CAPÍTULO 1:

— No puedo creer que vaya a suspender matemáticas otra vez…

— Kagome…

La muchacha se sentó en un banco en el pasillo del segundo piso del instituto y suspiró. Tenía las matemáticas de primero y segundo de bachillerato suspendidas; si no aprobaba, tendría que repetir curso. Su única oportunidad después de suspender el examen de recuperación de primero había sido aprobar las matemáticas de segundo, pero sacó un cuatro y medio en el examen. Según el profesor de matemáticas que, además, era su tutor, si el examen estaba suspendido, la evaluación también.

— Seguro que te aprueba, Kagome. — le dijo otra muchacha que acababa de sentarse a su lado — El tutor comprenderá que dependes de su asignatura y te aprobará.

— No lo creo…

— ¡Tienes que tener fe! — exclamó otra chica de pies — No será tan cabrón…

Dejó la taza de café sobre la mesa y miró una vez más la fotografía de Kagome Higurashi. Era una muchacha encantadora, sin duda alguna, y estaba más que claro que se esforzaba muchísimo, pero había suspendido el examen. Cogió el bolígrafo rojo y puso un cuatro en el recuadro de la nota final. Aprobarla sería injusto con respecto a los demás alumnos.

Se levantó de su lugar en la sala de profesores y con el libro de notas bajo un brazo y un bolígrafo en la otra mano se dirigió hacia su hora de tutoría para dar las notas. Estaba a punto de darle la vuelta a la esquina cuando las voces excesivamente elevadas de sus propias alumnas lo detuvieron. Su impulso inicial fue el de echarles un buen rapapolvo para que aprendieran a hablar como personas. De hecho, estaba a punto de hacerlo cuando la voz de Kagome Higurashi le llamó la atención.

— ¿Cómo voy a tener fe? — lanzó la pregunta — Él mismo dijo que había que aprobar el examen para aprobar y yo lo suspendí… — se escuchó algo parecido a un sollozo — Voy a repetir curso, mi padre me tendrá castigada hasta los veinte años por lo menos, mi expediente tendrá esa mancha de por vida y no iré a la universidad porque no les dan becas a los que repiten curso…

— Si te consuela, ya tienes dieciocho años.

— ¡Eri! — exclamaron otras dos muchachas.

No era en absoluto un consuelo. El menor de sus problemas era la duración del castigo que le impondría su padre.

— Os juro que si me aprobara, le daría un buen beso.

— ¿Un buen beso? — esa voz excesivamente pícara y entrometida tenía que ser de Yuka — Entonces, ¿le meterías la lengua hasta la garganta si te aprobara?

— ¡Yuka! — exclamaron las otras muchachas.

— ¿Por qué no?

Se apoyó contra la pared y se llevó una mano al pecho al escuchar aquello. Kagome Higurashi, una chica preciosa, de lo más dulce, la más popular del instituto, la más deseada… estaba dispuesta a besarlo si la aprobaba. No podía ser cierto; eso quería pensar, pero ella lo había dicho. Ella le besaría a cambio del aprobado que la salvaría de repetir curso. Asimismo, si repetía por su culpa, le odiaría. Estaba claro que él debía aprobarle para que no lo odiara y de paso llevarse una buena recompensa.

Mientras iba hacia la clase se planteó una y otra vez las cuestiones éticos que le supondría aprobarla: incumplimiento de su palabra, depravación, perversión, tentación… Aunque, por otra parte, siempre salía a la luz su incesante deseo de besarla. La había tenido todo el curso en su clase y mentiría si dijera que nunca se había fijado en ella especialmente, que no fantaseó con ella. No obstante, nunca creyó posible besarla en la realidad, fuera de su cabeza. Kagome le había abierto otro horizonte.

Entró en la clase donde ya había entrado Kagome junto a sus amigas y observó rabioso al estúpido de Kouga acosando a Kagome. Ese muchacho era un verdadero dolor de cabeza para todos los profesores y para la mayoría de las alumnas, sobre todo para Kagome. El muy imbécil se había pasado el año acosando a Kagome para que saliera con él, incluso se había permitido el lujo de intentar toquetearla como si ella le perteneciera. Ahora bien, había presenciado desde primera fila como Kagome le daba tal patada en bendita sea la parte que el muchacho había acabado en una ambulancia de camino al hospital. Aun así, Kouga le seguía insistiendo; en verdad era obstinado.

— ¿Qué se dice cuando entra el profesor en clase?

Al instante, todos los alumnos dejaron lo que estaban haciendo y se colocaron de pie delante de sus asientos.

