Dedicado a Catalina.
"Todo lo que una persona puede imaginar, otros pueden hacerlo realidad."
Julio Verne.
Prólogo
Suelen decir que los amores de niños son los más puros e inocentes que pueden existir. A su vez, se dice que nunca se olvidan. Otros que son los primeros en olvidarse.
En cambio yo, aun lo recuerdo.
Sus ojos, de color café oscuro, eran de un tamaño más grande de lo normal para un coreano. Su tez clara que contrastaba con sus mejillas sonrojadas. Su dulce voz y su cabello castaño que se movía al ritmo del viento.
No sé cómo puedo recordar tantos detalles.
Para una niña de 5 años, el amor es algo que siempre tiene un final feliz. Creemos que la vida es igual a la de las princesas y a las mujeres de películas.
Yo lloraba sentada en medio del parque. Debía de llorar con muchísimas ganas pues un niño se acercó a mí.
-¿Por qué lloras?
En medio de lágrimas y sollozos sólo pude balbucear "Mi muñeca".
-Ah. No te preocupes, yo la encontraré.
Al oír esas palabras de inmediato lo miré. Me sonreía. Su hermosa sonrisa y la seguridad con la que me decía esas palabras causaron que mi llanto cesara.
Lo vi tomarme de la mano y llevarme tras él.
Recorrimos casi todo el parque buscándola. Al llegar a un pequeño agujero entre unos arbustos, él soltó mi mano de forma rápida para poder alcanzar a nuestro objetivo.
-¡Lilí!
Yo no podía estar más que feliz por haberla encontrado. Mi fiel amiga, una muñeca de trapo que mamá me había hecho y que era el único recuerdo que me quedaba de ella.
-Te lo prometí – dijo sonriéndome nuevamente.
-¡Eres mi héroe!- le respondí alegre y besé su mejilla.
Había visto en las películas que las damas que eran salvadas hacían eso a sus héroes. Vi como sus mejillas se sonrojaron rápidamente.
-¿Quieres jugar? – me dijo señalando unos columpios.
Durante aproximadamente 3 horas estuvimos jugando juntos.
Y esas 3 horas nos unieron por alrededor de semanas. Lo curioso es que nunca intercambiamos nombres.
Para nuestra edad, eso era sólo un mero trámite innecesario y no nos importaba más que jugar y ser felices.
-Oppa – le dije un día – Estoy cansada.
-¿Soy muy rápido para ti?- dijo riendo.
-Eso es porque tus piernas son más largas- dije molestándole.
Ambos nos sentamos bajo un gran árbol.
Su rostro demostraba una preocupación.
-Mañana no podremos jugar- dijo triste- Mamá dice que debemos volver a Seúl.
-¿No te veré más?
Ambos callamos. A pesar del poco tiempo que nos conocíamos, nuestros días enteros consistían en jugar juntos. En aquel lugar casi no vivían familias con niños y los que había no me parecían interesantes.
-Yo puedo verte cuando quiera. Es sólo cosa que tome un bus y listo.
-¿¡En serio!?- al decir esto no podía evitar sonreír.
-Hey, ¿prometes que no me cambiarás?
-¿Ah?
Su cara se encontraba sonrojada al decir esas palabras. Tomó una de mis manos y miró hacia el lado opuesto al que me encontraba.
-Eso… tú…eres MI amiga. Sólo mía. ¿De acuerdo?
-Lo prometo- le respondí de inmediato- Pero… ¿volverás a jugar conmigo?
Y su rostro se volvió hacia mí.
Al verlo mi corazón latió más rápido. Con la otra mano que tenía libre sacó de su bolsillo una pieza de puzle de madera. Tomó una piedra que había cerca y dibujó a dos niños de la mano. Luego la partió por la mitad y se quedó con la que tenía a la niña. A mí me entregó la del niño.
-¿Qué es? – le pregunté.
-Somos nosotros-me sonrió.
Acto seguido, tomó la mano en que sostenía la mitad de la pieza.
-Prometo volver a jugar contigo y verte. En este mismo parque.
Le sonreí.
-Y prometo volver a cuidarte. Soy tu héroe, ¿no?
Me reí al oír esas palabras.
Y cayó una gota. Y una segunda. Y muchas gotas de lluvia vinieron a caer.
-Será mejor que volvamos a casa – le dije sin soltar aún su mano.
-Espera.
Y pude sentir que sus labios estaban pegados a los míos.
-Te quiero.
-Yo también.
Y esas fueron las últimas palabras que intercambiamos.
Pasaron los días, las semanas, los meses. Pero él nunca volvió a aquel parque. Y poco a poco él pasó a ser sólo un lindo recuerdo.
Mi recuerdo más preciado.
