DISCLAIMER: Los personajes de este fanfic son propiedad de Rick Riordan (ya quisiera yo que Leo me perteneciera...)


Hello again everyone! He llegado con un nuevo fic, cómo no, participando de un reto.

No espero ganar el reto ni nada de eso, porque me salió medio trucho (me encanta ese adjetivo argentino), pero no podía simplemente dejar pasar un reto sobre mi personaje favorito de "Los Héroes del Olimpo" sin hacer al menos un esfuerzo.

Así que, aquí les dejo un rato con Leo Valdez. ¡Disfruten!


Este fic participa en el reto "Leo Valdez" del foro El Monte Olimpo.


Leo estaba muerto.

Lo sabía con absoluta certeza. Sentía dolor, pero no era muy fuerte, como si lo hubieran anestesiado.

Oscuridad. A su alrededor todo era oscuridad. No podía verse a sí mismo ni podía moverse.

Intentó encontrar su voz y lo logró a fuerza de voluntad.

—¿Calipso?

La palabra se extinguió casi al salir de sus labios. Leo empezaba a sentir claustrofobia. Su respiración se agitó y él comenzó a desesperarse. Intentó moverse, pero era como si estuviera enredado en telarañas pegajosas, o enterrado en arena hasta el cuello.

La sangre comenzó a latirle en los oídos. El silencio a su alrededor era más terrorífico que cualquier sonido.

—¿Calipso? ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy? ¿Calipso?

Un solo nombre. Era el único que podía recordar en ese momento. Una niebla de dolor y miedo empañaba todos sus recuerdos, pero Calipso seguía allí, grabada a fuego en su corazón.

El terror empezó a embargarlo. Le costaba respirar y Calipso no respondía. Calipso no estaba allí.

El fuego. Lo único que le quedaba era el fuego.

Temblorosas llamas anaranjadas surgieron de sus manos. Les infundió vigor y aliento, y se extendieron por todo su cuerpo. No le quemaban. Nunca le habían quemado. El fuego siempre había sido su amigo.

Pero entonces la oscuridad se tragó las llamas y extinguió la luz y el calor, y Leo se quedó solo. Sin recuerdos. Sin fuego. Sin Calipso.

Solo.

Intentó gritar, pero su garganta no emitió ningún sonido. Intentó moverse, hacer algo, escapar, pero era imposible.

Ahora Leo sabía algo.

No estaba muerto.

Estaba dentro de un ataúd, y lo habían enterrado, pero él estaba vivo. ¡Estaba vivo! ¿Por qué lo habían enterrado? ¿Cómo podía Calipso haberle hecho eso?

—¡CALIPSO! —gritó.

Sintió una mano en su hombro.

—¿Leo? ¿Qué pasa?

Despertó de golpe.

La luna teñía la habitación de plateado. A través de la ventana abierta se oía el sonido de las olas rompiendo cadenciosamente contra la playa. El aire nocturno era cálido y arrastraba una fragancia a canela.

Su respiración se fue tranquilizando. Una pesadilla.

—Nada, sólo ha sido una pesadilla.

—¿La misma de siempre? —Calipso estaba a su lado en la cama, incorporada a medias sobre su codo derecho.

Leo apartó las sábanas, húmedas por el calor de la noche caribeña y por su sudor. Estaba empapado en transpiración, como siempre después de esa pesadilla.

—La misma de siempre.

Se miró las manos. El fuego acudió a ellas y se extinguió sólo cuando Leo quiso.

Sólo había sido una pesadilla.

Estaba a salvo.

Estaba en casa.

Hacía siete años que había muerto y luego vuelto a la vida, y cada aniversario de esa fecha tenía la misma pesadilla. Pero era sólo eso. Era sólo un sueño.

—Todo está bien —dijo, y así era.


Espero que les haya gustado.

Kisses!