— Buenos días profesor Taisho.

— Podéis sentaros.

Prácticamente al mismo tiempo se sentaron todos los alumnos en sus sitios y llevaron a cabo los mismos movimientos para sacar los libros de matemáticas. Levantó la vista de su libro de notas y observó a Kagome dejando sus libros sobre el pupitre con total desánimo y una mirada que denotaba tristeza total.

— Os llamaré por orden de lista para deciros la nota final de matemáticas. — explicó — Cuando diga vuestro nombre, venís y os sentáis en la silla junto a mi mesa.

Inuyasha se sentó en su asiento y comenzó a llamar por orden de lista a todos sus alumnos. Antes del turno de Kagome pasaron cinco alumnos: dos de ellos aprobaron con muy buena nota, otro aprobó muy justo y los otros dos se iban a recuperación con una nota muy deficiente. Pasó a la hoja de Kagome con su fotografía. No hacía justicia a la auténtica Kagome aunque fuera una fotografía fantástica para ser de carné. Sonreía con los labios y con la mirada de tal forma que brillaba. Merecía la pena aprobarla por mantenerla así de feliz. ¿Qué más daba ese beso? Esa chica había dado todo de sí misma, deseaba ser filóloga inglesa. Ni siquiera necesitaría las matemáticas de ese nivel avanzado en adelante. ¿Por qué iba a hacerle entonces la putada de suspenderla? Merecía aprobar.

— Kagome Higurashi.

Vio como la muchacha se levantaba lentamente y miraba su mesa con auténtico pánico. Con pasos lentos y cortos se dirigió hacia él, como si se dirigiera hacia el patíbulo y ella fuera la condenada a muerte. Se detuvo con las piernas temblorosas junto a él y se dejó caer en la silla delicadamente. Estaba pálida incluso para el color tan claro de su piel. Sus manos arrugaban la falda del uniforme escolar en claro signo de nerviosismo. Aunque su actitud era de lo más desalentadora, entendía que estaba haciéndolo lo mejor que podía para no perder la compostura.

— Kagome…

— No se moleste, ya sé que estoy suspendida…

Respiró hondo en respuesta. Tendría que darle una buena explicación para el aprobado, una que incluso ella creyera.

— Kagome, escúchame. — con un bolígrafo marcó sus notas — Has tenido todos los exámenes suspendidos con cuatros porque, a pesar de no hacerlo bien, has demostrado que entiendes, que usas la lógica.

Kagome lo miró como si le estuviera hablando un marciano. Supuso que a lo largo del curso no debía haberle dado los ánimos suficientes. Había estado tan concentrado en alejarla de sus pensamientos que había terminado por ignorarla, dejando así de lado sus necesidades como alumna.

— Siempre sabes el planteamiento del problema y lo que debes aplicar, pero nunca te sale bien. — suspiró — Te esfuerzas mucho Kagome y sé que de esta asignatura depende tu futuro… — dejó el bolígrafo sobre la mesa — Sin que sirva de precedentes y, como única excepción, estás aprobada.

Se puso blanca. No era esa la reacción que esperaba ante la que debía ser una muy feliz noticia para la muchacha. Diría que se había quedado de piedra y así permaneció durante largos segundos.

— Kagome…

— ¿Me está hablando en serio? — dijo al fin.

— ¿Por qué iba a mentirte?

La joven se cubrió la boca con una mano y se echó hacia atrás hasta que su espalda chocó con el respaldo de la silla. El profesor Inuyasha, el más temible, el más cascarrabias, el más estricto y el más sexi acababa de aprobarla por la cara. Aquello era demasiado fuerte, muy emocionante y la mejor noticia de todo el año. Solo había una cosa que pudiera hacer en ese instante.

Se levantó de la silla y salió corriendo hacia sus amigas.

— ¡He aprobado matemáticas!

— ¿Qué?

Sus amigas se levantaron rápidamente de sus sitios para abrazarla y comenzaron a saltar juntas por toda la clase, ignorando por completo al profesor que tantas veces había dejado claro que no le gustaban esa clase de espectáculos.

Inuyasha observó la escena sintiéndose extrañamente feliz por Kagome. No le importaba que aquel comportamiento estuviera en contra de sus directrices porque ella estaba tan rebosante de felicidad que sería capaz de iluminar toda una ciudad del tamaño de Nueva York. De repente, algo parecido a un sentimiento de vacio le invadió. Kagome no celebraba con él, no lo incluía en su felicidad. Ninguno de los alumnos lo hacía; estaba solo.

