Nota de Autora: Siempre he querido escribir una historia de Dangan Ronpa, especialmente KomaHinaNami. Ahora con DR3, la dinámica entre Komaeda y Nanami, que siempre me ha parecido muy interesante desde SDR2, puede explotarse bastante en el sentido de amistad y apoyo mutuo. Aviso que esta historia puede considerarse un AU a medias, ya que todo sigue transcurriendo en Kibougamine/Hope's Peak, pero el canon en el que transcurre la historia es distinto. Esta historia contendrá tanto Komahina como Hinanami, al estar enfocada en la OT3. Sé que parece Komanami pero, les juro que no lo es, no los puedo ver desde un ángulo romántico, sino más bien uno de apoyo mutuo como escribí antes.

El título de la historia le pertenece al libro del mismo nombre, "The Anatomy of Dependence" (o Amae no Kōzō, en su idioma original), escrito por el psiconalaista japonés Takeo Doi. Digamos que esta historia, también, se basa en el concepto de "amae". Si lo explico, estas notas de autora se alargarán más de la cuenta y estaría dando muchos puntos claves.

Espero sea de su agrado, y pido disculpas por el nivel de OOC en esto.

Dedicado a toda la comunidad hispanohablante de Dangan Ronpa, especialmente a aquellos amigos que he hecho en Twitter por este grandioso Fandom.


Capítulo 1: Y eso está bien


Cuando Nanami abrió sus ojos, Komaeda estaba ahí.

No era inusual tenerlo a su lado, de vez en cuando, durmiendo plácidamente en la almohada contigua. Verlo respirar con tranquilidad la aliviaba pero, a la vez, la llenaba de una angustia creciente que no escapaba de su cuerpo. No sabía si moverse, temiendo despertarlo. Era evidente, examinándole con cuidado el rostro, que las ojeras revelaban lo acontecido anoche. Mordió su labio inferior, evitando respirar. Creía que con una simple ráfaga de aire él pudiese despertar y, lo que menos anhelaba en ese instante era aquello. Le bastaba saber que descansaba, siendo suficiente para ella.

Y eso está bien.

Sentir la calidez, la suavidad de las sábanas contra sus mejillas, la forma en la que moldeaban el resto de su cuerpo que descansaba sobre finas plumas, impedía, también, que se levantara. Pensó, inocentemente, que quizás el tener a Komaeda a su costado era un simple pretexto para no levantarse. Después de todo, se había quedado jugando hasta altas horas de la noche en su Game Girl Advance un RPG sobre criar y batallar con monstruos digitales. El sol que se rehusaba a desaparecer ingresaba por las delicadas cortinas de su habitación, indicándole que acababa de amanecer. Hizo un estimado del tiempo; calculó las 5:30AM.

Se hundió bajo la almohada, para bloquear todo rayo proveniente de la ventana con suma cautela, para no irrumpir el pacífico sueño de Komaeda. La mañana se esmeró en despertarla con tal resplandeciente luz, preguntándose por qué. El cabello blanco que yacía a su lado era esponjoso. Unos pelos se escaparon hacia su nariz, dándole comezón. Aquella cercanía no le incomodaba en lo absoluto. Incluso debajo de la almohada, saber que su cuerpo se encontraba cálido y respirando con normalidad era suficiente para llenarla de una inexplicable alegría. Contuvo una sonrisa, y cerró sus ojos color rosa palo. Ese momento inefable era lo necesario para relajarla.

Claro, que no contó que al pasar los minutos, la luz del sol iría expandiéndose hasta dar con el invasor de su habitación, sacando un gruñido de incomodidad de sus pálidos labios. Nanami sacó lentamente su cabeza de la almohada, colocando ambos codos sobre esta para así observarlo más de cerca, apoyando su mentón en las palmas de sus manos.

—Mmh…—su voz se vio opacada por la almohada en la que descansaba, quejándose de la mañana que se levantaba en los cielos—. Mmh…

Nanami se quedó inmóvil sin saber qué acción tomar. En realidad, el típico escenario apareció en su mente, el guión listo para ser interpretado al casi nunca haber un cambio en el patrón.

—Buenos días, Komaeda-kun—se atrevió a decir con dulzura.

—¿Nanami…san?—con los ojos entrecerrados se le dificultaba armar la silueta de la chica frente a sus ojos, clasificándola como un simple espejismo. Poco a poco, sus irises se fueron dilatando aumentando la cantidad de luz que ingresaba a sus pupilas. Una mezcla de verde grisáceo con rosa palo tomó lugar—. Muy buenos días, Nanami-san… Al parecer... lo hice de nuevo.

