Disclaimer: Naruto es un anime creado por Masashi Kishimoto, los personajes son todos suyos, yo solo los uso para imaginar cosas divertidas.
PREFACIO
Solté las maletas dejando que resonaran al caer sobre el suelo, me apoyé en mis rodillas tratando de recuperar las energías que perdí subiendo las maletas hasta el tercer piso. Me asomé lentamente hacia la ventana de mi habitación, la que abría a un balcón enorme.
Acaricié las barandas de madera barnizada deleitándome en la suavidad de su superficie, delgados y zigzagueados fierros sostenían las barandas justo donde yacía mi cintura. El sol refulgente yacía en el punto más alto del cielo y unas cuantas nubes de algodón hacían formas de animales.
Brr brr.
El celular en el bolsillo de mis vaqueros rasgados comenzó a vibrar.
Llamada entrante de Sakura Haruno.
Deslicé el dedo sobre el icono del celular verde y acerqué el aparato a mi oreja.
Moshi moshi.
¿Cómo estás? ¿Has llegado a tu nueva casa? Vi un camión de intercambio pasar frente la mía y me gustaría saber que es tuyo antes de visitarte.
Puede que sí. ¡Qué suerte que ahora vivamos tan cerca!
Iré a verte, hay algo que tengo que contarte.
De acuerdo, apresura.
Mi mejor amiga finalizó la llamada y no pude evitar comenzar a tejer ideas en mi cabeza de lo que quería decir. ¿Otra vez habría tenido una discusión desagradable con sus padres?¿Está saliendo con un chico y ya cree que es su alma gemela?
Comencé a guardar mi ropa en un ancho y espacioso armario. Desde mis chaquetas largas y coloridas hasta mis bototos militares. Quizás no sea una maestra de la moda, pero soy muy quisquillosa con lo que visto.
—Tu ropa sigue siendo tan colorida como la entrada de un circo, tal y como lo recordaba.
Reí algo avergonzada y me acerqué a darle un abrazo. Nos sentamos en la cama matrimonial y conversamos de nuestra vida y las cosas que hicimos en ese largo año sin vernos. Luego Sakura se enserió y creí que me hablaría de eso que vino a contarme.
—Hinata.
Mencionó mi nombre, deseaba que escuchara con atención lo que diría.
—Hay un chico que conocí en la preparatoria. Su cabello es negro como una noche sin estrellas y tiene marcados abdominales—mi rostro demostró confusión—. Lo espié por la ventana cuando se cambiaba en los camerinos...
—Sakura grandísima pervertida.
—Pero lo importante es... Lo encontré.
Guardé silencio por un momento. No era la primera vez que sucedía esto, Sakura se ilusionaba y terminaban rompiéndole el corazón.
—Es un chico tan guapo —se mordió el labio, probablemente recordando sus abdominales—, su paradero es un misterio, su club de fans y yo solo sabemos que llega a pie—¿dijo club de fans?—. Ningún alumno ni siquiera profesores lo habían visto antes, por lo que deduzco que es nuevo en Criessland.
—Criessland, creo que significa tierra de los gritos. Es un nombre muy extraño, ¿no lo crees?
—Un inglés le colocó el nombre a estas tierras. Los occidentales tienen costumbres algo difíciles de comprender.
—Claramente. Pero volviendo a lo del chico, ¿cuándo llegó a la preparatoria?
—Hace seis días, el mismo día que vendrías, pero el camión de intercambio tuvo problemas técnicos. Qué casualidad, ¿no te parece?
Asentí con la cabeza y una sonrisita. Me causaba algo de emoción la idea bizarra de que él tuviese algo que ver conmigo. Un juego de niñas simplemente.
Colocamos nuestra música electrónica favorita y comenzamos a desocupar las maletas con ropa y otras pertenencias, luego seguimos con el resto de la casa. Ya había oscurecido y aún nos quedaban cajas que desocupar. Mi padre detuvo a las mucamas y a los mayordomos y les pidió que descansaran.
