Disclaimer: The Vampire Diaries no me pertenece, es de L. J. Smith y The CW. Solo la trama es mía.

Aviso: "Este fic participa en el Reto Especial San Valentín: Love or Bites? del foro The Vampire Diaries: Dangerous Liaisons!"

Advertencias: What If...? No tiene en cuenta The Originals. No hay ni bebé, ni nada por el estilo. Klaus se fue a la ciudad de las brujas y volvió. Punto.


Llevaban juntos dos años, cuatro meses y siete días cuando Caroline finalmente aceptó irse a vivir con Klaus. Empezaron a salir juntos cuando Klaus regresó a Mystic Falls después de su viaje relámpago a Nueva Orleans. No fue fácil, tuvo que salvarle la vida otras dos veces más, mandar a Tyler a freír espárragos, ayudar a sus amigos a volver de la muerte, verla tontear con un nerd en la universidad y con un vampiro italiano de pacotilla. Pero por fin era suya.

Su primera cita fue un encuentro casual y apasionado en el bosque, aunque Caroline no lo reconoce "yo no me acuesto con chicos en la primera cita". Klaus cada vez que lo escucha la mira poniendo esa sonrisa torcida que tanto sabe que detesta y le recuerda que si no fue en la primera, fue en la segunda. Normalmente la situación acaba con ella marchándose resoplando. Luego vuelve y hacen lo mismo que en la primera y en la segunda cita. A Klaus le encanta recordar sus comienzos.

Y esa sucesión de citas, encuentros y desencuentros, les ha llevado a la situación en la que se encuentran ahora: llevando la multitud de cajas de Caroline a su apartamento. Sí, apartamento. Es la primera vez que vive en uno, teniendo todo el dinero que tiene se suele decantar por mansiones, pero Caroline insistió en empezar poco a poco. Klaus cedió, ya que solo quiere vivir con ella pero no sabe por qué vivir en un piso de 50 metros cuadrados puede ser mejor que vivir en una mansión de 500. Las cosas que hace por ella.

— Klaus, ¿me puedes ayudar a subir esto? — Pide ella interrumpiendo sus pensamientos. Se encuentra en el portal y señala la caja que pone "libros". No es que ella vaya a notar su peso, es por el mero hecho de mandarle que haga algo.

— Claro, amor. — Ser un híbrido super fuerte tiene sus ventajas. Ni le pesa, ni tarda. Pobres y patéticos humanos.

— Gracias. Mientras, voy a hacer un viaje más para terminar de traer todo lo que queda.

— Caroline, ¿piensas meter toda tu casa en un apartamento tres veces más pequeño? — Lleva cuatro viajes. Ser un híbrido tiene sus ventajas sí, pero la paciencia no es una de ellas.

— ¿Y qué quieres? ¿Qué lo tire? — Oh no. Van a empezar otra vez. Klaus respira, procurando no decir lo primero que se le pasa por la cabeza. Ni cabe decir que falla estrepitosamente.

— Si me hubieras hecho caso no tendríamos esta discusión. Te dije que fuéramos a vivir a mi mansión, pero no, teníamos que empezar en un apartamento enano en el que no van a caber ni la mitad de tus cosas, amor. — Se burla él.

— ¡Te he dicho que no me llames así!— Le grita Caroline alterada. Está enfadada porque sabe que él tiene razón. Klaus sonríe porque adora cuando la rubia lo mira enfadada con los ojos como platos y el ceño levemente fruncido. — No tiene gracia.

— Claro que no. — Resopla. — Ve a por el resto de tus cosas, ya nos apañaremos.

Caroline no parece convencida de sus palabras así que Klaus se acerca mirándola intensamente mientras sonríe. Le acaricia la mejilla con una de sus manos y el rostro de la rubia se suaviza. Klaus se inclina para besarla suavemente.

— Ve a por tus cosas, amor.

Caroline rueda los ojos.

— De acuerdo. Pero no coloques nada, yo me encargo. — Le dice sonriendo mientras se marcha.

Klaus acaba subiendo casi todas las cosas, pero es Caroline la que se encarga de colocarlas y decorar la casa mientras deja a Klaus pintar. Por primera vez en años, Klaus tiene un lugar al que llamar hogar.


Una vez que terminan con la casa, por fin se respira un aire de tranquilidad. Mientras Caroline está fuera trabajando como organizadora de eventos, Klaus se queda pintando en uno de los dos cuartos, que acomodaron como estudio. De vez en cuando se reúnen con los amigos de Caroline, bueno, él aparece en raras ocasiones dado que sigue sin soportar a la gran mayoría. Menos a Stefan, con el que ha conseguido llevarse de nuevo bien y quedan para tomar cerveza de vez en cuando.

