Disclaimer: El copyright de esta obra pertenece a Monolith Soft, y, por ende, a Nintendo. No tengo ningún derecho sobre este texto y ha sido escrito únicamente como entretenimiento personal.

He decidido escribir un fic que narre Xenoblade Chronicles al completo, pero cambiando cosillas para darle un toque personal. Sé que es un proyecto de gran envergadura, pero espero terminarlo. Este fic es el primero que escribo, por lo que supongo que se notará mi inexperiencia. Agradeceré todo tipo de críticas, ya que así podré mejorar mi estilo y escribir mejor los próximos capítulos de la historia.

NOTA: Por un motivo que desconozco, Fanfiction no me acepta los guiones y he tenido que sustituirlos todos por el símbolo de menos ("-"). Queda algo mal, pero al menos se entiende.

Prólogo - El Filo de Mekonis

« Antes de que todo comenzara, el mundo no era nada más que un océano infinito. Eso fue así, hasta que aparecieron dos enormes titanes: Bionis y Mekonis.

Los dos gigantes se enfrentaron en un combate eterno. Finalmente... sólo quedaron sus cuerpos inertes. Nuestro mundo se extiende por los restos de Bionis... »

Dunban no sabía por qué había comenzado a pensar en esa antigua historia que narraba el génesis del mundo. Desde pequeños, los niños estudiaban historia huma, y se narraba de este modo el origen de las tierras en las que vivían. Algunos escépticos dudaban de la veracidad de esos hechos, y veían la gran batalla entre Mekonis y Bionis como una leyenda. A pesar de que Dunban siempre creyó firmemente en esa historia, hoy estaba más seguro que nunca de que era verdad. Quizá había comenzado a pensarlo porque estaba en la propia espada de Mekonis, que se había quedado incrustrada en el cuerpo inerte de Bionis.

Dunban decidió que no tenía tiempo para pensar en enfrentamientos que habían ocurrido hace eones. Ahora mismo, se estaba sucediendo un combate mucho más importante para él: una batalla en la que podrían decidirse los destinos de todos sus compañeros de la milicia, que se habían alejado de sus hogares para poder defender a sus seres queridos.

Además, perder en esa batalla podría no sólo significar sus muertes, sino también el avance de los mekon y el ataque directo a las colonias que todavía seguían en pie. Si eso llegara a suceder, acabarían muriendo miles de personas... incluyendo las que vivían en su hogar: Colonia 9. Fiora, su querida hermana, también podía morir si no vencían en esa batalla. La derrota significaría una muerte casi segura para todos y cada uno de ellos. No podía permitirlo de ningún modo.

Ese combate tenía que vencerse, y no podía haber ninguna otra posibilidad. Dunban sabía que con la Monado en sus manos, ningún mekon iba a poder hacerle frente. Su instinto de lucha se había desatado por completo, y ya no sabía cuántos mekon había destruido desde que había comenzado la batalla. ¿Veinte? ¿cincuenta? ¿cien? Hacía tiempo que el formidable guerrero había perdido la cuenta. Sin embargo, no importaba cuántos podían aparecer: estaba decidido a acabar con todos y cada uno de ellos.

- ¡Retirada, retirada!

- ¡Nos superan en número! ¡No sabemos cuántos mekon M78 hay!

- ¡Retirada! ¡Tenemos orden de retirada!

Los gritos de sus compañeros sonaban fuertemente en sus oídos. Habían muerto demasiados milicianos en la batalla... ¿Por qué tenían que ser así las cosas? Probablemente muchos de ellos tendrían familia... y si esa batalla se perdía, sus muertes habrían sido en vano. Si los mekon conseguían avanzar, no habrían logrado proteger a sus seres queridos. Pero no, eso no podía pasar...

A pesar de que las fuerzas de los humas estaban retrocediendo por la orden de retirada, Dunban seguía corriendo hacia delante. Cada mekon que veía era víctima de su espada. Resultaba sorprendente lo eficaz que era el arma contra ellos: la Monado los cortaba como si fuese un cuchillo partiendo mantequilla.

