Disclaimer: Fullmetal Alchemist y sus personajes son propiedad de Hiromu Arakawa
Hola, gracias por entrar n.n
Esta publicación es un viejo, viejo sueño que se está realizando por fin. Siempre quise escribir un royai, pero nunca tuve una idea que me pareciera digna. Al fin encontré la manera de canalizar mi cariño por esta pareja. Voy a tratar de ser lo más sintética posible, tengo varias aclaraciones que hacer.
Empecemos por el título. Opus Nigrum es una novela de la escritora francesa Marguerite Yourcenar (casi me olvido de que había leído una historia sobre un alquimista, ¿pueden creerlo?), y que designa a una antigua fórmula alquímica que establecía la fase de separación y disolución de la materia. El epígrafe principal está extraído de esta novela.
El Opus Nigrum es el momento que mayor preparación exigía por su alto nivel de dificultad. También simboliza las pruebas del espíritu en su proceso de liberación, para liberarse de la materia, de los prejuicios y llegar a trascender, y algo de esto me ayudó para saber cómo enfocar el romance. Otra definición que encontré está muy cerca del argumento de FMA: el Opus Nigrum alquímico es la primera de las tres fases necesarias para concluir el Magnum Opus, según los preceptos que conducen a la transmutación del plomo en oro y a la obtención de la piedra filosofal.
Obviamente tuve que ponerme a investigar un poco sobre alquimia y me topé con una complejidad que no es para cualquiera. Es muy interesante, pero, a la vez, muy difícil de comprender. Lo bueno es que en el camino encontré cosas que me ayudaron a entender mejor la trama de FMA y que nutrieron la historia que pensé para Roy y Riza.
Ejemplo de lo primero es que para los alquimistas la vida errante es una de las instancias para alcanzar la expiación y la liberación, lo cual relacioné con el camino que recorren Ed y Al. De liberarse, de eso se trata también este fic. En cuanto a lo segundo, para ordenar la trama me basé en los preceptos de Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim (¡cómo ignorar tal descubrimiento!), conocido como Paracelso (1493-1541).
Este médico, alquimista y astrólogo llegó a la fama porqué creyó haber logrado transmutar el plomo en oro con procedimientos de la alquimia y porque le dio nombre al zinc. Estudió y descubrió las características de muchas enfermedades, incluso se dice que fue un precursor de la homeopatía. Como dije, cada uno de sus preceptos "para alcanzar una mejor vida" me ayudaron a estructurar la trama y figuran como epígrafe en cada uno de los capítulos. Habrá que practicarlos para ver si funcionan XD
Demasiada información, lo sé. Tranquilos, el fic es sólo un fic. De hecho, si bien en este primer capítulo habrá algo de acción, la historia consiste más bien una sucesión de escenas con continuidad donde Roy y Riza, ocho años después de la guerra contra los homúnculos, tendrán que encararse por fin con sus verdaderos sentimientos. Se trata de un simple romance, bah.
Por último quiero dedicarle esta historia a la muy talentosa y generosa SophyHei, cuyo fic Watashitachi ha sido una gran inspiración, en especial cierto capítulo que creo haberle señalado en el review correspondiente. Si quieren leer un royai bien bonito y auténtico, lo recomiendo fervorosamente. Querida Sophy, muchas gracias por tu apoyo y por tu maravillosa e inspiradora historia.
Ahora sí los dejo tranquilos. Si después de tanta parrafada todavía quieren darle una oportunidad, sepan disculpar por los posibles fallos que puedan encontrar y muchas gracias por leer :D
Mágicos son el amor y el odio que imprimen en nuestros cerebros la imagen de un ser por el que consentimos dejarnos hechizar.
Marguerite Yourcenar.
I
En el hospital
Lo primero es cuidar la salud
.
La bruma que descendía aquella fría madrugada de invierno sobre Central limitaba inoportunamente los requerimientos de una ronda nocturna. Las mortecinas luces de las farolas apostadas a ambos lados de la acera tampoco ayudaban mucho, por lo que Riza tuvo que agudizar los sentidos y confiarse a la intuición para detectar alguna presencia indebida.
