Disclaimer: El Potterverso es de Rowling. La magia chilena es cosa mía, pero toma muchos elementos de la Magia Hispanii de Sorg-esp.
"Educando Niños Mágicos" del Foro de la Expansiones.
La verdad es que no sé si esto califica del todo en el reto, porque no es una historia acerca de la educación específicamente. Más bien es una historia que se enmarca en la creación de la primera schola en Santiago de Chile. Pero es lo que salió.
En fin, espero que la disfruten.
La schola
Santiago de Nueva Extremadura, 1663
Si había algo que Matilde odiaba hacer, era coser. Pero su madre le había pedido ayuda para terminar el ajuar de Mercedes, su hermana mayor, y la joven se había pasado las últimas semanas cosiendo sábanas. O más bien, intentando hechizar a la aguja para que cosiera por ella. Su madre prefería hacer esas cosas ella misma, diciendo que así quedaban mejor, pero Matilde estaba segura de que sus dedos agradecerían la ayuda mágica.
«Ya verás que cuando te toque a ti, agradecerás que tus hermanas hagan lo mismo», había dicho su madre a la hora de convencerla. Matilde había estado a punto de decirle que ella quizás no se casaría.
Aunque estaba Tomás, que llevaba un tiempo distinguiéndola con sus atenciones. Como ella, había estudiado en la schola de Lima, aunque era un poco mayor que ella. Ahí había sido uno de los estudiantes más populares, así que verse elegida por él la había sorprendido mucho.
—Señorita Matilde —dijo María, la criada, que acababa de entrar a la habitación—. Hay un caballero que desea verla. —Por un momento, la joven pensó que se trataba de Tomás, pero la mujer no se demoró en agregar—: don Arturo Carrera.
Arturo había sido uno de sus compañeros en la schola. Matilde lo recordaba como un muchacho calmado y tranquilo, siempre el primero de la clase y el preferido de todos los maestros. Le indicó con un gesto a la mujer que lo hiciera pasar y dejó la sábana sobre la mesita junto al sillón.
El joven que cruzó el umbral unos momentos después le pareció un desconocido. En parte porque parecía haber crecido al menos una cabeza desde la última vez que ella lo había visto, en parte porque los cuatro pelos que antaño ostentara en el rostro se habían transformado en una barba con todas las de la ley.
—Buenas tardes, Matilde —la saludó él, quitándose el sombrero.
Ella le respondió mientras le indicaba que tomara asiento en una silla junto a ella. Normalmente habría estado cosiendo en el salón, pero esa pequeña salita era más agradable en los veranos, en los que el calor se volvía asfixiante.
—¿A qué debo el honor de vuestra visita? —preguntó la joven luego de unos momentos de silencio. Nunca había sido particularmente cercana a él, por lo que definitivamente esa visita sorpresa era algo que estaba fuera de cualquier cosa que ella pudiera imaginarse.
—Vengo a haceros una propuesta.
Matilde alzó una ceja. ¿Una propuesta? ¿Qué clase de propuesta tenía que hacerle Arturo Carrera?
—¿Perdón? —fue lo único que atinó a decir. Pudo ver que en el rostro del joven se dibujaba una pequeña sonrisa.
—Vengo a invitaros a ser parte de la primera schola de Santiago.
La joven tuvo que tomarse unos momentos para repetirse lo que él había dicho. ¿Por qué la estaba llamando a ella? Seguramente que había otras personas que podían ayudarlo.
—Si mal no recuerdo, vos siempre estabais entre las primeras de la clase de transformaciones. Y erais una buena maestra.
—¿Una schola en Santiago?
—Sí. La población mágica está creciendo. Además, hay familias que no pueden permitirse mandar a sus hijos a Lima, mucho menos a España —explicó él, dándole a la joven la sensación de que no era primera vez que él tenía que explicarlo—. Además, queremos ver la posibilidad de incorporar tradiciones de los araucanos.
—¿Y cómo pretendeis hacer eso? Si mal no recuerdo, los araucanos no están muy interesados en nosotros.
