Todo es de JK.
Trici visteeeeee, yo sabia que esta historia era para ti. Asi es que, tal como me lo había imaginado, tiene dedicatoria doble: la primera por tu cumple ! espero que lo hayas pasado genial y que te hayan regalado cosas bonitas, porque, aunque no te conozco demasiado, se que eres una chica genial. La segunda, por supuesto, es por el AI ;)
¡Espero que te guste, guapa!
Se esta poniendo oscuro, la hora avanza y a Hugo le parece que el cielo esta espeso de nubes, cargado,melancólico. Mira por la pequeña ventanilla del avión a una decena de trabajadores, con sus siluetas recortadas por el sol del atardecer, moverse, hormigas alrededor del aparato en el cual se dispone a viajar a Francia.
Del porque esta viajando en un avión, una de esas máquinas que a los muggles tanto les gustan y que a su abuelo Arthur, al cual perdió cuando tenía 15, le fascinaban, es algo de lo que no quiere hablar. Tiene que ver con una rubia. Una rubia de ojos verdes y dientes delanteros ligeramente separados. Una rubia especialista en reproches y en culpas. Una rubia alucinante en la cama, de dedos suaves y largos que a Hugo Weasley le parecían más mágicos que el mismísimo Hogwarts. Una rubia de esas.
Por ahora solo quiere concentrarse en no morir en un accidente de esos que leyó en la red, donde todos los muggles pasajeros morían de forma horrorosa e instantánea y en olvidarse de todo. Mira a su alrededor, todo el mundo está inquieto por la demora en partir el viaje. Sobre todo, el hombre de negocios que va a sentado a su lado y no deja de mirar la pantalla brillante de su celular. O de lo que Hugo cree que es un celular, porque a pesar que su madre se esforzó para que él y Rose supieran algo del mundo muggle, ni a él ni a su hermana les interesaron demasiado esas cosas extrañas, desconocidas, que tampoco necesitaban de la misma manera que si fueran muggles.
De mas esta decir que Hermione Granger nunca cejó en su intento de mostrarles el mundo muggle y todos sus detalles. Es por eso que cuando Hugo llegó al aeropuerto con una discreta maleta de cuero negra y su camisa estilo leñador, no tuvo ningún problema en ninguna de las etapas de un típico viaje muggle. Ni con el check-in, en donde la empleada le coqueteo, haciendo que hasta las pecas de Hugo se pusieran un poco más rojas, ni con el embarque, ni con buscar su asiento. Pero ahora el puto avión no parte y todos los fantasmas que le obligaron a salir huyendo de Londres vuelven a él. Quizás siempre estuvieron al acecho.
Empieza a ponerse nervioso, retuerce las manos sin control. ¿Y si es un error? Tal vez las cosas no son tan irremediables como él las ve, tal vez debería bajarse de ese cacharro muggle ahora mismo y ir a enfrentar la realidad. La triste realidad de que Noelia ya no le quiere. De no quiere tener nada con él nunca jamas en la vida. De que no la podrá estrechar entre sus brazos, ni besarle el cuello largo y estilizado, de que ya no es de él. Pero para que pensar en eso, no, prefiere mantenerle la puerta cerrada a la realidad por ahora.
¿No se supone que París es la ciudad luz? ¿La ciudad de los sueños? La ciudad de los escritores, de los soñadores, de los bohemios sin remedio. Aunque claro, Hugo no se considera dentro de ninguna de esas categorías. Es solo un chico normal, con un empleo normal y con una seria obsesión por las camisas estilo leñador, no uno de esos que andan con la cabeza en la nubes y que son capaces de crear un mundo de la nada. Él solo quería casarse con Noelia, comenzar una familia bonita y tener un montón de hijos pelirrojos. Pero no, todo se fue a la mierda y él parte en un avión a París, dispuesto, por primera vez en su vida a hacer una locura.