Llevaba horas patrullando las lúgubres calles del cuadrante sur, pero más allá de uno o dos borrachos ocasionales y de algún que otro transeúnte trasnochado no se había topado con nadie inusual. Era un día de semana y la gente dormía tranquila en sus casas para poder reponerse de la jornada laboral, por lo que, aunque existiese un motivo específico para circular por allí a esas horas de la noche, Riza pensó con cierta ironía que en definitiva la única persona fuera de lugar era ella.
Se comunicó por radio con cada uno de sus compañeros para reportar novedades. Todo aparecía tranquilo. Ajustó mejor la parte superior de su abrigo y observó con recelo el vapor que exhalaba de su boca al respirar. Resignada, se preparó mentalmente para padecer una molesta gripe en el futuro. Pero el ejército era el ejército y ella debía cumplir con su deber incluso en una noche tan espectral como aquélla.
Había pasado por demasiadas cosas a lo largo de su vida como para espantarse con un poco de bruma, pensó, mientras recorría a paso lento la empedrada callejuela adonde había girado, atenta al nuevo panorama y a hacer el mínimo ruido posible con las botas. A esas alturas ya nada tendría que impresionarle. Sin embargo, cuando divisó la hilera de comercios con sus persianas cerradas fue asaltada por un súbito y desagradable presentimiento. Tal vez el sospechoso estuviese cerca.
Sin extraer las manos de los bolsillos de su abrigo le quitó el seguro a la pistola que llevaba en el lado derecho. Sin detenerse tampoco en su camino, recorrió con la vista los alrededores tratando de detectar la causa de aquella incómoda sensación. No obstante, nada extraño aconteció.
Avanzó unos cien metros más en medio del silencio, hasta que distinguió la luminosa vidriera de una casa de antigüedades. Tenía el tipo de persiana que permite visualizar el interior del comercio y una hilera de pequeñas luces blancas enmarcando el ventanal. Riza contempló aquella irregularidad durante unos breves instantes, algo inquieta, aunque le hubiese convenido evitar esas distracciones en mitad de una operación.
De pronto, detectó un objeto que le llamó la atención. Se detuvo en seco. Esta vez fijó la vista en la vidriera tratando de dominar el asombro, forzándose al mismo tiempo a recordar que no era el mejor momento para perderse en divagaciones nostálgicas. Aun así, no pudo sustraerse del pasmo que le generó ese repentino vestigio del pasado.
Sus pies se movieron por voluntad propia, atrapada por la repentina evocación de otras épocas. Había pasado por ese lugar en múltiples ocasiones, de día y con el local abierto, pero nunca antes había visto ese objeto. Seguramente lo tendrían desde hacía poco tiempo.
Olvidada de sus circunstancias, parada frente a ese recuerdo de otra vida, de repente entendió que la sensación anterior se había evaporado, descubriendo así que el presentimiento estaba ligado a esa remembranza con la que parecía destinada a toparse. Y en ese inesperado cruce del tiempo y del espacio, en esa noche fría y abrumadora, sintió sobre sí todo el peso de su soledad.
Como si hubiera encontrado algo que ni siquiera buscaba, algo que se le había perdido tiempo atrás. Tiempo… No era que la agobiase la oscuridad y la lobreguez de las calles o la tensión del operativo que encabezaba, sino que era su propia soledad lo que la atosigaba, el peso que empezó a hacerse sentir dentro de sí misma revelándose con la súbita fuerza de un rayo. Y no podía explicarse por qué.
Su conciencia hizo un esfuerzo por emerger de esas inopinadas e inoportunas cavilaciones para retomar las riendas de la realidad, pero ya se había desestabilizado. Entonces, repentinamente, notó el destello reflejado en el vidrio. Se volteó con rapidez, apuntando ya con la pistola al sujeto que sonreía de forma torcida.
-¿Distraída, oficial?
