Summary: El compartir la habitación con otra persona puede ser un poco problemático... Sobre todo si es del género opuesto, tiene un humor de los mil demonios y ama a los conejos.

Disclaimer: Los personajes de Bleach son enteramente propiedad de Tite Kubo. Yo soy tan sólo una fanática loca que intenta emparejar por todos los medios a Ichigo y Rukia para su satisfacción.

*Editado: Miércoles, 18 de diciembre, 2013.


-Compañeros de piso-

Capítulo I:

Líneas paralelas

Lluvia. Tenía razón, no debió ahorrarse el dinero de su máscara de pestañas resistente al agua. Luego de tremendo diluvio, lo más probable era que pareciera un triste payaso con ojos negros y hecho un caldo de ropas. Esbozó una sonrisa burlona para sí misma, quizás no era su mejor tiempo, pero era libre.

Encontró refugio contra la lluvia bajo un árbol y recordando antiguas lecciones del colegio, supo que podría ser un hermoso y pequeño pararrayos, pero no le importó. Total, no había mucho que perder.

Gruesas gotas de agua se escurrían por la ventana. Si lo pensaba bien, los seres humanos no diferían mucho de ellas. También eran arrastrados por corrientes. Y si hablaba de corrientes, había una en especial que se empeñaba en joderlos: el destino... Tanta reflexión, por algo tan insignificante como la lluvia, le hacía sentir estúpido. En fin, entre más rápido muriera, sería mejor para él y para todos aquellos que le conocían, concluyó mientras se levantaba del sofá y se dirigía a la nevera por una cerveza.

Hay ciertos momentos en la vida, donde un pequeño hecho desencadena una serie de sucesos y termina en una gran revolución; eso fue lo que le pasó a aquel par de desadaptados en esa tarde lluviosa de julio.

¿Pero en qué punto de sus existencias paralelas, terminaron interceptándose?

Recargó su espalda contra aquel imponente tronco del árbol que la resguardaba, que sólo Dios sabía cuánto tiempo llevaría en aquel parque.

Ahí pasó.

De repente, apareció en su campo de visión un pequeño volante, anunciando el alquiler del último departamento en un complejo muy cercano. Rápidamente, se inclinó para tomarlo antes de que el agua lo estropeara y con fuerzas renovadas, salió volando hacia el lugar.

En la nevera no había nada. Desde que Ishida se había marchado a Londres, era muy común que sucediera. Él se encargaba de todo ese tipo de mierdas domésticas y ahora que ya no estaba, su situación actual era catastrófica: el muy cabrón no regresaría hasta dentro de cinco años y su padre le exigía que se marchara del departamento. No tenía a donde ir, pero ya se le ocurriría algo. Cerró el refrigerador (resignado a no comer) y se sentó en la cocina para lamentar sus penas. Escondió el rostro dentro de sus manos y permaneció en esta posición durante un rato, hasta que apareció ante sus ojos un colorido papel en la superficie de la mesa. Le intrigó la manera en la cual había llegado hasta ahí: es decir, él no lo había dejado —o al menos no lo recordaba— y tampoco podía haber sido Ishida, pues él ya tenía un mes sin pisar esa casa. Como fuese, lo agarró bruscamente y lo leyó con voracidad… ¡Eso era lo que necesitaba! Un departamento sencillo y enfrente de su edificio. No tenía mucho presupuesto para algo mejor y por estar tan cercano, no extrañaría la zona. Tomó su vieja chaqueta gris, abrochó de manera torpe sus zapatillas de deporte y abandonó rápidamente el departamento en busca de un posible nuevo hogar.

La chica de ojos azules, en sus prisas, se topó violentamente con un sujeto extraño. No le tomó importancia y quizá le lanzó alguna maldición. En cuanto entró al edificio, sintió que ese sería su sitio ideal. Era muy simple, pero tenía la calidez que los lugares donde había pasado la mayor parte de su vida carecían. El tipo con el que chocó también ingresó al inmueble, por lo que pensó que él quizás ya viviría ahí y sintió una punzada de envidia. Ella ni siquiera tenía la certeza de poder quedarse.

El agua escurría de sus cabellos naranjas. Casi llegando al edificio, se encontró bruscamente con una chica —pequeña y algo guapa— que lamentablemente era una salvaje. A pesar de ser la culpable, le dedicó una señal obscena con el dedo medio, dejándole totalmente perplejo (debía estar agradecida de ser mujer, pues de haber sido hombre, le hubiera partido la cara). Ella se metió al edificio y le hizo pensar: ¿Tener una vecina así? ¡Ni de coña! Pero… no se encontraba en posición de caprichos, así que terminó entrando de todas maneras.

