I

El color grisáceo se extendía por todo el cielo, dejando que el amplio mar reflejara su pálido rostro.

Se sentía la fría brisa del aire rozar el cuerpo, provocando ligeros estremecimientos. La poca luminosidad que tenía el cielo era debido a los livianos rayos del sol que se ocultaba entre las espesas nubes oscuras

Tan triste, tan nostálgico: tan irreal.

Aquella suave melodía se iba con el viento pidiendo libertad. Clamando a gritos un poco de paz de una manera sutil, discreta: propia de ella.

Sus labios susurraban a la nada aquella melancólica letra mientras su mente divagaba entre sus recuerdos. Prácticamente sus dedos se movían sobre aquellas cuerdas al compás de sus pensamientos.

El amplio mar se extendía frente a sus ojos cerrados.

Estaba sentado sobre aquella barda que separaba la ciudad del agua. Aquella banca cuyo respaldo hacia que se le diera la espalda a tan hermosa vista en primavera.

Él se había sentado de perfil, cantándole con su guitarra a su propia alma. Intentando que su espíritu se fuera junto con aquella canción que llegaba al fondo de su ser.

Why he had to go? I don't know he wouldn't say
I said something wrong, now I long for yesterday

Pronunció cada palabra con el pesar de su corazón. Esa canción se la había enseñado esa persona que ahora él tanto anhelaba.

—Te has equivocado. —Se escuchó una voz casi apagada.

Lentamente el que interpretaba aquél murmullo abrió sus ojos con pesadez mientras sonreía, parecía que el comentario le había hecho gracia, aunque esa sonrisa se había hecho con bastante esfuerzo.

No respondió nada, pero siguió tocando calmadamente aquella composición.

—Es she, no he —señaló la persona que lo había hablado.

La canción se había convertido en una melodía instrumental, propia del single. Había ladeado su cabeza un poco, con una sonrisa un tanto extraña, no era de felicidad, ni tampoco se veía tan forzada, era algo parecido a la fascinación con un poco de decepción o tristeza. No sabía, pero seguía siendo bastante… extraña.

—Tienes razón, la letra dice she, pero no creo que ellos se enojen si lo canto como he —dijo mientras volteaba su mirada hacia el cielo oscurecido.

—Arruinas el chiste de la canción. —Le recriminó enfadado.

Aquella composición estaba hecha con mucha dedicación por parte del autor y venia un rubio sin gracia a arruinar la letra que estaba hecha con gran esmero. Sí, es cierto que existían más de dos mil versiones de aquel single, pero ninguna era tan buena como la original. No, ninguna se medía con tal calidad. Sólo Los Beatles podrían cantar Yesterday con gracia, elegancia, con aquel no-sé-qué tan de ellos.

—Cada uno le puede dar el significado que quiera a una canción —comentó calmadamente mientras seguía interpretando la melodía con sus dedos.

Los ojos negros se clavaron de manera furiosa sobre aquel muchacho que no se dignaba siquiera a mirarle. Tenía sus ojos cerrados mientras elevaba suspiros, como si esa canción y él fuesen uno mismo.

—Eso no tiene nada que ver. Lo único que te digo es que respetes la letra —espetó.

Aquél chico lo había sacado de sus cabales. ¿A caso era mucho pedir que se respetara la letra? Él gustaba de la música, amaba la música, sobre todo la instrumental y clásica. Era lo único que lograba que su cabeza se enfriara ya que su genio no era el mejor.

Suspiró y miró el cielo, buscando una solución.

La iluminación artificial de aquel lugar se encendió abruptamente, haciendo que todo fuese más visible. Se exaltó un poco al darse cuenta de lo ocurrido, y ahora que salía de sus pensamientos se daba cuenta de que el chico había parado de hacer sonar las cuerdas de la guitarra, para limitarse a jugar con ellas mientras miraba absortamente el interminable mar.

Exhaló cansinamente. No le había respondido pero tampoco importaba. Había gastado tiempo con aquél idiota, aunque tampoco es que eso fuese relevante, prefería perder el tiempo a estar en el departamento.

Un sonido abrupto interrumpió el cómodo silencio que, irónicamente, ambos disfrutaban.

Era la melodía de un celular que sonaba, obviamente no era del chico de cabellos negros. Él jamás usaría la típica melodía que viene configurado en el celular, era tan chillona, estúpida, idiota; no sabía cómo describirla, simplemente era molesta.

—¿Sí? —Escuchó que respondieron el celular —. Ah, está bien. Voy para allá —respondió para luego colgar.

Comenzó a guardar la guitarra en su funda y como si nada se fue, dejando al moreno con la ceja alzada en forma inquisidora. Al menos, por pura cortesía, le hubiese dicho adiós o algo parecido, pero irse en la forma en que lo hizo era una falta de respeto.

—Ugh, maldición. ¿Por qué a mí? —Le preguntó a la noche mientras alzaba su mirada azulina.

Había caminado varias cuadras hasta que llegó al hospital. Odiaba el hospital. Prácticamente conocía a todos los empleados del establecimiento, desde el director general hasta el barrendero del turno nocturno.

Subió los escalones y cuando estaba a punto de cruzar la puerta de cristal el guardia bajó la cabeza; parecía que todo el hospital lo sabía.

Suspiró una vez más.

