Saluditos! La presente historia es intento de Dark Fic: Asesinatos, violaciones, drogadicción, relaciones codependientes y por si todo eso fuera poco, en esta historia, no encontrarán un final feliz.

Regalo de Cumpleaños para mi siempre querida, adorada y por demás admirada: Adrel Blak (Espero que te guste o que disimules muy bien si no fue de tu agrado, jaja.)

Los personajes no me pertenecen, únicamente la trama que dicho sea de paso, puede considerarse o no como un Universo Alterno.


Mortem.


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A mi entender, él era la personificación física y espiritual de todo lo que yo alguna vez hubiera deseado, la luz de sus ojos, el color de sus cabellos, esa grácil y gentil sonrisa, los ademanes elegantes y refinados, el suave tono de su voz, la traviesa inclinación al ceder el paso a alguna dama o caballero. Si; él era todo lo que yo alguna vez soñé y quizá sea por eso que tardé demasiado en darme cuenta que quién lo hizo. Fue él.

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1. La bella durmiente.

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Dijeron que una mujer había muerto, en el único cuarto del piso de arriba y que los vecinos no escucharon, ni vieron nada. De hecho, si no fuera por el hedor que hablaba de un cuerpo en descomposición lo suficientemente grande como para seguir apestando tras cuatro días, a mi ni siquiera me hubieran llamado.

La ventana estaba cerrada desde el interior al igual que la puerta, Jenna era una mujer de la mala vida, pelirroja de piel clara, pechos abundantes, piernas largas y bien torneadas enfundadas por lo general en un par de medias de red.

Su cuerpo lo hallé sobre la cama, cubierto por la percudida sábana cómo si solamente estuviera durmiendo aunque con las manos a manera de rezo colocadas sobre el pecho y una flor negra entre ellas. Eso llamó mi atención, comencé a estudiarla con cuidado, las manos grandes, las uñas pintadas de carmín pero descuidadas, índice de la mano izquierda y corazón de la mano derecha rotas, anular izquierda rasgada, pulgar derecho también, las líneas de la edad ya se dejaban ver sobre la superficie de ambas palmas por lo que asumí, debía tener entre 35 y 42 años de edad, la coloración de la piel y el rigor mortis hablaban de por lo menos siete días desde el momento de la muerte, la cantidad de moscas y larvas que pululaban alrededor, tampoco me dejarían mentir.

Le quité la rosa con ayuda de un bolígrafo para empujar los dedos y un par de pinzas de depilar que tomé de su mesa de noche, tratando de no maltratar la superficie por si llegaba a contener evidencia, pero si he de ser honesto conmigo mismo, la verdad es, que no estaba esperando encontrar huella alguna en el interior. La rosa la tomó mi colega, el Inspector Gregory Lestrade quién a su vez, fue el que insistió en llamarme tan pronto encontró la escena del crimen.

"La Bella Durmiente" así es cómo los periodistas pensaban llamarla: cabellos de fuego, enredados en un complicado peinado alto, los párpados aún tenían una pizca de color índigo, las pestañas gruesas y largas, pómulos afilados con vestigios de colorete. Era de estatura promedio pero de una belleza más allá de la del promedio. A una indicación del forense me coloqué los guantes en mano, desprendí la sábana y así pudimos admirar a la belleza, hecha mujer.

Lo más destacable de ella, no eran los pechos hinchados con sus botones erectos entre violáceos y negros, no era el vientre plano, ni la estrecha cintura, tampoco el pubis con sus cabellos enredados en aquella sugerente maraña. No, lo más destacable de ella es que tenía una serie de cortes por todo lo largo y ancho de sus alguna vez, hermosas piernas. La ausencia de sangre me hizo saber que todas esas heridas fueron hechas post mortem, el verdadero reto estaba ahora en averiguar ¿cómo o dónde fue que murió? la revisé de nuevo, ayudándome con la lupa, los cortes eran precisos, exactos en su separación unos de otros, dignos de un cirujano y de hecho aquella fue mi primer aseveración, la segunda que el asesino debía ser un hombre de un corazón extremadamente frío y calculador. No le importó profanar tal belleza y con toda seguridad habría pagado sus servicios para divertirse un rato con ella. ¿Que cómo lo supe? Pues porque desde aquí, era visible cierta inflamación en la parte interna de los muslos, demasiado cuidada, peinada, trabajada por las manos de su bárbaro escultor.

