Bueno, pues he vuelto! Estoy que me salgo, que no? ajajaajaj, allá vamos. Esta es una historia con toques BDSM, exclusivamente SQ. NO sé que decid, sinceramente; no es una obra de arte profunda y blablabla, es sexo con argumento, eso ya se verá (auqnue soy muy mala para escribir sexo, se hará lo que se pueda). En fin, puntos para quien averigüe porqué Regina lleva ese objeto para boquear su magia y gracias anticipadas por darle una oportunidad este cacafic que he escrito:)


Era la hora.

Esperé con paciencia a que Regina abriera la puerta, sabiendo perfectamente que se demoraba a propósito; la puerta se abrió y, como un huracán, marchó hacia mi coche. Esa era su manera de recibirme: desde que fue confinada a su casa, con su magia bloqueada, sin poder salir sola, sin poder usar su dinero o su coche, Regina Mills estaba iracunda. Cualquier otra persona en su situación se hubiera hundido, se hubiera deprimido, pero ella no; ella se alzó aún más, aceptó con la cabeza bien alta ese fino collar que bloqueaba sus poderes y nos fusiló a todos con la mirada.

Desde esa sentencia vivía sola, mi única compañía y yo, su única compañía. Henry apenas la visitaba, yo compraba todo lo necesario para ella y pasaba más tiempo en su casa que en la mía propia. Yo era su sombra y ella la mía. Visitaba todos los días a Archie durante dos horas, siempre yo en la retaguardia, quizás por eso se pasó las primeras dos semanas sin apenas hablar. Yo controlaba todas sus llamadas y tenía la llave de su collar, el cual sólo se podía quitar para ducharse, y eso también tenía que controlarlo. Era incómodo para mí y humillante para ella, pero todo el pueblo pensaba que no tenía derecho a la privacidad ni a la dignidad, así que revisaba su ordenador y su teléfono cada seis horas.

Aunque todos dijeran que esto era un castigo para ella, era en el fondo una condena para mí.

La examiné mientras conducía: el collar negro seguía en el mismo lugar, pegado a su cuello, como si fuera un cachorro, sólo le faltaba la correa; su vestido azul oscuro se pegaba a su cuerpo de manera espléndida, dejando ver unas preciosas piernas pálidas y bronceadas a la vez y unos brazos finos y fuerte; sus tacones eran su seña de identidad, a veces incluso me preguntaba si había nacido con ellos puestos. Su maquillaje era impecable, como siempre, y su pelo se veía… ¿rizado?

— Deja de mirarme, es incómodo —me exigió, y yo aparté la vista sonrojada.

— No estás en posición de mandar, Regina, recuerda que la Reina Malvada no merece dignidad ni…

—…privacidad. Sí, ya lo sé. —Completó mi frase. No es que creyera en ese lema, pero me había pillado in fraganti. La miré de nuevo. No podía evitarlo, y más aún desde que la había visto en la ducha. Tenía que estar con ella en todo momento, hasta me había mudado a su habitación para supervisarla. ¿Quién no miraría si tuviera a ese monumento de mujer desnuda, eh? Lo reconozco, no está bien espiarla, pero no puedo evitarlo. — ¿Acaso no tienes suficiente con mirarme mientras me baño? —preguntó con una sonrisilla malévola, esperando que me ruborizara.

— Yo no te miro, bruja vanidosa —dije con cierto desprecio, esperando que eso la apaciguara. Colocó su mano sobre mi rodilla, suave, fría. Perdí el control al volante y me giré con violencia hasta ella. El paseo se había acabado.

— ¿Qué? No me mires así, no tengo nada que perder al fin y al cabo —aclaró con un movimiento de hombros muy inusual en ella.

Bajamos del coche y fuimos andando. Obviamente, llegamos tarde y me pasé esas dos horas intentado desestresarme con música, y al principio funcionó, pero cuando ya quedaba treinta minutos para irnos, mi móvil murió y yo fingí seguir a lo mío porque lo que estaba contando Regina era demasiado interesante.

— Entonces, ¿crees que se debe a los maltratos de tu madre?

— Ugh, no me hagas pensar en doña vomitona ahora, que me vas a obligar a odiar el sexo —dijo arrugando la nariz. — No se debe a nada, bicho; soy la mala de los cuentos, soy una sádica, una psicópata y una desalmada, es comprensible que me guste el sexo salvaje.

— Sería comprensible si fueras tú la dominante… pero no lo eres. Tú misma lo acabas de decir, provocaste a Graham para que te estrangulara mientras hacíais el amor; no lo obligaste ni se lo mandaste, pero le pusiste contra las cuerdas hasta que no pudo controlarse y te hizo daño.

— Sí, y lo disfruté.

Con el paso de los años, había aprendido a escuchar y pasar desapercibida, a pretender que no me estoy enterando de nada. Pude ver por el rabillo del ojo cómo Regina me miraba y yo fingí que seguía jugando con el móvil.

