Me han tentado por largo rato a escribir algo como ésto. Me partí la cabeza pensando de qué manera sacarlo a la luz, y al fin pude. Sé que debo demasiados fics, que sólo subo, y subo. Pero no se preocupen, he estado tratando de seguirlos, y ser un poco más constante en esto. Este fic es uno que ha venido rondándome largo rato, y no lo quiero dejar sólo en un tal vez. Cuando lo pensé, la idea me atrajo demasiado, y espero que sea de su agrado. Agradezco mucho a cierta escritora que me ha inspirado a hacer esto. Espero que lo lea algún día uvu (?)

Personajes: Asmita, Shaka, Deuteros, Aspros, Saga, Kanon, Aiolia, DeathMask, Afrodita, Kardia, Manigoldo

Género: Yaoi, Romance, Angst, Lemon, Comedia

Resumen: Trabajar en una agencia de modelaje durante el día, y ser stripper en un club nocturno durante la noche no era difícil... al menos hasta que, por primera vez, un par de ojos azules hicieron que la vergüenza se apoderase de ellos. De haber sabido que conocerían a alguien así, habrían elegido el trabajo hacía ya mucho tiempo.


Atenas, Grecia.

Ya era de noche. El sol se había puesto hacía tan solo unos momentos en aquella hermosa playa, aquella que bañaba las hermosas tierras de Grecia donde, desde la India, un muchacho de rubios cabellos había llegado con su pequeño hermanito, huyendo, buscando una vida más digna, peleando contra las adversidades, superando el terrible tropiezo que había significado el deceso de sus familiares por una terrible enfermedad, producto de la pobreza y las malas condiciones de vida. Falta de atenciones médicas que orillaron a Asmita a tomar fuertes decisiones.

Y ese niño que no dejaba de sostener su mano, un niño rubio por igual, bellos ojos azules, con inocencia palpable, la única familia que le quedaba. Había decidido ir a Grecia, puesto que un amigo de su padre les ofreció asilo. El mayor, Asmita Zavijah, un muchacho de escasos 18 años, largo cabello rubio, hebras que parecían asemejarse a los rayos de sol que unos momentos atrás bañaban las playa de Grecia, y bellos ojos azules, tan bellos como el mismo cielo, había optado por vender su hogar, vender terrenos, sus pertenencias, todo para poder tener un lugar donde vivir en Grecia, ahí donde podría empezar de cero y criar al pequeño Shaka, su hermano menor, sin problemas de por medio.

Todo se veía prometedor, ciertamente.

Asmita, sin embargo, sabía que no iba a ser fácil cuidar de un niño de escasos 8 años, un niño que a temprana edad se había quedado sin sus padres, y había tenido que salir de su tierra natal con su hermano mayor. Asmita estaba seguro de que no sería algo fácil salir de esa situación.

El amigo de su padre los acogió por un tiempo, mientras Asmita buscaba una universidad, un lugar dónde vivir decentemente, un lugar también al que enviar a su hermanito a estudiar. Y por igual, un lugar donde Shaka pudiese vivir mientras el mayor arreglaba el papeleo necesario para poder salir de India, y llevarse consigo a Shaka como su tutor al haber fallecido sus padres.

Shaka, desde ese momento, sintió tremenda admiración por su hermano, era la única persona que despertaba en el pequeño un sentimiento agradable, porque notaba a leguas cómo se esforzaba por sacar a ambos adelante, vendiendo lindas artesanías, postres, alguno que otro dibujo, todo para solventar sus gastos. Serían años difíciles, años en los que ambos hermanos no tendrían a nadie más que ellos mismos para hacerse compañía.

El mayor de los hermanos tardó poco más de 2 años en conseguir comprar una casa con el dinero que había ganado al vender lo que tenían en su país de origen. Había andado de un lugar a otro en departamentos rentados, habitaciones, hospicios, pero todo su trabajo rindió frutos. Era una casita pequeña, de un solo piso, con un bello jardin al frente y uno más en la parte trasera. Tenía lo necesario, dos habitaciones, afortunadamente con un baño cada una; sala-comedor, una cocina, e inclusive un estudio, con espacio suficiente para meter uno o dos libreros.

