Capítulo 1
Rabia
El sonido del mar se oía rumoroso a lo lejos, mientras la marea subía cubriendo poco a poco la pequeña celda a las faldas del Cabo Sunión.
Aquella celda solo era accesible por dos maneras: O descendiendo del Cabo hasta abajo como una cabra o a través del camino que conducía a ella desde la playa.
En la parte superior de aquella escarpada peña se hallaban los restos de un pequeño templo a la diosa de la guerra y las ruinas del templo a Poseidón Egeo.
Incluso, el mito decía que de aquella cima se había arrojado un rey ateniense al creer a su hijo muerto tras el fúnebre anuncio de unas oscuras velas.
En la parte de abajo, la señora de Atenas había construido una celda para que sus enemigos y aquellos que la traicionaran perecieran allí.
La sola idea parecía ridícula de no ser porque aquella pequeña cavidad se llenaba de agua al subir la marea y no era lo suficientemente alta como para evitar aquel fenómeno por falta de espacio y tarde o temprano morían ahogados.
Un destino cruel para los traidores y una lenta tortura a la que iban sucumbiendo poco a poco vencidos por el hambre y la sed.
La celda ya no conserva los esqueletos, deshechos hace ya mucho tiempo, pero la piedra y el metal de los barrotes aún ostenta los arañazos que quedaron grabados con la fuerza de la desesperación y el instinto de supervivencia de quienes estuvieron prisioneros allí.
Ahora la celda está ocupada por un hombre muy joven, casi un adolescente que está tendido a lo largo de la celda, probablemente cansado de luchar contra los elementos marinos.
La ropa está sucia de arena salobre y entre los cabellos rubios y enmarañados, secos, se alternan granos de sal y de arena negra.
El cuerpo está relajado ahora, probablemente guardando fuerzas para la subida de la marea.
Sus manos lucen golpes y arañazos, sin duda al evitar la marea y las uñas lucen quebradas y desgastadas con rastros de sangre. Los pies presentan un aspecto similar es casi posible adivinarlo aún a través del calzado húmedo.
Todo el cuerpo de aquel muchacho se nota laxo y vencido, excepto sus ojos que brillan con la fuerza de un zafiro cortante animados por un fuego extraño y que contrasta con la humedad del ambiente.
Levantó la cabeza y los labios, secos, cuarteados, se abrieron por instinto clamando por agua.
Kanon se volvió boca arriba mientras sentía la garganta darle un ardiente tirón, empeorado por la rabia que lo quemaba por dentro y le daba fuerzas para no darse por vencido.
Sentía una rabia asesina que le servía de combustible a su cuerpo gastado. Su mente solo pensaba en como salir de aquella celda y despellejar a quién lo había encerrado ahí, aunque tuviera que enfrentar la locura que las Erinias daban a los parricidas por ello.
Sí, porque su juez había sido su propio hermano, la misma sangre, la misma carne. Su gemelo. Habían compartido incluso el mismo vientre.
Por su hermano estaba encerrado en aquella celda, húmeda y podrida, con nada más que su rabia y su odio para mantenerlo vivo.
—Maldito seas, Saga, —sus labios maldijeron conjurando. — ¡Maldito seas!
El eco de la maldición reverberó en las paredes de piedra y se perdió en el tiempo, mientras el que la había proferido se levantaba trabajosamente y se acercaba a los barrotes tratando de recibir un poco de la luz del Sol.
Ya ni siquiera tenía noción de cuánto tiempo había pasado desde que estaba encerrado. En cambio, sabía perfectamente cuando se acercaba la marea alta, pues su cuerpo se ponía tenso de repente.
Aún no comprendía porqué Saga se aferraba tanto a su supuesta bondad y rectitud. ¿Tal vez aún no comprendía que había una parte de él que no era del todo buena?
Tampoco entendía su fe ciega en aquel bebé al que llamaba Athena y el cual dudaba que pudiera siquiera gobernar el Santuario. El Sumo Sacerdote estaba demasiado viejo como para dirigirlos, pero ya había escogido un sucesor.