La voz ronca, el traje completamente negro, el pelo entrecano. Un alquimista de la vieja escuela, uno de los que todavía persistían en sublevarse al nuevo orden de cosas, aferrados a las creencias que los habían constituido. Nada reprochable, nada irracional, pero alevosamente opuesto a los intereses que ahora debían defender.
Rogó para que fuera el último de esa singular agrupación de renegados. Habían detenido a varios, pero parecía que siempre quedaba alguno para retomar la antorcha.
-Mala noche –ironizó él, meneando la cabeza con impostada resignación-. Muy mala noche…
-Mala noche –concedió ella, conciente de su desventaja. Se había distraído en el peor momento posible y estaba a punto de pagarlo.
Y luego un gesto, un quiebre, una premonición. Cuando Riza disparó ya era demasiado tarde, la mano se cerró en torno a su cuello como una garra al tiempo que el ímpetu aplicado la incrustaba en la pared. Odiaba cuando los alquimistas eran tan fuertes, porque siempre se volvían brutales.
El ahogo se impuso sobre el dolor físico y forcejeó para zafarse, por lo que tuvo que soltar su arma. Apenas pudo pensar en algo más. El sujeto, en cambio, se erguía colérico sobre ella y empezó a caminar acarreándola inhumanamente consigo, de modo que con su poder hacía que Riza trazase con su propio cuerpo un profundo e irregular surco sobre la superficie.
Ella continuaba sin registrar el dolor, pues lo fundamental era conseguir respirar. Por momentos la vista se le iba, así como las fuerzas, señal irrevocable de que pronto perdería el conocimiento, pero se obligaba a volver en sí. Era como estar en una pesadilla. Sólo su voluntad la mantenía conciente y pujando por resistir.
En lo íntimo entendió que no conseguiría sobrevivir. ¿Cómo combatirlo? ¿Qué hacer? ¿A quién acudir? Se había reportado con sus hombres apenas unos minutos antes del ataque, por lo que ninguno de ellos advertiría aún que algo malo sucedía. Estaba sola, como casi siempre, y sola tendría que arreglárselas incluso para morir.
Tantos años de experiencia sacrificados en una única noche. ¡Y por una tontería! Maldita sea la hora en que decidió llevar a cabo esa misión a espaldas de su superior y maldito sea el misterioso azar que la llevó a fijarse en esa casa de antigüedades.
En un último rapto de lucidez pensó con alivio que era mejor que él no estuviera, que no pudiese ver el modo tan estúpido como se había dejado atrapar. Se había enfrentado a un ejército de homúnculos, al fin del mundo, a dementes de toda clase, pero finalmente caería ante un simple alquimista resentido. Vaya galardón que recibiría por ello.
Sí, mejor que él no estuviera para verlo. El corazón se le retorcía de dolor, no del físico, sino del otro que la corroía desde lo más profundo.
Cuando se acabaron los comercios, el alquimista continuó arrastrándola por el pavimento generando la misma destrucción. Riza lo insultó con la última gota de aire que le quedaba. Sin embargo, antes de perder el sentido, llegó a percibir un cambio en el paisaje. La noche se iluminó de repente como si estuviesen en pleno día, y un calor intenso y familiar la rodeó por completo.
Parece que pensar en él equivale a invocarlo.
Su último pensamiento fue un nuevo reproche para sí misma mezclado con el deseo de olvidarlo todo, además de una buena dosis de remordimiento por haber sido salvada de aquella forma. Luego, confiada, esta vez se dejó envolver sin luchar por las sombras de la inconciencia.
.
.
Lo primero que registró fueron unos ruidos vagos, desde lejos, el trajín propio de los edificios donde circula gente. Estaba en el hospital. Riza abrió los ojos, confusa, y durante algunos segundos se preguntó por qué estaría en uno si el techo era el de su casa.
Después, poco a poco, el incipiente dolor le despejó las ideas. Estaba en el hospital porque la habían atacado, porque intentaron asesinarla, y lo más insólito de todo era que había sobrevivido. Apenas podía creérselo. Con esfuerzo giró la cabeza hacia su izquierda, donde había una ventana, y verificó que era de día.
-Ya era hora de que despiertes –dijo una voz.