Dentro había un hombre regordete que limpiaba el pasillo. Tenía un rostro amable, muy poco cabello y usaba gafas. Al advertir los extraños, paró inmediatamente su labor y con voz dulce dijo:

—Buenas tardes, chicos ¿Puedo ayudarles en algo?

La pelinegra sintió unas inexplicables ganas de abrazarle. Era como el hombre ideal para desempeñar el papel de Santa Claus o el de un tierno abuelito de televisión. A Rukia le pareció verdaderamente adorable. Luego de terminar con sus pensamientos, pudo analizar el "chicos" que había mencionado. Volteó asustada y observó que el sujeto raro se encontraba a un metro de distancia de ella.

—Muchas gracias —agradeció con una pequeña reverencia— Quisiera que me mostrara el departamento que alquilan.

Al peli-naranja se le heló la sangre, ella era su competencia.

—Yo también —agregó el joven, con una mirada inquisitiva para la morena.

—Vaya, vaya. Me parece perfecto ¿Qué tal si me acompañan? —después recargó su escoba en la pared y se dirigió hacia las escaleras. Rukia, consciente de la edad de aquel hombre, se espantó al observar que utilizaría las escaleras.

—¿No sería mejor que utilizara el ascensor? —sugirió preocupada.

—Hija, ¡cómo se nota que no conoces este lugar como yo! —Expresó con una risita— El ascensor tiene años sin funcionar bien —explicó—, en ocasiones se traba y pues… no es seguro. Descuida, este viejo no se desarmará en el camino —la pelinegra esbozó una sonrisa y no añadió comentario. Él los siguió por las escaleras y Rukia se sorprendió por su condición física. Ellos (con todo y sus décadas de menos) se veían claramente fatigados mientras que él continuaba fresco como una lechuga— Hemos llegado —sentenció el anciano, una vez en frente de la puerta quince del último piso— pasen —la chica entró primero y el muchacho parecía receloso. El departamento era lindo, a pesar de las circunstancias. Tenía un par de muebles anticuados, pero seguía estando bien. Los tres observaron cada rincón. En conjunto, era una pequeña sala-comedor, la cocina a la izquierda, un pasillo que conducía al baño y una sola habitación que contenía dos camas— Los anteriores inquilinos no regresaron por sus pertenencias. Dicen que se marcharon a América y es por eso que continúan sus muebles aquí.

La chica divisó una antigua fotografía en una esquina de la sala-comedor. En efecto, era la escena típica de una familia.

—Yo estoy interesada y deseo quedarme con él, pero ¿cuál es el precio mensual del alquiler?

—Sabía que era una chica inteligente —elogió el anciano— Un departamento como éste tiene una gran demanda, pero como está algo descuidado, la renta es la más baja de la zona. Éste sería el precio mensual —anotó una cantidad en una pequeño papel y se lo pasó a la joven de cabellos negros.

Sus ojos se abrieron como platos. Aún y que ella sabía que era lo más barato, era tan pobre que ni siquiera eso podía pagar. Se sintió terriblemente desconsolada. Estaba en el mismo punto que antes. Tuvo que tragarse su orgullo para poder preguntar:

—¿No podría quitarle un par de yenes a esa suma?

—Lo siento, hija, pero es el precio más bajo que puedo ofrecer —dijo apenado.

—Muchas gracias por mostrármelo —se despidió con una reverencia y se dio la media vuelta para abandonar el sitio. Pudo alcanzar a ver la sonrisa de satisfacción del tipo friki de cabello naranja. Sintió que la sangre le hervía, pero prefirió irse sin escándalos.

—Pensé que venían juntos —comentó confundido el hombre regordete, al ver que la chica se marchaba.

—No.

—Harían una buena pareja —soltó una carcajada y le pasó la nota— Disculpa a este viejo con sus locuras —se excusó al ver el ceño fruncido del joven.

—N-no hay problema —respondió, acariciando su cuello y relajando su expresión facial. Abrió la nota y se sintió al borde del desmayo… ¡Era carísimo! Si ese era el más "económico", ¿cuánto valdría el más lujoso?— Lo siento, pero creo que hay un error ahí…

—Tienes razón, hijo. Muchas gracias —tachó la cantidad y escribió otra, que añadía quinientos yenes.

—Es un buen sitio, pero creo que lo dejaré pasar —comentó, dirigiéndose a la puerta.

Por supuesto, no le diría: "Me encanta este lugar, pero me voy al carajo porque no tengo ni un puñetero yen".

—Es una lástima. Ojalá encuentre el lugar que busca —le deseó con sinceridad el viejo casero, cerrando la puerta.

El chico no esperó a que él lo siguiera, salió rápidamente del edificio y se perdió entre las calles para tranquilizar a su mente. Ni siquiera se tomó la molestia de cubrir su cabello con el gorro de su sudadera gris.