Al ser prostituta resultaba poco probable la labor de identificar ADN del individuo, pero regresando a sus manos, puede que hubiera algo de carne o sangre que lograra acercarme al que lo hizo. Me equivoqué, las uñas rotas y rasgadas debieron ser las que consiguieron robarle una tajada.

—¿Alguna idea de cómo hizo para salir? —Abandoné mi examen de sus dedos, aunque no sin antes llevármelos a la altura de la nariz, aspiré a suficiencia, acción que no fue bien vista por los subordinados de Lestrade.

Sally Donovan me miró como habría de ver un creyente a algún pagano y Phillip Anderson me miró como si en lugar de olfatear a prudente distancia de la superficie de sus dedos yo los estuviera lamiendo y sintiendo un orgasmo múltiple al hacerlo. Nada de eso, sólo quería verificar otro dato.

—Aún no, pero la lavo antes de colocarla aquí. —Lestrade les ordeno revisaran el cuarto de baño, así lo hicieron y en efecto hallaron más desconcertante hedor en el interior. La bañera de porcelana estaba llena de agua jabonosa y más pétalos negros. Ese color debía significar algo para él, representar a la muerte o quizá fuera algún símbolo de su estampa.

—Tengan cuidado al desprender el tapón del desagüe, puede que encontremos algo más en el agua. —Anderson asintió, e introdujo la mano, aparte de pétalos y un ligero gusto a sales de baño y velas aromáticas, no había nada más en el interior. Analicé el resto de la estancia. Si había evidencia de lucha, no me quedó la menor duda de que el asesino debió limpiarla y al pasar siete días sobra decir que cualquier cosa que se hubiera pasado por alto, el calor, los insectos o el simple paso del tiempo ya debió degradarla.

Caminé al rededor de todos, no era posible que no hubiera nada, una mota de polvo, una pisada. El problema con esto es que debido a su profesión, las había y por todos lados. Molly Hooper llegó con su propio equipo forense, le indiqué lo que tenía que buscar, ella asintió aunque por un momento tuve que ser testigo de cómo los colores abandonaban su preciosa cara. Era demasiado joven para este trabajo, yo lo sabía, pero por alguna razón, siempre se me olvidaba. Se acercó a la chica, entre más lo hacía más comenzó a temblar.

Se parecía a ella, cabellos rojos, tez pálida, sin hijos, ni pareja, cercana a su edad y con una profesión en la que habrá visto más hombres desnudos, inclusive que ella.

—¿Está…? —comenzó a preguntar Lestrade, pero la jovencita todo lo que hizo fue llevarse una mano a los labios y salir corriendo de la habitación.

—¡Perfecto! —esbozo el inspector a la vez que desprendía su sombrero de ala corta y lo arrojaba contra el piso.

—No iras a…

—¡Claro que te culpo! —respondió indignado. —ella es la tercer forense que mandas al psiquiátrico en lo que va del año.

—Exageras.

—No lo hago y sabes que es una causa perdida insistirle a mis superiores que te dejen a ti realizar la autopsia. Inclusive estoy arriesgando mi vida, la de mi esposa y mis hijos.

—Tú no tienes…

—¡Algún día los tendré! Y no podré mantenerlos si tú sigues poniendo en la cuerda floja mi puesto.

—Sólo llévala a la morgue de la Universidad, algún profesor obligará a un pasante a estudiarla y lo mejor es que podré presionarlo para que haga exactamente lo que quiero. Al gobierno no le cuesta una libra, a la Universidad no le cuesta un cadáver, tú encuentras a tu asesino yo te lo restriego en la cara y el chico se gana su pasantía con créditos extra para ejercer medicina en la parte del mundo que quiera. Todos felices.

Lestrade me maldijo para sus adentros, no alcance a escuchar lo que dijo pero por sus movimientos supe que eso era lo que había hecho, repartió indicaciones para que se hicieran con la escena del crimen, fotografías, muestras, notas, yo salí a la calle a soltar un pitillo. Era una fría y húmeda tarde en ese Barrio de Londres, me ajuste el abrigo, además de la bufanda y di una buena calada, admiré las casas aledañas a esta, todas pertenecientes a un sector de la población que bien podría considerarse como marginado. No es que no hubieran visto o escuchado nada, es que ver y escuchar en esta parte de la ciudad representaba vivir o soñar.