Para Riza girar la cabeza en la otra dirección requirió de un gran autocontrol, pues de buena gana hubiera lloriqueado de dolor. Se contuvo, no obstante, porque bastante humillada se sentía ya y porque reconoció al hombre sentado a su lado.
-Lamento la demora, señor –musitó, y a pesar de sus esfuerzos no pudo evitar proferir un tenue gemido al finalizar la frase.
El general Roy Mustang la miró con ojos inexpresivos, de brazos y piernas cruzados, como si ella fuese un animal en exposición. Tal vez mereciera esa frialdad, había planeado una operación de gran envergadura en secreto, por su cuenta, y las consecuencias estaban a la vista. De todas maneras hubiera querido hallar en él un poco de consideración, si no en nombre de su vieja amistad, al menos por diplomacia.
-Bueno –suspiró Roy, fijando la vista en la nada-, supongo que las costillas rotas, las heridas y los múltiples golpes en tus miembros más las contusiones sembradas en tu testaruda cabeza servirán de compensación, al menos por ahora.
Por lo visto, ni siquiera le daría tiempo a preguntar qué hora era.
-¿Qué significa eso?
-¿Tú qué crees? –gruñó él, ceñudo-. Tendrás la licencia médica, por supuesto, pero ni bien te reincorpores pienso hacer el sumario correspondiente.
-Señor, escuche…
-Se supone que eres mis ojos en la nuca, mi guardaespaldas, mi brazo derecho, la persona en la que más confío –reclamó Roy, disgustado.
-Señor…
-Pero parece que de un tiempo a esta parte eso es lo que menos te interesa.
-Deje que le expli…
-Tengo que enterarme por terceros que planeas una misión de captura, nada menos que de un alquimista. Tomas un grupo de hombres, los divides por la ciudad y yo sigo sin enterarme de nada. –El tono de voz de Roy por momentos era recriminatorio y por momentos burlón, pero su irritación era inobjetable. Riza se abstuvo de intervenir-. ¿Qué hubiese ocurrido si no llegaba? ¿Cómo pretendías librarte de ese demente? ¿Tienes idea del estado en el que te encontré?
La joven se mantuvo en silencio. Mientras más rápido se enfrentase a sus reproches, mejor. Además, era justo.
-Tenías que hacerlo sola, ¿verdad? Tenías que resolverlo por tu cuenta –continuó él, enfadado-. ¿Qué te hizo pensar que podrías vencerlo por ti misma? ¿Cómo planeabas detenerlo? Diablos, ¡más que un alquimista parecía un maldito monstruo!
-Sabía a lo que me enfrentaba –se atrevió a decir ella, empezando a molestarse también.
-Claro que lo sabías, no me cabe la menor duda de que lo sabías –masculló él, sarcástico.
-¿Pudo vencerlo?
-Por supuesto que lo vencí.
-Entonces todo ha terminado bien.
Roy la miró casi con indignación.
-Para él, sí. Para ti, no. Y no me refiero a terminar en la cama de un hospital –le advirtió.
Riza lo dejó pasar porque entendió que su encono era legítimo, aunque no le hizo ni pizca de gracia que la amenace con un sumario. De todos modos lo conocía y sabía que cuando se le pasase el disgusto lo olvidaría, o al menos eso creía. Hacía tiempo que no lo veía tan enfadado y eso un poco la hizo dudar.
Le hubiera gustado explicarle que si había obrado así era básicamente por él, para que no se viese involucrado en una nueva disputa civil que pudiera restarle puntos en la imagen que estaba construyendo. Nadie tenía muy en claro quiénes eran esos hombres ni qué pretendían en realidad, mucho menos la magnitud de su influencia, por lo que esta vez, luego de reunir los datos de diversas investigaciones, se dispuso a trazar sus planes en secreto para atrapar al que podría ser el último de aquel nefasto grupo de renegados.
Al pensar en ello, preguntó:
-¿Era el último?
Roy desvió la vista con cansancio. De nada valía reprenderla, a pesar de todo no se arrepentiría ni dejaría de ser un soldado.
