Hola a todas, si soy yo, no soy ninguna aparición, el saludo es rápido, es tarde y tengo que ir a dormir, pero tenía que quitarme ésta idea de la cabeza.

Ésta historia es la continuación de "De Lunes a viernes", es necesario leer la primera parte para comprender de que va ésta. advierto que la primera parte es un solo capítulo y que no tiene final feliz, ésta por el contrario serán dos capítulos y un epílogo y tendrá un final feliz, un poco más meloso que de costumbre, pero espero que les guste.

La historia ya está completa, solo hace falta darle una repasada a la ortografía, por lo que subiré los otros dos capítulos entre mañana y pasado.

Ya saben, solo la idea retorcida es mía, el resto le pertenece a J.K Rowling y a la Warner y a toda esa gente que se hizo millonaria con esto, yo solo escribo por diversión.

Que lo disfruten.

SÁBADO

El viento agitaba los árboles de manera violenta en el bosque prohibido, más cerca rizaba la superficie del lago usualmente lisa, aún más cerca agitaba el pasto bajo ella y sobre ella agitaba su cabello haciendo nudos en sus rizos castaños, pero nada de eso le importaba.

Era cierto que sabía que algo sucedía, tomó la cadenita que llevaba al cuello, sacándola del interior de la playera, al final colgaba una diminuta piedrita con una serpiente grabada, empezó a jugar con ella, dándole vueltas entre los dedos.

Miró su mano, con la que sostenía la cadena, era la misma mano que había tocado aquella tarde la recordadora de Neville. Se miró los dedos, las uñas pulcras y cortas, tal y como correspondía a una pocionista, aunque fuera una principiante, o mas bien, una aprendiz, miró sus dedos, perfectamente normales, las líneas desvaídas de sus palmas, siguió mirando como si allí estuviera la respuesta que tanto ansiaba la respuesta a la pregunta que ni siquiera sabía cómo formular.

Recordó.

—Dice mi abuela que ésta —Neville señaló una bola de cristal que llevaba en la mano, era apenas del tamaño de su puño y por dentro estaba llena de humo gris, Hermione arrugó la nariz, se parecía demasiado a las bolas de cristal con las que Trelawney fingía predecir el futuro — es mejor que la que tenía en mi primer año, si el humo se vuelve escarlata es que has olvidado algo.

Rodó la esfera por la mesa mientras unos y otros la tomaban, el humo siguió siendo de un plateado perfecto, hasta que llegó a sus manos apenas la había rozado para darle un poco de empuje hacia Neville, pero aun así el humo se tiño de rojo sangre de inmediato.

— ¡Vaya! —Dijo Neville, mientras la sensación de Hermione de haber olvidado algo se hacía más apremiante en su estómago —quizás te has olvidado alguna tarea.

—Si —respondió Hermione dirigiendo una vaga sonrisa hacia el chico regordete.

Pero ella sabía que no era una tarea lo que había olvidado, ningún libro, ningún pendiente, sus deberes como prefecta estaban al día, todo. No había nada fuera de lugar en la perfecta vida de la perfecta Hermione. Nada. Salvo la sensación acuciante de que había olvidado algo, algo que la hacía sentir vacía, algo que le faltaba, algo sumamente importante que no era capaz de recordar.

Después de la comida se escabulló de la compañía de sus amigos y se dirigió hacia los terrenos, así había llegado al lugar que ocupaba ahora, al borde del lago, esperaba que a nadie se le ocurriera buscarla ahí, si los chicos se preguntaban por ella tal vez la buscarían en la biblioteca, pero nadie en su sano juicio saldría con el viento soplando de aquella manera.

Miró hacia el bosque prohibido donde el aire seguía arreciando, arrancando hojas doradas de los árboles, el clima era gélido, el otoño se abría dejando entrar lentamente al invierno a Escocia, miró de nuevo sus manos, sus uñas se ponían azules por momentos miró a su alrededor, la luz comenzaba a extinguirse, apenas podía imaginar que había pasado toda la tarde sentada en esa roca, no era para nada propio de ella perder el tiempo de aquella manera, se puso de pie y su espalda crujió a causa de todo el tiempo que había pasado estática, en una sola posición, se dirigió a regañadientes al castillo, se aproximaba la hora de la cena y después tendría tutorías con el Profesor Snape.