Tenía la moral por los suelos. Orihime era una chica muy amable (le había permitido estar en su casa, desde el día en que se separó de Kaien), pero sabía que le causaba muchos disgustos con su hermano Sora. En ocasiones, cuando se sentía más desesperada, consideraba la opción de regresar a la casa de su hermano Byakuya… Pero no, jamás lo haría. Ella había salido de esa casa, para ya nunca regresar. Caminó lentamente por las abandonadas calles de la ciudad, hasta que una pequeña cafetería llamó su atención. El viento comenzaba a soplar más fuerte y aunado con la lluvia, empezaba a tener frio. Al menos podría costearse un capuchino, ¿no?

Había sido una mala idea pasearse bajo la lluvia. Casi podía jurar que amanecería enfermo y al estar solo, nadie lo cuidaría ni se preocuparía por él. Para bien o para mal, el idiota de Ishida y él se cuidaban mutuamente. Juntos habían emprendido una larga travesía hasta llegar a aquella ciudad desconocida, muy lejos de Karakura y la vida no los había tratado tan mal. Claro, el padre de Ishida (a regañadientes, por cierto) les había facilitado un lugar de sus propiedades en donde vivir y sin un alquiler que pagar, se dieron la gran vida, pero ya que el cuatro-ojos pudo ganarse una beca para estudiar medicina en Londres, él no lo pensó dos veces y le abandonó. Por supuesto que se alegraba por Ishida, cumpliría su sueño —o deber familiar, no lo sabía— de ser médico, pero aunque lo negara, le echaba mucho de menos. Él había dejado la Universidad y se ocupaba en trabajos ocasionales que le daban un escueto sustento, pero nada serio. Realmente todo le daba igual. Sintió que era el momento de descansar un poco y entró en la cafetería que concurría de vez en cuando para matar tiempo.

Se había sentado en la solitaria mesa de la esquina derecha del local. Todas estaban desocupadas, pero esa le pareció la mejor. Tomó un trago de su delicioso capuchino, cuando la campanilla de la puerta sonó y lo vio entrar. Sí, era el sujeto extraño del edificio. A esas alturas del partido, él muy cabrón sería el nuevo huésped del departamento número quince. Al igual que ella, su ropa escurría agua por todos lados. Por su cabello naranja, pensó que parecía un enorme león enojado por estar empapado. Él se dirigió a pedir algo y ella aprovechó para poder observarlo bien: era alto, eso lo sabía inmediatamente; su cabello extravagante, era evidente; y delgado, podía intuirlo bajo ese montón de ropa holgada. Dentro de su escala, era bastante normal o decente (si no tuviera el cabello teñido de un color tan extraño y tan largo). Dejó de pensar en él y se dedicó exclusivamente a deleitar su paladar con su bebida.

Mierda. Hasta parecía que se seguían inconscientemente. La localizó en la parte derecha, bebiendo de una taza de contenido no identificado. Obviamente, no tenía súper visión de rayos láser, pero parecía disfrutarlo. Se pasó inmediatamente a pedir un café simple, sin tanto adorno y demás que la gente parecía adorar. A fin de cuentas, solo deseaba un par de gramos de cafeína. Se acomodó en el mismo lado de la chica de ojos azules, a una mesa de distancia. No, no era para estar cerca, sino que esa mesa era su favorita de todo el lugar. Ella era la que lo acosaba. Tomó un sorbo de su café, pero aún estaba demasiado caliente, así que desistió por un rato mientras se enfriaba (por eso no le gustaba la comida caliente). Tenía la tentación de voltear a verla, pero sería muy evidente desde su posición. Además, las chicas no era un tema que le agradara mucho. Eran complicadas... Estaba enfrascado en la nada, cuando de pronto ella se movió de su mesa y se sentó en la de él.

El idiota ni siquiera le miraba. Seguramente era gay, aunque le sorprendía que no se arreglara mucho… ya saben… el estereotipo del homosexual que cuida demasiado su apariencia... Como fuese, su mente retumbó con una gran idea. Era grandiosa, pero un tanto alocada… Joder, tenía que decirla. Era la única manera en que podría progresar, la vergüenza no le servía, en absoluto. Agarró su capuchino aún sin terminar y se sentó en la silla que estaba enfrente de él. Con voz fuerte y clara, le dijo:

—Tengo que hacerte una proposición.

Él no se tomó la molestia de observarle, continuó perdido en sus cavilaciones.

—Yo no tengo nada que tratar contigo —contestó al fin, luego de probar su café.

—¿Te has quedado con el departamento? —insistió, sin importarle que él no pusiera de su parte.

—¿Por qué?

