1. Bounty Hunter

No parecía que encajase con San José: un pueblo de la frontera a merced de malechores y bandidos, el tipo de pueblo perdido donde se solían esconder aquellos que tienen su cara en carteles por todo el territorio. Era sin duda un pueblo demasiado peligroso para andar con una cadena de oro sobresaliendo del chaleco, un sombrero de corte inglés de más de cinco dólares, y aquellas espuelas llamativas. No era un sitio para lucir el oro, y sin embargo era lo que había atraído a Daisho de aquel hombre misterioso.

—¿Qué es lo que quieres saber, forastero? —le preguntó, acariciando su revólver Remington debajo del poncho marron y verde que escondía sus manos. El forastero no parecía peligroso (no más peligroso que él mismo, al menos), pero nunca se sabía quién acababa en aquellas tierras de nadie.

—He oído que sabes el paradero de Black Cat —dijo el extranjero, con su sonrisa de dientes blancos y perfectos. No le conocía desde hacía más de cinco minutos, y Daishou ya soñaba con pegarle hasta desfigurar aquella sonrisa bonita y falsa, tan pagado de sí mismo.

—Así que es eso. Black Cat... —Daishou sonrió, lamiéndose los labios—. el bandido más buscado del oeste desde que Tucson ofrece 20000 dólares por su cabeza... es posible que sepa algo. Pero dime, ¿cuánto vale la información para llegar a él?

El extranjero rio, y la risa hizo eco en aquel rincón de la calle, entre las cajas de madera de detrás de la taberna.

—Depende de la información que tengas.

—Oh. Sí, sin duda buena información.

—Entonces sin duda, pagaré el precio adecuado... —sacó tres monedas de oro de un bolsillo, y las hizo circular entre sus dedos.

—Cinco es el mínimo para que te diga una sola palabra.

—En el pueblo te llaman La Víbora —se burló el extranjero, añadiendo dos monedas a las tres que tenía en la mano, sin dejar de hacer malabares—. No es difícil imaginar por qué.

Daisho sonrió, a medio camino entre molesto y ansioso por poner las manos sobre el dinero, sus ojos más estrechos que nunca.

—Lo que sé es que su banda fue vista yendo al norte desde Las Cruces. Alguien vio a Kitty Ken en un saloon en San Antonio.

—¿Intentas decirme que su siguiente objetivo es el banco de Albuquerque?

—Ja. Eso pensaría alguien que no le conoce, pero yo fui su amigo hace tiempo —Daishou hizo un gesto con la mano, y el cazarrecompensas añadió otra moneda a las cinco de su mano—. Él nunca mobilizaría a Kitty Ken y la banda al completo por esa tontería, y pronto estará acabado el tramo de del Ferrocarril en Santa Fe, así que...

—"Fuiste su amigo hace tiempo". ¿Qué pasó? ¿Te robó la novia?

—...

—Oh, no me digas que he metido el dedo en la llaga.

—¡Cierra el pico!

—Ajajaja... no te enfades, toma tu dinero —dijo el extranjero, divertido, lanzándole las monedas.

Daisho las cogió al vuelo, cada vez más molesto. Se preguntó qué pasaría si simplemente disparaba a aquel tipo, pero finalmente decidió que prefería pasar una noche divertida a costa de aquel dinero fácil, en vez de tener que esconder su cadáver. Se giró brusco, y empezó a caminar hacia su caballo.

—Ah, una cosa más, Daisho-la-vívora. ¿Black Cat se acostó con tu chica antes o después de que te dejara?

Daisho se giró con el revólver en la mano, dispuesto a matar a aquel impertinente bocazas, sólo para recibir un disparo en el estómago. Cayó al suelo de rodillas, ni siquiera le había visto desenfundar el arma, y se sorprendió de que su ropa y el suelo se estuviesen tiñendo de rojo.

—Hijo de... —fueron sus últimas palabras antes de caer al suelo muerto.

El extranjero caminó despacio hasta él, y sacó un papel de su bolsillo doblado en cuatro trozos. Cuando lo desplegó pudo ver el dibujo de Daishou, junto a "Se busca vivo o muerto. Recompensa 300$".

—No es personal —dijo al cadáver, perdiendo la sonrisa falsa ahora que estaba solo—. Te habría llevado a la cárcel vivo, pero habrías encontrado la manera de venderme a Black Cat, y igualmente te iban a colgar así que...

Oikawa guardó el arma despacio con un giro de muñeca. Se recolocó el sombrero sobre el pelo castaño, la levita negra, elegante, y el reloj de oro en el chaleco. Tardó un segundo en envolver el cadáver de la Vívora en una manta negra, y lo cargó en su caballo. Luego montó. Con un "tsk, tsk" su montura empezó a andar, primero a recoger su dinero por el cuerpo, y después hacia el norte, a Santa Fe.