Usualmente no tenía que ir los sábados, pero aquel día en particular tenía que agregar algunos ingredientes a la poción matalobos en la que habían estado trabajando, así que con el único consuelo de que vería a Snape dentro de poco llegó hasta el Gran Comedor.

Los chicos apenas y le preguntaron nada, de alguna manera se habían acostumbrado lentamente a su humor taciturno y apagado.

Ella no era así, pero, si tan solo supiera que era eso,si pudiera saber.

Al cabo de un par de minutos Harry y Ron se embarcaron en una trivial charla sobre quidditch, mientras ella jugaba con la comida de su plato, miró hacia la mesa de profesores, ahí estaba, él.

Ese era otro de los problemas que tenía en mente, el inalcanzable profesor de pociones, siguió pensando y en su estómago los celos la hicieron sentir ácido, quizás solo era inalcanzable para ella. Siguió mirándolo, sentado a la izquierda de Dumbledore, sus ropas negras y su camisa excepcionalmente blanca, contrastaba de manera chocante con Dumbledore que vestía de turquesa y sonreía mientras hablaba con la profesora McGonagall. En cambio Snape se sentaba muy erguido en su silla y sin hablar con nadie, lanzando miradas funestas aquí y allá a todos los alumnos del comedor.

Hermione lanzó un hondo suspiro y Ginny la miró con suspicacia como Harry y Ron seguían sin prestarles atención la pelirroja susurró.

— ¿A quién estás mirando?

—A nadie —respondió Hermione de inmediato e intentó tomar un poco de comida para demostrar que lo que hacía era cenar, pero al mirar el revoltijo que había hecho en su plato decidió que lo mejor era ni siquiera intentarlo, los chícharos se habían convertido en puré y el trozo de filete estaba frío y nada apetecible, Hermione alejó el plato de ella y espero a que los postres llegaran.

—Sé lo que te pasa…

Hermione la miró, por supuesto que su amiga no lo sabía, nadie lo sabía, por la sencilla razón de que solo dos cosas inquietaban a Hermione, una era Snape, cosa que Ginny no sabía y la otra era la sensación de vacío en el estómago, que ni siquiera la propia castaña podía explicar.

Hermione siguió callada esperando la conclusión de su amiga pelirroja.

—Estás enamorada y exhausta.

—Creo que has perdido tus dotes para el chismorreo —había un dejo de molestia en su voz, pero aun así su Ginny no se lo tomó a mal.

—Piénsalo, te la pasas por aquí y por allá como alma en pena mirando a la nada y con el estómago revuelto, es obvio —Ginny se dio un toquecito en la sien para indicar su lógica abrumadora —y como tu nueva actitud se agravó desde que tomas tutorías con Snape, deduzco que el cansancio de tener otra clase extra es lo que te hace estar así.

Hermione se le quedó mirando, cuando los postres aparecieron Ginny se lanzó sobre un pay de fresa que parecía especialmente delicioso, pero Hermione seguía mirándola con un solo pensamiento en la cabeza. En una cosa la pelirroja tenía razón, todo había comenzado con las asesorías de Snape.


Soltó el aire contenido y se restregó las manos sudorosas contra la mezclilla del pantalón, le recorrió un escalofrío la espalda, tener clases particulares con Snape era un dudoso honor, difícil de conseguir en Hogwarts, por no decir imposible, pero no era eso lo que la mantenía nerviosa, sino el hecho de que, por momentos, le pareciera más importante estar cerca del profesor Snape que aprender nada más.

Respiró una vez más intentando serenarse y tocó la puerta con los nudillos.

—Adelante —murmuró él con su sequedad habitual.

Hermione entró y lo miró, Snape no había levantado la vista de una pila enorme de pergaminos que tenía sobre el escritorio.