-Era el último –reconoció con desgano, volviendo a enfocarse en ella.
Riza apenas hizo un gesto, una reacción muy sutil, pero a Roy le alcanzó con eso para percibir todo el alivio que sentía. Sólo esa muestra de preocupación y de lealtad atenuaba un poco el enojo que experimentaba hacia ella y hacia sí mismo por haberse descuidado.
-No es algo para estar orgulloso –le espetó.
-Pero es algo para quedarse tranquilo –repuso ella.
-¿Piensas enfrentarte a cada enemigo, rival u opositor que se atraviese en mi camino?
-Desde luego.
-Mira qué engreída –masculló él, sonriendo sin poderlo evitar.
Y así detectó Riza que la había perdonado. Luego se recordó a sí misma y se examinó cuanto pudo, aunque no había mucho para ver a través de las vendas que envolvían sus miembros. Sintió el yeso a la altura del pecho y más vendaje en torno a su cabeza, e hizo una mueca de disgusto que no pasó desapercibida para el general.
-Te lo mereces –se burló él.
-Gracias, señor –ironizó ella.
-¿Duele?
-Absolutamente.
-¿Algo en particular?
-Todo en particular.
Roy farfulló una serie de palabras ininteligibles y contrajo el rostro en un enfadado mohín. Riza temió que retomase la retahíla de reclamos.
-Estoy bien –consideró oportuno señalar.
-No, por supuesto que no lo estás –afirmó Roy. Al contrario de lo que ella pensaba, lo que estaba afectándole ahora era la sola idea de su sufrimiento, de lo que había tenido que soportar. Y lo cerca que estuvo de la muerte-. El maldito casi te mata.
Riza sonrió para apaciguarlo, pero los pensamientos de Roy marchaban por otros rumbos. Si hubiese podido, hubiera enviado a aquel siniestro alquimista hasta el infierno para hacerle pagar, aunque tuviese que acompañarlo en persona a arder durante toda la eternidad. El fuego no podía matarlo, pero la pérdida de alguien tan importante como ella podría desmoralizarlo por completo y para siempre.
Cuando le dijeron en qué zona de la ciudad se hallaba, Roy se dirigió de inmediato sin importar la hora ni las conveniencias con una larga lista de reproches acumulándosele en la garganta. Riza se había convertido en un capitán con sus propios subordinados, pero seguía trabajando a su lado y debía reportarle tanto las novedades como las decisiones, y él siendo su general tenía la última palabra. Que hubiese pasado por alto la cadena de mando en un asunto del que él estaba a cargo no sólo lo llenó de sorpresa, sino también de exasperación.
La conocía y sabía de sobra por qué actuaba así, pero aunque el hombre se lo agradecía con el alma, el militar tenía la obligación de reclamárselo. Habían transcurrido más de ocho años desde el final de la batalla contra los homúnculos y aún no cejaban de prepararse para completar el camino que se habían trazado, pero eso no significaba que tuvieran que sacrificarse.
A lo largo de esos años, muchas contrariedades, inconvenientes y fuerzas opositoras se habían sucedido frente a ellos dispuestos a problematizar, desestabilizar e incluso desarticular la paz que con tanto esfuerzo habían construido. Aun así, ante cada uno de esos obstáculos se mostraron siempre coherentes e inalterables según sus propósitos. Y siempre los habían afrontado diplomáticamente, pues así se lo habían propuesto más allá de la índole de las presiones.
No obstante, a pesar de sus verdaderas intenciones, en ocasiones requerían el uso de estrategias militares. Recurrían a ese tipo de operaciones únicamente cuando el opositor se convertía en una amenaza para la seguridad del país más que de las instituciones, o cuando se volvían abiertamente violentos, lo cual acontecía con relativa frecuencia. El escollo actual era un misterioso grupo de alquimistas conformado por individuos de diferentes naciones y especialidades.
Amestris no hacía más que cosechar lo que había sembrado. Quizás el ejército y el gobierno merecieran lo que sucedía, pero si ese odio se propagaba sobre personas inocentes había que detenerlo primero y hacer el mea culpa después. En ese caso, los militares actuaban sin dudar. El problema con esos alquimistas se había acabado por fin, pero les había costado bastante.
