¡Hey! Bien, me gustaría hacer un par de aclaraciones iniciales antes de comenzar con la historia. Prometo que serán breves.
1. Este es un fic m/m. Además de romance contendrá angst y si me sale bien quizás cierta parte de fic histórico sí que tenga, lo que nos lleva a...
2. Por si te has saltado la descripción, este es un Alternative Universe. Es decir, nuestros personajes de South Park no estarán situados en Colorado, sino unos cuantos (bastantes) años atrás en Holanda, antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. No soy ninguna experta en esta materia, tan solo puedo recurrir a documentarme y leer libros del Holocausto, por lo tanto, si aprecias algún error de materia histórica o religiosa que yo no haya justificado te agradecería mucho que me lo señalases. :]
3. Aunque soy consciente de que no muchas personas leerán mi fic, mi experiencia me dice que advierta de esto. Esta historia será publicada en Wattpad ( endore) Fanfiction y Ao3 ( endore) con sobrenombres que indicaré más adelante en la descripción. Cualquier otra publicación no es de mi autoría y no la permito, por supuesto (si no me hubiera pasado...no diría nada).
4. Creo que no tengo ninguna necesidad de advertir que esto va a tener yaoi y por lo tanto dos chicos siendo cariñosos, ¿no? Si no aceptas el contenido homosexual te advierto que te vayas de aquí, y de paso del planeta. :D (?)
5. Por último, me gustaría pedir que, en el caso de que leas esto, me ayudes a mejorar en los comentarios (o algo así...), para que yo pueda hacer una mejor historia, si es que tienes alguna recomendación. Los leo con gusto y suelo responder bastante rápido.
¡Y sin más dilación...! Me callo ya.
-Endore-
Lo normal cuando te preguntan qué es la guerra es formar una imagen detallada y completa en tu mente. La palabra en sí puede tener muchos significados, por supuesto, aunque la primera perspectiva que se nos suele ocurrir es la de hombres con cascos metálicos armados con revólveres y manchas de sangre secas tiñendo las solapas del traje militar. Un zumbido y a continuación ese gran estallido en el fondo de la imagen, nubes de polvo gigantescas cubriendo edificios y calles que impiden a tu vista ver algo más que cuerpos inertes y grandes explosiones de fuego y ceniza.
Cuando te preguntan qué es la guerra, la idea de desolación y miseria acude a tu cabeza más rápido que una granada explota, liberada de su anilla, y los trozos de metralla se te hincan en el costado. En todas las narraciones que leía de pequeño, la Gran Guerra era planteada como algo lejano y remoto: los restos de una masacre que la humanidad contemplaba con bochorno; casi inaudita ante un silencio constante que la inflación consecuente había creado; el despojo de unos derechos que los humanos habíamos reclamado durante siglos y aún no habían sido concedidos. En mi opinión, nunca han tenido idea de lo que es una guerra. Aún no la han contemplado.
Cuando me preguntan qué fue la guerra para mí, la primera palabra que se me viene a la cabeza es catástrofe. Probablemente no sea muy original ni inesperada, pero ninguna palabra con el tiempo ha adquirido mayor significado y peor connotación para mí, y menos la he sabido diferenciar en tantos idiomas. Un ruido de fondo, casi inaudible, altera todos los mecanismos que hacen que mi cerebro permanezca en movimiento y, por un momento, es como si alguien hubiera apagado la luz allí dentro. Me encuentro en un tren lleno de gente, apretado, asfixiándome entre el gentío; mis pies colgando en el aire y un olor podrido y sucio llenando mis fosas nasales. Enlodado en la mayor de las penurias, busco aire entre niños que lloran y adultos que apestan a muerte y a sudor. Y por un momento, siento que no soy nada más que una mota de polvo en un vagón atestado de gente, atestado de personas que por algún motivo genético que no elegí, tienen el mismo destino que yo y me unen a ellos lazos de familia. Y por un momento, mi raza, mi pueblo, solo se resume en criaturas mugrientas y hombres ensangrentados luchando por pensar en alguna estúpida razón que les evite saltar del tren en marcha con la suerte de que una piedra las rompa el cráneo; quedan muy lejanos, quedan muy melancólicos y me hunde el sentimiento de pena, pero solo superficialmente, solo de la manera en la que me arroparon entre sus desgastadas ropas e insensatos llantos.
Entre toda esa oscuridad, entre toda esa humanidad putrefacta y desprovista de sus ideales, de todas sus aspiraciones y familias, entre todos esos piececitos con plantas sangrientas que caminan descalzos desde la sinagoga y todos esos rezos al fondos del vagón acallados por un disparo; yo creo sentir algo, algo que opaca y silencia el Endlösung y las voces alemanas que he querido olvidar y ahora repudio de mi memoria, exiliadas ante un desolado que ya no quiere oír los ecos de la guerra. No sé en qué momento del viaje empecé a recordar un abrazo, ese abrazo en el que no se tocan los cuerpos, se tocan las almas. Por un momento creí pensar en la tierra eterna, creí tener fe de nuevo y que Yahveh me llevaba al Olam Habá a caer entre las nubes. Quizás prefiere destinarme a la Gehena a hacer frente a todos aquellos demonios que hicieron de mis hermanos cuerpos muertos acumulados en tumbas de tierra, sus nombres perdidos entre las memorias de un pueblo aniquilado; si así es que no merezco el cielo por anhelar tanto ese abrazo. No tendré más remedio, entonces, que confesarme como pecador, y ojalá todos mis desperfectos como judío puedan compensar el tener que haber pisado la tierra en la que murió mi pueblo, el tener que haber respirado vesicantes y tener lamido el suelo recién lavado después de ingerir durante horas agua de mar, ya que para los nazis no éramos más que juguetes de experimentación con los que probar ideas nuevas. Y espero que Dios me perdone por pecar al igual que yo le perdono a él por dejar morir a seis millones de mi pueblo y, a los demás, soltarnos libres en la intemperie de la indiferencia europea.
El holocausto fue mi catástrofe. El holocausto fue nuestra Shoá.