Lo que se ha convertido en un ritual para la pareja es esperar al otro para ir a dormir juntos, es su momento especial.

Todo es perfecto, Klaus no tiene enemigos a quién perseguir (al menos a tiempo completo, de vez en cuando hace un viajecito para no quedarse oxidado), ni pretendientes de Caroline con los que pelear.

O eso creía, hasta que apareció Romeo.

Romeo, ese patético blandegue. Siempre detrás de Caroline, buscando su atención. Klaus no lo soporta, desde que se conocieron ese perro había hecho de su vida un infierno.

Fue hace dos semanas cuando eso apareció en su vida. Él estaba pintando en su cuarto cuando oyó la voz de Caroline gritarle desde el portal, a pesar de vivir en un tercer piso (y no era por su super oído).

Klaus fue a preparar la comida que había hecho, dos entrecots con salsa roquefort y un vaso con la sangre favorita de Caroline, O+.

La puerta del apartamento se abrió para dar paso a una sonriente Caroline con un bulto entre sus brazos.

— ¡Klaus! ¡Klaus! ¡Mira lo que me han regalado! — Anunció ella sonriente mientras le enseñaba lo que llevaba entre sus brazos. Un perro de raza beagle, un cachorro.

— ¿Y para qué quieres un perro?— Preguntó, nada impresionado. Nada más ver la expresión de su novia, supo que había cometido un error.

— ¿Cómo que para qué lo quiero? Pues que para cuidarlo, ¿para qué sino? — Respondió ella sorprendida.

— Bueno… no hay rebaño que vigilar ni nada por el estilo. Caroline, es una tontería. — Nada más pronunciar esas palabras, Caroline estalló en carcajadas. Pero Klaus estaba convencido de que tenía razón, las mascotas eran inútiles.

— Oh Dios mío. ¡Eres tan anticuado! A veces se me olvida que tienes mil años. — Esa frase no hizo nada por que Klaus cambiara de actitud. — Mira, me lo han regalado unas chicas en la calle. Habían tenido una camada y no podían quedárselos a todos. Y él estaba tan solo, apartado de sus hermanos… Me ha recordado a ti y entonces no he podido abandonarlo. — Explicó ella sin tomarse en serio sus palabras.

— Caroline, amor, pero no puedes tenerlo. También querías las lilas y mira lo que pasó con ellas… Se te olvidó regalaras y murieron a la semana. — Intentó razonar él. No iba a decir nada sobre el comentario respecto a su edad. Sí, tenía mil años y los llevaba muy bien, gracias.

— Klaus, no seas exagerado, esto no es lo mismo. — Dijo ella con voz suave, poniendo los brazos en jarras mientras rodaba los ojos. — Además es precioso. Y podrá hacerte compañía cuando no estoy. Mira lo guapo que es.

Para hacer énfasis en sus palabras le puso al cachorro justo enfrente de su cara. Klaus solo podía ver pelos, babas y un olor animal tan fuerte que le desagradaba. Pero al ver la sonrisa de oreja a oreja que tenía Caroline decidió que tal vez merecía la pena que se quedara al perro.

Eso pensaba hasta que el chucho le eructó en la cara.

Klaus se apartó y estuvo cerca de coger al perro por el cuello y tirarlo por la ventana. Caroline lo apartó de él y lo estrecho contra sí misma, protegiéndolo.

— ¡Klaus!

Caroline estaba enfadadísima y él también.

— ¡NO! ¡No nos vamos a quedar con ese chucho y es mi última palabra!

Se hizo un tenso silencio entre los dos, lanzándose miradas que echaban rayos por los ojos.

— No-se-te-ocurra-volverme-a-gritar-así. — Siseó ella. — Me voy a quedar con él.

Klaus necesitaba matar a alguien. A ella la quería demasiado, y a ese perro estaba claro no iba a poder, de momento.

— Ya veremos. — Dijo saliendo por la puerta, sin mirar atrás.

Pero nada más salir por el portal escuchó como Caroline sollozaba. Klaus, aún enfadado, se dirigió al bar más cercano para beber. Tozudo no subió a consolarla. Cuando un par de horas más tarde subió a casa se encontró a Caroline sentada en el sofá con el chucho en sus rodillas. Maldita mujer. Había comprado comida, cuencos y hasta una cama para el perro.

Dispuesto a empezar de nuevo la pelea se acercó a ella y vio sus ojos, desafiantes, testarudos y tristes. Eso fue todo lo que necesitó.

— De acuerdo, se queda. Pero te encargas tú de él.

Caroline no se esperaba su cambio de postura y sonrió al escuchar sus palabras. Asintió rápidamente.