Con el tiempo, la casa, que en un principio se veía abandonada, sin una pizca de calidez en ella, se convirtió en un hogar para Asmita y Shaka, lo único que les quedaba.

Fueron tiempos difíciles, hubo peleas, hubo risas, pero era lo normal en una familia. Cuando Shaka cumplió 17 años, y llegó a esa etapa tan complicada de la adolescencia, donde había más bajos que altos, Asmita tuvo que volverse de acero para evitarle algún sufrimiento a su hermano, poner límites, como sus padres lo habían educado a él. Sabía que no podía ofrecerle a su hermano el cariño propio de un padre pero hacía lo posible por ello, por ser algo más que sólo un hermano mayor.

— Asmita, ¿puedes ayudarme con algo? — y Shaka confiaba en su hermano, lo veía no sólo como eso, sino como su mejor amigo.

Aunque estuviese en el estudio, aquella habitación que se había vuelto su oficina privada, tenía siempre una sonrisa para su hermano.

—¿Qué necesitas? — a pesar de que el mayor casi no encontraba tiempo para Shaka, principalmente por su trabajo, hacía todo lo posible por dedicarle el tiempo necesario.

Estar para él todo lo que pudiese.

Asmita no desaprovechaba un solo instante.

—Tarea de Matemáticas. — como si se tratase del último que podría pasar con su hermano.

— Shaka, siempre has sido bueno con las matemáticas, ¿por qué de repente vienes a pedirme ayuda? —cuestionó su hermano mayor, ceja en alto y una mirada inquisitiva dirigida al menor—. Que yo recuerde, eras tú quien ayudaba a otros en la primaria.

El menor de los hermanos desvió la mirada. Pero al final, inspirando hondo, encaró a su hermano mayor con una sonrisa; ¿de qué servía mentirle en algo así?

— Está bien, me atrapaste—aceptó finalmente el hindú menor—. Quería enseñarte algo, pero no puedo disfrazarlo con algo como "Ayúdame con la tarea".

—¿Ah, sí? ¿Y qué es? — se conocían demasiado bien entre ellos como para guardarse secretos; ¿quién sino ellos mismos para ayudarse a resolver problemas? No tenían a nadie más a quien pedir consejo.

Shaka le pidió a su hermano mayor que cerrase los ojos y que extendiese sus manos hacia el frente.

La sorpresa era un sobre, y por la mueca de curiosidad de Asmita al sentir el peso de éste, debía tener algo importante dentro.

Al abrir los ojos, observó con asombro el nombre de su hermano menor, plasmado en el sobre, y a un costado el escudo de aquella escuela a la que asistía. Asmita se había esforzado hasta lo indecible por darle a su hermano lo que sus padres en India no habían podido por la precaria condición en la que se encontraban en ese lugar.

Y eso incluía las mejores escuelas, aún si se partía el lomo trabajando para pagarlas.

— ¿Qué es esto? —preguntó a su hermano, no queriendo sonar demasiado curioso. La sonrisa de aquel muchacho de orbes zafiros no podía brillar con más intensidad.

—Es... la beca que solicité hace unos meses— y la sorpresa se convirtió en alegría.

No hacía mucho, al notar lo duro que Asmita trabajaba para pagarle a Shaka sus estudios, el último había solicitado una beca en la preparatoria a la que asistía. Y después de muchos intentos, de horas de estudio para subir sus notas, de tiempo libre sacrificado para ir a las conferencias acerca de la ayuda que los alumnos podrían recibir, al fin, Shaka fue capaz de obtener una beca. Era la ayuda perfecta para Asmita, una manera de pagarle, aunque fuese poco a poco, todo lo que éste había hecho por él desde la muerte de sus padres.

Una beca de estudios, con la que sus mensualidades estaban cubiertas al 100% por la escuela gracias a las notas tan perfectas que mostraba el rubio menor. La mantendría siempre y cuando continuase con tal desempeño, nada difícil siendo que el muchacho no tenía otros intereses mas que el de ayudar a su hermano mayor. Con eso, ambos serían capaces de darse lujos que antes veían lejanos por pagar la educación de Shaka.

Él estaba consintiendo a su hermano mayor, pagándole tantos año de esfuerzo.