—Es cierto, pero Esperanza de la Cruz está haciendo lo que puede por comunicarnos con ellos.
Ella tuvo que detenerse un momento para reconocer ese nombre. No recordaba a ninguna de sus compañeras de Schola con ese nombre. Hasta que cayó en que se trataba de la mujer araucana que acababa de casarse con don Rodrigo Iñiguez, un mago español recientemente llegado al Reyno. Ese debía ser su nombre de bautizo.
—¿Y por qué habéis venido a mi casa?
—Necesitamos una profesora de transformaciones —respondió él rápidamente—. Y pensé en vos, porque recuerdo que erais una de las mejores estudiantes.
—¿Me estáis ofreciendo un empleo?
—Básicamente. Si os interesa, podéis escribirme a esta dirección —dijo el joven tendiéndole un trozo de pergamino con su dirección—. Muchas gracias por vuestra atención, Matilde.
Cuando él se fue, la joven se quedó mirando el papelito. ¿Se atrevería a aceptarlo? Después de todo, las brujas nunca habían tenido la actitud de los ingenuos acerca del trabajo de las mujeres. Aunque sus padres siempre habían sostenido que el destino apropiado de una mujer era el hogar y la familia.
La primera schola de Santiago. ¡Vaya que era ambicioso ese muchacho!
Temía que más tarde se arrepintiera, pero acababa de tomar la decisión de aceptar la oferta. Ya vería después cómo le daría la noticia a sus padres y al resto de la familia.
-o-
Por suerte para ellos, el consejo mágico estaba más que dispuesto a apoyarlos. Después de todo, eso sólo podía servir para fortalecer la comunidad mágica en esas tierras. Sin embargo, algunas familias habían declarado que seguirían enviando a sus hijos a la schola en Lima, que sería más apropiada para ellos.
Matilde sospechaba que eso tenía algo que ver con que Arturo había expresado su interés en involucrar a todos los niños posibles, incluso a hijos de araucanos que quisieran estudiar de la forma europea. Seguramente la mayoría optaría por seguir la manera de aprender de su pueblo, pero lo que Arturo estaba haciendo era abrirles las puertas. Matilde creía que esa era la actitud correcta que debían tener, siendo buenos cristianos.
Los días se le iban entre repasos de libros de transformaciones y preparar lecciones. Por suerte no había pasado demasiado tiempo desde su graduación de la schola y creía recordar sus clases. A cada momento llamaba a alguna de sus hermanas para pedirle ayuda con algún método.
—¿Sigues con eso de la schola? —preguntó Inés, la hermana que la seguía en edad.
—Claro que sí, todo tiene que estar listo para empezar con las clases lo antes posible.
—¿Y qué crees que va a decir Tomás?
Matilde enrojeció violentamente ante la pregunta de su hermana. Aún no había hablado con el joven acerca de la schola. A decir verdad, Tomás no parecía muy interesado en el proyecto, a pesar de que era prácticamente el único tema que se discutía en la comunidad mágica. Él parecía mucho más concentrado en sus planes para empezar una tienda de pociones.
—No importa, lo veré cuando sea necesario —replicó mientras bajaba la vista y hacía una anotación en su libreta—. Por ahora, necesito que recuerdes cómo aprendiste a convertir animales en muebles.
Su hermana puso los ojos en blanco y empezó a explicarle cómo el profesor había explicado la técnica para hacerlo. Matilde la interrumpía haciéndole preguntas de cómo ella creía que eso la había ayudado a aprender.
Aunque al comienzo había dudado mucho, cada día se sentía más entusiasmada por la schola. Estaba segura de que Carrera estaba dando uno de los pasos más importantes en la historia de la comunidad mágica de Chile y estaba absolutamente dispuesta a ser parte de ella. Después de todo, lo único más importante que eso podría haber sido la constitución del consejo mágico.
Estaban en medio de un punto de cambio.
Podía sentirlo.
