*Dragon Ball y sus personajes son propiedad de Akira Toriyama.

Meditabundo

El joven Kamisama, Dendé, caminaba alrededor de la plataforma del reluciente Templo Sagrado contemplando concienzudamente el ajetreado mundo terrenal, en el cual, algunos se preparaban para las celebraciones de fin de año.

El caótico vaivén de miles de personas y sus pensamientos dejaba atónito al namekuseijin, que buscaba comprender y aprender del comportamiento terrícolas. En ocasiones, terminaba completamente exhausto ante dicho desafío, pues si algo sabía era que los seres humanos eran completamente impredecibles.

Algunas veces había considerado desistir de la tarea que le había sido encomendada, pues cuando creía tener las certezas éstas se transformaban nuevamente en enigmas. En momentos así, recordaba las enseñanzas de Mr. Popo, el anciano consejero del Templo Sagrado, que le había relatado la truculenta historia de la dicotomía en la que oscilaba la naturaleza humana: bondad-maldad, tristeza-felicidad, amor-odio, caridad-egoísmo, violencia-pacifismo, etc. No obstante, Mr. Popo le advertía constantemente que debía ajustar su corazón, alma y conciencia para descubrir y entender que las personas son el producto de sus circunstancias y entorno.

El joven namekuseijin intentaba comprender el impulso detrás de los constantes sacrificios de los guerreros z por la Tierra y sus habitantes. El amor, esa era la razón detrás de la valentía de Gokú y sus amigos. El amor había sido capaz de transformar los sentimientos de villanos como Piccoro y Vegeta. El amor mantenía unidos, pese a las diferencias, al poderoso escuadrón que se encargaba de proteger el planeta. El amor había sido capaz de vencer al miedo.

El mes de diciembre era especial para muchas de las personas, incluyendo a Kamisama, podía percibir sensibles cambios en la conducta humana; probablemente debido a la alteración de la escala de prioridades, quizá era el momento en el que recordaban lo verdaderamente importante en la vida, posiblemente el fin de un año los hacía recapitular lo vivido y llevar a cabo un profundo ejercicio de introspección; tal y como le sucedía en ese momento a Dendé.

El mismo Kami era consciente de la batalla interna entre el egoísmo y la caridad, es decir, entre su deseo de abandonar la responsabilidad como deidad en un planeta que no era el suyo y unirse a su amado pueblo en el Nuevo Namekusei. Sin embargo, sentía un profundo agradecimiento por los guerreros que habían amparado a su gente después de la cruenta batalla contra Frezzer. Asimismo debía honrar la confianza que había depositado el Patriarca, los terrícolas y la familia del dragón de la cual debía ser digno representante.

No quería convertirse en un miembro más de la sociedad de desecho, quería que la caridad a través del amor al otro, pudiera sembrar la semilla en los corazones de los seres humanos, para procurar que las acciones vociferaran más que las promesas. Al salir de su estado meditabundo, Dendé sonrió, ahora impulsado por un nuevo deseo, el de transformar la utópica esperanza en una realidad posible, en un mundo mejor.