—Gracias por la visita Sakura, puedo decirle a nuestro chófer que te lleve a casa.
—No se preocupe señor Hyuga, he venido en auto.
—Ya veo, recuerda que puedes volver cuando desees.
Sakura inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento y se despidió de mi hermana doce años que todavía colocaba unos retratos de nuestra madre en un estante.
Cerramos la puerta tras nosotras y nos abrazamos por la fría helada que nos bañó.
—Bien, aquí te dejo.
Sakura rió libremente cuando comprendió que era solo una broma. Hablamos cosas de chicas mientras caminábamos apresuradas por el camino de piedras cuadradas. Nos despedimos con un abrazo al llegar a la carretera y me marché cuando arrancó.
El viento sacudió las hojas de los árboles provocando un agudo silbido. Obligué a mis pies a caminar y comencé a mirar alternativamente de izquierda a derecha. Entonces escuché el crujido de una rama a metros de mí y corrí hacia mi casa como si de eso dependiera mi vida.
Busqué la cerradura con mis manos porque la oscuridad no me permitía verla. ¿Por qué diablos no encendieron las luces? El ruido de un objeto cayendo desde uno de los árboles más largos me erizó los vellos de la piel. Giré acobardada.
Miau.
Una la prolongada inhalación salió expulsada por mis pulmones. El felino más negro que he visto en mi vida levantó su cola y huyó. Por un momento creí que alguien me perseguía. Escuché a la pequeña Hanabi gritando que la cena estaba servida y luego a mi padre pidiéndole que encendiera las luces del jardín.
La cerradura era demasiado grande paara no notarla, tenía tonos dorados alrededor y plateados en el centro. Recordar como hace solo unos breves segundos huía desesperadamente de un gato indefenso llenó de colores mis mejillas.
Cenamos un festín de muchos sabores, verduras, pescados y arroz. Las mucamas, los mayordomos y demás ayudantes, se sentaron a comer con nosotros, desde mi niñez que compartíamos como una familia.
Comimos, reímos y brindamos por el comienzo de una nueva vida. Ya habíamos vaciado los platos y algunos bebieron unas cuantas copas cuando dieron las doce de la noche. Se levantaron y se dirigieron a sus habitaciones para descansar merecidamente.
No obstante, mi padre me pidió un último recado antes de irme a dormir. Me entregó una caja más bien liviana con cartas de él y mi madre dentro. Deseaba guardarlas en el sótano y evitar así que se extraviaran de alguna manera, el consumo de alcohol lo tenía mareado y creía que era peligroso rodearse de cajas con las que podía tropezar.
El sótano se encontraba hacia la izquierda del salón principal, mi padre me dio las indicaciones. Creí que solo se hacía el ebrio y por holgazanear me mandó a dejar la caja a mí. El pasillo no se encontraba iluminado y para infortunio mío desconocía la posición de los encendedores. Coloqué la linterna en mi celular.
El suelo se cubría con una alfombra rojiza tierra y pequeños detalles dorados. Casi a tres metros del suelo se hallaban lámparas zigzagueadas entre sí provocando ese aire a antiguo a la mansión.
Derecha, izquierda, izquierda... Definitivamente me hallaba perdida y no tenía idea alguna de como llegar al salón. Comencé a buscar el número de mi padre, pero una ráfaga de viento recorrió el pasillo encendiendo las velas de las paredes.
Guardé el celular de regreso a mi bolsillo mirando maniáticamente de izquierda a derecha. Tragué saliva con dificultad y seguí la luz de las lámparas. Aunque no fuese una muchachita valiente, la curiosidad hacía de las suyas, impulsándome a averiguar qué manejaba las luces.
A medida que avanzaba las luces en la lejanía se hacían más brillantes. Finalmente se detuvieron en una compuerta que yacía en el suelo. Estaba hecha de madera, y a diferencia de las demás piezas de la mansión, los trozos de madera se encontraban cortados irregularmente y superpuestos los unos entre los otros.