—Bien Granger —señaló de manera descuidada hacia la mesa que había frente a su escritorio, donde un caldero empezaba a humear —lo he puesto hace unos cuantos minutos, —mientras hablaba seguía tachonando párrafos enteros del ensayo que tenía frente a él —debe cuidar que la temperatura llegue al punto adecuando para poder agregar la coclearia y esperar unos minutos hasta que vuelva a la temperatura idónea, entonces será momento de mezclar el acónito, después podrá irse.

Hermione asintió en silencio. Había algo que bullía dentro de ella, él no la miraba.

Caminó hacia los armarios y tomó un termómetro, un frasco con coclearia seca y de un saquito café unas hojas de acónito.

Regresó hacia el caldero y metió el termómetro. Tenía que alcanzar casi el punto de ebullición, pero con una llama lenta. Se sentó frente al caldero a esperar, miraba el termómetro avanzar lentamente grado a grado, escuchaba el rasgueo de la pluma de Snape que continuaba sin parar, la flama bajo el caldero era pequeñísima, insignificante, el caldero de hierro imponente, parecía imposible que aquel diminuto fuego fuera capaz de llevar a ebullición nada.

Como ella, pensó, diminuta e insignificante al lado de Snape que parecía tan grande y poderoso, desvió la vista del caldero hacia el hombre, seguía impertérrito a su presencia, como si no la viera, como si no supiera que ella se encontraba ahí. Hermione siguió observándolo con insistencia, su cabello lacio, su nariz prominente, sus labios delgados que parecían tan reacios a decir palabra, las manos delgadas y largas, llenas de finas cicatrices, sin duda de cortaduras y quemaduras a causa de las pociones, sus ojos negros que volaban sobre los pergaminos haciendo anotaciones a diestra y siniestra, miró la red de arrugas que se formaban en torno a sus ojos, y se preguntó, ¿quién era en realidad ese hombre?

¿Qué sabía ella en realidad de él? Sabía que era un espía para la orden del fénix, sabía que odiaba a Harry, sabía que muchos, incluidos sus amigos, dudaban de su lealtad, sabía que ostentaba el título de maestro en pociones. No sabía nada.

¿Quiénes eran sus padres? ¿Cuándo era su cumpleaños? ¿Dónde y con quién pasaba las navidades? ¿Había alguna mujer en su vida? ¿Había amado a alguien? ¿Tenía alguna amiga, alguna amante? ¿Qué hacía en las noches solitarias? Leía, preparaba pociones, escribía, deambulaba por el colegio. ¿Era realmente fiel a Dumbledore? ¿Qué lo había orillado ha convertirse en un mortífago?

Y aun así, sin saber, con todo y ello, estaba loca por él. No loca como las chicas de su clase que pintaban corazones en los baños de las señoritas, con el nombre de algún compañero flechado, no loca de las que caminaban en grupitos soltando suspiros y risitas estúpidas, no loca de las que rayaban los pergaminos con corazones y flechas, o escribían el nombre de los chicos por los márgenes, era distinto, estaba loca por él, por saber, por mirarlo mientras preparaba pociones, por que le permitiera vagar por su armario de ingredientes, por que le enseñara lo que sabía, y no solo eso, estaba loca por escucharlo, loca por saber que había bajo su capa, bajo su saco, por saber, si su camisa tenía tantos botones como su levita, si la marca tenebrosa de su brazo era visible siempre o solo cuando el-que-no-debe-ser-nombrado lo llamaba.

¿Por qué siempre estaba molesto? ¿Por qué no le permitía acercase? Si tan solo la mirara. El levantó la vista hacia ella, casi como si supiera cuáles eran sus pensamientos, los ojos negros, fijos en los propios, prometiendo develar todos los secretos del universo.

—El termómetro Señorita Granger.

No lo escuchó estaba tan perdida, su voz se sintió como seda, estaba segura que no había otro hombre en el universo que tuviera esa textura en su voz.

—El termómetro Granger.

Si tan solo la llamara Hermione, pensó con la vista fija en el movimiento de sus labios, pensó en tocar sus mejillas, habría en ellas algún rastro de barba alguna vez, o serían tan lisas como parecían.

— ¡Con mil demonios Granger! —ella respingó y miró el termómetro, la poción a punto de bullir, se apresuró a tomar algo de coclearia y echarla en el caldero, la temperatura se fue casi a cero grados de golpe.

