-¡Asquerosa sangre impura!
El grito de Malfoy recorrió el pasillo desierto como el sonido de un rayo en las noches más oscuras del castillo. La campana del recreo sonó justo cuando el eco de las tres terribles palabras que en su ataque de rabia había dejado escapar se ahogaba en las voces y el clamor de los pasos de los miles de estudiantes que salían de sus aulas hacia el Gran Comedor para almorzar.
Rose Weasley, aun parada en el mismo lugar, dejaba que sus lágrimas se agolparan en sus ojos sin preocuparse de que éstas cayeran como ríos por sus mejillas.
Scorpius, por su parte, luchaba por mantenerlas en sus diques. Era un Malfoy, y los Malfoy nunca lloran, porque son invencibles. Al menos, su padre decía siempre así.
James Potter, con su pelo negro como la noche y despeinado como siempre, avanzaba en su dirección. Rose siempre había sido muy amiga de James, él la quería como a una hermanita, y era capaz de romperle un hueso a cualquiera que se metiera en su camino. Pero esta vez, ni James, ni Albus podían enterarse. Hugo era demasiado pequeño y revoltoso, nunca se daría cuenta, pero los Potter tenían esa habilidad para meterse en problemas que habían heredado del tío Harry que era mejor no activar por cosas innecesarias. Así que sonrió, secó sus lágrimas con las mangas de su túnica y pasó al lado de su primo saltando como una cabrita salvaje, como siempre lo hacía cuando estaba feliz.
Pasó al frente de las puertas dobles del Gran Comedor y salió por las del vestíbulo aun con la mueca de la sonrisa en la cara. Corrió, corrió hasta llegar al borde del bosque prohibido, cerca de la casa de Hagrid, donde ya no pudo más y tropezó con una piedra. ¿Para qué? ¿Para qué levantarse? Ya no tenía sentido.
Scorpius Malfoy y ella llevaban saliendo por meses. Desde que se conocieron en clase de Botánica, con el profesor Longbottom, cuando recién entraban en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, se podría decir que fueron inseparables. Pero nada, nada era más fuerte que la sangre, que la estirpe, que la opinión de sus familias. Scorpius era el único hijo de Draco Malfoy, del que tanto hablaban sus padres, sus tíos, sus abuelos, cuando recordaban la violenta batalla librada en Hogwarts contra el Innombrable. Tío Harry, que era un excelente Auror, y el mejor amigo de su padre, Ronnald, decía que temerle a un nombre era aumentar el temor a la persona. Y Lord Voldemort había desaparecido hacía mucho tiempo atrás. En fin, aunque nunca más había habido problemas entre sus familias como en antaño, Malfoy Junior tenía miedo del qué dirán. Más miedo incluso del que su padre al Señor de las Tinieblas.
A fines del año anterior, cuando rendían sus exámenes para las MHB, Scorpius la llevó del brazo muy bruscamente, como siempre hacía cuando estaba nervioso, y esquivando a todo aquel que pudiera verlos, incluyendo a la inmortal Señora Norris, que ya era más un alambre con patas que una gata, llegaron a la Sala Multipropósito, donde nadie podía encontrarlos, y tras pasar tres veces por en frente del cuadro del mago enseñando a los monstruos a bailar ballet del séptimo piso, Scorpius tomó entre sus manos las mejillas encendidas de Rose y…
… Scorpius tomó entre sus manos las mejillas encendidas de Rose y suspiró profundamente al tiempo que cerraba los ojos. Con la respiración agitada por la carrera, ella tardó un rato en recuperar el aliento, sin embargo, su corazón latía con tal violencia que sus ligeros golpeteos retumbaban en las paredes de piedra de la sala. Quiso separarse Rose de la frente de su amigo, pero no pudo pues él se lo impedía.