Nanami se colocó de rodillas en la cama, observando detenidamente a Komaeda. El pijama le quedaba demasiado largo, y sus manos se vieron reducidas a tela. Notó que las ojeras, evidentemente, estaban más grandes de lo que pensó, y colocó una mano en su pecho llena de preocupación.

—Komaeda-kun, no tienes que pedir disculpas.

—Pero por supuesto que sí, Nanami-san—imitándola, se acomoda solo para levantarse por completo y salir de ahí. Su cabello estaba más desastroso que de costumbre por el constante movimiento durante su letargo. Antes de proseguir, sonríe—, lamento que hayas tenido que dormir al lado de algo tan desagradable como yo. Incluso, despertar con un pedazo de basura. Debe haber sido denigrante el abrir los ojos.

—¿Nunca vas a dejar ese hábito, cierto?—avanzando a paso lento, deslizando sus rodillas entre las sábanas, sostiene aquellas frías manos, sintiendo cada hueso que las componían—. ¿Qué soñaste esta vez?

Se mantuvo en silencio, bajando las cejas, su mirada tornándose en una alberca llena de melancolía, desdicha, y lo que parecía ser desesperanza. Nanami apretujó con más fuerza, esforzándose para hacerlo retornar a la realidad. No le gustaba cuando Komaeda actuaba de esa manera, ocultando y guardando cosas. Le dolía. Muchos años, tantos años, y aun así sabía muy poco. Raras veces le ha contado sobre sus pesadillas de ese trágico, pero tan trágico día predestinado. El día en que todo se vino cuesta abajo. El día en el que, de acuerdo a las palabras que salieron de él una vez lo encontró, toda esa desdicha se volvió en un peldaño para la esperanza.

—No es nada de gran importancia, Nanami-san. Más bien, me siento halagado que muestres interés por mi bienestar, aunque quizás eso sea algo pretencioso de mi parte—replicó—. Por cierto, me está doliendo un poco.

Nanami notó que estaba sujetándolo mucho más fuerte de lo que imaginó y cesó el contacto inmediatamente.

—Disculpa.

—En lo absoluto, es culpa mía por no aguantar lo suficiente.

—Komaeda-kun, no evadas la pregunta. ¿Qué soñaste? Si no fuera tan importante no hubieras venido aquí, dormido, en medio de la noche—dijo cada palabra con delicadeza, temiendo quebrar un hilo invisible.

Ese era el lazo que los unía. Algo invisible. Impalpable. Intocable. Inefable.

Silencio la recibió y evitó suspirar. Sabía que Komaeda contaba sus suspiros. Los contaba, porque presentía que le resultaba entretenido saber cuántas veces en el año la había hecho perder la fe en él. ¿Qué por qué tal pensamiento pesimista? Pues cada año nuevo, venía lleno de alegría presumiendo su hallazgo al decir que fueron veinte menos que el año anterior o solo aumentó la cantidad en cinco, llevando a decepciones y pocas veces a asombro por parte de él.

—Normalmente cuando es… de las peores, sueles aparecer aquí. ¿Tomaste tu medicina para dormir?

Komaeda alzó las cejas. Aparentemente la nueva pregunta le había interesado.

—¡Claro que sí, Nanami-san! —dice eufórico, estirando ambos brazos y alzando sus palmas—. Puede ser que sea un ser humano incompetente que ni merece ser clasificado como humano, pero jamás negaría algo tan crucial como ello.

Ella, por su parte, frunció el ceño. Ahí, Komaeda supo que no era momento de seguir con sus tendencias auto-destructivas hacia su persona. Afinó su garganta, y el tono de voz le hundió el corazón a Nanami.

—Tienes toda la razón. Tuve otra pesadilla.

—Komaeda-kun…—Nanami quiso alzarse, mas sus piernas se habían dormido y no reaccionaban.

—Fue tan nítida… ¡tan emocionante! Podía sentirlo todo, sumamente real. ¡No quería ni despertar! Tanta desesperanza a mi alrededor… esa fue la peor parte. ¡Aunque al ver la sombra, supe que todo era necesario para alcanzar la esperanza absoluta!

Parpadeó más de tres veces. Optó por cinco para así analizar la situación en la que se encontraba. Nanami había metido la pata buscándole tres pies al gato, cavando su propia tumba por tanto insistir en que Komaeda se abriera a ella, sabiendo que acabaría con su obsesión como es de costumbre. Sacudió el rostro, su corto cabello de tonalidad flor de cerezo pegándose a su boca. Resopló sin saber cómo lidiar con el asunto. Exactamente, esa persona siempre era un asunto, aunque nunca lo admita en voz alta.

