cuadro sin movimiento y la perfecta tranquilidad de la vida que no encuentras en una gran ciudad fronteriza llena de smog y violencia.
En el centro del lugar y con la cabellera algo alborotada por el salvaje viento estaba una mujer abrazada a la cadena de un columpio.
Apoyaba su cabeza contra el metal y dejaba que el elemento le regalara todas sus caricias mientras las nubes seguían tratando de decidir si querían perder agua o no.
Si alguien hubiera caminado por ahí y le hubiera dedicado una mirada rápida a la joven seguro habría pensado que dormía, porque sus ojos estaban cerrados, más una observación cuidadosa a su rostro revelaría que sus delicados labios se movían y de no ser por el viento su voz habría resonado a su alrededor.
Aún era temprano, ella lo sabía; aunque las nubes no permitían vislumbrar el sol y la luz confundía a quien intentaba leerla, ella sabía que aún tenía tiempo que matar antes de salir corriendo gritando y gimiendo que estaba atrasada para llegar a trabajar; por eso cantaba intentando matar el tiempo con sus notas desafinadas que la hacían olvidar donde se encontraba y a veces hasta quien era.
Sei Satou ahora escribía para una publicación quincenal dentro de un periódico. Su "bebe", como ella se refería a el espacio en la publicación que le concedían, o como todos los demás le conocían "Los ocho", eran ocho historias cortas de las cuales dos eran elegidas entre el montón que enviaban los lectores y las otras seis en su mayoría eran escritas por Sei.
Aunque en algunas ocasiones le daba por usar algún escritor olvidado o ignorado para llenar un espacio.
Había tenido problemas para escribir ella sola las seis historias, por lo tanto había usado demasiados escritos no originales y eso a su vez había ocasionado tensión pues el editor de su sección estaba contra la mayoría de los escritores que Sei prefería usar.
Más que nada porque el editor estaba ahí por mera política no porque conociera algo acerca del arte de la literatura.
Por eso mismo, y porque comenzaba a perder el animo de trabajar, la rubia se había pasado los últimos meses con esta pequeña rutina de visitar el parque antes de llegar a las oficinas.
Finalmente después de atar una pañoleta a su enredado cabello y tomar nota mental de lo mucho que había comenzado a parecerse a Kei decidió proseguir con su caminata hacía la "antesala del infierno" o como todos los demás le conocían las "oficinas de cultura del Sol Diario".
"¿Qué es esto¿Tienes que disfrazarte cada vez que vienes? Realmente no haces un trabajo tan físico Satou no le veo el caso al paliacate ese que te traes." Tatcher, el editor de pacotilla.
"Solo tengo una palabra para ti" Dedo, una seña que todos deben conocer.
"Eso no es una palabra y se ve que no le has dado mucho uso a eso dedo deberías cortarte las uñas" (BAM) Puerta, esa que si te la cierran en la cara te da rabia.
"Vete a la- ¡Odio cuando haces eso!" la-, lugar que por alguna razón cuando presentado de esta forma hace que todos se imaginen algo diferente.
Uno pensaría que una relación laboral como la de estos dos esta completamente perdida pero en realidad hay algunos individuos que responden mejor cuando tienen alguien que les haga frente y los presione, a veces por intentar callarle la boca a alguien se esfuerzan más y dan mejores resultados que si se les permitiera perder el tiempo sin supervisión.
"¡Al coño con eso y contigo! Me tomare las vaciones de marzo te guste o no"
"Genial ¿Eso significa que puedo elegir ocho historias de los lectores?" Laila, compañera de oficina.
"Has lo que quieras Laila no me importa mientras no mates a mi bebé"
"Sabes que estoy bromeando linda, no la tomes conmigo"
Un gruñido fue la única respuesta proveniente de la rubia mientras se sentaba frente al monitor escondido tras pilas de papeleo que probablemente serían todas las cartas y quejas del mes, o de hace tres meses porque eso era lo que llevaba Sei evadiendo leer y dejándole el trabajo a su compañera.
Laila era una mujer unos cuantos años mayor que Sei, ya llevaba publicadas varias colecciones de poemas e historias cortas así como dos novelas románticas.
El trabajo en el periódico era solo temporal porque estaba escribiendo una nueva novela y era de esas autoras que encuentran inspiración de las formas más intrincadas y extrañas que se les ocurren como por ejemplo al lado de una pobre chica que debía soportar a su terrible jefe que era básicamente un mal Godzilla vestido de traje.
"No seas malita y pásame el chocolate ¿si? Lo deje en tu escritorio cuando entre y realmente lo necesito ahora."
"En mi escritorio¿Probabas como se siente mi super silla ergonómica o solo querías leer mi mugrero?" La joven se reclino y cruzó los brazos detrás de su cabeza tratando de parecer desafiante pero su sonrisa delataba que no era más que un mal engaño.
"La verdad, linda, es que adoro esa silla. Planeo secuestrarla y llevarla conmigo a Las Vegas para tener el fin de semana más delicioso de su corta vida de silla."