— ¡Felicidades! — Asmita no tardó en abrazar a Shaka, alborotar inclusive ese largo cabello que había adquirido con los años. Asmita sabía que, a pesar de sólo tener 17 años, Shaka estaba abriéndose paso por la vida de una forma sorprendente.

— Así podrás comprar ese auto que tanto quieres— acotó el menor en medio de risas.

— Así me será más fácil llegar al trabajo— su vista se posó en el reloj. Diez menos veinte. Llegaría tarde a su trabajo, y se ganaría un fuerte regaño de su jefe si eso ocurría—. Me tengo que ir, Shaka, nos vemos más tarde, ¡y no se te ocurra llegar más allá de las 8! —la distracción de Asmita, y su prisa, fueron tales que olvidó sus anteojos sobre la mesa, causando así una ligera risa en Shaka.

Quizás había animado demasiado a su hermano mayor. Pero no se quejaba, ver a Asmita sonreír era, quizás, lo único que podía hacer a Shaka formar exactamente la misma expresión.

El menor iba por igual tarde para sus clases. Hablaría mal de él llegar tarde a la escuela siendo que había sido beneficiado con una beca. Así que, tomó sus cosas rápidamente, sus llaves, su teléfono celular, y salió rumbo al colegio.

Ambos hermanos eran bastante comprometidos con sus vidas, en especial Asmita, quien había terminado la universidad con el único propósito de obtener un buen trabajo, y así darle una buena vida a su hermano.

Lo había logrado.

Fue contratado un par de meses después de graduarse por una compañía que vendía seguros. El jefe era un hombre bastante especial en cuanto a su trato con los empleados, pero una vez que se le llegaba a conocer, era una persona bastante amigable, de ese tipo con el que era agradable pasar el tiempo.

Y Asmita estaba a gusto en ese lugar.

Había hecho amigos, había salido de esa reclusión que había significado su llegada a Grecia sin nadie en quién poder contar.

Uno de ellos, Kardia Sargas, un muchacho bastante animado, cabello azulado, largo hasta la cintura y una sonrisa jovial y traviesa, se había vuelto uno de sus más allegados. Kardia vivía solo, se había separado de su familia a muy temprana edad, y había ido a buscar, lejos de Grecia, algo que le hiciese sentir vivo. Era, quizás, uno o dos años mayor que Asmita.

A veces Asmita se preguntaba si Kardia había encontrado ese 'algo', puesto que el haber regresado a Grecia le indicaba que nada había salido como él esperaba.

"Quizás lo que busco aparezca aquí"

Era su única respuesta.

De cualquier manera, Asmita no era quién para indagar todavía más en la vida de sus compañeros de trabajo.

Había conseguido empleo en aquella empresa poco después de haberse graduado de Psicólogo, en el área de Recursos Humanos. Con el tiempo, había ganado la experiencia, y la confianza del jefe, para ser el encargado de las relaciones públicas de la empresa, y de paso, ser aquel que llevaba postres cada viernes para amenizar un poco el trabajo en el edificio.

Su jefe, un hombre italiano de ya entrados 30 años, bien parecido, al principio se había comportado como un verdadero patán, haciéndole la vida imposible a él y a un amigo suyo, pero solamente para llamar la atención de, precisamente, su amigo. Aquel hombre italiano llevaba por nombre Alessio Selvaggi, conocido en toda la empresa más como el bromista pesado que como el jefe. Abogado, dueño de una aseguradora, el hombre estaba prácticamente en las nubes, pero seguía conservando la humildad y la jovialidad que debía tener alguien que se crió en los barrios bajos de Italia, en Sicilia, donde había que pasar hambre casi a diario, y donde difícilmente se tenía algo con qué vestir.

Alessio supo salir de la miseria, supo abrirse paso, justo como Asmita lo había hecho. Y por esa razón existía una relación de mutuo respeto entre ellos.

— Asmita, he escuchado que tu cumpleaños es dentro de poco — habló Kardia, comiendo uno de aquellos pastelitos que, como cada viernes, el rubio llevaba a la oficina—. ¿Es cierto eso?

—Sí, la próxima semana, de hecho— respondió con una sonrisa, acomodando sus anteojos sobre el puente de su nariz.