Caminó por los pasillos iluminados de la clínica hasta que llegó a su destino, el cuarto 93.

—¡Naruto! —gritó su amiga al verlo venir.

Rápidamente corrió a abrazarlo mientras lágrimas y sollozos brotaban de ella. El chico sólo atinó a abrazarla.

—Lo siento, tanto, tanto tanto —repitió una y otra vez.

—Ya, ya, Sakura. Voy a estar bien, y ustedes también —respondió al tiempo que pasaba su mano de arriba abajo por la espalda de la chica.

—Lo sé pero… Ugh, esto es tan… —Las palabras se le quedaron en la boca, no podía ni siquiera hablar por culpa de la maldita emoción que atravesaba su corazón.

—Por cierto —habló—, ¿dónde está él? —preguntó mientras lo buscaba con su mirada.

La de cabellos rosados lo miró y luego suspiró.

—Está en el marco de la puerta —contestó mientras se despegaba del rubio, sabía que lo iría a ver.

Así fue. Naruto comenzó a caminar hacia la dirección señalada, buscando con su mirada a esa persona en especial.

Y lo vio, lo encontró dudando si encender o no un cigarrillo. Se apresuró a acercarse a él y lo abrazó con fuerza, mientras dejaba salir sus sentimientos reprimidos, sus emociones censuradas, y sus acciones controladas.

Lloró. Lloró con avidez sobre su hombro. No le importaba que los demás lo vieran, total, para todos los presentes él era un niño, un niño alto y rubio, pero de todas maneras un niño.

—Tranquilo. —Le susurró en el oído.

—Maldita sea, estoy solo —murmuró contra el hombro contrario.

Lloró, sollozó, gimió, bramó, incluso gritó. El dolor pesaba.

—Naruto, me tienes a mí —dijo el dueño de los ojos ambarinos que lo miraban fijamente.

—Sí, pero… —No terminó la frase, no había caso. Se dedicó a abrazarlo en silencio.

Bajó la guitarra y nuevamente se abandonó en sus brazos. Por alguna razón ese tipo siempre lograba tranquilizarlo.

Y así pasó largo rato. No sabía si sólo habían sido segundos, si eran minutos o si incluso fueron horas, pero él abrazaba fuertemente al mayor.

Los dedos de él se mezclaron con la rubia cabellera; le daba suaves masajes para que librara toda esa tensión. Sabía que fácilmente le podría dar píldoras para dormir y el de ojos azules se las tomaría sin replicar nada, después de todo olvidar era lo que quería. Sin embargo no se lo merecía, los últimos meses se la había pasado martiriado.

—Chicos —pronunció Sakura temerosa de romper la escena—, es hora.

Ellos entendieron, asintieron levemente se fueron rumbo a recoger el cuerpo sin vida que sería enterrado en un par de horas.

La mayoría de los amigos de su hermano estaban alrededor de aquél hoyo, viendo cómo el ataúd bajaba lentamente.

Sakura se agarraba fuertemente del brazo de un moreno, el cual llevaba una coleta alta. Al lado de ellos se encontraba un chico de pelo castaño.

Una nueva lágrima manchó su mejilla; el camino de las anteriores había dejado huella en el rostro. Un níveo dedo la quitó sutilmente mientras sus brazos acunaban al rubio.

Otras dos rubias, madre e hija respectivamente, lloraban sin consuelo alguno. Las lágrimas eran retiradas para darle paso inmediato a las siguientes.

El cura dijo las últimas palabras, Naruto arrojó un ramo de margaritas y acto seguido los trabajadores empezaron a tirar tierra encima de la caja de madera.

Los brazos cubrieron una vez más la delgada figura masculina y ésta se dejó caer rendido en ellos.

Después que las demás personas se retiraran del funeral, los amigos de los rubios se habían ido a casa del menor del grupo. Lo ayudarían a limpiar el departamento, después de todo, así lo había querido el difunto.

En los últimos minutos de vida había rogado a sus amigos que no dejaran solo al de ojos azules, que no importara nada, que no lo abandonaran.

También había dicho que inmediatamente después de que todo terminara limpiaran la casa, ya que no quería que su hermanito se la viviera entre recuerdos, como una vez hicieron.

Que donaran sus cosas o las regalaran a aquellas personas que lo necesitaran, y que si querían una u otra de sus pertenencias que las tomaran sin remordimientos. Que lo único que se quedara su hermano fuesen los buenos recuerdos y aquél instrumento que sabía que era demasiado valioso para ambos.

Sabía de sobra que en algunas cosas no lo acatarían al cien porciento, pero se conformaba con la mayoría. Y sus cuadros… Bueno, esos se quedarían en una caja en el lugar más oscuro del departamento, ya que sabía que nadie tendría el valor de botarlos.

Su vida había sido tan efímera.

Sus primero años de vida había sido feliz. Tras la muerte de sus padres hubo un periodo triste en su vida, aún cuando su tía Tsunade los había acogido y brindado el calor maternal. Y al irse a la universidad en otra ciudad, se había ido con su hermano. ¡Y Dios que había sido feliz ese par de años! Se había permitido el volver a amar, a sentir y soñar, pero sabía que todo terminaría en un pestañear.

Y así fue, vivió veintidós años, para morir una tarde de julio en un hospital que sabía su nombre y apellido: Deidara Uzumaki.