Por fortuna contaban con el apoyo incondicional de Gruman, el Führer, que hacía todo lo posible para allanarles el camino. En el último tiempo el peso de los años se hacía sentir en el anciano, por lo que al ver cercana la hora de su partida procuraba que las circunstancias le sean favorables a Roy. No es que no hubiera otros candidatos a Führer igualmente dignos, pero Roy siempre había sido el más convencido y el más luchador, por lo que respetaba y alentaba sus acciones e ideas.
Aun así todavía les quedaba mucho por recorrer, pues aunque habían logrado terminar con esa amenaza, seguramente pronto se presentaría una nueva en algún lugar. Siempre sucedía así, pero eso, contrario a lo que cabría suponer, nunca los desalentaba. En cambio, daba lugar a esos afanes protectores absurdamente silenciados.
Por eso Riza se compadeció un poco de la bronca de su superior, aunque persistía en pensar que había obrado con un noble interés.
-Estoy bien –repitió.
Roy ya no quiso insistir en eso y fue a lo práctico.
-¿Por qué pudo atraparte?
Riza había superado hacía mucho la etapa del rubor, pero cuando escuchó la pregunta no pudo evitar que cierto calor culposo le subiera a las mejillas. Pese a sus deseos previos al desvanecimiento final, recordaba perfectamente lo que había sucedido y no se sentía para nada orgullosa de su actuación.
El general notó su turbación y la miró con interés.
-¿Capitán?
La interpelada vaciló. Luego balbuceó algunas palabras incomprensibles para el hombre, por lo que éste repitió el pedido de explicaciones con gesto más severo. Riza tuvo que confesar.
-Me distraje –admitió en voz baja.
Al principio Roy creyó que había oído mal. Luego, que los golpes en la cabeza la habían afectado. Por último, estimó que los cimientos del universo habían sufrido una violenta sacudida.
-¿Qué dijiste?
-Que me distraje.
Roy puso los ojos en blanco.
-¿Y se puede saber con qué diablos te entretuviste?
Riza se tomó algunos segundos antes de responder.
-Con la vidriera de una casa de antigüedades.
Por el rostro de Roy desfilaron toda clase de gestos y mohínes de incredulidad.
-¿Estás diciendo que mi mejor oficial se distrajo en plena operación de captura, en plena ciudad y en plena noche, por una casa de antigüedades?
-No por la casa en sí.
-¿Entonces por qué diablos?
-Es que… -Riza se trabó sin hallar las palabras adecuadas para explicarse. Por una parte entendía el enojo ajeno, pero por otra era precisamente él la única persona que podría comprender lo que le había sucedido. Sin más opciones, aferrándose a esa confianza, se decidió a contárselo por fin-. No fue la vidriera, sino lo que había allí. Puede parecer una tontería, pero de repente vi, como en un sueño, el viejo reloj de arena que mi padre conservaba como recuerdo de su padre.
Ahora Roy la miró con asombro y por una fracción de segundo titubeó, hasta que logró reajustar sus ideas. Era lo último que hubiera imaginado.
-¿Dices que se trata del reloj de tu padre?
-Digo que era un reloj igual al de él –aclaró Riza, aliviada al notar que el enojo había vuelto a evaporarse. Sabía que él lo entendería-. El reloj de mi padre se rompió en la mudanza cuando me fui de casa para alistarme. Ocurrió hace años y por eso sé que no se trata del mismo.
-¿Estás segura?
-Lo estoy, pero igualmente me impactó topármelo tan inesperadamente. Luego todo se volvió confuso –reconoció Riza, acercándose a la parte más penosa de su relato-. Ni bien lo divisé me acerqué para verlo mejor y pude comprobar que, aunque del mismo diseño, carecía de las irregularidades generadas por las manipulaciones de mi padre y mías –señaló-. Es el mismo reloj, pero no es el de mi padre. Jamás debí dudar del recuerdo de su rotura. Inmediatamente después de comprobarlo detecté en el cristal la presencia del alquimista, pero ya era demasiado tarde.
