Hola a todos :)
Este es un viejo fic que escribí hace mucho tiempo. Disfruté mucho escribiéndolo, y espero que vosotros también lo hagáis. La historia aún está incompleta (de hace años ya), aunque tengo pensado un final ¿bueno? ¿malo? Jajajaja
Si os gusta, no olvidéis dejar algún review ¡Siempre anima saber que hay gente que sigue tu historia!
Dicho esto (y si, admito que las introducciones no son lo mío), os dejo con el primer capítulo. ¡Espero que os guste mucho!
Atención: Los personajes de 'Saint Seiya: The Lost Canvas' no me pertenecen; ellos son propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi, yo solo me divierto escribiendo sobre ellos. Solo Rena es mi OC, el resto de personajes son OC de amigas mías. ¡Espero que os guste este fic chicas! ;)
Primer capítulo. La llegada de Rena al Santuario.
Aquella era una noche oscura, apenas había estrellas iluminando el cielo y la luna permanecía escondida tras las nubes. Rena volteó, la brisa jugando con sus cabellos. Ahora se encontraba de camino a Capricornio ¿Cómo era posible que no se hubiese encontrado a un solo caballero dorado? Había cruzado todos los templos y todos ellos vacios. Cuando cruzó los primeros templos pensó que, tal vez, sus guardianes no estaban pero, después de cruzar Cáncer, aquella teoría empezó a flaquear y hasta ahora. No había visto si quiera a un aprendiz o un caballero de plata o bronce ¿Dónde se habían metido todos?
Subió los últimos peldaños y se plantó en la entrada del templo. Suerte que él sí que estaba. Era mucho más grande de lo que lo recordaba, tal vez fuese porque la última vez que lo vio fue hace mucho. Se acercó sigilosamente por detrás, no la percibió hasta que saltó, abrazando su cuello desde atrás. Capricornio dejó escapar un grito ahogado mientras sus piernas sucumbían al peso y ambos caían al suelo. Se oyó un fuerte golpe seguido de un grito:
— ¡¿Se puede saber que…?! —El Cid pareció atragantarse con las palabras. La sorpresa se hizo presente en sus ojos, la confusión apareció poco después. Ella sonrió ampliamente—.
— ¡Cuánto tiempo sin verte!
— ¿Rena?
Ella trató de no reírse y asintió. El rostro de El Cid volvió a la su típica neutralidad aunque parecía que una sonrisa invisible tiraba de sus comisuras. Se escucharon unos sonidos procedentes de la entrada del templo. Ambos miraron hacia allí donde tres caballeros, dos de plata y uno de bronce, los miraban boquiabiertos y con el rostro colorado, temiendo haber interrumpido algo. El Cid reaccionó rápidamente.
— No es lo que parece —se apresuró en decir—.
Rena sonrió levemente y acercó sus labios al oído del caballero de Capricornio. Esa era su oportunidad de volver a los viejos tiempos.
— ¿Qué dices, El Cid? Ahora no me dejes así, sabes perfectamente lo que íbamos a hacer ¿o no?
El Cid se puso colorado como un tomate. ¿Cuándo había aprendido Rena a hablar de esa forma tan seductora? Sacudió la cabeza rápidamente, tratando de alejar aquellos pensamientos de su cabeza y dejó que aquellas palabras salieran de lo más profundo de su garganta.
— ¡Tú no confundas más las cosas!
Se podía palpar la histeria en la que El Cid gritó aquello. Escuchó una leve risa por parte de Rena pero seguro que ninguno de sus discípulos logró escucharlo y, conociendo la inocencia que tenían esos tres para esos temas, seguro que pensaban que lo que Rena había dicho era cierto.
El Cid estaba punto de hablar, de aclarar aquel malentendido, cuando por detrás de sus discípulos apareció Sísifo de Sagitario. Sísifo examinó la escena con ojos grandes, se puso colorado y retrocedió un paso.
— ¡¿El Cid?!
Acto seguido Rena se puso a reír histéricamente. A Capricornio no le quedó más remedio que suspirar y esperar al momento de poder aclarar aquella escena.
Ya sabía yo que El Cid no era de esa clase de personas —suspiró Tsubaki aliviado—.
Rena se recostó contra la encimera y sonrió culpable.
— Lo siento, no era mi intención confundiros pero —hizo una leve pausa y su sonrisa se ensanchó— Es que no he podido evitarlo ¡Tendríais que haberos visto las caras!
El Cid, quien estaba recostado sobre la pared con los brazos cruzados sobre su pecho, suspiró pesadamente.
— Entonces ¿Usted es la amiga de la infancia de El Cid-sama? —preguntó Rusk entusiasmado—.
— La principal causa de problemas de mi infancia —murmuró Capricornio—.
Rena rió ante ese comentario y asintió. Sísifo desvió la mirada un instante y suspiró aliviado sin que nadie le viese.
— Menudo susto nos has dado con tu pequeño teatro —comentó Sagitario—.
Rena sonrió satisfecha de su interpretación.
— ¿Y entonces? ¿Por qué has venido, Rena? España no está aquí al lado ¿Qué necesitas?
Sísifo le lanzó una mirada de advertencia mientras que sus discípulos le reprocharon su falta de tacto. Rena sonrió, ella estaba más que acostumbrada a esas reacciones de Capricornio y sabía que no lo hacía con mala intención, simplemente no sabía de qué otra manera preguntarlo.
— Me contaron lo ocurrido en Catalania —El Cid miró a Rena con ojos grandes—. Gracias por pedirme ayuda —añadió ella sarcásticamente—.
— Estaba en una misión, era algo que debía resolver yo.
— ¡Me parece muy bien pero Mine y Freser también eran amigos míos!