Levantó la vista asustada, Snape estaba lívido.

—Ha estado a punto de arruinar el trabajo de toda la semana Granger.

—Lo lamento.

—Si va a seguir soñando despierta le aconsejo que se vaya y regrese cuando esté dispuesta a poner atención.

—Lo lamento —repitió.

—Debe esperar a que hierva de nuevo y añadir el acónito. Luego ¡lárguese!

Hermione cerró los ojos, se tragó la humillación y no dijo nada, solo se quedó de nuevo mirando el termómetro.

Hacía varios minutos que miraba el termómetro sin apenas parpadear, se sentía envarada, la pluma de Snape había dejado de rasgar los pergaminos que había en su escritorio y ella se preguntó si estaría mirándola. Se arriesgó a desviar la vista, asegurándose a si misma que no se perdería en sus pensamientos de nuevo.

Los ojos de él estaban fijos en Hermione y parecían tan perdidos como los pensamientos de ella lo habían estado hacía apenas unos minutos.

Ambos se quedaron mirando, en verdad estaba loca por él. ¿Qué haría cuando todo terminara, cuando ella ya no fuera más su alumna, cuando tuviera que abandonar Hogwarts y no volviera a verlo? ¿Cómo haría su vida lejos? ¿Cómo?

El ambiente en la mazmorra se sentía electrificado, sentía que si se movía, si su respiración era demasiado ruidosa, si hacía cualquier ruido que fuera una octava mas arriba que el susurro del fuego bajo el caldero, ella y él explotarían, había algo primitivo flotando, un olor, una necesidad. Su vientre se sentía palpitante en espera de algo que, ella juraba, no iba a pasar.

—En que pensaba —murmuró él en tono bajo, pero en el silencio de la mazmorra fue perfectamente audible.

—En las clases —respondió ella y desvió la vista hacia el termómetro de nuevo. Mentirosa.

Él se puso de pie y caminó hacia la mesa en la que ella trabajaba, ella lo seguía con la mirada incapaz de perderse uno solo de sus movimientos. En medio de ellos la poción matalobos se acercaba peligrosamente a la ebullición.

—Con los años aprendí que los Gryffindors no tienen un solo gramo de imaginación —ella miraba sus ojos, hipnotizada como un gorrión frente a una serpiente —no saben mentir. —Con ésta declaración hecha, él volvió a preguntar — ¿en que pensaba? —Y luego con una sonrisa socarrona remató, —no dude que sabré si me miente.

Hermione intentó tragar pero el nudo que se había formado en su garganta se lo impidió, había algo en la manera en que Severus la miraba que le dio valor, de pronto pareció que decir la verdad era lo correcto, por un momento se sintió Gryffindor.

—Cierto —dijo y sus ojos no se despegaron de los labios de él que formaban una media mueca-sonrisa —no somos imaginativos, pero somos valientes —los ojos de ella abandonaron la boca de Severus y subieron hacia sus ojos.

Por encima de la mesa ella extendió su mano, casi esperando que él la detuviera, que de un manotazo él la apartara, pero no ocurrió, sus dedos tocaron la superficie de su rostro.

—Pensaba —dijo ella —en como se sentiría su piel.

Ella lo miraba, sentía el corazón latirle en la garganta, lo deseaba, cuando se retiró quiso decirle que le permitiera seguir tocándolo, quiso decirle que cada vez que lo veía pasar a su lado sin mirarla sentía cómo el abandono la golpeaba, pero claro, ella no lo haría. Él se burlaría de ella por los siglos de los siglos si hiciera una declaración tan escandalosa.

Cuando Hermione estuvo de nuevo en su banquillo Snape no perdió un instante, con un movimiento de varita la poción matalobos, el caldero, los ingredientes sobrantes, la mesa y todo lo que había entre ellos se desvaneció, Granger no necesito que le dijeran que hacer se puso de pie y lo besó.

Hermione no podía esperar, cuando sintió sus labios, el calor subió por su cuerpo como una enfermedad.