En el silencio que siguió, ambos se sumieron en sus propios pensamientos. Por fin Roy entendía por qué se veía tan avergonzada, mientras que Riza buscaba un modo de perdonarse tamaña falta de profesionalismo. Para él ahora todo estaba claro como el agua, en cambio para ella comenzaba un camino de penitencia.
Claro que vendada como estaba carecería de oportunidades para compensar con acciones el descuido. Sin embargo, todavía podía servirse de los remordimientos y la autorecriminación. En los próximos días tendría bastante actividad mental para flagelarse.
-Supongo que no hay remedio –suspiró Roy. Esa simple confusión casi le costó la vida, pero dadas las circunstancias ya no tuvo ánimos para seguir reprochándoselo.
-Lo lamento –repitió ella.
-Jamás hubiese creído que te volverías tan nostálgica.
-Tal vez sea la edad.
-La edad, sí… –musitó Roy, pensando en eso-. Espero que no vuelva a repetirse.
-No se repetirá, señor.
-Y en cuanto al procedimiento… es la última vez que lo haces sin informarme, ¿comprendido?
-Comprendido.
-Si vuelves a ocultarme este tipo de cosas…
-¿Ha venido Stefan? –indagó Riza para cortar el discurso. Cuando se ponía en el rol de "protector de la raza humana" le resultaba tedioso. Y por alguna misteriosa razón, cada vez que mencionaba a su pretendiente él deponía su envalentonada actitud.
-Estuvo hasta hace un rato –respondió Roy con tono impersonal, casi en un gruñido-. Lo llamaron para llenar los papeles del ingreso y para presentar documentos, y aunque le aseguré que yo podía hacerlo, él insistió en ocuparse. Supongo que está por volver.
-¿Se asustó mucho?
Roy pareció rumiar la respuesta.
-Por supuesto que se asustó, todos nos asustamos.
-Lo lamento.
-¿Puedes dejar de disculparte? –pidió él. Luego se puso de pie y se calzó el gorro-. Ya es bastante molesto verte en estas condiciones. No podré contar contigo durante un buen tiempo, y eso también tendré que reclamártelo, pero estoy muy agradecido de que sigas con vida.
Riza le sonrió. En ese preciso momento la puerta se abrió y entró un joven alto de rostro amable vestido con sencillez. Mientras se acercaba sonriente para sujetarle la mano, la joven dedujo que Stefan había estado trabajando cuando le comunicaron lo acontecido.
Lo conocía desde hacía tiempo porque era el dueño de la panadería a donde iba a comprar todos los días. El primero en manifestar alguna clase de interés fue él, y lo hizo un día en el que Riza estaba particularmente melancólica, tan conciente de su soledad como lo había estado al divisar aquel problemático reloj de arena. El tiempo corría para ella y todavía no sabía con seguridad hacia dónde debería dirigirse más allá de sus actividades profesionales.
Un joven bueno, independiente y trabajador con quien se trataba asiduamente le demostraba sus intenciones y le comunicaba con frecuencia los requiebros de su corazón… ¿Qué mujer podría resistirse? Incluso alguien como ella, tan fuerte y letal en el campo de batalla, necesitaba de un poco de afecto. Fue así que Stefan se convirtió en lo más parecido a un pretendiente que hubiese tenido jamás.
Riza era feliz con él, no podía negarlo, aunque a veces sentía que algo le faltaba. Por eso todavía no se animaba a aceptarlo como pareja al ciento por ciento ni se permitía formalizar. De todas formas, suponía que con el tiempo llegaría a amarlo. Porque si por amor a un hombre y a su causa ya había entregado la vida, un hombre que además le estaba vedado, le parecía justo procurarse el amor de uno que pudiera permanecer gentil y abiertamente a su lado.
Quién sabe hasta dónde sería capaz de llegar con él, sólo sabía que se sentía reconfortada. Al menos con Stefan podía permitirse tener esperanzas.