— Toda mi vida todo el mundo me ha tratado como si estuviera hecha de cristal, como si fuera a romperme a cada momento. Me han tenido entre algodones, jamás he tenido que luchar por nada ni he sufrido. Necesitaba sentir algo, lo que fuera. Necesitaba que me borraran el dolor que sentía de un pollazo, ¿tan mal está eso? Necesitaba que me follaran como si fueran a destrozarme, y, ¿qué mejor manera que provocando a un hombre que se creía un lobo? Era bruto, desconsiderado, y me encantaba.

— Con respecto al sufrimiento, con todo el respeto, te has pasado toda tu vida con depresión, no ha sido un camino de rosas. Tu madre jamás te ha tratado como si fueras frágil, y tampoco tu marido. Más allá del placer físico, ¿por qué lo hacías? He visto a unas cuantas personas suicidas, Regina, y…

— No soy una suicida —declaró con un tono tembloroso, que más que demandar nada, imploraba no serlo. Me había sorprendido su lenguaje vulgar, pero esto no tenía comparación ninguna. Nunca pensé que oiría a la mismísima Regina Mills suplicar, aunque fuera de encubierto.

— Una vez conocí a una chica cuyo padre le pegaba. Ella se sentía culpable, pensaba que era culpa suya, y cuando su padre murió, comenzó a golpearse a sí misma. Echaba de menos el dolor, los golpes; se había acostumbrado y, desde entonces, sentía que debía continuar lo que su padre comenzó. Con cada golpe que se daba, empezaba una especie de círculo vicioso en el que cada vez que se hacía daño a sí misma estaba dividida entre el sentimiento de culpa, entre pensar que se lo merecía, y sufrir y querer que se acabara. Hay mucha gente así en el mundo. Algunas utilizan cuchillas para expresar lo que no pueden expresar llorando ni hablando, otras se golpean, se queman, todo para revivir experiencias traumáticas. Tú no eres diferente a esas personas.

— No estoy loca —replicó, con la voz quebrada, con los ojos vidriosos y un ligero temblor azotando su cuerpo.

— No he dicho que lo estés; le arrancaste el corazón a un hombre al que nunca forzaste a hacer nada porque, aunque la rabia te consumió en ese momento, serías incapaz de hacerle a alguien lo mismo que te hicieron a ti. No estás loca, Regina, pero no has superado el maltrato. Se ha vuelto una tradición que te hagan daño tanto física como psicológicamente, y ahora tu subconsciente busca enemigos que te destrocen porque eso es todo lo que has conocido, y hasta que no admitas quién eres y qué deseas, no encontrarás paz contigo misma y no te aceptarás.

Noté mis propios ojos húmedos, ardientes, y cómo mi labio inferior se sacudía descontroladamente y fue entonces cuando me di cuenta de que yo también necesitaba aceptar quién era.

Regina y yo, éramos dos caras de una misma moneda y ya iba siendo hora de que ambas lo aceptáramos.

En el camino a casa, ninguna de las dos hablamos. Ella miraba constantemente por la ventana y yo intentaba no pensar en mí misma.

— Sé que has escuchado toda la conversación —me dijo, con calma, sin mirarme a la cara. — O al menos, parte de ella.

No cené esa noche, ella nunca me hacía la cena y yo no me sentí en ese momento con ganas de comer. Me pidió que por favor la dejara sola esa noche, y yo se lo debía. Porque la había visto en la ducha, porque velaba su sueño todo el tiempo, porque conocía cada vez más y más de sus secretos, se lo debía. Intenté ignorarlo, pero sus lamentos se oían aunque el agua corriera en la ducha. Sus gritos eran desgarrados, como si alguien hubiera despellejado su corazón y lo hubiera bañado en sal, y yo sólo pude apoyarme en la puerta del baño y comprenderla; la sociedad nos veía como enfermas y monstruos, incapaces de comprender por qué hacíamos los que hacíamos. Ella era un ángel revestido de cicatrices que nunca sanarían.

La puerta del baño se abrió y salió de entre el vaho, con su corto cabello mojado y una toalla alrededor de su cuerpo. No malgasté el tiempo y la tomé por los hombros, asustándola, dejando caer dicha toalla, sin moverse ni respirar. Besé su frente con dulzura y con mis pulgares acaricié con gentileza sus mejillas, y cuando sentí sus brazos rodear mi cintura, la abracé con cariño y le susurré:

— Tú no eres una dominante, pero yo sí. Créeme, te conozco mejor que nadie, tus lágrimas son las mías.


Yyyyyyyy se acabó! Review, like o follow si quieres una continuación y puntos extra a quién me deje en los reviews que kinks quiere ver entre estas dos pervertidas. Avance del próximo capi:

Y sentí en ese momento lo que hacía años que no sentía: victoria. Había convencido a la mujer más testaruda del mundo para que hiciera algo que no quería probar, y había conseguido que le gustara. No era sólo sexo, había algo más: cuando una persona te reta tanto, cuando desestabiliza todo tu mundo y tu consigues que se arrodille ante ti y entierre su cabeza entre sus piernas... sólo por eso, sólo por confiar en mí ciegamente, esa belleza morena ya estaba redimida ante mis ojos, los cuales observaban su figura desnuda desde lo alto.