De pronto, el suelo comienza a temblar. Una pantalla se desliza desde una ranura en el techo, informa que deben abrocharse los cinturones y sobre lo que se debe hacer en caso de que suceda un accidente. Hugo toma nota mental de todo, esperando poder recordar todas esas instrucciones en caso de que estén a punto de morir. O poder reaccionar y sacar la varita, cualquiera de las dos que le salga primero. El suelo se sacude cada vez más y en el momento que las ruedas del avión se separan del suelo, a Hugo el corazón se le sube a la garganta. Tiene problemas para respirar mientras siguen elevandose, las manos le transpiran hasta que por fin, ya han alcanzado la altitud necesaria.
Se acomoda en el asiento, pensando en dormir. Y no tarda en hacerlo, sumiéndose en un letargo profundo y sin imá se despierta cuando el avión ya esta en tierra y todos los muggles a su alrededor se revuelven para recuperar sus bolsos de mano y salir del aparato lo más antes posible. Su compañero de puesto, el hombre de negocios, literalmente pasa por encima de él, en su desesperación por ir donde fuese que tenía que ir. Hugo espera que se bajen todos y retira su pequeño bolso de mano del compartimento por encima de su cabeza.
Camina hacia la salida del avión y le hace un gesto de despedida a la azafata, sin demasiadas ganas. Cruza la pasarela, camino al aeropuerto, en silencio, oteando el horizonte que de nuevo es gris, muy parecido al que le despidió de Londres. Oh vamos Paris, dame una oportunidad,murmura en silencio. Esta deprimido, por decir lo menos. Pero pronto comprende que la ciudad luz esta dispuesta a hacerle la vida difícil.
En la sala de las maletas, esas mismas se arrastran por una banda, cansinas, indiferentes si alguien las toma o no. Hugo las observa,ávido de encontrar la suya. Pero los minutos pasan y la gente que venía con él en el vuelo hace abandono, por grupos, de la habitación. Con sus maletas multicolores y sus marcas que evidencian que van recien saliendo del aeropuerto. Más personas repiten la misma rutina y Hugo Weasley no tarda en verse rodeado de otro grupo, de otro vuelo venido de desde Merlín sabe donde. Es ahí cuando comprende que algo va mal. Se acerca al único guardia que logra localizar, con las ganas crecientes de decir accio maleta, las que crecen cuando le mandan a una oficina.
Y luego a una prácticamente igual. Y luego a otra. Y así, hasta que en la oficina número 5 a la que es dirigido en un cortes ingles afrancesado,una mujer joven,rubia y de boca pequeña, vestida de uniforme formal, le comunica que su maleta esta perdida. Hugo se muerde la lengua para no soltar una ironia que no ayudaria en nada a la situación y pregunta, de la forma más amable que halla, acerca de los procedimientos a seguir.
—Tiene que esperar en su hotel, señor Hugo Weasley— dice la empleada, acentuando extraño las palabras— le haremos llegar su maleta en cuanto la encontremos. A los chicos de equipaje debieron haberseles confundido los vuelos y su equipaje puede estar en cualquier parte del mundo—termina, medio riéndose.
Hugo se contiene una vez más, para no perder los estribos. Y eso que él no es hombre de montar escenas.
—Pero..pero, yo tengo todo ahi. Mi dinero, mi pasaporte, mi ropa...todo...todo. Y estaré solo cuatro días. ¿Se demorarán menos de cuatro días en enviarme la maleta?
La francesa frente a él se encoge de hombros.
—Eso es impredecible, señor Weasley. Pero si quiere cambiar su fecha de vuelta, puede dirigirse a la oficina 36, doblando por el pasillo a la derecha.
—No gracias—le replica Hugo, más duro de lo que pretendía y con una sonrisa furiosa que le extrañaría a sus conocidos.