—B-Bueno, Komaeda-kun…—balbuceó, algo nerviosa—, me alegra saber que… mmm… no fue tan catastrófico como imaginé.

—¡Oh, claro que fue catastrófico! —alzó la voz, sus ojos reflejando una mezcla gris al balance de ambas fuerzas a la cual ama y odia a la vez—. Podía sentir la forma en la que el fuego quemaba mi cuerpo, ¡fue una sensación estimulante!

—Komaeda-kun, estás babeando…

Cual instinto materno que le nace al estar a su lado saca un pañuelo de la mesa de noche blanca para estirar sus brazos y así limpiarle los labios al chico de un metro ochenta, que para un simple observador sería hilarante al ver a una chica luchando para alcanzar el rostro de alguien que le lleva veinte centímetros de diferencia de altura.

—Saber que Nanami-san se ha visto reducida a limpiar algo tan desagradable como yo, una simple escoria… ¡no puedo esperar lo que me deparará mi suerte! Juntando la pesadilla, no puedo esperar lo que me traerá este día. Esta esperanza… me abruma tanto…

—Nada malo va a suceder hoy día, Komaeda-kun—le aseguró, ignorando su discurso insultante—. No siempre tiene por qué ser así.

—Aah, Nanami-san. Tantos años y al parecer sigues sin comprender que esta suerte es una maldición—dice cruzando los brazos, siendo ahora él quien suspira. Nanami se hizo una nota mental de contar cuántas veces lo hace, ya que al parecer es una tendencia cuando se decepciona de los demás al no tomar en serio cuando habla de ello—. Me sorprende, más bien, que durante toda mi estadía aquí no haya sucedido ni una sola catástrofe.

—Y tampoco sucederá—luego de una ardua lucha, Nanami es capaz de mover sus piernas, enderezarse y levantarse. Komaeda se hace a un lado, dándole espacio—. Ahora, vamos a desayunar.

Nanami opta por dejar el tema ahí, sabiendo que no iba a tener solución. Komaeda toma sus terribles pesadillas como algo maravilloso, por más que ella intuya que le duela y lastime en el corazón. Que esa era su distorsionada forma de tergiversar sus propias emociones. La manera en la que decide interpretar la realidad ya que, sabe muy bien, que él siempre está solo por más que pueda verse rodeado de personas. Porque sabe que se aleja de los demás, creyendo que así los mantiene a salvo. Porque sabe que Komaeda quiere lo mejor para ella, como ella quiere lo mejor para él.

Komaeda y Nanami; Nanami y Komaeda. Siempre han sido ellos, y siempre lo serán. Sea hundidos en la miseria, o abrazándose en la adversidad.

Lo toma de la muñeca y salen de la habitación. Komaeda suelta un murmullo, imperceptible para Nanami.

—Me pregunto por cuánto tiempo más durará ese tampoco sucederá.

※※※

Komaeda no le había contado la verdad a Nanami o, parafraseándolo mejor, no toda la verdad. Ciertamente, había tenido la pesadilla con la silueta a oscuras, rodeado de fuego, humo, gritos y catástrofe pero, no le confió lo más esencial.

Soledad.

Muriendo, en soledad.

Sabía que el simple hecho de no morir solo era mucho que desear. Más bien, creía fervientemente que tan pequeño anhelo era algo patético que solo a basura como él se le podía ocurrir. No se le estaba permitido tener pensamientos así. Eso solo llevaba a la desdicha, a la desesperanza que tanto repudia. Porque todo lo que él ha querido, se ha desvanecido por su suerte. Por ese mismo motivo él no debería estar ahí. No debería estar ahí sentado, en la mesa de la sala del apartamento de Nanami, tomando un clásico desayuno japonés junto a una nota de los padres de ella, excusándose por no estar ahí debido a los trabajos en el laboratorio.

Komaeda siempre quiso saber en qué campo se desempeñaban pero, por más astuto que fuese y él no lo admita al ser un auto-cumplido, se le era imposible encontrar algún rastro o pista. Nanami nunca le dio mucha importancia, al saber que sus padres la quieren y tener gratos recuerdos de ellos durante su infancia.