El Cid suspiró pesadamente.
— ¿Y que suponía que tenía que hacer? ¿Avisarte? ¿Decirte lo que estaba ocurriendo?
— Hubiese sido un detalle. Me enteré por Antonio de lo que ocurrió pero seguro que hay algo más porque Mine estaba…
Rena no se atrevió a decir aquella palabra. El Cid la miró de reojo y le sostuvo la mirada unos segundos antes de hablar.
— No te habría avisado jamás ¿entiendes?
— ¡¿Por qué?! ¡Podrías haberte ayudado! ¡Yo también entrené y puedo…!
— ¡Justamente por eso! —los gritos de El Cid la hicieron retroceder— ¡Hubieses venido y te hubieses llevado a ti misma al suicidio para salvarles!
— ¡¿Acaso no harías lo mismo tú?!
El Cid pareció reprimir su contestación, apretó sus puños y salió de la sala dando un fuerte golpe en la puerta. Rena aguardó unos instantes en silencio, trató de canalizar su ira, evitar ese sentimiento de traición.
— Perdone… —llamó Lacaille inseguro de hablarle a Rena después de los gritos que había cruzado con su maestro—.
Rena sopló, con una ligera sonrisa tirando de sus labios. Lentamente, levantó la vista hacia la puerta por la que El Cid se había marchado y murmuró para sí misma:
— Y luego la pequeña siempre soy yo.
Lacaille calló al escuchar eso. Vio como Rena se plantaba en medio de la sala y les miraba. No la conocía demasiado, pero no costaba mucho darse cuenta de que su maestro y ella eran completamente distintos. Puede que por eso fuesen amigos durante tanto tiempo.
— Bueno, creo que tendré que ir a buscarlo.
Sísifo sacudió su cabeza y atrapó el brazo de la chica antes de que esta saliera de la zona residencial del templo de Capricornio.
— No te lo aconsejo —dijo Sísifo con la voz entrecortada—. Es mejor dejarlo solo.
Rena le sostuvo la mirada cuestionando sus palabras. Sísifo tragó en seco, de hecho no tenía ni idea de cómo lidiar con un El Cid enfadado. El Cid jamás había mostrado alguna emoción, era como una piedra, siempre con su habitual expresión de neutralidad y, desde que Rena llegó, había mostrado más emociones que en todo el tiempo que Sísifo lo había conocido.
— ¿Por qué? —preguntó ella finalmente—.
— No lo sé… Parecía bastante afectado. Incluso llegó a perder su compostura.
— ¿Te refieres a esa máscara de serio y aburrido?
— ¿Máscara?
Rena asintió.
— ¿Nunca te habías dado cuenta? —Había una ligera sorpresa en su tono. Sísifo negó— Bueno, solo hay que vivir unos años con él y en un momento u otro termina quitándosela. No puede mantenerla todo el tiempo.
Sísifo parecía aún más confundido que antes. La soltó y miró a los alumnos de Capricornio. Al parecer ellos tampoco entendían de lo que la chica hablaba.
— Rena-sama —llamó Rusk— ¿De verdad va a hablar con El Cid-sama ahora?
— ¿Queréis ir vosotros? —los tres aprendices negaron rápidamente. Rena rió suavemente— Alguien tiene que ir. Puede que él quiera haceros creer que es mejor es dejarlo solo pero en realidad… Bueno ¡Deseadme suerte!
Antes de que alguno pudiese impedirlo, Rena salió corriendo por la puerta. Tanto Sísifo como los tres discípulos de El Cid se vieron arrastrados a las afueras del templo de Capricornio. Tenían curiosidad de saber que ocurriría, tenían curiosidad de conocer la reacción de El Cid. Los cuatro estaban al borde del acantilado viendo como Rena y El Cid se encontraban en el piso inferior. Ella mantenía las manos cruzadas tras su espalda, caminando hacía la roca donde El Cid estaba parado, cortando las olas del río con su Excalibur.
— ¿Por qué has venido?
El tono de El Cid era grave, mostrando su enfado. Tenía todo el cabello empapado de las olas y jadeaba ligeramente.
— ¿Me dejas probar? —preguntó ella sorprendiéndolo completamente. El Cid la miró con ojos grandes mientras que Rena mantenía su vista fija en al río— Aunque no sé si me acordaré.
— ¿Estás segura? —se vio obligado a preguntar el caballero de Capricornio. Rena encontró su mirada y sonrió de la forma más reconfortante que El Cid jamás vio. Capricornio se hizo a un lado y con un gestó le indicó a Rena que se colocara donde él estaba— ¿Preparada?
Ella se inclinó ligeramente hacia adelante, un pie más atrás que el otro, procurando distribuir su peso en ambas piernas. En aquella posición era visible ver su figura atlética y ágil, su melena cayendo de sus hombros de forma desordenada por toda su espalda.
— Cuando quieras —sonrió desafiante—.
El Cid golpeó el suelo y una gran ola surgió de aquel riachuelo. Rena la miraba atentamente, observaba como el agua cada vez estaba más cerca. Estaba nerviosa, muchas dudas nublaban su cabeza pero trató de hacerlas a un lado y centrarse en la técnica. Se centró en canalizar su energía a su brazo derecho, lo tiró ligeramente hacia atrás y justo cuando la ola estaba prácticamente encima suyo ella levantó su brazo.
— ¡Ahora!
Una línea dorada quedó dibujada en la superficie del agua. Desde el borde del acantilado, los discípulos de El Cid y Sísifo contemplaban la escena, completamente perplejos.
— ¡¿La ha partido?! —gritó Lacaille perplejo—.
— Oh, no —murmuró Rena con una mueca en su rostro—.
Muchas gracias y os veo en el siguiente capítulo :)
Enna
