Disclaimer: Todos los personajes que puedas reconocer pertenecen a George R.R. Martin, este fic no tiene fines lucrativos ni cosa que se le parezca. El título de la obra, no obstante, corresponde a la canción de Within Temptation.
N/A: Originalmente este fanfic nació como un one-shot de carácter ¿What if? (¿Y qué si?). La pregunta era la siguiente: ¿qué habría pasado en el corazoncillo de Sansa de haber sido un caballero real -no Sandor Clegane- el que la socorriera siempre? Planifiqué más o menos cómo quería enfocar la historia, basándome principalmente en Choque de Reyes. En un principio pensé en Ser Arys Oakheart, por quien siento empatía, pero la revuelta y Dorne lo arrebataron del lado de Sansa (expresión deprimida). Otro que no me es indiferente era Balon Swann. Y aquí lo tienen, una historia de seis partes largas y dos que corresponden a un pequeño epílogo. Si lo leen, en serio, disfrútenlo tanto como lo disfruté yo.
Advertencia: spoiler de Choque de Reyes, y ligeramente de Festín de Cuervos y Danza de Dragones. Todo lo que aparece aquí (nombres, lugares, etc) es real, cuidé de documentarme lo mejor posible para la estructuración.
Dedicatoria: a Lucy o Myownqueen. Cuando se me ocurrió esta idea, la primera persona que se me vino a la mente fue ella, y espero que la disfrute. Sansa no es mi fuerte y admito que el capítulo nº 6 lo borré tres veces completo porque no me convencía. Me ha hecho sudar sangre, pero me encariñé con ella. Por favor, si ven algo que no esté canon con la personalidad de la niña, tened piedad de mí.
The Swan Song (Canción del Cisne).
nº 1 - El caballero.
A Balon se le daba bien ignorar ciertas cosas, sobre todo desde su adolescencia; donde el enronquecimiento de la voz, alguno que otro grano en la cara y un par de detalles respecto al físico desgarbado lo habían hecho el blanco favorito de burlas de su hermano mayor. Tenía una risa ligera casi siempre, por lo que muchos solían confundirse respecto a su personalidad, mas el viajar dentro de su cabeza y abstraerse mientras a su alrededor se desarrollaban acontecimientos desagradables no le era del todo desconocido, una táctica de evasión bastante efectiva. sin embargo, sus aspectos negativos tenía la práctica. Nadie jamás, podía pasar por alto el sufrimiento de una niña... salvo él.
«Eres una mierda, Swann», dijo una parte de sí mismo. La habitación estaba silenciosa, y quitándole el chisporroteo agónico del fuego, el caballero de los belicosos cisnes no oía nada más que el martilleo de su consciencia, pesado cual mentiras, agudo como lo fue cada alarido de la niña. «Ni siquiera tenía pechos y la exhibió así, pobrecilla. Y cómo se había bañado de lágrimas su cara... y tú no hiciste nada. nada.»
Habían estado entrenando en el patio, minutos antes de aquel suceso tan lamentable. Horas Redwine lo observaba tirarle a un muñeco mientras charlaba animadamente con Ser Aron Santagar, sin que eso distrajera su excelentísima puntería. Muy en el fondo se regocijaba con la mirada del joven, cuyos cabellos rojos ocultaban un espíritu blando y frágil, digno representante del blasón de su casa. Era una mañana cálida como cualquier otra, de esas pestilentes que el caballero tanto detestaba en la capital de los reinos. En Timón de Piedra hasta el viento soplaba diferente, su olor a pino y mar impregnaba todo desde la aurora al ocaso. Por su padre y el honor de su casa abandonó la fortaleza –que no era suya de todos modos; correspondería a Donnel–, y por ellos también soportaba aquel nido de intrigas que le parecía asfixiante casi. Iban las cosas tan bien como podían ir para un extranjero en Desembarco del Rey… hasta que llegó la noticia. «Alas negras, palabras negras», pensó Balon en ese momento y lo pensaba ahora, cuando el cuervo sobrevoló las cabezas de todos con una carta para su alteza. La carta traía malas noticias, como se supo luego de poco. Ser Stafford Lannister había caído en una emboscada planeada por Robb Stark, el joven lobo. Entre la cantidad de muertos se contaba el propio dirigente y más de la mitad de su ejército había huido, asegurando ver cambiapieles y cosas peores en el ejército norteño. Balon había oído el relato de boca de Lancel Lannister, quien se lo estaba refiriendo al rey con muchísimo tacto. Las mejillas frescas del joven monarca se habían teñido de rojo y, de pura rabia hacia algo contra lo que jamás podría luchar, cargó contra el gato de aspecto inofensivo que paseaba por el patio. El dardo de la ornamentada ballesta le había dado en la mitad de las costillas, haciéndolo retorcerse entre estentores agónicos.
–Tráeme a Sansa Stark, Perro –ordenó con acento retumbante, la rabia se le notaba en cada arruguita del rostro–. debe pagar por la traición de su sucio hermano.
