CAPÍTULO 1
En Arendelle, la aurora teñía de tonos rosados y amarillos el cielo límpido. Los sirvientes empezaban gazmoñamente a realizar los diversos deberes que tenían asignados para el día. Las puertas del castillo se abrían otra vez para recibir en unas horas más al Consejo Real y a los súbditos que, como se hacía desde que el invierno eterno terminó, llegaban en tropel para que sus súplicas, demandas y deseos fuesen escuchados por la Familia Real la que, dependiendo de la importancia de los mismos, los resolvían, los comunicaban o simplemente proporcionaban palabras de aprobación, aliento o consuelo. El reino prosperaba, y los reinos que antes eran enemigos de este pequeño país, ahora buscaban alianzas comerciales, militares o inclusive matrimoniales con los miembros tanto masculinos como femeninos de la familia.
La familia real, por su parte, había crecido tanto que el castillo, que aunque no era inmenso sí era bastante grande, parecía pequeñísimo. Se había llenado con los pasos, gritos, chillidos y risas de un montón de niños y niñas que, después, se habían vuelto jóvenes llenos de vida. Aún así, todos los miembros se llevaban de forma armoniosa entre ellos, y sus padres, la Reina y el Príncipe Consorte de Arendelle, los criaban de forma disciplinada, conocedores que ellos y ellas serían los que gobernarían su nación en el futuro, o las de otros reinos; sin embargo, con inmenso amor, el mismo que ellos se tenían uno con el otro… Veinte años de matrimonio así lo aseguraban…
Veinte años…
En la alcoba real, la reina continuaba profundamente dormida, sin darse cuenta de que algo maravilloso sucedía. Su dedo anular, o más bien, el anillo que tenía en él, empezó a brillar de manera impresionante, soltando destellos verdosos y azulados que envolvían a la reina, para después volverse completamente negro.
Después de unos minutos, Elsa despertó.
Después de estirarse perezosamente en las sábanas, Elsa se levantó de la cama. Como todos los días, y a pesar de que había sirvientes que se encargaban de ello, hizo su cama y limpió su habitación. Era un hábito que había desarrollado desde que era niña, cuando tuvo que encerrarse por decisión propia y de sus padres en su habitación para ocultar sus poderes de los demás y así evitar dañar a todos. Luego fue a elegir lo que iba a vestir. Su guardarropa era distinto de lo usual, lo cual le extrañó, sobretodo porque había algunos camisones muy reveladores; inclusive algunos tan transparentes que podrían deshacerse con un soplo. Sin embargo, podría ser una bromita de Anna, que le decía que con un poquito de esfuerzo cualquier hombre se enamoraría de ella. Así que decidió ponerse el fabricado por sí misma, su vestido celeste de siempre, y se peinó con su ya clásica trenza francesa. Ya se vengaría de ella en unos instantes.
Al salir de su habitación, se encontró con que las paredes, así como la decoración del lugar, había cambiado bastante desde el día anterior. Era muy extraño, pero se recordó a sí misma que les ordenó a los sirvientes que tendrían que hacer algunos cambios, así que continuó su camino hasta su primera y más importante escala. La habitación de su hermana.
Abrió la puerta discretamente, y, sigilosa, se aproximó a la cama, donde una figura femenina se distinguía entre los claroscuros de la habitación. No tenía remedio: Anna jamás había sido madrugadora, y jamás lo será. Se preguntaba si dentro de tres meses, cuando se casara con Kristoff, llegaría tarde a la ceremonia por eso.
―Anna…―la llamó de forma suave―. A-nna. Buenos días, princesa.―Se acercó a ella y la sacudió levemente―Arriba, que tenemos un gran día por delante.
La figura se revolvió dentro de las sábanas. Elsa se rió suavemente. Se desplazó hasta el amplio ventanal, y abrió las cortinas, haciendo que la habitación se iluminara completamente. El bulto se revolvió de nuevo. Elsa sólo negó con la cabeza, divertida.
―Vamos, tenemos todo un día por delante.
La figura debajo de las sábanas se descubrió para mostrar a una hermosa joven pelirroja, de piel blanquísima que destacaba sus pecas, que empezó a abrir los ojos y a mirarla con una mezcla de asombro y molestia a la vez.
Pero no era su hermana Anna.
De hecho, no la había visto jamás. Pero ella sí que parecía reconocerla.
Muy apenada, Elsa empezó a disculparse mientras retrocedía:
―Lo siento, señorita, no fue m intención molestarla. Pensé que había entrado a la habitación de…
―¿Mamá? ¿Qué estás haciendo aquí?
