NOTA: Aún no tengo claro si esta historia, largamente apartada, se quedará como un one-shot o no. Mientras me decido, les dejo el ¿primer? capítulo.

DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: Skip Beat no es mío. Ya, por supuesto…


JAMÁS NOS SEPARARÁN

Era su último día en Kyoto.

La familia Hizuri preparaba sus maletas para su partida. "¿Pero dónde estará este niño?", pensó su padre.

A Kuon lo buscaron por el hotel antes de empezar a oscurecer. Pero en el ryokan nadie ha notado la ausencia de la pequeña Kyoko. Solo la Okami, Fuwa-san, pues se supone que hoy antes de la cena la instruiría en ciertas técnicas del ikebana. "Esta niña siempre escapándose al bosque…". Pero volvió a sus clientes y no le prestó más atención al asunto hasta mucho más tarde, cuando la pequeña no se presentó para ayudar en el comedor. Ni siquiera Shotaro se dio cuenta. Al menos hasta la mañana siguiente, cuando Kyoko no estaba allí para servirle el desayuno.

Al amanecer, los dos grupos que buscaban a los pequeños se encuentran en el bosque. Suponen, y con razón, que o los han secuestrado a la vez o deben haberse escondido juntos. Pero en tal caso, ¿en qué momento se conocieron?

No tardan en encontrarlos, entre las raíces de un enorme árbol, abrazados combatiendo el frío del alba. Kyoko duerme cuando los hombres llegan y la despiertan con sus voces. Pero Kuon, con la mirada más fiera que un niño de diez años es capaz de dar, y apretando aún más fuerte a Kyoko, les dice:

—Jamás nos separarán…


Sí, Kuu y Julie habían conocido a la pequeña Kyoko. Una niña adorable, preciosa, que había estallado en llantos y gritos cuando la habían arrancado de los brazos de Corn. Pero él peleó por ella. Dio patadas, golpeó, insultó, incluso mordió. ¿Pero qué fuerza tiene un niño comparada con la de un adulto?

Se la llevaron.


Ya en el hotel, en medio de un ataque de ansiedad, Kuon les contó a sus padres todo sobre Kyoko. Y sus encuentros con el hada Corn. Lamentable historia, es cierto, pero ellos no podían meterse en asuntos ajenos. Y menos por una niña que vivía con su madre. Pero algo en esta historia olía mal, terriblemente mal… No perderían nada por hacer algunas averiguaciones.

Habían hecho este viaje con la esperanza de que su hijo volviera a sonreír. Se habían enterado hace poco (su maldito mánager se lo había ocultado) de la situación de acoso que sufría su hijo, tanto en la escuela como en los platós. Lo que antes Kuon les justificaba como moratones y cortes por su entrenamiento ahora se veían como lo que eran. Peleas. Palizas.

Su hijo se estaba hundiendo en un pozo de oscuridad y ellos no lo habían visto. ¿Qué clase de padres eran? Su adorado hijo se estaba muriendo por dentro y ellos no lo veían. Lo estaban perdiendo delante de sus narices y ellos no se daban cuenta.

Y en Kyoto, por primera vez en meses su hijo volvió a sonreír. Parecía feliz. No sabían lo que hacía cuando se iba a pasear por el bosque, pero fuera lo que fuera, funcionaba. Ahora tenían la certeza de que la pequeña Kyoko era quien lo había rescatado.

No, no perderían nada por hacer algunas averiguaciones…


Esa noche Kuon se escapó de su hotel y fue corriendo al ryokan de Kyoko. Anduvo por los pasillos oscuros, sigiloso, sin hacer ruido, hasta que oyó unos sollozos que él reconoció. Abrió con cuidado la puerta.

—Kyoko-chan…

—¡Corn!

Los dos pequeños se abrazaron.

—Corn, ¿no eres un hada? Me han dicho que no eres un hada. Se equivocan ¿verdad?

—No, Kyoko, lo siento pero no lo soy. Pero sí que sé hacer un poco de magia…

Saca de su bolsillo una hermosa piedra azul, que emite destellos violáceos al reflejar la luz.

—Esta piedra es mi promesa. Cuando estés triste, sostenla fuerte sobre tu corazón. Te ayudará hasta que yo regrese.

—C-Corn… ¿T-Te vas? —dice la niña, reanudando sus sollozos.

—Volveré a por ti. Cueste lo que cueste, volveré a por ti.


Seis meses de batallas en los juzgados les llevó al matrimonio Hizuri conseguir la tutela legal de Kyoko.

Los Fuwa presentaron resistencia. Su madre, la biológica, y quien legalmente tenía su custodia, no apareció en ningún momento. Constaba en los archivos que le habían sido entregadas las citaciones en persona. Todas las veces. Jamás compareció.

Durante el proceso quedó patente el maltrato psicológico y el estado de semiabandono parental de la niña, solo paliado por los cuidados de la familia Fuwa, pero incluso estos bordeaban peligrosamente la situación de trabajo infantil.

Los Hizuri pelearon como fieras por su cachorro.


El avión la ponía nerviosa. Solo la mano de Corn en la suya evitaba que los nervios la consumieran. Una nueva familia. Un nuevo país. Un nuevo idioma… Pero Corn estaba con ella. Con Corn a su lado todo iría bien. Tenía que ir bien.

—Kyoko…

—Kyoko-chan.

—Kyoko. En Estados Unidos no se usan los honoríficos como en Japón.

—Pero se me hace tan raro que me llames Kyoko… Como si fueras…

—¿Cómo si fuera qué?

—Nada, nada…

—Kyoko, mírame…

—¿…?

—Te llamaré Kyoko, porque algún día nos casaremos y yo seré tu marido.