Al fin, tomó el valor suficiente como para acariciar las manos blancas y temblorosas del chico, que seguía con los ojos fuertemente cerrados. Un suspiro, un movimiento rápido y ella estaba enterrada entre sus brazos. Allí se sentía por primera vez segura en Hogwarts, contenida, amada de verdad por alguien que la amaba con la misma pasión que la suya, envuelta en el sonido musical de los latidos de Scorpius. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que allí ya no latían dos corazones, sino solo uno, y el fondo de su alma, desde ese momento, ambos supieron que así iba a ser para siempre.
Luego de un minuto eterno, Scorpius Malfoy tomó con ternura inusitada las manos de su amiga entre las suyas, y mirándola a los ojos con la ternura infinita de quien lleva años escondiendo sentimientos tan puros, dijo:
-Rose Weasley, me vuelves loco.
Y era tal la sinceridad, tal la profundidad de su voz, que Rose tuvo que creerle. Malfoy nunca jamás demostraba sentimiento alguno, prefería simplemente ignorarlo. Rose había tardado mucho tiempo en descubrir que la trataba como su amiga, a pesar de que entre clases él sólo le dedicaba una mirada neutral como saludo, y que sus momentos juntos se reducían al estudio en la Biblioteca o algún paseo casi en silencio en los jardines una mañana de sol. Pero, ¿imaginar siquiera que aquel silencioso compañero estuviera enamorado de ella?
Enterró su cara entre las manos, y éstas entre los brazos fuertes de Scorpius. Nunca jamás había querido admitirlo, ella no podía pensar en ser lastimada otra vez, pues su corazón no aguantaría otra quebradura. Pero la cabeza le gritaba que dijera la verdad, - ella siempre había tenido una conciencia muy activa, y jamás podía mentir por mucho tiempo- así que luego de respirar hondo para tomar valor, se separó del abrazo firme del chico y lo miró también a los ojos.
Esos ojos… tan celestes y fríos, tan duros e invencibles como los Malfoy decían ser… ahora tan profundos como el lago donde vivía el calamar gigante… estaban angustiados, esperando una reacción, una respuesta, antes de caer ante la desilusión de la derrota.
-Scorpius, yo…- y se le quebró la voz, se le quebró la voz, siempre tan segura al leer y enseñar, al explicar o recitar encantamientos, hechizos y recetas de pociones y antídotos de memoria.
Él bajó la mirada, y apuesto a que hubiese soltado una lágrima si en ese momento el corazón de Rose, que había estado mudo de asombro hasta ese momento, no hubiese comenzado a hablar con una voz fluida y dulce, que ni su propia dueña reconoció.
-Te quiero, te quiero mucho.
Como florecen las rosas en primavera, y esparcen su perfume por el viento, de esa manera creció en el interior del muchacho la alegría, y casi sin pensarlo tenía a su amada volando, entre sus brazos, con el olor a azahar de su pelo rojizo inundándole el alma.
Se oyó un chasquido e instintivamente Malfoy sacó la varita de su túnica. En un segundo, Rose sintió un leve golpe sobre su cabeza y un empujón, al momento que un cosquilleo le recorría el cuerpo desde la cabeza a los pies, haciéndola invisible.
James Potter, con un pergamino viejo en la mano, había entrado en la Sala Multipropósito.
-Dime ahora, Malfoy, dónde está y qué hiciste con mi prima- masculló con la varita clavada en el cuello pálido del muchacho.
-Habla, Malfoy, que para críticas e insultos sí tienes lengua- exigió entre dientes James.
Un susurro extraño, como el correr del viento frío en las hojas de otoño, recorrió las paredes de la estancia. James miró alrededor sin apartar la varita del cuello de su enemigo. Una de sudor recorrió la frente de Scorpius. Si Potter supiera… Todo se acabaría antes de haber empezado siquiera.
-Escucha, lagartija, sé que Rose está aquí…
"… Rose, conmigo, aquí…" pensó Scorpius.
-…y no preguntes cómo, porque lo sé todo…
"… menos de lo que hablamos ella y yo, inútil."
-…y así le hayas tocado un cabello de la cabeza…
"... oh, el olor de su cabello, el perfume de azahar llenándome el alma muy dentro…"
-Te partiré esa carita de suficiencia que tienes justo ahora.