Elsa volteó a ver a la muchacha, que la miraba con extrañeza. Y se dio cuenta de que era idéntica a ella, como ella había sido el vivo retrato de su madre. Pero seguramente le estaba hablando a una persona que se encontraba en la habitación con ellas. Volteó a los lados, tratando de ver a esa persona, cuando la muchacha le replicó:
—Mamá, ¿qué rayos te pasa? Te estás comportando como una desquiciada. ¿Qué estás buscando aquí? ¿Qué te lleva a husmear en mi habitación como si...?—se interrumpió para mirarla y suspirar con hastío.—No mamá, papá no está aquí, así que por favor salte de mi cuarto y déjame dormir a gusto. ¡Es sábado, por el amor de Dios!
—¿Qué?—, preguntó la reina realmente confundida.—¿De qué habla, señorita?
—Ah, cierto... Estás dentro del juego... —replicó la chica con sorna, mientras estudiaba con detenimiento su vestido de hielo.—¿Y ahora quién eres? ¿La sirvienta complaciente? ¿La invitada extranjera perdida, pero curiosa? ¿O tal vez la dura y castigadora matrona?―, la muchacha se quedó pensando un momento y murmuró para sí―Aunque papá no está en el país…
—No soy ninguna de esas cosas. Soy la reina Elsa de Arendelle. Quizá no me conozca porque apenas he gobernado durante un año, pero le aseguro que no soy ninguna de esas cosas que afirma que soy.
―¿Un año? ¿Qué te pasa? ¿Acaso es crisis de la edad madura o algo así?
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, sorprendiendo a ambas mujeres. Una anciana delgada, peinada con un sencillo moño, entró a la habitación. A Elsa le parecía extrañamente familiar, como si la conociera desde hace mucho tiempo. Sin embargo, se dirigió a la muchacha:
―Princesa Hallie, buenos días. Sé que no le gusta que la despierte temprano, pero hoy es la celebración del vigésimo aniversario de matrimonio de sus padres, y…―se detuvo al observar a Elsa―Oh, Su Majestad. No sabía que se encontraba aquí…
―Buenos días, ehmmm…―Elsa no terminaba de reconocer a esa persona, aunque pareciera muy grosera de su parte.
―Gerda, su Majestad. Soy Gerda. ¿No me reconoce?―dijo, mientras miraba a su regidora con extrañeza.
La reina se le quedó mirando a su queridísima ama de llaves con estupefacción.
―Gerda, ¿eres tú? ¿Qué te pasó? Te ves… vieja, ―inmediatamente se tapó la boca. Realmente había sido grosera esta vez, pero no pudo evitarlo. Se veía mucho mayor que el día anterior.
―Mamá…―la muchacha, que parecía ser la princesa Hallie de No-Sé-Dónde (¿Arendelle? No, no podría ser), la miró con preocupación― ¿te sucede algo? ¿Te encuentras bien?
Elsa miró a la princesa con espanto: ―¿Mamá? ¿Quién… quién es tu mamá?
―Pues tú… Elsa…
―¡¿Qué?! Es decir… No puede ser posible… En primer lugar, no estoy casada, ni siquiera tengo un pretendiente siquiera; y en segundo lugar, tiene edad para ser mi hermana, mas no para ser mi hija.
Hallie se le quedó mirando a su madre con una mezcla de confusión y sarcasmo: ―Madre, tengo diecinueve…
―Y yo veintidós…
―Madre, tenías veintidós cuando te casaste… Hoy se cumplen veinte años desde eso…
―No… no puede ser…―Elsa empezó a retroceder asustada, cubriendo con escarcha tanto el suelo como las paredes de la habitación. Hallie observó completamente anonadada como su madre salía de su habitación abruptamente para después sentir una ventisca aproximarse a su habitación mientras escuchaba un grito de ella. Se levantó de la cama y corrió hasta donde se había escuchado, lo cual le llevó tiempo, puesto que todavía se encontraba en camisón y porque el grito provenía de la galería de retratos, que se encontraba bastante lejos.
Cuando llegó, se encontró con una habitación completamente cubierta de hielo y escarcha, y a su madre contemplando horrorizada el retrato familiar.
-O—
Elsa llegó a la galería de retratos, donde se encontraba hasta hace muy poco el retrato que le había regalado a su hermana por su cumpleaños, donde se encontraban Anna, Olaf, Kristoff, el montañés que había conquistado de forma sincera el corazón de su hermana y el reno que lo acompañaba a todas partes, además de ella misma. Pero se encontró en su lugar con algo terrorífico:
Un retrato supuestamente reciente, en el que se encontraba ella misma, prácticamente siendo la misma, sólo que con un par de arrugas más, los ojos de color dorado (¿por qué, se preguntaba, ese cambio?) y el cabello con hebras plateadas enmarcándole la cara y haciendo que su blondo cabello se viese aún más claro de lo que era, cargando dos preciosos bebés, y no sólo la chica que estaba en la habitación que había sido de su hermana, con expresión sombría; también se hallaban un montón de niños y niñas de diversas edades. Algunos se parecían a ella, como Hallie, o a Anna, o al anterior monarca; otros se parecían a su padre… ¿quién sería el valiente que la conquistaría a ella, la supuestamente terrible reina del hielo?