Los que hablan con la policía amanecen muertos, los que observan a un caballero de dudosa estampa escoltar a una dama hasta su cama amanecen creyendo ver ojos por todos lados, se sienten perseguidos, observados, temerosos de que la siguiente en terminar en dicha calma sea su esposa, su hija o tal vez su hermana. Doy una ultima calada, tiro la colilla al piso y la aplasto con la punta de mi zapato, al hacerlo miro detrás de mi cuerpo y observo la figura menuda y esbelta de la preciosa Hooper, está sobre el descanso de una escalera abrazándose a sí misma a medida que llora. Quisiera decirle algo, que ya olvidará lo que aquí ha pasado, pero después lo pienso mejor y decido que si fue ella quien eligió esta profesión debería acostumbrarse a ello.

—Lo arruiné. —comenta de pronto llamando mi atención y es así que mis ojos encuentran los suyos, acorto la distancia entre nuestros cuerpos, me desprendo del pañuelo ubicado en el interior de mi abrigo y se lo extiendo para que limpie ese precioso y pequeño rostro suyo.

—Me gustaría decir que en la Universidad te preparan para esto, pero lo cierto es que la vida, es la única que te prepara para esto.

—Lo sé.

—Y si tal es su arrebato, puedo preguntar ¿por qué elegir esta profesión? —Molly me observa de nuevo, regresa a la actividad de abrazarse con sus manos y yo sospecho que la pregunta se quedará en el aire, giro mi cuerpo, ella me llama.

—Mi padre…

—¿Perdón?

—Él murió en una apacible calma, justo como esa mujer. Estaba en su cama, cuando lo encontré. Dijeron que fue un paro cardíaco, su corazón simplemente dejó de latir, pero yo sé que no fue así. No pude comprobarlo entonces, su segunda esposa, la mujer que tras su muerte quedó a cargo de mi y me envió a un internado por siete años, ordenó cremar su cuerpo, sin autopsias, ni evidencia que demostrara que lo que yo decía era cierto. Así que mientras estaba llorando su muerte, del otro lado del mundo, enfundada en ese estúpido uniforme de colegiala pensé que nunca más vería un cadáver sin saber exactamente de qué murió.

—Honorable.

—¿Eso cree? El profesor Moriarty opina que lo único que yo quiero en convertirme en mártir.

—¿Y es así?

—Tal vez…—ella se levanta, hace un intento de acomodar su peinado y acto seguido rebusca en el interior de sus ropas. Lleva una falda recta, corte de Sirena y un precioso saco de hombros abombados y mangas largas a juego, la prenda parece ceñirse a su piel debajo del mandil quirúrgico, extrae una tarjeta de presentación, las iniciales son JM "James Moriarty" Profesor.

—¿Médico Forense no sería más apropiado?

—En realidad es como usted, matemático, químico, astrónomo, botánico y forense. No hay una asignatura en la que no se destaque y por eso creo que podría poner a su disposición a su alumno más envidiable.

—¿Es decir que ese no es usted?

—Soy la número dos, el número uno expresó no querer trabajar para usted.

—¿Algún motivo en particular?

—Aparte de lo que todos saben y nadie dice.

—Creo que esa lengua suya es incluso más afilada que su escarpelo, Señorita Hooper.

—Señor Holmes. —le dediqué una inclinación de rostro a manera de despedida y regresé a mi escena del crimen. La casa vacía me daba mejores ideas de lo que el asesino pudo hacer con ella, cerré los ojos, imaginé el escenario.

Todo sucedió como en un baile de vals.