Pero no había elegido a Saga, el cual hubiera sido la opción obvia, sino a Aiolos, el santo de Sagitario. ¿Por qué? ¿Acaso el viejo se había dado cuenta de lo mismo que él?
Pero no importaba su opinión, pensó con amargura. Aunque ambos habían sido recibidos en el Santuario al morir sus padres, solo uno había recibido entrenamiento como santo. Y no cualquier entrenamiento, entrenamiento de santo dorado, mientras que de él, que probablemente tenía el mismo potencial, nadie supo nunca nada.
Cerró los puños con fuerza y los estrelló contra los barrotes en un ademán rabioso.
Aquel encierro le había hecho darse cuenta que no solo estaba enojado con su hermano, sino con el mundo. Con el viejo Sacerdote y con la diosa. Hasta con él mismo, por no haber opuesto más resistencia ante el intento de Saga de encerrarlo en aquel antro de muerte.
Casi que de milagro, había escuchado rumores de que el resto de los santos dorados ya habían regresado de sus lugares de entrenamiento y que la orden por fin estaba completa. Soltó una carcajada amarga. El doce podía ser considerado un número de buena suerte, pero cuando se trataba de los santos dorados, más bien era lo contrario. La orden parecía condenada a no estar completa por mucho tiempo sin que sucediera alguna tragedia. ¿Cuál sería la de esta ocasión?
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, señal inequívoca de que la marea estaba por subir y se preparó para resistir los embates de las olas que parecían querer tragárselo cada vez que entraba en aquella celda.
Por experiencia había aprendido que era más fácil aferrarse a los barrotes que empujar el techo de la caverna, lo cual lo dejaba con las manos lastimadas siempre.
Contempló como la celda se llenaba de agua con indiferencia, casi con resignación.
Las siguientes horas las pasó estirando los músculos todo lo que le daban hacia arriba, tratando de evitar que el agua le llegara a la nariz, aunque no podía evitar que el agua se estrellara un par de veces contra su cara, llenándola más de arena.
Lo particular venía cuando la marea descendía. Aquella calma era mucho de agradecerse. Aunque esta vez hubo algo más que vino con la calma.
— ¿Cómo estás, Kanon?, —se oyó una voz fuerte del otro lado de la celda, proveniente de la escalinata natural que había en frente.
Cuando vio a su interlocutor, su cuerpo se sacudió en una risa sardónica e ininterrumpida.
Cuando pudo hablar de nuevo, lo hizo con cierto sarcasmo.
— ¿Viene a verme como a un animal de zoológico, maestro?
Shion lo ignoró.
—Quiero ayudarte, Kanon, —expresó con tranquilidad.
— ¿Quiere ayudarme?, —su voz adquirió un tinte de diversión. —Muy bien, sáqueme de aquí.
El ariano negó con la cabeza.
—Si te saco de aquí me matarás. Todavía estás enojado. Necesitas reflexionar antes.
— ¿Si no va a sacarme de aquí, qué quiere?
—Necesitas cambiar de actitud para que puedas ser perdonado. Y cuando seas perdonado, podrás salir de aquí.
— ¿Qué mal he hecho, eh?, —No irá a decirme las mismas sandeces que Saga.
—He visto a muchos con tus dudas, Kanon. Se preguntan por qué nuestra diosa no baja ya en forma adulta, porqué viene a este mundo bajo la forma de un bebé. Dudan que una niña pueda liderarnos. Es una duda válida.
— ¿Entonces...?, —se agarró a los barrotes con ansia., — ¿Por qué no fueron ellos encerrados aquí?
—Ellos no intentaron matarla.
— ¡Mi hermano también lo desea! ¡Pero es demasiado estúpido para reconocerlo! ¡Él es como yo!
Shion negó con la cabeza.
— ¡No me venga con estupideces, anciano! ¡Los dos somos malvados! ¡Por algo usted eligió al imbécil de Aiolos!
El tibetano suspiró.
