Prólogo
Destino manifiesto
En las pequeñas casas que conformaban el tranquilo distrito japonés de Sainan, no había el más mínimo ruido. Era el lugar que aparentaba no haber visto nunca cosas asombrosas ni ninguno de sus habitantes tampoco albergaban la esperanza de atestiguar un evento fuera de lo normal en sus vidas perfectamente cotidianas. De entre toda la población que albergaba el pequeño distrito, un joven en concreto, jamás había imaginado convertirse en el protagonista de algún relato pues no tenía ninguna cualidad como aquellos intérpretes de historias fantásticas como cuentos, historietas o hasta series de televisión.
Él era un muchacho común y corriente de quince años que cursaba la secundaria. No era ni el más aplicado alumno ni el más perezoso, ni mucho menos se consideraba a sí mismo como el más gallardo ni el más apuesto. Yuuki Rito era simplemente eso, Yuuki Rito. Un adolescente común, con metas de un adolescente común, con la vida de un adolescente común.
Allí en un pueblo donde nadie albergaba la esperanza de ver cosas asombrosas en toda su existencia, fue precisamente en ese día que la vida de éste muchacho y la de Sainan cambiarían completamente. Todo habría comenzado por un fenómeno insólito, en el mismo instante en que los cielos se oscurecieron como si hubiese anochecido violentamente. Un inmenso dragón esmeralda se había aparecido en medio de los cielos mañaneros del poblado. Rito, quién miraba absolutamente absorto el evento, no podía creer lo que profesaban sus ojos. ¿Era todo esto un sueño? ¿Una casualidad? ¿Señal de que el mundo estaba llegando a su final?
Tan rápido como todo comenzó, el suceso terminó cuando el dragón se esfumó en medio de la nada y siete destellos surcaron los cielos despejados de aquél día, dejando consigo un sinnúmero de preguntas y dudas de que si lo que acababa de vislumbrar había sido verdad o solamente un espejismo.
Quizás solamente era una propaganda publicitaria. Sí, debía ser eso. La tecnología había avanzado tanto que ahora era posible hacer hologramas de semejantes dimensiones. Hacer un dragón esmeralda y volver el cielo de color oscuro no debía ser nada para profesionales en efectos especiales.
Su teoría —infundada por el pánico que sobrellevaba— se vino abajo rápidamente, cuando uno de los chispazos de luz trazó una curva deslizándose hasta donde él estaba parado en esos momentos. Por instinto, Rito saltó para evadir el impacto del objeto que terminó por volar en pedazos el pavimento y la acera donde él había estado anteriormente.
Se precipitó hacia el cráter lo más veloz que pudo para ver más detalladamente el objeto que había pretendido machacarlo con su fuerza. No había un cráter tan profundo, lo que había allí era un objeto que él jamás había visto en toda su vida, una esfera de cristal anaranjada con lo que parecía una piedra preciosa en su interior. La levantó con cuidado de que no estuviese encendida a temperaturas altas y, una vez la tuvo en sus manos, la observó con mejor cuidado.
Era como un rubí en forma de estrella. Cuatro de ellas. En una localidad donde lo último que un muchacho como él —uno que fácilmente podía pasar desapercibido— pudiese esperar que le sucediesen cosas asombrosas…