Komaeda confía en Nanami, como sabe que Nanami confía en él. Él quiere a Nanami, como sabe que Nanami lo puede querer a él (esto sigue en duda en su mente, al ser incapaz de comprender el concepto de alguien mostrando genuina preocupación y cariño ante él). Él aprecia a Nanami, aunque sabe que ese no será más que platónico al admirar cómo puede brillar ante toda la soledad.

Deslumbrante. Brillante. Esperanzador.

Nanami comía tranquilamente el arroz recién hecho, el vapor cubriendo su rostro. Un grano se le pegó debajo del ojo izquierdo por alguna extraña casualidad del destino, y Komaeda no se atrevió a decirle, al creer que no estaba en posición de ello (y también porque le resultaba entretenido). Observó su sopa de miso, y le dio un sorbo. Como predijo, se quemó la lengua y aguantó el dolor. La mala suerte estaba iniciando de a pocos. Incluso algo tan trivial, tan simple, tan mundano y cotidiano, lo clasificaba como infortunio. El silencio reinaba en la mesa, solo escuchándose los palillos dar de vez en cuando con los platos, y el sonido de sus bocas saboreando la comida. Komaeda le dio un mordisco al pescado y se dio con la sorpresa que había una espina que casi se traga. Disimuladamente la bota en la servilleta y supo que esa buena suerte había contrarrestado la mala. Por una simple espina, pudo haber muerto. Eso es lo que suelen decir. La espina de un pescado puede ser letal.

Si hipotéticamente acabo de salvarme de morir, siendo esta buena suerte, se ha contrarrestado la de quemarme con la sopa. Aunque, si lo vemos desde otra perspectiva, puede estar bajando la intensidad de la pesadilla, si es que consideramos mala suerte a eso. Incluso si la mala suerte es proporcional a la buena suerte… Pero, a mi parecer, considero esa pesadilla como un punto intermedio, ni buena ni mala suerte… es tan frustrante. Como un mundo sin esperanza o desesperanza.

—Komaeda-kun… ¿estás bien? —Nanami dejó el té, enfocando su mirada en su presencia.

Fue en ese momento en el cual Komaeda notó que andaba aplastando su natto sin piedad alguna con los palillos, y este se había caído sobre la mesa, ensuciándola, al estar cubierta con salsa de soya. Su rostro se tornó en genuina sorpresa por sus acciones, soltando un delicado y airoso: oh.

—Mis más sinceras disculpas, Nanami-san. Al parecer basura como yo deja desperdicios y restos en todas partes. ¡Sabiendo todo lo que te esforzaste para preparar tan deliciosa comida! El hecho que la haya desperdiciado de este modo…

—Es solo natto, Komaeda-kun. No es gran cosa—respondió, evitando suspirar una vez más.

—Por lo menos la única buena cualidad que tengo, y de la cual me siento orgulloso, es mi habilidad para limpiar. Cuando finalicemos el desayuno voy a dejar esta mesa como nueva.

—No dudo de ello—finalmente, Nanami sonrió con tranquilidad.

El desayunó prosiguió en silencio, los pensamientos de Komaeda corriendo a mil por segundo. No dejaba de pensar en toda la buena suerte que podría salir de tanto infortunio que estaba sucediendo esta mañana, por ende decidió considerar la pesadilla como algo negativo. De esa manera, algo maravilloso podría salir. Algo espléndido. Quizás no sea hoy, tampoco mañana pero, eventualmente algo llegará y lo deleitará.

Mientras que esa mala suerte que vendrá, por el momento, no afecte a Nanami-san…

Komaeda la observó tranquila, apacible. Komaeda sabía todo sobre Nanami. Todo. Sin embargo, sabía que aquello no era justo. Él sabía todo pero, ella casi nada de él. No era porque no quisiera compartir, sino porque no deseaba ser una inconveniencia. El simple hecho de vivir juntos ya era suficiente peligro para la existencia de Nanami y la de su familia. Tampoco comprende por qué aceptó su oferta ese predestinado trágico día. El día en el que todo cambió.

Decir amigos de la infancia le resultaba presuntuoso, así que era mejor tomarlo como un nos conocemos desde hace muchos años y no sé si clasificar esto como una amistad pero sí, nos conocemos de años atrás, a un sí, somos amigos de la infancia. Además, eso suele generar malentendidos, y lo que menos desea es que su patética presencia obstruyera la cotidianidad de Nanami. Ah pero, por supuesto, nadie sabe que han vivido juntos gran parte de su vida. Eso también traería problemas, no como los de un manga para chicas pero, problemas son problemas.

Komaeda no deseaba arruinar nada.

Por lo menos, no ahora.