El joven le hizo las preguntas y las observaciones concernientes a su salud y Riza cuidó de compensar su preocupación con las respuestas más tranquilizadoras. Mientras así intercambiaban Roy aguardó en silencio, algo apartado de la escena.
Luego sostuvo con él una breve plática referida a los trámites de la licencia y demás cuestiones, y le aseguró que se encargaría de todo para que sólo tuvieran que ocuparse del restablecimiento de la salud, que era lo más importante. Stefan aceptó su amabilidad, sinceramente agradecido.
-Entonces ya me voy –anunció Roy, en parte retraído y en parte ansioso por dejar la habitación.
-Supongo que Havoc podrá reemplazarme por el momento –sugirió Riza antes de que se fuera.
-Yo decidiré eso, capitán.
-Hay algunos asuntos que se deben resolver.
-También me ocuparé de eso –le aseguró Roy, empezando a fastidiarse con su diligencia.
-La próxima semana tiene muchas citas que…
Ahora Roy la miró ceñudo, olvidándose de quién estaba, dónde y por qué.
-Puedo resolverlo solo –gruñó.
-Permítame disentir, señor.
La clara alusión a su supuesta incapacidad para ocuparse debidamente de sus asuntos a Roy lo exasperó todavía más.
-No consentiré que me amoneste alguien que ha terminado en esas condiciones.
-Pues si no lo amonesto, de seguro olvidaría que tiene tres citas con el Fürher, una inauguración, dos cenas de beneficencia y un viaje a los cuarteles del norte para promover el intercambio del personal por temporadas.
Roy abrió la boca para decirle lo que pensaba, pero la cerró cuando fue conciente de que algunos de esos puntos los había olvidado de verdad. Su agenda siempre le acarreaba problemas. Ante la impertérrita mirada de los otros dos, masculló una serie de palabras ininteligibles mientras se ponía los guantes para retirarse lo más rápido posible.
Se despidió malhumorado y se dirigió a la puerta dando zancadas. Pero antes siquiera de tomar el picaporte, la voz de Riza lo detuvo una vez más.
-Señor, hay un detalle que todavía no me ha aclarado –dijo. Roy se giró con desgano y esperó su pregunta-. Si ese hombre me estaba ahorcando y perdí el conocimiento debido a la asfixia, ¿cómo es posible que haya sobrevivido?
A pesar de que desde la cama y debido a la inclinación de la luz el rostro de Roy aparecía semioculto en la penumbra, Riza llegó a percibir cierto nivel de desconcierto y de… ¿azoramiento? Fue como si en lugar de hacerle una pregunta le hubiera apuntado con un cañón.
-¿Señor?
Las manos del general efectuaron movimientos vagos, inquietas, mientras el tipo rebuscaba en su cerebro algo digno para contestar.
-Fue todo muy confuso –ensayó.
A Riza semejante respuesta le resultó del todo insuficiente.
-¿Pero en qué estado me encontró? ¿Cómo fue que me mantuvo con vida?
-Fue confuso –repitió Roy con más énfasis del necesario, zozobrando como pocas veces-. Fue… caótico, y tú estabas allí tirada, inconciente… y empezaron a llegar tus hombres y yo… yo…
-¿Usted?
Roy desvió la vista, empezó a mecerse el pelo con una mano, nervioso, y luego se carcajeó con absoluta torpeza, inquietando a sus interlocutores.
-Ya sabes… hubo que reanimarte y… Por fortuna uno de tus hombres sabía cómo hacerlo.
-¿Quién? ¿Albert?
-Eh… no, ése no.
-¿Servet?
Roy negó con la cabeza, fingiendo que reflexionaba.
-Creo que fue Hastings… o Rating, o Casting –señaló con ambigüedad. Riza lo miró extrañada, incapaz de reconocer en esos apellidos a alguno de sus subordinados. Al advertirlo, el general decidió apresurarse-. Otro día lo averiguaré.
Y sin agregar nada más abrió la puerta a toda prisa y desapareció con la agilidad de un mago. Los otros se le quedaron mirando con estupor, preguntándose qué bicho le había picado.