A sabiendas de que podría olvidar muy seguido sus anteojos, siempre tenía algún par de repuesto. Tanto trabajo, investigaciones, tesis que hacer, correos que enviar, habían ido desgastando su vista al punto de hacerle utilizar un par de cristales al frente. Sin aumento, claro, sólo para vista cansada.

—¡En ese caso habría que celebrar! —soltó el jefe de repente al salir de la oficina, habiendo escuchado la conversación de Kardia y Asmita.

—No, Alessio, no es necesario nada de eso, mi cumpleaños lo paso sólo con mi hermano — rápidamente, Asmita buscó la manera de zafarse. Las fiestas que organizaba su jefe eran bonitas, y elegantes también, pero no quería nada de eso, nada ostentoso. Le sería incómodo. Prefería mil veces pasar la noche viendo alguna película con su hermano menor en la sala.

—Oh, vamos, ¿hace cuánto que no celebras tu cumpleaños como se debe? Cumples 27, si no me equivoco— y Asmita asintió con la cabeza—. Está dicho, el viernes de la próxima semana, saldremos después del trabajo a celebrar tu cumpleaños.

Y cuando Alessio tomaba una decisión, era muy complicado hacerle cambiar de opinión.

Al final del día, Asmita terminaría enganchado en un compromiso al que no podría faltar.

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10 años atrás...

¿¡Cómo que te has quedado sin empleo, Aspros!? — bramó un muchacho, 19 años los que tenía encima.

— Baja la voz, los vas a despertar — el nombrado respondió, en medio de un murmullo.

La situación era complicada. Aspros Alzir, nieto de un hombre conocido por sus influencias políticas, Arles Alzir, había perdido un empleo que le había llevado años conseguir. Cuando cumplió sus 15 años, su familia se desentendió de él y de su hermano gemelo, Deuteros, alegando que por culpa de ellos la desgracia había caído sobre tan acaudalado apellido. Su madre, Integra Alzir, una bella mujer, griega de nacimiento, hija mayor de Arles, había muerto cuando ellos cumplieron nada más que 4 años, quedando de esa manera bajo la custodia de su padre, un hombre sin escrúpulos que había engatusado a Integra para quedarse con la herencia que le había sido otorgada.

Durante mucho tiempo, tanto Aspros como Deuteros sufrieron maltratos, abusos, humillaciones por parte de su propio padre, quien se encargó de envenenar la mente de toda la familia Alzir, y ponerlos en contra de sus hijos, evitar de esa manera que la fortuna de la familia le fuese arrancada de las manos.

— Explícame qué fue lo que pasó, ¿qué hiciste? —cuestionó el menor.

— Yo no hice nada, de repente llegaron a mi oficina y me dieron la liquidez — respiró profundamente y pasó sus dedos entre su cabello—. ¿Qué haremos? Lo que me dieron mas mi última paga de hace 3 días alcanza apenas para 2 meses.

Y la principal preocupación de ambos hermanos eran nada más que sus primos, dos niños de 10 años que dormían en la habitación contigua. Saga y Kanon habían quedado huérfanos hacía un par de años, cuando la hermana de Integra, Paradox, y su esposo, habían fallecido en un aparatoso accidente, dejando de esa manera a los niños sin un hogar al que regresar.

Gracias a los conocimientos de Aspros en leyes, logró ganar la custodia de ambos niños antes de que Youma fuese capaz de llevárselos, y quedarse también con la herencia que el abuelo Arles les había dejado al ser el único integrante de los Alzir con vida y que gozaba de sus facultades mentales.

Había tachado a Aspros y Deuteros de tener problemas psicológicos, iniciados por el mismo Youma gracias a sus constantes maltratos.

Afortunadamente, Aspros había cumplido la mayoría de edad cuando reclamó la custodia de sus primos, y tenía un trabajo estable que le permitía solventar gastos.

Deuteros estudiaba aún la universidad, pero por la situación en la que se encontraban, tenía que dejar aquello, buscar una manera de ayudar a su hermano, de conseguir un trabajo y retribuirle todo lo que él había hecho por él desde su infancia. Y ahora, con Saga y Kanon, tendría que ser fuerte, pues ese par no se merecía para nada una vida como la que los mayores habían llevado con su padre.

