Prologo: huyendo.

Una eternidad escapando de los de mi especie no es una buena manera de disfrutar el regalo de la vida eterna, yo quería ser vampira y me alegré enormemente cuando uno de ellos me otorgó el don de vivir para siempre, el de no envejecer, el de ver amaneceres, guerras y fiestas, enfermedades y descubrimientos. Pero todo don conlleva una responsabilidad, la de cargar con un poder que no sabía que tendría, el de invertir lo antinatural, el de revertir el efecto que una ponzoña puede producir en un ser humano, el de dar vida en vez de dar muerte.

A lo largo de mi existencia había descubierto que mi don iba a ser mi mayor condena, la de convertir magníficos vampiros en simples seres humanos una vez cada cien años, por eso me encontraba huyendo, muchos ya habían oído hablar de mí y querían dejar su eternidad para disfrutar del sol en sus cuerpos, el sabor de la comida humana y el milagro de soñar.

A veces transformaba a aquellos que se lo merecían, aquellos jóvenes con sueños y planes, a aquellos que sufrían al no poder amar a sus novias humanas, a aquellas que deseaban una familia por sobre la belleza vampírica, a aquellos que se sentían miserables al cobrar vidas humanas.

Viaje por todo el mundo y gracias a mi apariencia extraña para un vampiro pude pasar desapercibida; entre los humanos era solo una chica mas de dieciocho años de piel blanca, cabello rubio y ojos celestes como el cielo, lo único que compartía con ellos era mi alimentación a base de sangre humana, el brillo de mi piel a la luz del sol, mi belleza, fuerza y velocidad.

Después de ciento diez años de huir sin transformar a nadie había encontrado a una familia que me proporcionaría protección, y los había encontrado gracias a una humana que olía demasiado apetitosa para su propio bien. Estaba en un prado jugueteando con un anillo que adornaba su dedo mientras un vampiro acariciaba su castaño cabello delicadamente como si temiera romperla con sus manos; y ahora en la casa del vampiro debía explicarle la situación al jefe del clan, a Carlisle Cullen, el honorable doctor del pueblo.