—Por la misma razón que tú —respondió, haciendo por primera vez contacto visual.

Su mirada le asustó en cierta manera. Tenía los ojos en un profundo color miel y aparentemente no expresaban nada. Eran algo siniestros, había que decirlo, pero escondían una tristeza increíble. Ella siempre se había fijado primero en los ojos de alguien para saber qué tipo de persona era. Él era un sujeto extraño, sin embargo podía asegurar que inofensivo. Eso le dio la seguridad para proponerle lo siguiente:

—Seamos compañeros de piso.

Su comentario lo tomó desprevenido. Ella debía estar loca ¡Ni siquiera lo conocía y ya le estaba proponiendo que vivieran juntos! Bien podría ser un asesino, violador o un simple delincuente…Él no era nada de eso, pero podía darse el caso con otro tío… Y luego decían que porque había tantos casos de abuso... No, no excusaba a los monstruos que hacían ese tipo de cosas, pero también las mujeres ponían un poco de su parte.

—Haber, déjame repasar lo que me has dicho —empezó el chico de ojos miel—: Los dos somos unos pobres diablos sin dinero y que necesitamos un lugar donde vivir… ¿Estoy en lo correcto? —Ella asintió— ¿Y propones que vivamos juntos? —La pelinegra volvió a mover la cabeza en señal de aprobación— ¡Ni de coña pienso hacerlo!

—¿Pero por qué no? —Reclamó— Yo ya estoy cansada de buscar un puto departamento y ninguno baja de 30 000 yenes (1), éste será lo más barato que encontremos en toda nuestra jodida vida.

El idiota no dijo nada, pero aparentemente estaba pensando en su propuesta. Pasó un largo tiempo para que volviera a hablar y al parecer sus palabras funcionaron, pues el peli-naranja relajó un poco el rostro.

—¿Por cuánto tiempo? —accedió al fin.

—Hasta que uno de los dos pueda pagar el alquiler completo.

—Entonces corramos antes del que viejo se lo dé a otra persona —sentenció, poniéndose de pie. Ella tenía razón, esa era una oportunidad que no debía desaprovechar. No quiso perder tiempo en terminar su bebida y se levantó rápidamente. La chica de cabello negro no compartía su misma opinión, lo supo en cuanto se resistió a seguirlo, pero en cuanto abandonó el local y vio que no la iba a esperar, salió a alcanzarlo.

Era una sensación extraña, la lluvia en sí lo molestaba y hacía mucho tiempo que no caminaba a la par de una mujer. Para poder observarla tenía que voltear hacia abajo. Era como una muñeca de porcelana, pensó mientras le examinaba y llegó a la conclusión de que le ganaba por unos treinta o cuarenta centímetros. Su cabello le llegaba a los hombros, sus ojos eran azules y su piel muy blanca. No tenía muchos "atributos", pero habría hombres a quienes sí les llamaría la atención.

La negociación no tardó casi nada. El contrato fue elaborado y cada quien se marchó a sus respectivas casas para reunir sus pertenencias y llevarlas al departamento. Al día siguiente, el cielo continuaba cerrado, pero al menos permanecía seco. Serían las nueve de la mañana cuando se reunieron de nuevo en el vestíbulo del edificio. Él llevaba la misma ropa del día anterior, lo cual la desconcertó un poco. Si vivirían juntos, le enseñaría a que debían vivir en un ambiente higiénico, por lo que debería decir adiós a sus malas costumbres, como ejemplo, el usar la ropa sucia. Únicamente llevaba una sencilla maleta en la cual no cabría más que cinco cambios de ropa ¿Y el resto de sus cosas? Ella, al contrario, llevaba dos maletas de ruedas, dos cajas de cartón repletas de zapatos y demás objetos y todavía quedaban algunas en casa de Orihime.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó al verla totalmente cargada y sudando un poco.

—Para nada —expresó con ironía. Era más que obvio, ¿no?

Él no captó, o no quiso, captar el mensaje y se abrió pasó por las escaleras. Ella le siguió con gran dificultad, pero no pidió ningún apoyo. El anciano casero se encontraba esperándoles afuera del departamento y les entregó las llaves. Una vez que se quedaron solos, la pelinegra aventó las cosas que cargaba y se echó en el sillón. El peli-naranja se posicionó delicadamente en el sillón opuesto y dejó su solitaria maleta en el suelo.

—Hemos decidido vivir juntos, pero aún no sabemos nuestros nombres… Una locura, ¿cierto? —Él permaneció inmutable— Me llamo Rukia.

—Ichigo —murmuró como respuesta y abandonó la habitación.

Y así comenzó su nueva vida juntos.


Notas:

(1) El precio es algo significativo y tomé una idea de esta página www*japanaderia*com/?p=640