Sale, enojado con el mundo. Cuando ya esta fuera del aeropuerto, se da cuenta que no tiene dinero para tomar un taxi y se devuelve para coger un mapa, donde ubica el hotel. Ya es de noche cuando puede alcanzar su destino. Tiene frío, porque en Londres no estaba tan helado y todas las chaquetas y demases las ha metido en la maleta. Tiene hambre también, reza porque no haya terminado el horario de la cena. Entra al hall, como un náufrago que por fin se encuentra con la civilización y no tiene tiempo de admirar los techos amplios, ni tampoco las pinturas renacentistas ubicadas en puntos estratégicos de las paredes para no recrear un ambiente sobrecargado. Su primera prioridad es comer.
Ya solo frente al recepcionista se le ocurre que podrían pedirle alguna de la documentación que metió en la maleta perdida, pero gracias a Merlín solo le piden su identificación, que es lo único que guarda con él.
—Bienvenido a nuestro hotel señor Weasley. Y espero que solucione pronto el problema de su maleta.—le anuncia el hombre, sonriente.
Hugo mira a todas partes, algo nervioso por la pregunta que se dispone a hacer.
—Eh...disculpe.
—Dígame, señor—el empleado ya había comenzado otras labores y le dirige una sonrisa nueva, igual de cínica que la anterior.
—¿Aún es horario de cenar? Y si es asi, ¿Donde esta el comedor?—suelta a la rápida, todas las palabras medias juntas.
Es en ese momento cuando puede apreciar una sonrisa sincera en su interlocutor.
—¿Con hambre, eh? Segundo piso, subiendo por las escaleras a mi espalda. Son las ocho, debería quedar algo rico.
No pasa mucho para que Hugo se vea frente a un plato de comida. Le dijeron que se llamaba ratatouille y le recordó a una de esas cosas muggles que ven de repente cuando están todos (otra idea de su madre, nunca olvidar las raíces muggles, niños, nunca se sabe cuando les podrá servir) sobre un ratón que quería ser cocinero. O algo por estilo, esos muggles hace-peliculas estan todos locos. La cosa es que la comida desaparece en un abrir y cerrar de ojos y el estómago de Hugo, proporcional al de su padre, deja de gruñir como león africano. Comienza a mirar a su alrededor.
Es un comedor pequeño, pero sumamente elegante. Tiene lo justo y necesario, dijo la voz de la tía Ginny en su cabeza. Todo esta decorado en tonos amarillos pasteles y blanco crema, combinado con unos cuadros parecidos a los del hall, pero algo más modestos. Tiene una chimenea enorme, ubicada en una de las paredes de la habitación, que se encarga de mantener una temperatura agradable. A Hugo le agrada de sobremanera, se siente a gusto. Quizás no sea tan tortuosa su estancia forzada ahí.
Los muggles que se alojan ahi tambien son agradables, piensa. Se dedica a verlos conversar, reir y mover las manos hacia todas direcciones. Quizás de que estaran hablando. Del primer ministro, o del presidente en el caso de Francia, de sus respectivas familias, sueños y esperanzas. No era tan diferente de lo que pasaba en el caso de los magos, a las finales, con magia o sin ella, son todos iguales. Son todos personas. De pronto, Hugo siente como comienza a adormecerse y decide levantarse, en busca del bar que descubrió cuando iba camino al casino.
Jamás ha sido aficionado a la bebida, pero las divagaciones entre los muggles y los magos le ha abierto la curiosidad acerca del alcohol de los muggles. El nombrado bar resulta ser un lugar extremadamente acorde con el resto del hotel, pero con algunos toques extra de sienta en la barraa, sintiendose algo estupido, no se sabe que mierda le dira al cantinero cuando se le acerque. Quiero un whisky de fuego, doble por favor. Si, claro. Una risotada familiar, proveniente de unas sillas más allá, le saca de sus tribulaciones. Maldiciendo, y rezando por que nadie de su populosa familia le haya seguido hasta ahí, gira la cabeza lentamente .
