Una mala pisada le provocó que Kagome tuviera que ser llevada a la enfermería por un esguince en el tobillo. Siendo ayudada por sus amigas, a la salida del colegio se encuentra con Hojo, quien amablemente le ofrece llevarla en la bicicleta debido a su condición.

La chica está a punto de aceptar cuando Inuyasha interrumpe poniéndose entre los dos.

—Kagome es mía—gruñó en tono posesivo—No la llevaras a un lado.

Hojo intenta explicar que no es lo que está pensando.

—No te creas muy genial porque sabes andar en bicicleta—argumentó celoso—Yo también puedo hacerlo—dictaminó. En un acto de valentía, le arrebató la bicicleta de su poder—Sube—dirigiéndose a Kagome.

—¿Eh? —Aun lucia confundida por la situación que se desencadeno—Pero...

—¡Solo sube!—exclamó.

En el trayecto tambaleante proporcionado por las habilidades de manejo de Inuyasha, Kagome le intentaba explicar que no era lo que estaba pensando.

—Inuyasha ¿Estas escuchando? —preguntó, luego de explicarle toda la situación.

Le divertía y era adorable ver a Inuyasha celoso, pero no quería que tenga por siempre este malentendido. Hojo era una buena persona y muy amable.

—¡No me hables!—objetó—¡Voy a perder la concentración!

Después de todo, el manejo de bicicleta era muy complicado para él, quien estaba moviéndose descontroladamente de un lugar a otro.

—Por cierto, ¿estás bien? —cuestionó Inuyasha, luego de un rato en que sintió que comenzaba a dominarlo.

—¿Uh? —articuló, ella.

—Tu tobillo—mencionó preocupado—¿Te duele mucho?

Kagome, quien pensó que no se había dado cuenta de su estado, sonrió en ternura y terminó abrazándolo por detrás, sus manos rodeando su cintura y su cara sonriente apoyada en su pecho. Esa simple acción hecha con cariño, ocasiono que toda la concentración que reunió Inuyasha se esfumara en el instante, se quedara paralizado y ruborizado, haciendo que se estrellara contra un árbol.

Al poco tiempo, los individuos llenos de ramas y raspones, volvieron a subirse a la bicicleta. Casi todo el recorrido fue en silencio hasta que Kagome decidió molestarlo un poco, al ver que faltaba poco para llegar a su hogar.

—Umm —pronunció—Así que... ¿Te pertenezco? —le interrogó recordando ese "Kagome es mía"

—¡Cállate!—masculló el aludido con el rostro sonrojado por hacerle rememorar. La chica notó su roja piel producto de la vergüenza.

Kagome rió y volvió a abrazarlo, sin tener miedo de volver a caer. En fin, ya cayó por él.