Norte

La odiaba. La odiaba lo suficiente como para dañarla. La odiaba, y cómo no hacerlo. Ella era maldad y astucia mezcladas. Ella era mujer y demonio, y a su vez no era ninguna de las dos. La odiaba, y si estuviera en sus manos el poder de sus sentimientos, elegiría odiarla aún más.

Odio, que no era agua y aceite con deseo. Auque así lo quisiera él. Odiaba verla. Y odiaba desearla, cada vez que sabía que se acercaba. La mujer demonio, salida de los más oscuros resquicios del infierno. Y él, así, la deseaba. Y no sabía que deseaba más.

La odiaba, cada vez que la recordaba, la odiaba. Era su oscuro destino. Era ella. Altanera, rígida. Brillante, y siempre, siempre vigilante. Era ella, hermosa, capaz de eclipsarte, pálida y deslumbrante. Era ella… su guía. Nadie más que ella. Pero la odiaba.

Era su maldición… y en las noches claras, su más ansiada ambición. Cuando el alma le abandonaba para entregarse a ella, a sus encantos, y aceptar gustoso todos los placeres que ella le ofrecía esa noche.

La odiaba, Remus Lupin, la odiaba. Odiaba ese vínculo imborrable que tenía con ella. La odiaba, siendo conciente que nada conseguiría con ello, que nunca ella aceptaría ese odio… y que siempre ganaría de todas formas, mucho más allá de sus sentimientos.

Y esa noche, en ese momento, el odio podría matarlo, mientras la veía acercarse, y el cada vez más impotente… sabiendo que comenzaba a desearla… y su cuerpo lo sentía.

Se acercaba por el cielo, su eterna amante. Su mujer nocturna, su más oscuro deseo y su peor pesadilla. Se acercaba en el horizonte, clara y trashumante, y en su cuerpo rugía la fiera del deseo. Esa noche se la regalaría a ella… una noche más que se la regalaría a la Luna.

Se acercaba y ya sus ojos no distinguían, cegados por el placer, por el dolor. Cegados por el odio y el deseo. Y su cuerpo se retorcía bajo la luz que ella emitía. Y el hombre… era opacado por el animal salvaje, repleto de deseo.

Y dolía. Dolía sentir que se iba de sus manos la persona, que ella se la arrebataba. Dolía sentir que su cuerpo se convulsionaba bajo ella, entregándole la virginal presencia de su esencia. Dolía, dolía la piel desgranándose bajo la ropa. Dolían los rasguños que él mismo se hacía en la espalda. Dolía odiarla, y saber que nunca podría renunciar a ella.

Y sus ojos ambarinos, podían distinguir, entre la penumbra de la noche, una luna desgarrante, que goteaba suero de deseo, que se desvanecía en el limbo de su mente, y casi podía sentirla en su interior, repitiendo insistente en su cabeza la frase que eliminaba su cordura… la sentía.

Entregado, ya. A sabiendas de que era un amante de la luna, un hijo de la oscuridad nocturna… que era lo que ella deseaba, y lo que el odiaba, todo lo que el odiaba. Y ahora solo podía entregarse al placer, ceder ante su imponente presencia. Y ella repetía las palabras de la muerte…

"Ahora, somos uno. Amantes. Siempre juntos. Seré tu sombra. Seré la pisada imborrable del caminante. La cosecha que recojas y lo que siembres. Seré tu luz y la oscuridad. La aguja de tu ovillo de hilo. Seré tu destino. Siempre juntos, estés donde estés, siempre yo. Tu felicidad y tu desdicha. Seré tu norte, pero siempre te llevaré al sur."

Lucy Diamonds.

Amante de Sirius Black. Lobita de Remus Lupin.