En un tren japonés
Asuka había oído hablar de que los trenes eran lugares peligrosos en Japón. Allí las colegialas eran acosadas por pervertidos, les metían mano. Pero Asuka nunca había hecho mucho caso de esas historias.
Un día volviendo a casa sintió como un cuerpo, de repente, se pegaba al suyo por detrás. Y casi de inmediato, notó como unas manos se deslizaban por sus muslos, por debajo de la falda de su uniforme escolar. Asuka intentó deshacerse de aquellas manos a la vez que se giraba, muy airada, dispuesta a reprochar la actitud de aquel viejo verde. Se sorprendió cuando vio que el agresor era su compañero de clase, Touji. Éste se limitó a sonreír de forma descarada mientras una de sus manos le agarraba el pecho y la otra le acariciaba la parte central de sus bragas, justo sobre la entrepierna.
La pelirroja estaba demasiado sorprendida para rebelarse contra su agresor. Esperaba un anciano salido o uno de esos hombres de negocios a los que les ponen las jovencitas. Si hubiera sido éste el caso, no habría duda en luchar contra el agresor: morderle, golpearle, patearle la entrepierna, escupirle, arañarle…. y ante esta impresionante lucha no habría tardado en recibir ayuda del resto de pasajeros. Pero… ¡era Touji!
Y mientras lo pensaba, el dedo sobre sus labios vaginales se hizo más intenso, al igual que el apretón sobre su seno. Un leve gemido, nacido del placer prohibido que experimentaba, le hizo volver a la realidad: estaba en un atestado vagón, estaba siendo sobada por un… El gemido había alertado a los pasajeros. Se había formado un círculo a su alrededor. ¡Se había convertido en un espectáculo!
Sonrojada, con los ojos muy abiertos, y consciente de su situación, intento disimular. Ser de nuevo una pasajera más, un ser anónimo y… ¿seguir gozando del placer secreto que le proporcionaba Touji? Se dio cuenta que ese leve gemido la había traicionado. Y eso la llevo a percatarse que REALMENTEquería seguir gozando. Pero ya era tarde. Y Touji ya no estaba allí. De repente, estaba ante un grupo de pasajeros que la miraban con lascivia. Se vio rodeada de hombres sin rostro, y pronto, todo fueron manos tocándola, pellizcándola, sobándola con mayor o menor gracia. Y Touji, si es que realmente había estado allí alguna vez y no había sito todo fruto de su imaginación, se había esfumado.