Vio al hombre que se encontraba junto a ella y que se suponía era su esposo. Parecía estar en su mediana edad y, a pesar de ello y de no reconocerlo completamente, tuvo que admitir que era muy atractivo. Tenía el cabello completamente gris, y un espeso bigote y barba cubría su rostro casi por completo, así que no podría saber su identidad fácilmente, pero reconocía en el fondo de su corazón sus intensos ojos esmeraldas. Sólo cuando vio el retrato de un muchacho que tenía el cabello tan rubio como el suyo supo quién era el hombre…
Y no le gustó para nada…
-O-
Hallie vio cómo su madre volteaba a su dirección, y con los ojos celestes (¿no eran dorados?) abiertos como platos, le preguntaba con voz queda y monótona, como si se encontrase en otro plano de la realidad:
―Tu padre… tu padre se llama Hans, ¿no es así?
―Emhh… sí mamá, así se llama.―, le contestó confusa.
―Y viene de las Islas del Sur, ¿o me equivoco?
―Pues sí mamá. De hecho, él viajó allá con mis hermanos para asistir a la boda de mi primo Gunder. No lo acompañaste porque tenías que supervisar mi castigo y cuidar a Harold y Hannah, ya que todas las niñeras atenderían a los demás, ¿no lo recuerdas?
Su madre negó con la cabeza, manteniendo la misma expresión ausente y perturbadora en su rostro.
―Y esos niños son… ¿mis hijos y mis sobrinos?
―No mamá, somos todos nosotros, tus hijos. Aquí estoy yo―señalando su ceñudo retrato, mientras que la reina volteaba de nuevo a verlo, y pasando su dedo por todos sus hermanitos, del mayor a los más pequeños―, mi hermano mellizo (y el mayor) Holger, Eridan, Erik, Haaken, Hilda, Emma, Ethan, Haakon, Hudra, Ebba, Ernest, Henning, Helga, Ellie, Enar, y por último, los pequeños Harold y Hannah…―se quedó pensativa por un momento.―Mamá… ¿acaso tienes hermanos? ¿Cómo es que nadie los conoce?
Y vio cómo su madre se desvanecía ante estas últimas palabras.
Nota de la autora:
He de confesar algo. Cuando vi Frozen por primera vez, dos pensamientos acapararon mi mente:
1. Frozen era tan parecido a La Reina de las Nieves como yo me parezco a un unicornio. Si hubiesen conservado a Elsa como villana, o si hubiesen conservado la idea de alguna presencia mágica malvada podría haberse parecido un poco más, pero no lo era… al menos, no lo era para mí.
2. El Helsa era canon. Bueno, este pensamiento lo tuve hasta la famosa escena de "Oh, Anna…", y también me quedé así O_O al verla por primera vez. Pero al final prefiero la versión final. En estos momentos Elsa tiene cosas más importantes que hacer que conseguir un hombre, como gobernar un reino, con todos los bemoles que ello implica.
¿Por qué tuve estas ideas? Simplemente porque la trama de la película (hasta el punto ya mencionado), me recordó más a un cuento que había leído cuando era niña en uno de los libros de una colección de cuentos infantiles (para ser más exactos, Los mejores cuentos de hadas del mundo que editó Reader's Digest), llamado "La orgullosa Minna", en el cual una reina de un país del norte congelaba su reino a causa de su orgullo, mientras que un príncipe de un país del sur, enamorado de ella, quería hacer que ella le correspondiera mediante un anillo mágico… Y de ahí salió esa historia… ¿qué pasaría si el princeso encontrase un anillo de esa naturaleza y se lo haya puesto a Elsa para conseguir por fin tomar Arendelle en sus manicuradas manitas? Bueno, podrán ver las consecuencias en este fanfic… veinte años después de ese evento…
Y bueno… no es que a Hans le gusten las familias numerosas (creció en una, pues)… es que le encantaba reafirmar su autoridad como gobernante de Arendelle y de la voluntad de la reina (If you know what it means…). Además, Elsa, por algún motivo, siempre concibió mellizos, así que no fueron tantos embarazos como se cree (aunque eso poco le servirá de consuelo cuando despierte).
Bueno, espero que les haya gustado. Cualquier comentario pueden dejarlo en una preciosa (o no) review. Si les gustó, les invito a que lean mis demás trabajines regados por ahí. Advertencia: no actualizo seguido. Pero prefiero dar algo que realmente sienta que es bueno a algo hecho al aventón (aunque hay personas que realmente hacen su trabajo aquí bien, bonito y rápido… yo no soy de esas), y muchas veces he tenido que modificar las ideas de una historia entera para que tenga calidad. Por eso les pido que, por favor, tengan paciencia, porque de que actualizo, actualizo… aunque sea en el 2035. J