-o-
La schola de Santiago, ubicada en el barrio mágico, había abierto las puertas unas semanas antes. Aunque no tenían demasiados estudiantes, Matilde era recién capaz de comprender la magnitud de lo que estaban haciendo. Una cosa era saberlo en lo abstracto, pero otra muy diferente era cuando alguno de los chicos lograba transformar un erizo en un alfiletero o una paloma en un bastón.
Por supuesto, la gran mayoría apenas era capaz de hacer los hechizos más básicos. Después de todo, muchos de ellos habían crecido en hogares de ingenuos y sin saber nada de la magia. Los que provenían de familias mágicas estaban algo más adelantados, especialmente los que ya habían asistido en algún momento a la schola de Lima. Por otro lado, el que fueran menos estudiantes ayudaba a que Matilde y los demás pudieran darles una enseñanza más adecuada a las capacidades de cada uno.
—¿Cómo van las cosas en vuestra clase?
En la puerta de la sala de maestros estaba Arturo Carrera. Se veía algo menos delgado que la vez en la que había ido a pedirle ayuda para la schola, pero aún así se veía desaliñado, ayudado en parte por las manchas que ostentaba su túnica, resultado de ser el maestro de pociones.
—Bien. Aún tenemos mucho trabajo para lograr nivelar a los más nuevos, pero son capaces —contestó ella, apartando la mirada del montón de composiciones que debía corregir para el día siguiente.
—Mi idea es que a fin de año veamos en qué nivel están todos y los separemos en consecuencia —dijo él entrando a la habitación y sentándose en uno de los escritorios—. Si este experimento resulta bien, el próximo año tendremos más estudiantes, Matilde. Estoy seguro de ello.
Ella también lo creía.
—Saldrá bien.
—Gracias por vuestra confianza —dijo él—. Al menos no tengo que convenceros de esto, como a otras personas. Toda la comunidad mágica tiene sus ojos puestos sobre nosotros, Matilde. Y algunos están esperando que demos un paso en falso para hacernos caer. No pienso darles esa satisfacción.
La joven tuvo la sensación de que Arturo estaba hablando más para sí que para ella, pero era agradable poder hablar con él de esas cosas.
—Mis padres estaban bastante escépticos al respecto, pero ahora están muy entusiasmados —dijo—. De hecho, están pensando en traer a mi hermano menor, que está en su primer año en Lima.
Pudo ver que una sonrisa iluminaba las facciones del joven, habitualmente tan serio.
—Al menos alguien nos tiene fe.
—No sólo mis padres: mucha gente. Es uno de los temas de conversación más populares en las tertulias.
—Gracias —musitó él, mirando al suelo.
—¿Por qué?
—Creo que necesitaba oír eso.
-o-
—Matilde, ¿puedo hablar con vos?
Al escuchar esas palabras, la joven se quedó helada. Porque después de muchas semanas de distinguirla con sus atenciones, Tomás le había dirigido esas palabras. Ella sabía lo que significaban.
Y sabía lo que ella hubiera respondido unos meses atrás.
Pero ya no sabía qué decir.
Permitió que el joven la guiara a una galería vacía, lejos del ajetreo de la tertulia. En teoría, sería escandaloso para una jovencita que la encontraran así en compañía de un joven, pero la situación permitía que las normas sociales se estiraran un poco.
Tomás se aclaró la garganta y Matilde buscó un punto en el tapiz que tenía frente a sí, intentando obligar a su corazón a dejar de latir desbocadamente y a su cabeza a ordenarse.
—Matilde, en estos últimos meses habéis demostrado una y otra vez que sois una muchacha sensata y prudente. Creo que esas son las cualidades más importantes para una mujer, especialmente para lo que implica la vida conyugal. Supongo que ya habéis intuido mis sentimientos, he intentado mostrároslos de la forma más discreta posible, pero clara para que no hubiera equívocos.
La joven sentía sus pies pegados al suelo. ¿Así era cómo debía sentirse ante una propuesta? Siempre había pensado que se sentiría ligera como una pluma, capaz de volar como un ave. La pesadez que sentía en esos momentos no había formado nunca parte de sus fantasías. No podía asociarla a lo que ella pensaba del amor.