— ¿A qué esperas, Kagome?

De dio la vuelta en respuesta. Sus amigas ya habían cambiado las zapatillas del instituto por los mocasines para volver a casa. Suspiró al verlas. Todavía no había tenido oportunidad de agradecerle al profesor Inuyasha como era debido por lo que él hizo por ella. Sabía que era una locura y que si les pillaban se les caería el pelo, pero lo había prometido. De todas formas, mentiría si dijera que no era algo que ella ansiaba. Deseaba besar a Inuyasha Taisho.

— ¿Por qué no vais yendo y ya os alcanzaré?

— Kagome, hoy es el último día de clase. — dijo una — ¡Hemos aprobado todo! Ya no tendremos que volver nunca a esta pesadilla de lugar. ¿En serio quieres quedarte más tiempo?

— No… yo solo… tengo algo que hacer antes…

— ¿Qué cosa?

Empezó a transpirar. ¿Qué demonios tenía que hacer allí el último día de instituto de su vida tras terminar las clases?

— Quiero comprobar que no he olvidado nada en la taquilla…

— ¡Eso ya lo has comprobado un millón de veces!

— Pero no he mirado la taquilla del laboratorio… — se apresuró a inventar.

— ¿No será que quieres besar a cierto profe?

— ¡Yuka!

Le alivió ver como sus otras amigas ponían en su sitio a Yuka tras tan peligrosa y, al mismo tiempo, acertada afirmación. Si no hubieran intervenido y se hubieran puesto de parte de Yuka, sus nervios la habrían delatado. Era mejor que creyeran que no se trataba de eso, que no supieran que su intención era besarlo. Aquello era algo que cuantas menos personas lo supieran, mejor.

Dejó su mochila dentro de su armario, junto a los zapatos, y se dirigió por los pasillos hacia el despacho de Inuyasha. Si tenía un poco de suerte, aún estaría allí. No estaba haciendo nada malo, ¿no? Ya era mayor de edad, Inuyasha ya no era su profesor y ella hizo una promesa. Solo iba a darle un beso a un hombre al que nunca más vería, así que tampoco debía ponerse tan nerviosa. Le daría el dichoso beso y alcanzaría a sus amigas en la hamburguesería.

Inuyasha metió en su maletín el estuche de cuero donde guardaba sus bolígrafos y se ajustó bien la chaqueta antes de salir del despacho. La sorpresa fue tremenda cuando se encontró frente a frente con Kagome Higurashi. La joven apenas le llegaba hasta los hombros. Tuvo que inclinar la cabeza para mirarla. Ella lo miraba con una mezcla de miedo y… ¿excitación?

Alguien debía haber dejado abierta una ventana por la cual entraba una leve brisa que agitaba los cabellos azabaches rizados de Kagome. La muchacha se encogió de hombros y, por un momento, abrió los labios para decirle algo. En su lugar, se mordió el labio inferior de una manera muy sexi a la vez que sus mejillas se teñían de color carmesí.

— Kagome...

— ¿Profesor? — lo interrumpió — ¡No! — sacudió la cabeza en una negativa — Inuyasha…

Nunca pensó que su nombre pudiera sonar tan bien cuando era pronunciado mediante la voz de Kagome Higurashi.

— ¿Qué ocurre, Kagome?

Vio extasiado y excitado como ella se lamía los labios. Entonces, ocurrió algo totalmente inesperado. De un rápido movimiento, ella había roto la distancia entre ambos al ponerse de puntillas y rodearle el cuello con los brazos y posaba sus labios sobre los suyos. La sorpresa por el acto y por lo que sentía le impidió reaccionar. Sintió las curvas de su pequeño y delicado cuerpo apretándose contra el suyo y unos labios aún más insistentes reclamando su total atención. Eso fue suficiente aliciente para salir del mundo de los sueños y regresar a la realidad. No tardó en sucumbir al encantamiento de su pequeña hechicera y soltó todo lo que tenía entre manos para poder estrechar su pequeña cintura.

Al entreabrir los labios para profundizar el beso, alcanzó el cielo. ¿Cómo podía saber tan endiabladamente bien? Recorrió con sus manos toda su espalda, fue bajando por su trasero hasta el borde la falda y, entonces, volvió a ascender bajo el tejido, sobre su piel desnuda, hasta rodear sus nalgas con ambas manos. La alzó haciendo que abrazara su cintura con sus muslos y echó a andar hacia atrás con ella en brazos para entrar de nuevo en su despacho.

Continuará…