— Por supuesto, No te darás cuenta ni de que está aquí, de verdad.

Klaus asintió y se inclinó para besarla.

El perro empezó a ladrar histérico, logrando que retrocediera.

— Romeo, ¡para! Perdona, Klaus, pero creo que no le gustas mucho después de lo de antes.

Klaus hizo acopio de todo su autocontrol para no matarlo en ese mismo momento.

Ese fue el comienzo de su tortura diaria. Caroline le sacaba la mitad de las veces y las otras era él quién tenía que recogerle la caca. Además, cuando su novia estaba delante era todo un encanto, pero cuando no lo estaba, el chucho era el mismísimo diablo. Le gruñía siempre que estaba solo. Incluso un par de veces se había hecho pis en su ropa, Caroline le regañaba, riendo. Pero lo peor era por las noches. Cuando llegaba el momento de acostarse, ese maldito chucho siempre estaba presente.

Mirándolo, incluso mientras hacían más que dormir, el maldito Romeo no quitaba los ojos de su Julieta.


La situación entre Klaus y el perro no mejoraba, pero por lo menos no hacía empeorar la suya y la de Caroline. Todo parecía estabilizado. Caroline había decidido salir esa noche con Bonnie y con Elena, dejándolo a él con Romeo. Por suerte el chucho estaba cansado y se había ido a dormir a su cama. Klaus estaba leyendo un libro cuando oyó que llamaban a la puerta.

Normalmente, por no decir siempre, la gente que llamaba era para ir a buscar a Caroline. Así que extrañado fue a abrir pensando que serían Bonnie o Elena.

Su sorpresa fue mayúscula cuando al abrir se encontró a Rebekah, su hermana. Con los ojos llorosos y restos de sangre alrededor de su boca.

— Hola Nick.

— Rebekah… ¿qué haces aquí?

— Oh, Nick. No sabes cuánto echo de menos que seas tú el que destroces mis relaciones.

Rebekah pasó al apartamento, sin ser invitada. Le explicó que había pillado engañándola a Steve, su nuevo novio humano. Furiosa había matado a la chica y a él. Mientras bebía el alcohol de Klaus, estuvo quejándose sobre la vida. Klaus sin saber cómo echarla sin romperla el cuello, se consolaba esperando la llegada de Caroline. Ella la echaría.

— Nick, ¿podrías hacerme un favor? — Klaus la miró, intrigado por lo que le fuera a pedir. ¿Venganza? ¿Dinero? ¿Más alcohol? — ¿Puedo quedarme aquí a pasar unos días? Por favor, ahora mismo no me apetece estar sola.

Joder. Eso no se lo esperaba. Lo peor es que no podía negarse, no cuando Rebekah le hablaba con esa voz y cara de no haber roto un plato en su vida, que le hacía conseguir todo lo que quisiera.

— Claro, Bekah. Esta es tu casa.

Rebekah sonrió y le abrazó.

— ¿Tienes un perrito, Nick? Es precioso. — Dijo Rebekah mientras se quitaba para ir a abrazar al chucho.


La cara de Caroline cuando llegó a casa y le dio las buenas noticias fue todo un poema. Caroline y Rebekah se odiaban.

— Klaus, ¿cómo se va a quedar tu hermana aquí? — Intentó convencer la rubia a su novio mientras estaban en su cuarto. Hablaban en susurros para que su hermana no les oyera. — No tenemos sitio.

— Claro que sí, puede dormir en el sofá. No es muy cómodo pero solo serán unos días.

Caroline se metió entre las sábanas y Klaus se acurrucó a ella.

— No creo que sea buena idea… Ella se puede permitir un hotel.

Klaus hizo que su novia girara la cara para ver su reacción a lo que iba a decirle.

— Caroline, amor, si tu perro puede quedarse… ¿cómo no va a poder mi hermana?

Valía todo el oro del mundo esa expresión. Caroline enrojeció mientras fruncía el ceño, sintiéndose atrapada.

— ¿De verdad? — Le pregunto ella. Lo que le quería decir estaba implícito: ¿estaba comparando a un perro con su hermana? Claro que lo hacía.

— Sí.

— Está bien, puede quedarse.

Klaus sonrió abiertamente. No porque su hermana se quedara, Bekah iba a ser un incordio, sino por haber ganado una discusión.

Se sentía tan bien.


La situación era cada vez más tensa en casa. Caroline y Rebekah se peleaban por la atención del perro (Klaus no lo sabía, pero se produjeron algunos ataques rompiéndose el cuello), y Romeo y Klaus se peleaban por la atención de Caroline.