—Dejaré de dar rodeos. Matilde, ¿me haríais el honor de ser mi esposa? —preguntó Tomás, tendiéndole una mano. De forma casi automática, ella puso una mano en las suyas. Las palabras no salían de su garganta—. Seremos felices, os lo prometo. Aunque tendréis que renunciar a la schola.
—¿Qué? —Su mano seguía sobre de la él, pero a Matilde le parecía que no era parte de su cuerpo.
—Bueno, un trabajo de maestra es algo muy respetable, pero comprendéis que no es compatible con la vida del hogar. Cuando nos casemos, me encargaré de rodearos de todas las comodidades que puedas soñar.
La idea era tentadora. Vivir entre lujos —porque Tomás Abalos era un hombre rico y lo sería aún más en el futuro, gracias a su buen ojo para los negocios—, nunca tener que preocuparse de nada que no fuese de mimar a sus hijos y de ordenar a los sirvientes. Parecía una vida ideal, una vida que ella misma había querido en algún momento.
Pero ahora que tenía la oferta frente a sus ojos, se vio incapaz de decir que sí. Ya no quería lujos, ni ser mimada por un marido.
Ella quería hacer historia.
-o-
Por supuesto que su rechazo a Tomás Abalos había sido un escándalo para la comunidad mágica de Santiago. ¿Dónde se había visto que una muchacha rechazara a un partido tan provechoso por un trabajo? Seguramente la joven Matilde debía estar loca o algo por el estilo.
O quizás se trataba de algo peor.
Matilde sabía que se decía de todo a sus espaldas, pero lo único que podía hacer era levantar la cabeza e ignorarlos. Tratar de desmentirlos sería una pérdida de tiempo y seguramente sólo serviría para dar pie a muchos rumores más.
—¿Estáis bien?
Sentado en el escritorio frente a ella, Arturo Carrera la estaba mirando con el ceño fruncido. Matilde negó con la cabeza y trató de volver a concentrarse en los papeles que tenía en frente, unos diagramas de transformación que habían hecho los estudiantes de su clase.
—Matilde, ¿estáis bien? Os noto cansada —insistió él.
—No es nada, es sólo que pasé una mala noche —dijo ella. No era una mentira, se había pasado toda la noche dándose vueltas en la cama, pensando si lo que había hecho era lo correcto o si había sido una tontería, fruto del orgullo y la arrogancia.
—¿Por qué no os vais a descansar? Seguro que esos papeles seguirán ahí para mañana, cuando hayáis descansado.
La joven le dirigió una nueva mirada a los papeles sobre su escritorio. Llevaba muchísimo rato intentando descifrar la respuesta de uno de sus estudiantes, que tenía una letra horrorosa. Necesitaba un descanso, eso era verdad. Y aún tenía tiempo para corregir esas cosas.
—Quizás haga eso.
—Me parece. No puedo tener a mi mejor maestra quedándose dormida en todas partes —dijo él.
Al escuchar esas palabras, la joven sintió que las mejillas le ardían. Aunque Tomás le había dicho muchas veces que era hermosa e inteligente, esos halagos nunca habían calado muy hondo en ella. ¿Cómo podía ser que con tan pocas palabras Arturo Carrera lograra hacerla sentir así? Era demasiado extraño, demasiado misterioso.
Recogió sus cosas y se echó la capa sobre los hombros, sin dirigirle otra mirada al hombre que había vuelto a sus papeles como si nada hubiera pasado. Como si no hubiera logrado perturbarla con tan sólo un par de palabras.
—Gracias, Arturo —dijo suavemente.
Él levantó la cabeza de sus papeles y le sonrió.
FIN
Nunca había escrito directamente acerca de Arturo y Matilde (que por supuesto, terminarán juntos porque son amor y cosas bonitas), y la verdad es que lo he disfrutado mucho. Tenía más cosas que contar acerca de ellos, pero lamentablemente el tiempo es escaso y se me vino encima. Quedarán en la lista de cosas que escribiré en un futuro cercano, lo prometo.
En fin, espero que les haya gustado. ¡Hasta la próxima!
Muselina
