Te pintan el amor como una promesa, la vida como un sueño.

Pero eres lista, y tus libros sinceros. Estudias y dejas que los poetas de la corte escriban sus sonetos, estudias y dejas que los compositores hagan sus arreglos, estudias y dejas que tu padre te sostenga, te hable de amores viejos (amores muertos).

Creces un poco y estudias, y la voz de la Diosa cae pesada en tu oído, casi como una promesa, casi como una amenaza. Estudias y amas a tu pueblo, estudias y discutes con tu padre, estudias y los brazos de Impa son un consuelo.

De aprender, de pensar, no paras nunca. Entre sueños y sueños descubres que el descanso viene a ojos abiertos, que el reposo llega en el bullicio de la gente, en las risas, en los juegos. Tu padre no te sostiene ya, apenas y te habla, la corte continúa sus charadas.

Te pintan el amor como una promesa, la vida como un sueño, pero tienes nueve y aunque ambos pueden ser hermosos, sabes que nada de lo que te declaran es cierto: ningún poeta relata nunca los ajustes limítrofes que vienen con el compromiso a un reino vecino, ningún compositor jamás te canta sobre la necesidad de asegurar la línea, producir el deseado heredero. De los asaltos, de las intrigas, de los juegos políticos, nadie, nadie te habla.

Pero eres lista, y tus libros sinceros, y tu pueblo trabajador y cándido y honesto y al menos a ellos, con la inocencia de los cuentos, los amas.

Tienes nueve y la lucha contra la amargura, contra tu propia soledad es ardua, y no para. Pero los consuelos llegan, y los brazos de Impa nunca te faltan.

(Ah, pero el amor te asalta)