Y por eso, nunca le había preguntado a Nanami si podían ser amigos.

Komaeda no sabía qué eran, si es que para empezar, eran algo.

—Voy a lavar los platos—Nanami se levanta, recogiendo las sobras de Komaeda. Tenía falta de apetito—. ¿Quieres que lo ponga en la lonchera para el almuerzo?

—Oh—finalmente reaccionó, al notar que ya se estaba haciendo tarde—. Sí, por favor. Detesto desperdiciar comida.

—Lo sé—concluye ella—. Sé que comes muy poco, creo que me excedí. Te vi muy mal esta mañana.

—Nanami-san, en verdad no es necesario que…—pero se vio interrumpido por una mirada que lo calló en un instante. Alzó ambas manos en defensa, y procuró no decir más al respecto—. Comprendo.

—Por lo menos las ojeras te han bajado a lo largo de la mañana—soltó un suspiro de alivio. Se paralizó al notar lo que hizo, y miró a Komaeda—. Por favor, dime que no cuenta.

—Mmm…—cerró los ojos y sonrió, alzando la mano derecha. Agregó una risa que supo que Nanami no pudo clasificar si era burla, sarcasmo o algo más—, me pregunto, me pregunto.

Los roles se invirtieron, siendo ahora Nanami quien procuró no decir más, y se adentró a la cocina. Una vez que desapareció de su vista, Komaeda se dirigió a su habitación. Cerró la puerta e hizo una cuenta mental.

Supongo que este sería el suspiro número… creo que voy a tener que revisar la libreta.

Su dormitorio era sencillo, con artefactos que él consideraba bonitos. Un par de conchas de la playa, incluso plumas de algunas aves exóticas que encontró tiradas en el zoológico una vez. Detalles pequeños que le llamaban la atención al ser hermosos y deslumbrantes, como la esperanza que tanto admira. Llegó al escritorio más rápido de lo que pensó, abriendo una de las cajoneras y así dar con millares de papeles. Papeles que solo significaban cifras y cifras de números. Millones de ellos. Le dio disgusto y sacó la libreta con rapidez. Tomó cuenta de la cantidad de suspiros y agregó una línea más a su contador.

Sí, es el suspiro número 11037.

Su mirar oliva-grisáceo alternó, al ver uno de los papeles que tanto despreciaba. Uno que se había infiltrado en la libreta en donde, aparte de apuntar los suspiros de Nanami, escribía lo que soñaba. Sostuvo el papel entre sus dedos, sin saber qué sentir al respecto. Siempre supo que tenía un problema. Desde niño. Que su cerebro poco a poco se iba extinguiendo. Que su vida se iba esfumando como burbujas de aire, escapando de sus pulmones con cada día que pasaba.

Diagnóstico: Linfoma de Hodgkin, estadio 3.

Afectación del abdomen superior por encima de la vena renal.

Afectación de ganglios pélvicos y paraaórticos.

Presencia de numerosos ganglios esplénicos.

Afectación esplénica extensa.

Enfermedad esplénica alta.

Diafragma afectado por ambas direcciones.

Diagnóstico: Demencia Frontotemporal

No quiso seguir leyendo. Lo dejó ahí. Nada cambiaría ese hecho. Para su no sorpresa, una sonrisa irónica se apoderó de su rostro, junto a una risa ahogada. Su suerte seguía anclándolo a este mundo, superando la esperanza de vida que le diagnosticaron años atrás. Sabía que se estaba muriendo, salvo que no sabía en qué momento todo acabaría ni qué sería el detonante. ¿Sus enfermedades? ¿Su suerte? Solo presentía que moriría solo.

Y eso está bien.

Debía salir pronto de ahí. Arregló su uniforme escolar frente al espejo, y recordó que debía limpiar la mesa de la salsa de soya.

La premonición no desaparecía, emocionándolo más de la cuenta. De acuerdo a todo lo que él había recolectado al pasar de los años, indicaba que tal vez esa gran premonición tenía algo que ver con ello. Miró un sobre manila, oculto entre cosas que sabía que nadie tomaría importancia al ser una torre de libros (y que tampoco tocarían al ser uno de los pocos placeres que tiene), una sonrisa sombría se dibujó en sus labios.

Mi suerte es lo único de lo que me siento orgulloso y confiaré en esta como siempre lo hago, al ser mi Talento.


Espero haya sido de su agrado este capítulo introductorio sobre como conviven ellos dos. Próximamente, prometo explicar las circunstancias que llevaron a dicha situación.

¡Muchas gracias por leer y darle una oportunidad!