Lo que al principio de su convivencia había sido remansos de tranquilidad ahora había bullicio. Eran tres personas y media viviendo en un espacio de 50 metros cuadrados, demasiado poco para no querer matarse.

Aun así, la tradición de irse a dormir juntos la seguían manteniendo. El problema venía después, cada vez se acostaban menos, lo que hacía que ambos estuvieran de peor humor.

Todo estalló en el anuncio de compromiso entre Damon Salvatore y Elena Gilbert, fue el 14 de febrero, San Valentín. Tuvieron que asistir todos, Klaus obligado por Caroline, Rebekah se había invitado a sí misma, pero afortunadamente habían dejado a Romeo con una vecina, compulsada por Caroline para que la cuidara perfectamente.

Habían bailado, reído y habían visto a Elena y Damon declararse amor eterno. A Caroline le había provocado unas lagrimillas, a Klaus ganas de suicidarse. Se retiraron al jardín de la casa Salvatore para tomar un poco el aire.

Bajo la luz de la luna, Klaus bebió de la belleza de Caroline. Llevaba el pelo suelto, ondulado, con un maquillaje que resaltaba sus impresionantes ojos azules y un vestido largo con escote en forma de corazón. Era la mujer más bella que había visto en su vida. Sin decir nada la besó, como hacía tantos días que no podía. Ella le respondió al beso inmediatamente, apretando su cuerpo contra el suyo. Sucumbiendo a la pasión se perdieron en el bosque como tantos años atrás. Siendo la luna la única testigo de su encuentro. Desnudos, tumbados sobre sus ropas en el suelo, Caroline se apoyaba sobre el pecho del híbrido. Dejando besos y risas.

— He echado esto tanto de menos. — Le confesó él.

— Yo también.

Klaus cogió aire, llenándose de los olores del bosque.

— Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo. Dos años y sería perfecto.

Caroline se quitó de su pecho y le miró confusa.

— ¿Qué quiere decir eso?

Él no la entendía, no sabía por qué reaccionaba de esa forma.

— Amor, tranquila solo es un comentario. Es solo que antes éramos tan…

— ¿Tan qué? — Exigió ella interrumpiéndolo. Se levantó hecha una furia y comenzó a vestirse.

Klaus sin entender nada, la observaba boquiabierto.

— ¿Qué demonios te pasa?

— ¿Qué me pasa? Más bien ¿qué te pasa a ti?— Klaus la miró sin entender nada y ella cogió aire para mirarle. — Dime la verdad Klaus, ¿eres feliz?

Últimamente Klaus solo se llevaba sorpresas con las mujeres, ¿a qué demonios venía esa pregunta?

— Claro que sí, amor. — Dijo levantándose, sin molestarse en vestirse.

— Klaus, si quieres volver atrás porque antes éramos felices… ¿eso no significa que ya no lo eres?

Klaus pensó en lo que ella le había dicho. Y esos segundos sin respuesta, hicieron que Caroline le empujara.

— ¡Eres un capullo!

Klaus atrapó las manos de la rubia y la apretujó entre el árbol y él para evitar que se fuera. Entendiendo por fin a lo que se refería Caroline la contestó.

— No me refería a eso. Caroline, mírame, es la verdad. — Ella hizo lo que le pedía. — ¿Hace cuánto llevamos sin estar realmente solos, amor?

Y ella entendió a lo que se refería él.

— Klaus, lo entiendo. Pero es culpa de Rebekah

— ¿Qué? ¿Por qué metes a mi hermana en esto? — Dijo separándose de ella incrédulo.

— Maldita sea Klaus. ¡Solo quiero acostarme contigo sin tener que preocuparme de que tu hermana nos escuche desde el salón!

— Bueno, ¡yo solo quiero acostarme contigo sin tener a esa cosa mirándonos!

Ambos estaban gritando, enfadados, furiosos y calientes.

Se miraron a los ojos sin querer ser el que cediera. Hasta que finalmente Klaus habló.

— Esto se acabó, Caroline. — Dijo cogiendo aire y poniéndose serio. Había pasado muchas cosas, pero ya no podía más. — Vamos a marcharnos de ese diminuto apartamento. Vamos a ir a mi mansión y podrás tener todos los chuchos que quieras. Podrán venir todos mis hermanos y me importará una mierda que nos escuchen haciéndolo porque tendremos paredes de verdad. ¿Entendido?

— Mmm… ¿sabes que eso no es una solución de verdad? Los expertos dirían que tendríamos que aprender a vivir juntos sin tener que depender de las cosas materiales por nuestra felicidad. — Dijo ella sonriendo, divertida.

— Yo soy el experto, amor. Más de mil años de existencia son más que suficientes.

Caroline rio mientras Klaus la volvía a besar.