— Saga... Nos van a regresar al orfanato...—susurró el pequeño Kanon, un niño bastante despierto, perceptivo con las cosas a su alrededor. Despertó por la pelea que estaban teniendo sus primos, y en el proceso, despertó a su hermano gemelo.

La familia Alzir se caracterizaba, precisamente, porque varios de sus integrantes eran nada más que parejas de gemelos idénticos. Integra y Paradox fueron las únicas hijas de Arles, quien a su vez tuvo un gemelo también, uno que, por desgracia, falleció al momento de nacer. Integra se embarazó a temprana edad, a los 17 años, y su salud fue decayendo hasta que falleció 6 años antes de que nacieran sus sobrinos, Saga y Kanon, hijos de Paradox.

— No, no, Kanon... Ellos no nos van a dejar solos —aseveró Saga, tomando la mano de su hermano—. Aspros prometió que no nos iba a dejar volver a ese lugar, ¿recuerdas? — y el pequeño Kanon asintió con la cabeza, abrazando a su gemelo.

Tanto Aspros como Deuteros pensaban en una manera rápida de ganar dinero, un empleo que les diera lo necesario, que les dejase también pasar tiempo con los niños, no descuidarlos por ningún motivo.

Tardaron un mes.

El dinero no duró lo que Aspros tenía planeado.

Deuteros había sido dado de baja de su colegio debido a las constantes inasistencias y ramos sin aprobar.

Estaban a punto de perder el pequeño departamento en que vivían.

Y por si fuera poco, también tenían un aviso donde les daban a conocer la posible pérdida de la custodia de ambos niños.

El mundo se les venía completamente abajo.

Hasta que, cuando estuvieron a punto de tocar fondo, una bella mujer, de largo cabello negro y porte elegante, vio a ambos hermanos en un parque, sentados en una banca mientras vigilaban a sus primos, sin decirles que la situación era más complicada de lo que se hubiesen imaginado.

Aquella mujer, al verlos, se acercó, y ofreció una tarjeta de presentación a ambos. Se trataba de la dueña de una agencia de modelaje, y además un club nocturno. La mujer se veía decente, y hasta tenía un vocabulario bastante elocuente, vestía con elegancia, demostraba lo femenina que era a leguas. Ofreció a ambos hermanos la oportunidad de trabajar para ella, de salir de ese agujero en el que parecían más que estancados.

— ¿De cuánto estamos hablando? —preguntó Aspros, con cierto deje de desconfianza. La mujer, enigmática, tomó la mano del gemelo mayor, y anotó una cantidad bastante fuerte en la palma de éste. Ambos hermanos se miraron con desconcierto. Aquella cantidad, si era ganada por cada uno de ellos, sería suficiente para solventar los gastos, pagar deudas, darle lo necesario a Saga y Kanon para poder conservar su custodia.

Pandora Heinstein se alcanzaba a mirar en la tarjeta de presentación. La mujer les explicó los términos del empleo, las empresas para las que ella trabajaba con sus modelos, los desfiles a los que había asistido, las cosas que había logrado. No se trataba de ningún negocio turbio, y pronto, los gemelos aceptaron su oferta.

Pasaron unos cuantos meses acoplándose, meses en que les costaba explicar a un par de niños el por qué tenían que salir por las noches a trabajar. Saga y Kanon comprendieron que era por su bien, que era para mantenerlos contentos.

Para mantenerlos unidos, aunque fuese en una pequeña familia.

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Presente...

—Shaka... Shaka...

El rubio se encontraba perdido en sus pensamientos, principalmente en el cumpleaños de su hermano mayor, ya a una semana de distancia. Y jugaba con el lápiz, sin escuchar ni un poco que alguien estaba llamándolo.

—¡Shaka, despierta! — al fin, un golpecito en la frente le hizo regresar a la realidad.

—¡La respuesta es 4! —soltó de repente, ganándose una pequeña risa burlona de su mejor amigo, y las mejillas tan rojas como un par de cerezas por su distracción.

—¿En qué tanto piensas? —preguntó un muchacho de cabello castaño, rizado, bellos ojos azules, y piel tostada por el sol de Grecia. Aiolia Vryzas, su mejor amigo desde que había entrado a la preparatoria, había tratado de llamar su atención por más de 15 minutos.