Llegan por la derecha, el flanco débil. Para ser máquinas sin alma, saben muy bien lo que hacen... Pero ya veremos qué ocurre ahora.

Dunban se sentó dentrás de los restos de una máquina huma para resguardarse de los disparos. Entonces, vinieron varios milicianos. Con ellos, estaban Dickson y Mumkhar.

Dickson era un guerrero veterano y un viejo amigo de Dunban. Era algo así como un dirigente de su hogar, Colonia 9, y un tipo algo avaricioso, descuidado y algo maleducado, pero una persona en la que sin duda se podía confiar. Dunban confiaría su vida y la de Fiora a pocos humas, pero sin duda Dickson era una de ellos: su inteligencia y pericia con su fusil-espada etérico eran célebres en Colonia 9.

Mumkhar era otro gran amigo de Dunban, aunque hacía relativamente poco tiempo que lo conocía. Se unió a la resistencia huma porque la colonia en la que vivía fue completamente arrasada por los mekon. Era un guerrero ejemplar, y luchaba utilizando unas cuchillas que enganchaba a sus manos.

Sin duda, los dos eran unos compañeros de batalla irremplazables.

Dickson parecía tranquilo, pero estaba aún más sucio que de costumbre - la lucha le había dejado cubierto de sudor y tierra. - Sin embargo, Mumkhar estaba visiblemente nervioso, aunque se notaba que no había luchado tanto como sus compañeros en esa batalla. Todos se sentaron al lado de Dunban.

- ¡Dunban! Tenemos orden de retirada. Volvemos a Colonia 6 - una explosión detuvo durante un momento el discurso de Dickson - organizaremos allí la defensa.

- Sí, buena idea. Si nos quedamos aquí, no lo contamos... - respondió Dunban, mirando al viejo Dickson.

- Me apunto, hay que salir de aquí - Mumkhar parecía más ansioso que nadie de abandonar el Valle de la Espada.

- Eso está bien, pero... podemos quedarnos y luchar - Dunban lo dijo sonriendo. Parecía que estaba ansioso por enfrentarse de nuevo a los mekon.

- ¡¿Qué?! ¡¿Estás loco?! - exclamó Mumkhar, incrédulo. Dickson se golpeó la frente con la mano. La verdad es que se esperaba una respuesta así por parte de Dunban.

- Igual morimos si permanecemos aquí... pero también podemos cambiar el destino. Tenemos la Monado: con ella, el futuro es nuestro. Los mekon no pueden hacer nada contra nosotros si tenemos la espada de nuestra parte - Dunban pegó un saltó para dirigirse al campo de batalla, pero Dickson le detuvo.

- ¡Pedazo de animal! ¡Tu cuerpo no aguanta la carga de la Monado! No hay más que verte: estás hecho polvo.

Dickson parecía muy convencido de lo que decía. Tanto, que Dunban se sorprendió. En parte, sabía que tenía algo de razón. Por algún motivo, la espada no aceptaba a nadie... ni siquiera a él. Durante toda la batalla, notó que la Monado se resistía a ser manejada por sus brazos. Parecía tener vida propia, y negarse a tener un dueño. Sin embargo, la estaba consiguiendo domar... y la necesitaban para vencer en esa batalla, por muy rebelde que pudiera ser.

- Te falla la vista, viejo Dickson. Tranquilo, estoy bien. La controlo - Dunban le enseño la espada - y con ella, no podrán con nosotros.

- Ya sabía yo que no se puede razonar con un animal. Vamos, voy contigo... alguien tiene que recoger tu cadáver - Dickson cargó su fusil.

- Si aún te quedan fuerzas, viejales...

- ¡Eh, nos han ordenado retirada! ¡Yo me voy!

