Amor Olvidado
Por: Mary Burton
Adaptada: Yang-v
Ver a su hermano en la cárcel no era el regreso a casa que Kinomoto Sakura había imaginado.
Durante los últimos cuatro años había estado viviendo con su abuelo en Virginia. Aquel viaje de tres semanas era su primera y seguramente última visita a Texas. Había temido volver y enfrentarse a los dolorosos recuerdos del pasado, pero había vuelto porque presentía que Touya estaba en problemas. Y parecía que había llegado justo a tiempo.
Sakura contempló la pancarta rasgada de bienvenida y la mesa destrozada del bufé. Sólo habían pasado diez minutos desde que su hermano Touya provocó aquel estropicio.
Ignorando el calambre del pie que le provocaban unos zapatos diseñados para ir a la moda, pero no precisamente cómodos, se dio la vuelta y entró en la lúgubre prisión.
Le costó unos segundos acostumbrarse a la penumbra y distinguir a su hermano. Estaba sentado en el sucio catre de la celda, con la cabeza entre las manos.
–Touya –lo llamó, aproximándose.
Al oír su voz, Touya levantó la cabeza. La miró por un momento antes de sonreír.
–Sakura… cómo has cambiado. Pareces una dama de verdad, como quería mamá.
Sakura se quitó los guantes de encaje, inexplicablemente irritada por el cumplido.
–Tú no has cambiado nada.
La sonrisa de Touya se desvaneció.
–Esta vez la he fastidiado de verdad –dijo, acercándose a los barrotes.
Un fuerte hedor a whisky y a orina salía de la celda.
–Ya lo veo. He oído que te emborrachaste, que robaste un caballo y te pusiste a galopar por el pueblo, que arrollaste a un hombre y que dañaste a la yegua robada.
Touya cerró los ojos.
–Yo no la robé. La tomé prestada. Sólo quería salir a darte la bienvenida. Pero me resultó imposible domar a la yegua.
–¿Por qué intentaste saltar sobre la mesa del bufé?
–Eso fue idea de la yegua, no mía –dijo él apoyando la frente contra los barrotes.
Una parte de Sakura se angustiaba por el escándalo. Pero otra, la parte salvaje y texana que la había dominado hasta que se marchó de Upton, sólo quería solucionarlo todo.
–¿Cuándo vas a crecer, Touya?
La expresión de su hermano se tornó rebelde, como si fuera un crío en vez de un hombre tres años mayor que ella.
–Sabes que odio este pueblo, Sakura. No pertenezco a este lugar.
–Ésa no es excusa.
–No sé por qué te preocupas tanto –dijo él con una débil sonrisa–. Todo quedará arreglado en cuanto indemnices al viejo.
–No estoy hecha de oro, Touya –replicó ella severamente–. Y tienes suerte de que ese hombre no esté gravemente herido.
–¿Puedes solucionarlo todo? Por favor… No sé cómo salir de ésta.
–¿Qué pasa con el dueño del caballo?
Touya se encogió visiblemente.
–¿De quién es la yegua, Touya?
–De Li Shaoran –respondió él agachando la mirada.
–Li Shaoran… –Sakura sintió cómo el color
abandonaba sus mejillas.
–Sé que los dos tuvisteis una
historia.
Una historia. Ella había amado a Shaoran con todo
su corazón. Pero sus padres la mandaron con su abuela antes de
que pudieran casarse.
Touya esbozó una vacilante sonrisa,
la misma que en el pasado había metido en problemas a
Sakura.
–¿No puedes indemnizarlo?
–Es la última
persona a la que quiero ver.
La puerta de la prisión se
cerró con un fuerte golpe.
–Pero vas a tener que verlo
–dijo una voz profunda detrás de Sakura. Una voz que ella
reconoció al instante.
Shaoran.
Había olvidado
que podía moverse de una forma tan silenciosa.
Se giró
y lo miró de frente. Medía más de un metro
ochenta y su cuerpo era todo fíbra y músculo, con unos
hombros tan anchos que apenas cabía en el marco de la puerta.
Unos vaqueros desgastados se ceñían a sus poderosos
muslos. El polvo cubría su camisa blanca, sus gastadas botas
de piel y su sombrero Stetson.
Un escalofrío le recorrió
la columna.
–Esto es algo entre mi hermano y yo, Shaoran –dijo,
alzando el mentón.
Él se quitó el sombrero,
dejando ver su tupida cabellera, tan negra como el carbón.
–No
cuando están implicados mi cocinero y mi yegua, Sakura.
Sakura
echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.
Antes era capaz de interpretar las emociones de Shaoran. Pero ahora
había un muro entre ellos.