Haciendo fuerza con las manos conseguí tirar la compuerta hacia atrás. Encendí la linterna de mi celular y alumbré hacia abajo, era una larga caída si llegaba a resbalar. En ese instante deseé ser un pulpo con ocho brazos. Dejé mi celular en la superficie y afirmé la caja con una mano, y un pie tras otro bajé lentamente los escalones.
En cuanto mis pies tocaron el suelo sentí que mi alma volvía a mi cuerpo, ignoré que después debía subir. Quise iluminar para encontrar un lugar donde dejar ordenadamente la caja, y al sentir el espacio hueco en mi bolsillo maldije lo distraída que soy.
Escuché como una flama de fuego se encendía atrás mío y mi labio tembló. Lo que sea que fuese, trataba de ayudarme, pero eso no le quitaba que era tétrico y mucho. Una caja de madera que llegaba hasta mis caderas era iluminada por la lámpara. Miré de soslayo hacia las escaleras y armándome de idiotez me acerqué hacia la singular reliquia.
Ábrenos. Ábrenos. Ábrenos.
Grité agudamente y miré de un lado a otro, pero yacía en vano, la carencia de luz hacía todo borroso. Las voces se detuvieron y el sótano quedó en un silencio espectral. Vi claramente que la caja se sacudió.
—¿Quieren que la abra?
¿Hablando con espíritus muertos? Perfecto, déjeme llamar a un manicomio para que comiencen a hacerle los papeles.
Las mismas voces de un principio comenzó a resonar entre las paredes. Revisé la caja, era un cubo de madera con una llave que me impedía abrirla. Fruncí el ceño y sujeté un pinche que descansaba en el suelo. Pero por más que me esforzaba no conseguía abrir la cerradura.
Escuche algo moviéndose arriba mío, reaccioné muy tarde para esquivar el objeto que dio en mi cabeza. Me quejé adolorida y le eché un vistazo, era un viejo pergamino. Lo tomé entre mis manos acariciando sus bordes, la superficie rugosa y áspera.
Tosí por el polvo al abrirlo y sacudí el aire con mi mano, me picó la nariz. Tenía un texto de kanjis, no conseguí entender mucho.
—Personas... Relaciones... Compañeros... Creo que necesito estudiar más.
El pergamino mostró un nombre hecho con fuego. No se encontraba escrito en kanjis, ni hiragana, sino que estaba escrito en katakana. La alta temperatura que emanaban las letras ardientes abrigaron mi piel.
ナルト
—¿Na-ru-to?
El fuego del pergamino y la luz de la lámpara se apagaron repentinamente. Escuché a alguien bajando por las escaleras hasta pisar el suelo.
No, ¡quería saber más!
—Señorita Hinata, ¿se encuentra bien?
—Sí, ¿por qué lo dice?
Señaló mi mano con la linterna enseñándome mi mano bañando con sangre el pergamino. Fruncí el ceño confundida.
—¿Sucede algo señorita Hinata?
El pergamino yace carente de letras.
—Nada, no te preocupes.
Amarró un pañuelo en mi mano y comenzamos a subir las escaleras. Antes de irnos coloqué el pergamino en mi vientre, cubierto por mi polerón grisáceo. Al llegar arriba sujeté mi celular y la ayudé a cerrar la entrada al sótano. Las velas de las lámparas se hallaban secas y empolvadas, parecían no haberse encendido en años.
Pero lo que acababa de vivir era real. Quiénes sea que hayan tratado de comunicarse conmigo no deseaban que nadie más supiera de su existencia. Afortunadamente para ellos soy buena guardando secretos.
Al llegar a mi habitación cerré la puerta con seguro, me asomé por las ventanas y corrí las cortinas. En la mansión sucedió algo gordo y ellos tenían que hacerlo saber. ¿Qué clase de injusticia acechaba la historia de Criessland? El pequeño pueblo que fue creado hace más de doscientos años.
Saqué el pergamino del polerón grisáceo y lo estiré sobre mi cama. Había tomado la decisión de averiguar por mí misma que había acechado al pacífico pueblo de Criessland.
