Un enorme dragón dorado sobrevolaba los cielos haciendo piruetas, virajes bruscos, disfrutando del poder del aire, de la sensación de abarcar el mundo con sus poderosas alas, de sentirse dueño y señor del cielo.

Pero no era así.

Los sheks aún estaban en Idhún.

Y Victoria estaba más muerta que viva.

Porque era un unicornio sin cuerno.

Porque había perdido su energía.

Porque sin ella no podía vivir.

Y Jack se estaba muriendo con ella.

El dragón dirigió su vista a las almenas de la fortaleza de Nurgon y vio una solitaria figura mirándole. Maravillada con su fuerza y elegancia casi divinas.

El dragón aterrizó en el patio y se transformó en un joven muchacho alto, de pelo rubio, ojos verdes y una espada a la espalda, Jack.

-¿Qué tal las clases?-Preguntó el chico al llegar a las almenas.

La solitaria figura se sobresaltó.

-Hola Jack... aburridas. Qaydar se empeña en no dejarme practicar magia.

Era una chica alta, de piel morena y textura como la arena del desierto, de grandes ojos rojizos y pelo blanco con mechones azules recogido en un montón de pequeñas trenzas. Tenía una extraña y exótica belleza. Era Kimara, la semi-yan, aquella que vio la luz en la oscuridad.

Los ojos de los chicos se cruzaron y el alma del fuego llameó en ellos.

-Ten paciencia, Qaydar sabe lo que hace.

Jack trataba de mantener la compostura, pero no dejaba de pensar que estaba solo, que Victoria estaba al borde de la muerte, que Alsan ya no era él, que Shail estaba ocupado con Zaisei, que sus padres estaban muertos y su raza extinta... Que lo único que le quedaba era luchar a una muerte segura como una marioneta y un enemigo al que ni siquiera podía matar...

Entonces volvió a sentir esa atracción. La atracción por la hija del fuego, la mitad humana, la exótica belleza... Y entonces no había nada que se lo impidiera. No tenía a nadie, nada, ni para lo bueno ni para lo malo.

Y no lo pensó dos veces, ni siquiera pidió un por qué.

Se acercó a Kimara, tomo su oscuro rostro entre las manos y acarició sus labios con los ardientes labios del dragón. Un dragón que no tenía nada que perder. Porque ya lo había perdido todo.

Fue como una explosión de fuego. En cuanto sus labios se encontraron no pudieron pensar. El beso los absorbía por completo, los llenaba, los desbordaba. Pero querían más.

Kimara descargó en ese beso toda su frustración.

Jack descargó toda su pena.

Si no tenían nada que perder... ¿por qué no ganar?

En ese beso se ganaron el uno al otro. Jack ganó los labios de Kimara, sus ojos rojizos, su piel morena, su destelleante pelo...

Kimara se ganó los carnosos labios de Jack, su rostro, su musculoso cuerpo... Kimara se ganó el corazón de un dragón.

Cuando se separaron, Jack pasó un brazo por la cintura de Kimara y esta apoyó la cabeza en su hombro.

Juntos, entrelazados, el poder de Aldun estaba completo.

Todos los problemas de los muchachos se extinguieron.

Daba igual que el archimago revolviera la torre buscando a su aprendiza, daba igual que una débil luz titilante amenazara con apagarse, porque se tenían el uno al otro.

Juntos, en las almenas contemplaron a medias el albor del primer sol de Idhún.

A medias porque Kimara derramaba silenciosas lágrimas añorando su tierra.

A medias porque Jack derramaba silenciosas lágrimas al sentir la luz titilante oscurecerse aún más, amenazando apagarse, amenazando dejar morir al último unicornio.