Sus ojos se encuentran con un tipo de más o menos unos treinta años, que lleva una camisa blanca con los primeros botones desabrochados y unos pantalones negros que por lo que Hugo puede vislumbrar, parecen muy ajustados. Trae el pelo de un azul eléctrico, que salta hacia todas partes como si hubiese sido víctima de un golpe eléctrico (Hugo se lleva la mano a la cabeza, donde le hacen cosquillas sus pelos cortos y colorines). Tiene los ojos marrones, con los que le devuelve la mirada a Hugo.
Y en el rostro anguloso se le forma una enorme sonrisa.
—¡Hugo, hombre! ¡Que alegria verte por aquí!
Es recién en ese momento cuando Hugo logra salir del estado de shock. Teddy Lupin. Ted, se corrige mentalmente. Teddy Lupin, el que se fue de Londres un día, sin decirle a nadie, luego de decirle a toda la familia Weasley que era gay. De gritarle a todo el pleno Weasley que no le gustaban las mujeres, de hecho. Para después de esa confesión, recibir un silencio sepulcral y mucho desprecio. Bueno, quizás si no lo hubiese dicho el dia antes de su, obviamente, fallido matrimonio con Victoire Weasley las cosas no hubiesen salido tan mal. Hugo no esta seguro, la verdad.
Eso pasó hace seis años, cuando Hugo recién estaba saliendo de Hogwarts. Desde entonces, nadie había sabido nada de él. Ni siquiera una carta. Y ahora, se lo encontraba en el París muggle, cuando él también intenta, con desesperación, desaparecer. No sabe qué decir. Por suerte, Teddy habla por él.
—¡Cantinero! ¡Un mojito para este chico, bien cargado al ron!
Luego de decir eso, se levanta de su silla alta. Bamboleándose un poco, nota Hugo, mientras Teddy (Ted,¡joder!) se sienta al lado de él. En la mano trae un vaso extraño, con una forma triangular.
—Un martini, hombre. Un martini—dice arrastrando las palabras—¿Quieres probarlo?
Hugo se niega, en silencio, y Ted le vuelve a sonreír, todo él irradia alcohol y alegría.
—Esta bien. Cuentame, ¿que estas haciendo aqui?
Hugo sigue en silencio. No quiere contarle, porque ni él ha podido aceptarlo del todo. Pero ahí está, ese extraño que se llama Teddy Lupin, esperando que él diga algo. Gracias a Merlín, es Teddy el que habla de nuevo.
—Penas de amor, ¿eh? ¿Buscas sanarte en la ciudad luz? Yo conozco un par de lugares buenos para eso—le cuenta. Hugo le observa, con el moijto en las manos.
Está rico, aunque el alcohol muggle escuece más que el mágico. Ni él se da cuenta cuando le habla a Teddy.
—No puedo salir—le responde a Lupin, bebiendo de a sorbos— en el aeropuerto perdieron mi maleta.
Su interlocutor le mira con los ojos como platos y Hugo se sorprende de lo joven que parece. Inician una charla animada sobre lo ineficientes que son los empleados del los aeropuertos. Teddy se burla de lo poco experimentado que es Hugo como viajero, el aludido se defiende como puede y ambos se ríen. El mojito de Hugo ya se terminó y la conversación está cada vez más animada, mientras las horas pasan. El Weasley sonríe demasiado y se da cuenta de eso. Se asusta.
—Teddy, disculpa, pero…
—Tienes sueño y quieres irte a dormir. Lo comprendo hombre— se levanta de su asiento, Hugo le sigue. Ambos se miran.
—¿Qué te parece si te vengo a buscar mañana en la mañana y te llevo a conocer París?
—Esta bien—responde el subconsciente de Hugo antes que él. No más mojito, se dice.
Se despiden y sus caminos se separan, al menos por ese momento. Hugo se acuesta tratando de no pensar en Teddy Lupin. Pero se da cuenta que fracasa cuando sueña con desconocidos de pelo azul.