"Dudo que ese sea el mejor fin de semana de su vida de silla."
Una barra de chocolate oscuro y amargo pasó de mano en mano y deseó no haber nacido chocolate mientras lo devoraban dos mujeres que se carcajeaban malévolamente.
El ruido de adentro era ensordecedor incluso antes de entrar, mientras hacían fila fuera del local contaba las pocas estrellas que podía ver y en realidad no estaba segura que fueran estrellas con tantos faroles y luz mercurial en esa parte de la ciudad no era probable que fueran luces naturales; pero una vez dentro con los rayos parpadeando y la música destrozando sus tímpanos se sintió perfectamente cómoda.
El singular aroma de todos los clientes, el cigarro y del alcohol era ya tan familiar, incluso el primer martini dulce y la pelea por la cereza era ya de rutina.
Le encantaba sentarse en la barra del bar y observar las diferentes bebidas que pedían los clientes, casi siempre era un espectáculo químico de colores extravagantes y gentes alocadas huyendo de la realidad por un momento.
Hacia eso hasta que la voz de su amiga la devolvía al presente casi siempre con una pregunta acerca de que hombre le parecía más guapo o más inteligente.
Aún le parecía interesante el ritual de cortejo mutuo que llevaban a cabo los danzantes.
Y como siempre se sorprendía lo mucho que había cambiado ella misma analizando tanto a los demás en lugar de sólo huir de ellos y evitar el contacto con el mundo exterior…
Así empezaba su noche, y la terminaba sin Kei en la "Casa de Yuri" el club "solo mujeres" que se había convertido casi en su hogar desde la primera noche que había pasado en la ciudad.
Aunque después de esa primera noche había pasado un tiempo sin volver a pisar el local, ya después había logrado encariñarse con el lugar y ya no era tan oscuro como lo había visto al principio.
Había vuelto a ir por falta de compañía y exceso de soledad.
No era que Kei no fuera suficiente, es que simplemente no lo era.
Necesitaba más, necesitaba satisfacer las necesidades básicas de la adultez y eso era algo que jamás podría haber hecho con su amiga de lentes extraños por más ebrias que estuvieran las dos.
Ahora pasaba los primeros minutos observando y esperando a que alguien la invitara a bailar, eso en honor a una chica que por consejo del alcohol había coqueteado con la rubia y le había pedido que jamás invitara a nadie más a bailar como la había invitado a ella.
Una chica que no había visto desde hacía cuatro años.
En Japón.
Cuando aún se sentía medio completa.
"Una chica que probablemente ya es mayor de edad y por mi culpa no ha de probar el alcohol de nuevo." Soltó de repente la rubia ya un poco alcoholizada y más alegre de lo que estaba en la mañana.
"Claro que soy mayor de edad y tengo una cerveza en la mano ¿en que estás pensando?"
"Lo siento, creo que ya debería marcharme. No me siento muy bien."
"Yo puedo cambiar eso" Brazos alrededor de su cuello y manos turisteando por su espalda.
"Lo siento, de verdad tengo que irme. Será la próxima vez." Se quitó gentilmente de encima a la mujer y le besó los nudillos.
Parecía como si la música y las luces reflejaran su animo y sus sentimientos porque de pronto todo se veía mas oscuro y los acordes sonaban apagados en sus oídos.
Pasaba entre las figuras sin rostro y cuando le chocaban no sentía nada, por un momento se sumía a la soledad, la misma que había sentido cuando se había alejado de su antiguo hogar.
Cuando había peleado con la última mujer que había amado, bueno la última niña porque en aquel entonces aún eran un par de niñas creciendo.
Envuelta en sus pensamientos tomó un taxi y de forma ya mecánica llegó a su departamento.
Subiendo las escaleras casi con los ojos cerrados tenía un aura de dolor a su alrededor.
No era normal que la apasionada rubia mostrará esa clase de conducta por más que bebiera lo usual era que no pudiera dejar de reír y no que estuviera a punto de romper en llanto y tirarse al suelo a hacer ovillos como una bebé.
Entró al departamento sin encender la luz y arrastró los pies hasta llegar a su habitación.
Se desvistió y quedó parada con nada más que su ropa interior, se dio la vuelta y se quedó viendo hacia fuera por la ventana.
Podía escuchar la suave música proveniente de la otra habitación, Kei no podía dormir si no dejaba algún disco para arrullarse.
Era la primera vez que realmente agradecía que su amiga tuviera ese hábito porque al escuchar la melodía recordó que no estaba sola y eso le ayudó a recuperar la compostura y el control de sus emociones.
Así termino de quitarse la ropa, se puso una camisa de algodón que le quedaba grande y se acostó.
Abrazó su almohada y agradeció que la luz de la calle fallara porque en completa oscuridad su cuarto parecía infinitamente grande y ya no se sentía asfixiada.
Así cuando por fin comenzó a calmarse el mar que se azotaba en su interior pudo cerrar los ojos y dormir.