- ¡Yo digo que te vienes, Mumkhar! Además... no puedes irte. Necesitamos tu habilidad con esas cuchillas, y lo sabes.

Mumkhar gruñó. ¿Por qué tiene que ser ese imbécil insportable el que maneja la Monado? Es muy fácil tener confianza en uno mismo con ese arma en las manos. Estoy convencido de que si yo estuviese en su lugar me sería igual de fácil ser valiente y heroico.

- ¡Se acerca la segunda oleada! - exclamó uno de los milicianos.

- Es ahora o nunca, Dunban; enseñémosles lo que sabemos hacer. ¡Vamos a darles una bienvenida digna de los humas!

- Estoy de acuerdo. Vamos allá, viejales.

Los dos guerreros saltaron a la batalla. Mumkhar se quedó atrás unos segundos. ¿Qué pretenden demostrar? No pienso sacrificarme. No voy a palmarla en una batalla perdida. No tendría ningún sentido... Utilizaré a Dunban como señuelo, y así tendré tiempo para escapar.

Mumkhar se unió a Dickson y a Dunban.

- ¿Por qué has tardado tanto, Mumkhar? ¡Vamos a por ellos! Usaré Encantamiento con la Monado para que podáis atravesar las armaduras mekon. ¡Vamos! ¡Esta batalla depende de nosotros!

- Yo te cubro, animal. Mumkhar, no te quedes atrás.

La batalla había alcanzado unas proporciones épicas. Envueltos por el Encantamiento de la Monado, Dickson y Mumkhar se habían convertido en guerreros imparables y unas auténticas máquinas de matar mekon.

Dickson tenía una puntería impresionante, y rara vez erraba un tiro. En más de una ocasión logró salvar a Mumkhar o a Dunban de los ataques de las decenas de mekon que se estaban enfrentando a ellos gracias a su pericia. Como el arma de Dickson hacía a su vez de espada, también podía atacar de cerca. Su habilidad a corta distancia era igual de envidiable.

Dunban destrozaba a esos robots con una facilidad increíble. De un solo tajo, podían caer tres, cuatro o incluso cinco mekon. Mumkhar también luchaba con bravura, pero intentaba mantenerse por detrás de Dunban, a pesar de que sabía que estando los dos espalda con espalda podían luchar con mucha más efectividad.

La cosa estaba yendo bastante bien. Habían logrado derrotar a un montón de enemigos. Sin embargo, ya empezaban a notar agotamiento físico... y, entonces, aparecieron muchísimos mekon más al frente.

- ¡No... no es posible! - Mumkhar estaba muy cansado, y eso se notó en su voz.

- Es su escuadrón principal. - Dickson seguía tranquilo, aunque se le veía ya algo desgastado. - Parecen más que dispuestos a exterminarnos.

- Tienen que estarlo si esperan conseguirlo. Vamos a igualar un poco la batalla - Dunban se colocó en posición de combate y liberó de nuevo su Encantamiento de la Monado.

- Tú lo has dicho, animal.

- Dickson, Mumkhar... ¡A por ellos!

Los tres guerreros se lanzaron a bocajarro contra sus enemigos. Estaban dándolo todo en esta batalla, y Dunban estaba luchando como nunca. Gracias a la Monado, acabó sobre un montón de chatarra mekon: había derrotado a decenas de los pertenecientes a ese escuadrón principal. Sin embargo, la legendaria espada empezaba a gastar sus fuerzas... Cada vez notaba más presión en su brazo.

Estaba claro que la Monado no lo reconocía como dueño. No aceptaba a nadie. Pero no podía rendirse... Tenía que seguir domándola.

No... tengo que luchar... tengo que hacerlo... por todos...

Dunban sufrió un vértigo causado por la enorme carga que estaba causando la Monado sobre él, y cayó sobre la pila de mekon en la que estaba. Dickson pudo ver a su amigo perdiendo las fuerzas... y observó que un enemigo estaba subiendo por ese montón de chatarra, decidido a matar al guerrero.