Snape olvidando su magia y su varita, sin dejar de besarla, barrió con su brazo los calderos que había encima de otra de las mesas en las que se preparaban pociones, el hierro de los calderos tintineo contra el piso y un par de viales de vidrio se hicieron añicos.

Snape la tomó en brazos y la sentó en aquella superficie lisa y fría, se acomodó entre sus piernas y siguió besándola.

Ella lo sentía, lo sentía en todo su cuerpo, en sus ojos mientras lo miraba, en su boca mientras lo besaba, en su espalda mientras él deslizaba sus manos por ella, desde su cuello hasta su trasero, lo sentía en sus senos, mientras el abandonaba su espalda y se dedicaba a tocar sus endurecidos pezones, lo sentía incluso entre sus piernas, sentía como él se endurecía contra su pantalón de mezclilla.

—Te necesito —murmuró ella contra su boca, deseosa, deseosa de saber, ¿qué importaban las jodidas pociones?, quería que él fuera su maestro en otro tipo de artes más mundanas y a la vez más trascendentes —Necesito saber.

Él la miró con los ojos velados por el deseo.

— ¿Qué quieres saber? —murmuró él.

—Quiero saber si eres capaz de sentir.

—Averigüémoslo.

Ella desabrochó el primer botón de su levita, el segundo, el tercero, eran interminables, desesperada, tomó ambas solapas y tiró de ellas, los botones saltaron en todas direcciones pero él no parecía contrariado, mas bien divertido.

Él hizo lo mismo con la blusa de ella, mirándola con una sonrisa socarrona como retándola a quejarse, pero ella no dijo nada, solo extendió los brazos hacia su espalda y se desentendió del sostén, Severus ni siquiera necesito una invitación para tomar entre los labios uno de sus pezones.

Hermione jadeaba, los pantalones de ambos y la ropa interior salieron sobrando segundos después, se besaban, se tocaban como si no hubiera un mañana.

Ella, aun sentada en el borde de la mesa del laboratorio y él entre sus piernas presto a consumar su pasión. Sin palabras Hermione le rodeo la cintura con sus piernas atrayéndolo hacia ella, completamente dispuesta.

—Hermione —murmuró él — ¿sabes que esto no es correcto?

—Si —le respondió —también sé que no me importa.

Él empujó dentro de ella, un camino conocido, resbaladizo, internándose profundamente en su cuerpo, las uñas de Hermione se clavaron en sus hombros mientras jadeaba. Hermione no necesito ningún momento para habituarse a tenerlo en su cuerpo, era como si, aunque su mente no lo recordara, su cuerpo supiera que aquel asalto era conocido.

Severus tomaba sus piernas para que ella no lo soltara, ella las apretaba alrededor suyo como si fueran pinzas.

—No pares, no pares —repetía Hermione en su oído mientras él empujaba más dentro, —por Merlín no pares.

Él no respondió, solo buscó su boca para seguirla besando, en el beso se mezclaba el dulce de su saliva con la sal de su sudor, pero que importaba.

El momento se acercaba, Hermione lo sentía, subía por sus piernas apretadas entorno a Severus, y se acumulaba en su vientre, había imaginado éste momento, en tantas ocasiones. En este instante, ya no había olvido, en este instante, no había vacío, solo éste momento, en éste momento, con él en su cuerpo palpitando, no había nada mas y ella sin entender el por qué entendió que el vacío que sentía en su vientre era la falta que él le hacía.

—Hermione —gimió el en su oído y ella no pudo más, sintió la calidez de él derramando en su interior y después del orgasmo, la bendita oscuridad.


Cuando despertó estaba en la enorme cama de él. Severus completamente vestido estaba envolviéndola en una de sus capas.

— ¿Qué haces? —preguntó aun adormilada.

—Falta poco para que amanezca, tienes que volver a la torre de Gryffindor.

—Mi varita —le recordó ella y él se la alcanzó del buró al lado de la cama, la tomó en brazos. Ella se recargó en el hueco de su cuello y permitió que él la cargara hacia la chimenea.

—Torre de Gryffindor —dijo él y ella se apretó aun más en torno a él, con los ojos cerrados, intentado evitar el mareo de colores que siempre había en la red flu. Luego las llamas que lamían su cuerpo, se extinguieron y el silencio y la oscuridad de la sala común de Gryffindor los recibió.

