La arena del desierto se adentraba en mis pulmones y cegaba mis ojos. El sol me deshidrataba cada vez más y cada paso que daba sobre las dunas de aquel interminable desierto era más difícil que el anterior. Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba vagando sin un rumbo determinado, simplemente hacia un destino, que casi con toda seguridad sería la muerte. Todo iba de mal en peor, los días eran extremadamente asfixiantes y las noches mortalmente heladas, la comida empezaba a escasear, y mi esperanza se iba apagando. De repente, mi dolorido cuerpo dijo basta y caí impotente en la arena, esperando a que las garras de la muerte se apoderaran de mí. Hubiera llorado, pero no tenía lágrimas que derramar, llorado por todos aquellos que murieron aquel día. Llorado por ser tan idiota, por creer que este desesperado intento por sobrevivir, me llevaría a alguna parte. De pronto, un espejismo. Una especie de armadillo gigante se acercaba hacia mí. Se veía borroso, seguramente por el calor, p estaba delirando, y poco a poco, comenzaron a aparecer más. Se acercaban lentamente y el suelo temblaba con cada paso que daban. A su espalda iba un hombre que llevaba una armadura dorada, la cual me parecía la cosa más bella que había visto en mi vida, simulaba una de esas armaduras antiguas de líneas curvas y acentuadas. Llevaba una gran lanza a las espaldas, hecha del mismo material. Parecía tan majestuoso, imponente… Las bestias me rodearon y a la orden de sus amos, se tumbaron. Los jinetes se bajaron y uno de ellos me cogió en brazos, me dio un poco de agua y me subió en su armadillo. Por lo menos, en lo que duraba el viaje, estaba a salvo, no sabía si mis rescatadores eran de fiar o no pero todo eso me daba igual, solo necesitaba descansar un poco…
Me desperté en una cama de tamaño exagerado, con mantas de una piel que no había tenido el placer de tocar en toda mi vida, era tan cálida… perezosamente, me fui incorporando, estaba en una gran habitación, de paredes blancas y trabajada decoración que te dejaban sin aliento. Me quede con la mirada perdida en la pared hasta que el chasquido del picaporte de la puerta de entrada me sobresaltó. Una chica caminó hacia mi lado, llevaba un vestido azul de larga cola y un gran collar que finalizaba en una brillante esmeralda. - Por fin despertais joven desconocido¿habéis dormido bien?-
Deseaba responderle, pero mi garganta no emitía ningún sonido. Me llevé la mano al cuello y la chica enseguida lo entendió.-
- ¡Que alguien traiga un vaso de agua!-
Al momento dos doncellas entraron con un vaso de agua fresca que fue como un torrente fluyendo por mi garganta, curando todo el sufrimiento sufrido durante mi travesía.
- Me llamo Naruto… Naruto Uzumaki y vengo del pueblo de ????...pero... ¿quién eres tú?-
-Soy conocida entre mis subditos como Lady Escarlata, pero me llamo Hinata. Decidme¿Qué haciais vagando moribundo por ese desierto? Tuvísteís mucha fortuna de que nuestros exploradores, en su rueda de reconocimiento de los alrededores, os encontraran, si no no sé qué hubiera sido de vos-
- Por favor, deja de hablarme en esa manera. Por cierto¿Dónde estoy?-
-Abre la ventana y lo verás-
Me levanté de forma casi inmediata y desapalanqué la ventana. Una brisa de aire fresco me sopló en la cara, despertando mis cinco sentidos. Una gran ciudad se desplegaba ante mí, me encontraba en un lugar bastante elevado en comparación con el resto de viviendas allí presentes. Comprendí que se trataba de la torre de un castillo, lo cual me pareció bastante lógico. Volví a observar la ciudad, me llamó bastante la atención la arquitectura tan lujosa que caracterizaba aquellos edificios, pero sobre todo el gran muro donde finalizaban la ciudad y comenzaba el desierto, y continuaba, continuaba hasta el horizonte.