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Él entra en la casa con la dama por delante, ella enciende la luz de las lámparas, le muestra el interior austero, la mesa de madera, los sillones de terciopelo. No hay café en la estufa pero si hay vino y copas en la encimera, ambos se sirven poco antes de continuar, él halaga sus cualidades, los rizos que caen con gracia a ambos lados de su cara, ella se vanagloria con el gesto, se acerca a él. Es apuesto, debe serlo o de lo contrario ella jamás lo habría traído a su casa. Por lo que escuché de los vagabundos a quienes pague, Jenna nunca llevaba el trabajo a casa, tampoco besaba a sus clientes, no es que el escurridizo Peter haya visto algo, pero si lo hizo o no, la clave estaba en los labios. Yo los revisé a conciencia, el forense deberá revisar a profundidad, pero nos salimos del tema. Ella se acerca a él, enreda los brazos alrededor de su cuello y besa sus labios. Primer error de la noche, ya sé porqué las flores son negras. Veneno, él me está diciendo que lo que usó para someter a su víctima fue el veneno, debió colocarlo en la copa y para cuando entró en acción ambos estaban desnudándose en la cama, posiblemente hubo culminación del acto sexual. Si esto sucedió pre o post mortem es otra cosa que mi futuro amigo deberá investigar. Se amaron con pasión desmedida antes de que Jenna cayera en la cuenta de que no podía dominar el acto carnal, que comenzaba a ver doble o escuchar entre brumas. Intentó defenderse, quiso luchar, debió rasguñarlo, en el rostro, antebrazos, pecho, algún lugar que en ese momento tuviera a la mano pero no funcionó. El veneno actuó cual somnífero, dejándola indefensa y así él se ocupó de terminar la acción a medida que a ella la abandonaba la vida.

Un frío helado me recorre ahora, uno que comienza en la nuca y desaparece en los pies, lo veo a él introducirse en ella, saciarse de ella, robar su calor, además de perfume y seguir en ello hasta que queda por fin satisfecho. Ya no hay calor, ya no hay color, ya no hay sonido. Todos los sentidos, se han apagado ya. Besa su frente, saca su sexo húmedo de su cuerpo y la toma de nuevo, la carga cual princesa y anda junto con ella hasta colocarla en la bañera, prepara el agua, las sales y pétalos se disuelven hasta desprender sus aromas. La sumerge y también la baña. Cierro los ojos ante aquella escena, no necesito turbarme más allá de lo necesario para saber que él, volvió a violarla en el baño. Estaban desnudos, después de todo, ambos listos y bien dotados, esto lo sé pues de lo contrario no habría podido conducirla sin dejar evidencia por todos lados. Sale de la bañera, su cuerpo maduro, atlético, calculo que no será demasiado viejo pero tampoco muy joven, debe ser diestro en alguna intrusión médica, forense o quizá hasta veterinaria. Seca su cuerpo, viste sus formas de la misma elegante manera en que lucía cuando llegó, adivino que será un traje de tres piezas, hoy día todo el maldito mundo -excepto yo- usa esos condenados trajes de tres piezas. Cuando estuvo satisfecho con su imagen volvió a ocuparse de ella, secar los dedos, romper las uñas, peinar sus cabellos. —Oh, si, él debe estar algo familiarizado con ello. ¿una madre o una esposa castrante? por la saña con que apuñaló sus piernas, diría que ambas.

Esa acción me deja un mal sabor de boca, cualquiera creería que en asesinar y violar se encontraba toda la descarga emocional que quería. Apuñalar no sería placentero a menos que el objeto de su odio estuviera despierto, para suplicar piedad, retorcerse de miedo, pero en esta ocasión debo descubrir la razón. Subo a la cama, me coloco sobre las rodillas y comienzo a pretender que soy yo quien la apuñala, estoy molesto, todo era perfecto hasta este momento.

Una entrada y salida limpias, cómo la muerte del Señor Hooper, sólo mi amada y su cama, pero algo de eso no funcionó. Debió ser en el ataque. Jenna era robusta, con toda seguridad le dejó una marca, pero no fue en el rostro, las manos o en algún sitio que yo aventuré. Lo cortó en las piernas, supongo que en la parte interna del muslo, en un lugar al que únicamente un amante pudiera tener acceso. —Oh, Jenna querida, tú lo atrapaste, sé que lo hiciste. Ahora mi trabajo es encontrarlo.

Dedico unos momentos más para sentir una pizca de arrepentimiento. Si, lo dije bien, el asesino sintió arrepentimiento y pesar por ella. Es por eso que cubrió su cuerpo y colocó las manos a manera de rezo. Eso es, buena chica, pide perdón por tus pecados y también por los míos, te acompañaré en el infierno y es por eso que te ofrezco un obsequio. La rosa negra, Molly se llevó considerable cantidad de ellas para estudiarlas en su laboratorio, con esa clase de sello, espero que sea sencillo encontrar a mi asesino.

Ya no tengo nada más que hacer aquí, me vuelvo a ajustar el abrigo, aprieto la bufanda alrededor de mi cuello y cuando estoy afuera, inspiro a profundidad, admiro la tonalidad de la noche y enciendo un nuevo cigarro.