La habitación blanca reflejaba el atardecer en sus paredes. No había mayor ruido que el de la suave melodía provocada por el violín que llevaba el moreno en el hombro. La música era tranquila y elegante, como si fuese un reflejo de aquel chico.
La puerta se abrió de golpe y un rubio delgado y pálido entró por ella. Blaise alzó la mirada, sin dejar de mover el arco del violín, desinteresadamente. Estaba acostumbrado a los gestos exagerados y, un poco de diva, de su mejor amigo. Draco llevaba un pequeño rubor en las mejillas.
- ¿Y ahora qué? – preguntó suavemente.
- Me quitaron las tarjetas de crédito. – resopló el rubio antes de echarse en un sofá beige.
Draco miró exasperado a Blaise, que continuaba tocando el violín. Sus padres, portadores del majestuoso apellido Malfoy, habían llegado a la conclusión de que el heredero de tanto poder debía ser más agradecido y decidieron cortarle su mesada. Antes del inicio del semestre había recibido un ultimátum por parte de su madre, advirtiéndole que ahora debía vivir solo y cargar con las responsabilidades que esto conllevaba.
Blaise le había otorgado uno de los apartamentos que su madre le había obsequiado y, por ser su mejor amigo, le hacía un descuento del 25% al mes. Draco pagó el primer y el segundo mes con las tarjetas de crédito que le habían dado sus padres. Ahora, una semana después de pagar el siguiente mes, le notificaron que todas sus tarjetas de crédito habían sido canceladas por los portadores de la cuenta. Es decir, sus padres. No entendía cuál era el propósito de todo aquello y, francamente, esto se estaba convirtiendo más en una tortura que cualquier otra cosa.
- Al menos pudiste pagar la mensualidad – dijo Blaise, alzando una ceja de manera irónica. Draco parpadeó lentamente, mostrando su desinterés por el comentario de su amigo.
Se encontraban en uno de los cuartos de ensayo de la facultad de Artes Musicales de la Universidad Estatal Hogwarts donde Blaise estudiaba Composición e Instrumentos de Cuerda. Su amigo era lo que se conocía como niños prodigios, dotados de un talento innato. Se conocieron en el colegio y su amistad se había vuelto envidiable. Esto último, principalmente, porque ambos eran de los chicos más atractivos en todo el campus. Draco atraía a todas las mujeres de la escuela de Política mientras que Blaise conquistaba a toda persona quien escuchara su música. Incluso, mientras hablaban, grupos tanto de varones como chicas los miraban desde el otro lado de las ventanas.
- ¿Ya pensaste en trabajar? – preguntó, desde ya sabiendo la respuesta.
- ¿Yo? Trabajar es para pobres.
- Serás un excelente político.
Finalmente, Blaise dejó de lado su violín y se acercó hasta sentarse junto a su amigo. Draco vestía elegantemente, parecía todo un empresario, y nadie sospecharía que no tenía ni con qué comer para la noche. Incluso había vendido un par de sus prendas con tal de pagarse elementos básicos. Blaise le ayudaba, pero no estaba en su naturaleza ayudar sin obtener algo a cambio.
- Tan solo digo… ¿Para qué quiero degradarme a trabajar?
- Claro, tienes un punto muy válido. ¿Quién querría tener comida todos los días y un lugar para vivir?
Draco detestaba cuando su mejor lo trataba de aquella manera. Por supuesto que tenía razón, era claro, pero eso lo convertía en una de las personas más molestas que había conocido en toda su vida. Puso los ojos en blanco y cruzó una pierna. A pesar del estado en el que se encontraba, jamás perdería el estilo.
- Vas a tener que hacer algo, y pronto, Draco, o no podrás pagar el siguiente mes y sabes que odiaría tener que sacar a mi mejor amigo cuando más me necesita.
Luego de un silencio casi eterno, ambos se pusieron de pie. Mientras caminaban por los pasillos de aquella facultad, eran conscientes de los grititos que emitían algunas mujeres y las miradas furtivas de algunos chicos. Ya estaban acostumbrados a ese tipo de comportamiento, por lo que no reaccionaron.
Al llegar al lobby encontraron el tablón de información, donde se podían leer anuncios de objetos perdidos, datos sobre la inscripción a algún club, y hasta clases particulares. Sin embargo, una de aquellas hojas llamó la atención de Draco de inmediato y este se detuvo en seco. Blaise también se detuvo, pero no volteó.
- ¡Eso es! Esa es la respuesta, Blaise – exclamó el rubio señalando el tablón.
- ¿Qué cosa?
- ¡Un roommate!
- Guacala. ¿Estás seguro? – Draco asintió, orgulloso de su idea. – Normalmente cuando las personas comparten apartamento, también comparten el costo del mismo.
- Por favor, deja el sarcasmo de lado. Alguien pagará por el 65% y yo aportaré el otro 25%.
Ambos permanecieron quietos, todavía mirando aquel sucio tablón. Blaise suspiró. Draco, por otra parte, estaba totalmente contento con su idea, al punto que hasta el hambre se le había olvidado. No entendía cómo no se le había ocurrido antes.
- Me preocupa tu conocimiento matemático – murmuró el moreno.