—Tienes razón, Kanon. Hay algo oscuro dentro de Saga. Pero no es su verdadero carácter. Haríamos bien en no agitar esa parte de él. Por su propio bien y el de otros. Eso mismo no lo hace apto para ser mi sucesor. Dado que los otros son demasiado pequeños, solo Aiolos podía sucederme.
—Usted no lo comprende, —negó con la cabeza. —Somos gemelos... ¡Somos iguales!
—Físicamente talvez. —Concedió Shion. —Pero eso no quiere decir que en todo deba ser igual. ¿Recuerdas la leyenda de Géminis? Vosotros sois opuestos, pero no debéis odiaros.
— ¡SAGA ME ODIA!, —sintió que la garganta se le desgarraba.
—Saga no te odia, Kanon. Solo cumplió con su deber.
— ¿¡Qué clase de persona pondría a su propia sangre por debajo de las estúpidas leyes y una estúpida diosa!?—la rabia volvía a hervir en sus venas como fuego, quemándolas.
Shion ignoró el exabrupto.
—Saga no debió hacer lo que hizo. Hay otras formas de reconducirte. Condenarte a muerte no era una de ellas.
— ¡Entonces sáqueme de aquí, maldita sea! ¡Deje el sermón y haga algo! No querrá morirse con ese cargo sobre su conciencia. —sacudió los barrotes con furia.
—No puedo sacarte a menos que te tranquilices. Esa furia que sientes es peligrosa. Te comerá vivo.
— ¡Es lo que me da fuerzas! ¡De otra manera estaría muerto!
—Debes encontrar otra motivación. La ira y el odio no son la respuesta.
Kanon escupió al suelo de la celda. Sentía la ira latirle en las venas y la adrenalina le daba energía a su cuerpo, cansado por las privaciones.
—Piénsalo, —le aconsejó Shion. —Volveré lo más pronto que pueda y espero sacarte.
Kanon lo observó irse con el rostro inexpresivo. De repente, se agarró a los barrotes con una fuerza rabiosa, mientras su garganta se abría, dejando salir un rugido de profunda rabia y ¿por qué no?, de dolor. Calló de rodillas sobre la arena con la respiración agitada y se quedó así un gran rato.
El mar entraba tímidamente en la celda y le lamía los pies, como pidiéndole perdón por los furiosos embates de antes. Se encaminó hacia el fondo de la gruta y se tendió en el suelo para descansar.
Su mente no dejaba de pensar en las palabras de Shion. Quién sabe si la senilidad finalmente había alcanzado al viejo sacerdote, porque él estaba seguro de no querer renunciar a sus ambiciones y de seguro que no iba a perdonar a Saga por lo que le había hecho.
Pero si podía engañarlo para que lo sacara...Después de todo, le quedaba poco tiempo de vida. Solo tendría que fingir arrepentimiento por un tiempo. Luego convencería a su hermano de unírsele. Estaba seguro que no necesitaría mucha persuasión para lograrlo, podía ver ese lado oscuro de Saga ansiando salir a la luz.
A veces, cuando la rabia no lo dominaba se sentía cansado y simplemente se tendía en la arena a esperar que pasara algo además de los ruidos del mar.
Había llegado a conocer aquella gruta como la palma de su mano, con sus grietas y recovecos, y el brillo azulado del agua sobre la roca.
Había algo extraño en aquella gruta, como si solo fuera la entrada a otro lugar más místico.
Había escuchado los supuestos de que en Cabo Sunión había sido encerrada el ánfora que contenía el alma del dios Poseidón, aprisionada allí desde hace quién sabe cuántos siglos.
Pero en aquella gruta no estaba, y no parecía haber una puerta o una abertura que condujeran hacia donde estaba tal artefacto.
Se tumbó sobre la espalda mientras sus ojos se paseaban por el techo de la gruta con parsimonia, casi con interés en la negra roca, buscando los rayos de luz que jugueteaban entre la oscuridad.
Pronto comenzó a sentir el rugido de tripas que le indicaba que necesitaba comer.