Severus se encaminó hacia la habitación, de Hermione, en la oscuridad, conocía el camino a fuerza de recorrerlo.

Por los ventanales la luna alumbraba ampliamente la habitación, las respiraciones de todas las compañeras eran acompasadas, cada una perdida en sus sueños. Severus lanzó un hechizo para evitar que se despertaran y se acercó hacia la cama de Hermione.

La depósito sobre la cama y se le quedó mirando.

— ¿Qué pasa? —preguntó la castaña mirando la tristeza que había en la mirada del Profesor — ¿No estás feliz?

—Contigo he sido más feliz que en toda mi vida —le tomó las manos y se las besó.

— ¿Porqué siento que te estás despidiendo? —preguntó la castaña, mientras los ojos de él ardían de tristeza.

Hermione sintió miedo, supo que el vacío volvería, que si él la soltaba, que si ella lo dejaba ir, toda su vida su vientre latiría en olvido.

La varita apareció en la mano de Snape de pronto.

—Obli… —la puerta de la habitación se abrió.

—Hermione qué —Ginny entró a la habitación, había estado esperando a la castaña y la había visto llegar en brazos de Snape.

La varita de Snape por instinto se dirigió hacia la fuente del ruido.

—… viate —de la varita una luz salió y voló hacia Ginny entrando por su frente, desenfocó sus ojos y cayó al suelo desmayada.

Severus miró a Hermione que lo apuntaba con su varita, todo encajaba ahora en el cerebro de la castaña, la sensación de haber olvidado algo, el vacío, la tristeza.

—Es eso —le dijo sin dejar de apuntarlo —es eso —las lágrimas rodaron por sus mejillas. Traicioneras. —Eso es lo que me pasa, me haces el amor y luego me haces olvidarlo.

Snape no dijo nada, qué podía argumentar en su defensa.

—No quise —luego rectificó —no quiero hacerte daño.

—Egoísta —la respiración agitada, los ojos cafés de ella llameaban — ¿cuánto tiempo has…?

—Yo no quería…

— ¿Cuánto…? —gritó Hermione, la histeria se apropiaba de ella.

—Desde la primer asesoría.

El llanto de Granger sonó mezclado con una carcajada, se sentía la criatura más estúpida de la creación.

Snape miró su varita, podría atacarla, se sabía más fuerte y más diestro que ella, podría obligarla, de nuevo, a olvidar

—No quiero que sufras por estar conmigo.

—Pero eso no te ha impedido estar acostándote conmigo durante todo el mes —Hermione recordó, la sensación de estar olvidando algo, nunca recordaba haber regresado de una asesoría, el sueño, el cansancio, el vacío. —Di algo, ¡dilo!

— ¿Qué quieres que diga?

—Dame una razón por la que no recuerdo cuando entregué mi virginidad.

—No la tengo.

No lo pensó, solo lo hizo, tampoco quiso detenerse, su mano se estrelló contra la mejilla de Severus con fuerza. Él se tocó la mejilla palpitante, luego la mano de ella arranco el dije con la piedra verde y la serpiente y se lo lanzó a la cara.

—Cobarde —Severus se retiró, en sus ojos había relámpagos de rabia, — ¡maldito cobarde! —Hermione gritaba perturbada.

En las habitaciones de alrededor se escuchaban ruidos, sin duda sus gritos había despertado a toda la torre.

Severus le lanzó una última mirada de ira con un revuelo de su capa se convirtió en humo y desapareció por la ventana abierta, hacia la noche de luna llena.

Cuando los otros habitantes de la torre entraron a la habitación en busca de la persona que gritaba se encontraron con una extraña escena. Todas las chicas dormían y Ginny Weasley estaba desmayada en la puerta.

Nadie tenía explicación para ello. Mientras todos volvían a sus camas Hermione apretaba fuertemente la capa en la que Severus la había envuelto.

Él se había ido, el vacío había vuelto.


Hasta aquí por hoy, ojalá les haya gustado les mando un saludo, nos veremos mañana con el siguiente capítulo.

Adrel Black