- ¡Dunban! ¡No!

Dickson corrió todo lo que pudo, e hizo de escudo con su propio cuerpo cuando el mekon atacó con sus fortísimas pinzas. Recibió un doloroso golpe, y notó el frío metal del robot desgarrando la piel de su espalda. Sin embargo, logró quitárselo de encima de un disparo, y él y el mekon cayeron al suelo de nuevo. Dickson tenía un aguante casi sobrehumano.

- No podrás conmigo tan fácilmente, trozo de chatarra... - Dickson machacó al robot con la parte afilada de su fusil. Tras eso, se dirigió hacia donde estaba Dunban, que se estaba intentando levantar.

- Dunban, ¿estás bien?

- ¿Tú qué crees? Puedo continuar... - a pesar de las palabras de Dunban, era fácil notar que estaba al límite.

Mumkhar estaba a lo lejos y soltó una sonora carcajada. Supongo que hasta los héroes acaban por alcanzar su límite. Qué patético que eres, Dunban.

A pesar de que Dickson estaba herido, ayudó a Dunban a levantarse y bajaron juntos. Mumkhar estaba a lo lejos, y empezó a irse corriendo.

- ¡Mumkhar! ¿Qué haces? ¡Por ahí no...!

- ¡Lo siento, camaradas! Siento decíroslo, pero es la Monado lo que buscan. Divertíos distrayéndolos. ¡Yo me largo de aquí!

- Mumkhar, sucio traidor... - Dickson parecía furioso.

- ¡Tranquilos, arreglaré vuestro funeral! ¡Hasta pronto, chicos!

- ¡Espera...!

Un disparo que estalló cerca de donde se encontraban los lanzó a lo lejos. Ahora, estaban los dos en el suelo, e infinidad de mekon estaban viniendo hacia ellos.

Era fácil llegar a la conclusión de que estaban totalmente perdidos.

- Si es una broma, no tiene gracia. Pues es el fin, Dunban... Por lo menos, sabemos que esto no puede ir aún peor.

Dunban empezó a pensar en sus compañeros de la milicia. ¿Qué iba a pasar con todos los que habían muerto? Y... si atacaban Colonia 9, ¿qué ocurriría?

No puedo dejar que le pase nada a Fiora. Debo protegerla... si no consigo vencer hoy, le habré fallado como hermano. No puedo morir aquí...

Dunban comenzó a levantarse y activó la Monado de nuevo.

- ¿Pero qué...?

- Dickson, ocúpate de los supervivientes...

- ¡Dunban! ¿a qué juegas..?

Mumkhar seguía corriendo, escapando de la batalla. Serán idiotas... Volveré a por la Monado cuando se hayan calmado las cosas... ¡esa espada tiene que ser mía!

Sin embargo, el traidor se tropezó y vio la mirilla láser de un arma mekon en su frente. A ese mekon que le estaba apuntando se le sumaron siete u ocho más.

No tenía ningún tipo de escapatoria.

- ¿Qué? ¡Oh, no, por favor...! ¡Agh!

En ese mismo momento, Dunban estaba de pie, sosteniendo fuertemente la Monado entre sus manos.

- ¡Mekon miserables! ¡Si creéis que los humas, los moradores de Bionis, vamos a esperar aquí sentados a que acabéis con nosotros, estáis muy equivocados!

El grito de guerra del inigualable guerrero sonó con fuerza por todo el Valle de la Espada. Si los mekon hubiesen tenido sentimientos y fuesen algo más que máquinas de matar, probablemente se habrían estremecido.

Compañeros... vuestra muerte no será en vano. No les pasará nada a vuestros seres queridos. Ni a ellos, ni a Fiora.

Entonces, Dunban corrió como nunca lo había hecho, con la Monado en la mano. Acabaría con todos los mekon de Mekonis si hacía falta, pero no iba a permitir que quedase uno solo en pie en el Valle de la Espada.