Disclaimer: Nada relacionado con Harry Potter es mío. Lo demás sí :P
Aviso: Este fic ha sido creado para el "Intercambio de Regalos Navideño 2014" del foro "La Sala de los Menesteres".
Como manda la convención social en estas circunstancias, esta historia tengo que regalársela a alguien. Bueno, espero que no te lastimes el estómago riéndote con esta tontería, Tete93, porque esto es para ti :D
Sobre la Teoría del Caos y otras anécdotas
Día Uno
Era uno de los dogmas de la vida que un hecho estúpido podía desencadenar consecuencias imprevistas. Bueno, no era un dogma, sino más bien un imperativo cósmico. Remus Lupin lo comprobó en menos de una semana.
Se suponía que debía avisar a un amigo que ambos se juntarían en un café el día siguiente para discutir diversos temas, entre ellos la posibilidad de abrir un local nocturno, algo que Remus detestaba con el alma. Sin embargo, su amigo era tozudo. Siempre lo fue y siempre lo iba a ser, así que nuestro protagonista pensó que tal vez terminaría cediendo. Y ese no era un pensamiento reconfortante. Él era un académico, no un administrador de un local lleno de chicas dispuestas a quitarse la ropa por dinero. Eso no quitaba que el susodicho negocio fuese rentable, pero ese no era problema de él.
Exhalando de fastidio, Remus extrajo su vetusto celular y escribió un mensaje corto pero conciso. Aquella no era exactamente una virtud de él, sino que los mensajes de texto no podían tener demasiados caracteres. Aparte que detestaba poner caritas en las misivas electrónicas, en oposición a sus amigos. Aun siendo adultos, jamás iban a dejar de ser unos críos.
Envió el mensaje de texto presionando un botón. Las teclas estaban gastadas y tenía que presionar fuerte para que éstas reaccionaran de una maldita vez. Tenía que borrar algunos mensajes cada vez que debía enviar uno, porque los condenados aparatos tenían muy poca memoria y ésta se llenaba con una facilidad alarmante. Eran los gajes de tener tecnología de tercera.
—Bien, misión cumplida —se dijo, dirigiéndose a una cafetería para llenarse el estómago con algo que no hiciese que su corazón le jugara chueco. Ya estaba harto de la comida rápida: era barata, pero el ahorro venía con un aumento constante de su masa corporal. Y el sobrepeso tenía otras consecuencias, algo más molestas, en especial para las chicas.
Dos palabras: radicales libres.
Hacían estragos en el organismo. Eran como soldados encubiertos que se infiltraban en territorio enemigo, haciéndoles creer que formaban parte del mismo ejército, sólo para clavar un cuchillo en la espalda de sus líderes. Esto generaba consecuencias: granos, mal aliento y un olor molesto cada vez que realizaba actividad física, cosa que hacía poco y con desgano más encima.
Era el precio de la soltería cuando no se enfrentaba como era debido.
Y eso, por norma general, venía a significar que necesitaba de la compañía femenina. Una pareja, por usar una palabra más directa, porque la expresión "compañía femenina" tenía una multitud de significados diferentes. Y algunos de ellos implicaban algún tipo de transacción financiera, ya sea en efectivo o con tarjeta de crédito, dependiendo de cuán refinados fueran los gustos del hombre en cuestión.
Pero una cosa era segura: Remus John Lupin no iba a contratar prostitutas mientras exhalara aire por su nariz.
La mala noticia era que no siempre dependía de él.
Al otro lado de la ciudad, una chica de unos treinta y tantos… de acuerdo, no usemos el término "chica", porque eso la haría una adolescente y no es esa la intención de este cuento con personajes prestados del segundo libro más vendido de la historia. Llamémosla "mujer", hasta que revelemos el nombre de la susodicha, lo cual siempre hago después a causa de un estúpido deseo de crear suspenso.
Como iba diciendo, una chica… ejem, mujer, de treinta y tantos acababa de llegar a su casa, cuando su celular de última generación soltó un pitido de carácter épico. No, no era que fuese un tono de llamada del Señor de los Anillos. Eso implicaría un crossover y esa no es mi intención, demonios. Dije que era épico por el sonido infernal que hacía ese condenado dispositivo. Extrajo el bendito aparato de su cartera tamaño ácaro —de esas carteras en las que apenas cabía la billetera y que por costumbre usaban los famosos en eventos de alfombra roja— y consultó el mensaje que le acababa de llegar. Lo sé, era un tono de aviso un poco grandilocuente para un mísero SMS, pero así era ella, no me culpen a mí. El punto fue que su cara pasó de expresar la desidia más absoluta a la emoción más profunda. No dijo nada hasta que entró al departamento, el cual compartía con otras dos amigas. Supongo que los lectores se imaginarán qué pasaba por la mente de ella, pero si no, aparte de tildarlos de imbéciles, diré que ella estaba ansiosa por narrar lo sucedido a sus amigas.
—¿Cómo, una cita a ciegas? —inquirió una tipa pelirroja de ojos verdes, atractiva como cierta actriz que encarnaba a una heroína vestida de negro con movimientos felinos… no, no es quien creen.
—Es un número desconocido —dijo quien recibió el mensaje, mordiéndose las uñas.
—Sí, podría ser una cita a ciegas… o una estafa o intento de violación —agregó la otra amiga, una chica de atractivo promedio con el cabello oscuro y una actitud cínica perceptible a millas de distancia—. Estos tiempos son malos, pero malos, malos.
—Por favor Marlene, no seas mala con Nymphadora —dijo la pelirroja atractiva con aire apaciguador. Metió la pata.
—¡Te he dicho dos coma cinco por diez a la veinteava potencia que no me llames así! —protestó la chica del mensaje.
—¡Está bien, Tonks! ¿Así está mejor?
—Mucho mejor. Y sería bueno que recordaran no llamarme por mi nombre. ¿A algunas de ustedes les gustaría que las llamaran así? No entiendo por qué demonios a mi madre le gusta.
—Oye… Tonks —dijo la del pelo rojo—. ¿De verdad crees que es una cita a ciegas y no un intento de timarte? Eso pasa con frecuencia.
—No creo. El mensaje parece venir de un tipo educado.
—Esos son los peores —opinó Marlene, arrebatándole el celular a Tonks —no la llamemos Nymphadora, sino podría molestarse con el autor de este fanfiction—. Veamos, sí, parece que quien escribió esto es alguien educado, un académico me atrevería a decir. Pero hay gente que se hace pasar por personas cultas.
—¿Los hay? —preguntó Tonks en tono incrédulo.
—Vaya, para tener treinta y tres, eres una mujer muy ingenua —le dijo Marlene en un tono ligeramente ácido, lo suficiente para que Tonks lo supiera, pero no tanto como para resultarle molesto.
—Si quieres asistir, debes tomar precauciones —dijo la pelirroja, sacando su cartera y extrajo diversos aparatos de ésta—. Nunca salgas en una cita a ciegas sin estas cosas. Son simples, pero efectivas.
—¡Lily! ¿Qué mierda haces?
—Le estoy diciendo a Dora que se cuide en una cita a ciegas. No creo que sea sensato desanimarla. Ha tenido suficiente mala suerte con los hombres y realmente necesita uno. Apenas puede vivir sin nosotras.
Tonks recuperó su celular y leyó por enésima vez el mensaje que le causaba tanta ilusión:
Juntémonos en el Café Italiano a las siete de la tarde. Hablaremos allí.