Y entonces había comenzado la tortura de cualquier caballero honrado, entre los que Balon tenía la dicha de contarse. El joven rey, luego de encararle la traición a la pequeña Stark, había ordenado a Ser Boros (Swann lo recordaba con cierto sabor agridulce en la boca y un par de pensamientos que todavía conservaban la cólera y el asco hacia el guardia real) que la golpeara, primero con los puños y luego con la espada. Mientras todos miraban con cierta consternación y algunos hasta con diversión, intercambiando susurros, Balon hizo lo que mejor se le había dado. Huir dentro de su cabeza y pensar en lo bonito que era despertar en su casa. Oyó cada grito de la muchacha, vio cómo el bufón intentaba salvarla de algún modo sin conseguirlo. Nadie escapaba de la ira de un monarca, al parecer ni siquiera su prometida. Los cabellos rojos sucios de jugo de melón y sangre, le caían por la espalda desnuda, y Balon se había forzado a mirar, observarlo hasta el final. A su lado los gemelos Redwine intercambiaban palabras de consternación y el maestro de armas negó con la cabeza, yéndose a la armería. Balon habría querido imitarlo, pero el sabor amargo en su boca no se lo permitió. «¿Qué pretende? ¿Quiere que la maten?» El atroz pensamiento lo dejó sumamente intranquilo. Ya se estaba preguntando quién pondría fin a ese espectáculo cuando llegó Tyrion Lannister, anadeando como siempre, con su salvaje y su mercenario. Pusieron en su sitio al rey y al verdugo con un par de palabras y unas cuantas amenazas de por medio que al caballero le parecieron muy osadas.
«Un montón de caballeros, al menos una veintena, pero los que salvaron a la niña fueron un enano y dos salvajes.» De aquello Balon se avergonzaba muchísimo, quizá por ello ya no tenía capa. «Se la di para que pudiera cubrirse, una capa con cisnes luchando, pero la vergüenza no se la quitaría nadie. El daño estaba hecho ya.» Se lamentaba por aquello, más porque tuvo la ocasión de hacer algo y no lo hizo. ¿No sentía Boros el alarido de la niña herida? Cuando tomó entre sus dedos regordetes las hebras de cabello color fuego ¿No sintió un estremecimiento de horror? Ella no se defendió, ni protestó palabra alguna. Al principio suplicó sin conseguir más que desprecio y rabia, pero luego sólo lloró, víctima del dolor como sólo podía serlo una muchacha abandonada por los dioses y los hombres. Ser Balon también era una especie de rehén, pero podía defenderse con espada, maza y arco. «Ella sólo tiene la cortesía, y de nada le ha servido.»
Tomó otra de sus capas y salió al exterior, aburrido del opresivo ambiente en la habitación de la torre en que lo habían dejado. A pesar del buen acto a favor de Sansa Stark, seguía sintiéndose mal y las paredes no ayudaban a su mejoría. Cada objeto de la recámara gritaba lo despreciable que había sido al ignorar el sufrimiento de una niña, dejar que la golpearan monstruos sin alma que pronunciaron su mismo juramento alguna vez. Quizá Donnel la habría salvado, con su carácter intrépido se habría impuesto ante la injusticia. Él también era justo, miembro de la noble casa Swann, pero no se atrevió a protestar ante tanta gente. Recordaba el jugo de melón, la sangre, las lágrimas. Unos ojos suplicantes, azules, llenos de miedo, el cómo temblaba su pequeño cuerpo cuando se acercó a ella para rodearla con la capa, con una sonrisa ausente en los labios. Tyrion Lannister se la había llevado luego, quizá a la Torre de la Mano donde estaría a salvo. Balon lo agradecía, no quería presenciar algo así nunca más. Joffrey era un muchacho y su carácter incorregible era cosa de la reina dorada, tan simpática ella. la culpa la tenían esos falsos caballeros. ¡Esas justicias compradas!
«Ignorar ciertas cosas es lo mejor.» Pero cuando sintió el aire frío azotándole el rostro, volvió a recordar cómo la niña se aferraba a su capa, con la desesperación que emplearía un náufrago en alguna tabla de salvación, y le atenazó la lástima y la culpa. «¿Qué clase de caballero soy?»
No se sentía mejor sabiendo que los otros se limitaron a mirar y reír mientras él hizo, al menos, un gesto noble. Se sentía una basura igualmente, quizá peor que los demás pues él gozaba de consciencia. «Boros Blount metió una mano regordeta bajo su corpiño y desgarró el vestido. Dioses, si solo es una niña.» a Balon le invadía un asco tan grande que apenas podía pensar, y decidió ignorarlo, como siempre hacía. El viento le susurró, mientras alborotaba su cabello y capa, que tal vez llegaría un momento en que no podría ignorar más, que algún día se comportaría como un héroe y podría ayudarla. Ojalá tuviera razón.