"Ah, cierto, Potter me está hablando."
-No… no sé de qué estás hablando, Potter. No he visto a tu primita- logró decir sonriendo fríamente, arrastrando las palabras.
Un chasquido, un golpe fuerte y la luz del mediodía inundó la sala. Tres figuras oscuras se recortaban en el marco de la puerta de entrada.
-¿Nos dejas algo o tendremos que buscarnos otro mortífago para cenar hoy, James?
-Albus, ¿qué haces aquí?
-Vamos, primo, todos sabemos que no podemos dejarte solo. Siempre te metes en problemas. Eres igual a tu padre, ¿te lo habían dicho?
"¡Rose! ¿Qué hace aquí Rose?" Malfoy comenzó a atar cabos. El susurro; el encantamiento desilusionador que había logrado ocultar a Rose de James que ya debería haber terminado con su efecto…
-Oh, qué cara tiene el pobrecito, James, ¿qué le has dicho? Por lo que llegamos a entender, debe haberte sacado tu escoba o… ¿has almorzado ya, mi buen amigo? Sólo te pones así cuando tienes el estómago vacío
La que hablaba era Melisa, la mejor amiga de Rose. Hija de Lavender Brown, que se había casado con un muggle apellidado Stan. Con los incontrolables rizos castaños rojizos de su madre y los ojos azules como el océano, era muy capaz como estudiante, pero además era la mejor jugadora del equipo de Quidditch de Revenclaw. James no jugaba en los partidos contra Revenclaw, al parecer el equipo pretextaba que necesitaban sus mejores jugadas contra Slytherin, y no querían que nada malo le pasara.
Los ojos de Scorpius refulgieron con un brillo perspicaz al notar que las rodillas de James temblaban ante su presencia. Era cierto lo que decían, entonces: los Potter no se resistían a los encantos de las pelirrojas.
La voz de Melisa pareció poner nervioso al joven Potter, quien inmediatamente aflojó la presa de sus manos fuertes y dejó caer al hijo de Draco, que cayó con un golpe sonoro en el suelo de piedra pulido. Rose, como si paseara por el campo en un día de sol, sin prisa y mucho menos demostrando sentimiento alguno, le tendió la mano y lo ayudó a levantarse del suelo. En los breves instantes en los que sus miradas se cruzaron, pudieron decirse muchas cosas sin palabras. Guardar el secreto, actuar distantes, y sobre todo… encontrar la manera de verse a escondidas.
-Bueno, bueno, ya que James no va a matar a Scorpius, podemos salir de aquí y volver al Gran Salón, porque si no es muy probable que McGonagall nos envíe directo a los invernaderos a exprimir pus de bubotubérculo… y no me apetece, gracias.
-Como diga su Señoría la Prefecto de Revenclaw- contestó James haciendo una exagerada reverencia y dejándola pasar por la abertura de la puerta.
Albus puso los ojos en blanco y siguió a su amiga, ya que eran muy compañeros con Rose y Melisa.
-Vamos ya, primo, deja a Malfoy en paz.
James miró a Scorpius como queriendo asesinarlo con la mirada. Algo en su interior le decía que algo raro estaba pasando allí.
-¡Vamos!-insistió Rose.
Al fin, salieron los tres y la Sala Multipropósito desapareció. Scorpius se esfumó como la niebla al salir el sol por la mañana, y tan silenciosamente que Rose lamentó no poder mirarlo mientras se perdía entre los revuelos de su túnica negra rumbo a la sala de Slytherin, en las habitaciones subterráneas del castillo.
-Y es así, Rosie, los hijos de magos malvados y cobardes, heredan sus mañas. Por suerte me tienes a mí, que voy a cuidar de mantener alejados a ese tipo de alimañas- dijo pasando su brazo por encima de sus hombros.
Rose intentó replicar, le dolía que su primo preferido hablara así de su mejor amigo.
-No, pequeña, no te preocupes. Son cosas que entenderás cuando seas mayor.
Rose sonrió. James era apenas un año y medio mayor que ella.