—Lo siento, lo siento, es que el cumpleaños de mi hermano se acerca, y no sé qué regalarle—y comenzó a jugar con uno de sus largos mechones de cabello, aunque éste estuviera atado en una cola de caballo baja, cayendo por su hombro.

—Claro, claro, piensas en el cumpleaños de tu hermano y no en el tuyo, mucho menos en la salida al cento comercial con Angelo, Adam y Mu que me habías aceptado hace 3 días, y que por casualidad es el próximo miércoles, día en que salimos un poco más temprano de clases. Ah, y también el mismo día de tu cumpleaños.

Shaka se dio cuenta de su nivel de distracción que tenía encima, y otra risa nerviosa se le escapó. El único que había logrado ver esas expresiones en el rubio era ese muchacho griego tan amigable.

—Déjalo, Aiolia, por más que intentes, no va a hacerte caso —se escuchó detrás de Shaka.

—Kanon, cierra la boca, a ti nadie te ha llamado en esta conversación— farfulló Aiolia.

En ese momento, Shaka se sintió incómodo, y su semblante serio de siempre, el distante y frío que mostraba con los demás, se apoderó de sus facciones. Odiaba el momento en que cualquiera de los gemelos, Saga o Kanon, aparecía a arruinarle el día, no había manera de frenar esa constante pelea entre ellos y Aiolia.

Pelea sin sentido, simplemente porque Aiolos, el hermano mayor de Aiolia, solía pasar tiempo con ese par de pesados.

—Kanon, deja de molestarlo, vamos tarde a clases— musitó Saga, tomando del hombro a su hermano menor—. Pero sí, Shaka, aprende a ser un poquito menos estirado, ¿quieres? —farfulló el mayor de los gemelos con burla—. ¿O es que acaso todavía eres virgen? —preguntó, en medio de una larga risa, retirándose con Kanon del lugar.

El efecto que esperaba Saga fue obtenido. Las mejillas del hindú estaban enrojecidas de rabia y vergüenza por las palabras de aquel tipo. Sí, Saga y Kanon eran mayores, pero eso no les daba derecho a meterse como él como lo hacían a diario. Molesto, tomó sus cosas, y después de una seca despedida a Aiolia, un simple "Nos vemos, te llamo luego", se retiró, regreso a su casa al haber terminado sus deberes ese día.

Estaba que echaba humo.

Y apenas llegó a su hogar, pasadas las 7 de la tarde, lanzó su mochila al sofá, yendo directo al refrigerador por algo para calmar su molestia.

Siempre era lo mismo, Saga burlándose de él, de todo lo que hacía para mantener buenas notas, de las pocas salidas que tenía con cualquiera por querer etudiar otro poco.

— Vas a dejar el refrigerador vacío a éste paso — musitó Asmita al cerrar la puerta, y acercarse a la mesa para dejar ahí sus cosas—. ¿Y ahora por qué vienes tan molesto? —aunque ya se daba una idea del por qué.

—¡Lo odio, Asmita, lo odio! Es un... idiota, petulante, niño mimado...

—¿Angelo? —cuestionó el mayor, sólo por el gusto de hacer rabiar a su hermanito.

—¡No, Saga, el imbécil de Saga! —aclaró—. Se supone que él no debería molestarme así como lo hace, ¿qué gana metiéndose con alguien de preparatoria?

—No le des importancia, o seguirá molestandote como lo ha hecho hasta ahora.

—¿Pero por qué? ¿Qué le hice? Desde que lo conozco no deja de llamarme "Rata come libros" —masculló, engullendo un trozo de pastel de chocolate. Asmita rió divertido, y tomó al pobre pastel, que nada de culpa tenía. No dijo nada más.

Shaka se tragó el coraje junto con ese postre que su hermano había preparado, y con un poco de té, se sintió más calmado.

Eran ese tipo de cosas las que hacía que Shaka quisiese tanto a Asmita. Ese cariño que le ofrecía, la comprensión, esa mano amiga que tanto necesitaba en tiempos difíciles.

Llegaba siempre a preguntarse qué sería de él sin su hermano mayor.

Aunque la sola idea de perderlo le aterraba.


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