Se levantó con un resoplido y comenzó a escarbar en la arena con paciencia, buscando animalillos que hubieran quedado enterrados después de la subida de la marea.
Mientras lo hacía, le pareció oír un chapoteo afuera de la gruta. Levantó la cabeza, pensando que Shion había regresado antes de lo previsto, pero no oyó su voz. El chapoteo se repitió.
Se acercó a la entrada de la gruta y se impulsó hacia adelante con ayuda de los barrotes, intentando ver algo.
Se oía como si alguien chapoteara con los pies en el agua, pero no se veía a nadie.
El chapoteo se oyó más fuerte la tercera vez, como si fuera una salpicadura producida por un cuerpo al zambullirse. Se oyó una risa juguetona y musical.
Kanon parpadeó. De seguro la falta de alimento le estaba jugando malas pasadas y ahora alucinaba.
— ¿Qu...quién está ahí?, —balbuceó. — ¿Hay alguien ahí?
El silencio respondió a sus requerimientos. Supuso que solo se trataba de algún delfín juguetón que hacía cabriolas entre las olas y se encogió de hombros, mientras se sentaba en el suelo, con la espalda apoyada en los barrotes.
Pronto, el cielo se tiñó de rosado, anunciando el atardecer. Suspiró, mientras se encaminaba al fondo de la cueva y se recostaba sobre la piedra lisa que le servía de almohada en las noches.
Se quedó observando como la luz abandonaba la gruta hasta que el sueño hizo presa de él provocando que relajara los miembros y apoyara la cabeza sobre la piedra para dormir. Pronto su pecho empezó a subir y bajar rítmicamente y el sonido de su respiración llenó la gruta como una réplica del sonido de las olas afuera en el mar.
Salió de su escondite después de un gran rato, cuando ya la luna iluminaba las aguas con su luz plateada y se acercó a los barrotes. Intentó pasar su cuerpo entre ellos, pero vio que no podía pasar. La cola salpicó con furia. Inmediatamente se echó hacia atrás temiendo haber despertado al durmiente. Kanon se removió en sueños
Aún no entendía qué hacía aquel apuesto desconocido encerrado en aquella gruta, pero estaba determinada a sacarlo a como diera lugar, sobre todo porque parecía un náufrago, aún sin estarlo realmente. Se quedó observándolo basta horas de la madrugada, cuando la marea volvió a subir y él se despertó para tratar de mantenerse con vida al menos durante unas horas más.
Aquel tormento le parecía excesivo pero estaba segura de que lo superaría pronto. Se hundió en las profundidades del mar esperando poder hacer algo pronto para salvar a aquel muchacho. Lo último que quedó de ella fue un brillo rojizo entre las aguas.
Bueno, bueno. Aquí vuelvo al ruedo con éste pequeño short fic. ^^ Tenía ganas de escribir algo sobre ellos hace rato. Como hace RATO.
¿Sabían que Kanon estuvo diez días encerrado en Cabo Sunión? Estuve buscando y un amigo que conoce bastante a fondo el manga me pasó el scan. También parece que Saga asesinó a Shion incluso después de que Kanon se escapara de la prisión, encontrara el tridente y usurpara el scale de Sea Dragon.
Así que como a mí me gusta poner a Shion como que no se le escapa nada, ahí está, tratando de arreglar las maneras de Saga.
Habrán notado que el capítulo es más corto de lo que las tengo acostumbradas. Pasa que al estar los acontecimientos exclusivamente relacionados con Kanon y en un ambiente donde no puede tener mucha interacción con nadie más que con sí mismo, pues no puedo hacerlo mucho más largo.
Como siempre, estética manga, aunque en este caso me basé en un pequeño detalle del anime. A ver si adivinan cuál es.
Por lo que veo, me llevó lo mío completar este capítulo, así que para librarme de presiones, actualizaré cuando lo deba actualizar.
Como es solo un shortfic, tendrá solo cuatro capítulos.
Fanart de portada por MCAshe.
¡Un besote!