–Shaoran, estoy dispuesta a
compensarte por los daños –los dedos le temblaban mientras
abría el bolso–. Te pagaré lo suficiente para que
contrates a otro cocinero, más un diez por ciento por las
molestias –rápidamente calculó la cantidad. Se
quedaría sin un centavo cuando saldara las cuentas con
Shaoran.
–El dinero no va a solucionar esto, Sakura –dijo él
con una expresión de disgusto–. Es hora de que Touya madure
y asuma la responsabilidad de sus actos.
–Touya tiene que volver
al rancho para dar de comer a los animales.
Shaoran la miró
con una ceja arqueada.
–Y yo tengo un rancho lleno de
trabajadores hambrientos y a un cocinero que estará una semana
recuperándose.
–Con lo que yo te pague ganarás más
dinero.
–Has estado fuera mucho tiempo. Supongo que habrás
olvidado cómo funcionan las cosas aquí.
–Estoy
intentando solucionar esto –dijo ella, dolida por sus
palabras.
–Esto lo ha provocado tu hermano, no tú. Touya
hirió a mi cocinero, así que tendrá que ser él
quien cocine para mis hombres.
Touya se aferró a los
barrotes. El miedo se reflejaba en sus ojos verdes.
–¡No
voy a trabajar en su rancho! Li Shaoran es una escoria, como decían
papá y mamá.
Shaoran apretó la mandíbula.
Cuando finalmente habló, lo hizo en voz baja y
amenazadora.
–Trabajarás para mí si no quieres que
te denuncie. En este estado se cuelga a los ladrones de
caballos.
Touya estuvo a punto de desplomarse.
–Yo no robé
la yegua. Sólo me estaba divirtiendo un poco.
–Te
llevaste mi yegua sin mi permiso –le espetó Shaoran–. Y
gracias a ti ahora tiene una pata torcida que tardará semanas
en sanar. Nada más que por eso mereces cumplir una
condena.
Touya miró a Sakura.
–Dile que no estaba
robando. No quería hacer daño a nadie. ¡Está
tan loco que quiere verme colgado!
Sakura recurrió a las
lecciones de diplomacia que había aprendido en la
escuela.
–Shaoran, sabes que mi hermano no sabe cocinar y que
tiene que trabajar en el Double H. ¿No podríamos llegar
a algún acuerdo?
–Necesito un cocinero –dijo Shaoran entrecerrando los ojos–. No
hay acuerdo que valga.
Sería más fácil mover
una montaña que conseguir que Shaoran cambiase de opinión.
No se iría de allí sin un cocinero.
–Entonces
llévame a mí en vez de a Touya.
Shaoran pareció
desconcertado. Con la mirada la recorrió de arriba abajo,
desde el sombrero verde con la pluma de pavo real, pasando por su
traje de terciopelo hasta los puntiagudos zapatos.
–¿Sabes
cómo encender un fogón?
–Me las arreglaré
–respondió ella, esforzándose por dominar su
temperamento.
–¡Sakura, no lo hagas! –gritó
Touya–. Mamá y papá no hubieran soportado que
trabajases para él.
–No puedes ir a la cárcel,
Touya –dijo ella, sin apartar la mirada de Shaoran–. Ese rancho
era el sueño de papá. No permitiré que se
pierda.
Shaoran negó con la cabeza.
–Tienes aspecto de
salir volando en cuanto sople el viento.
–Eso no pasará.
Shaoran
guardó silencio durante unos segundos y ella pensó que
rechazaría su oferta.
–En mi rancho se trabaja de sol a
sol.
–Entendido.
Algo parecido a un destello de aprobación
brilló en los ojos de Shaoran.
–Durante dos semanas.
–Sí
–dijo ella.
Entonces Shaoran se acercó, se quitó
el guante y le tendió la mano. Automáticamente, Sakura
la tomó y él le pasó sus largos y callosos dedos
por la suave y delicada piel.
–Hace mucho que no trabajas con
las manos.
–A mi abuelo le encantaría oírte decir
eso. Se ha esforzado mucho para borrar los años que pasé
en Texas.
–Nunca me han gustado los modales sociales.
–En
ese caso me temo que van a ser dos semanas muy largas –dijo ella
con el fuego ardiendo en su mirada.
La rueda del carro golpeó un bache del polvoriento camino y
los hombros de Shaoran rozaron ligeramente los de Sakura.
El
contacto no debería haber significado nada. Pero bastó
para que a Shaoran le hirviera la sangre en las venas.
Enfadado,
agarró con fuerza las riendas. Había cometido muchas
estupideces en su vida, pero contratar a Sakura las superaba a todas.
Necesitaba unas manos expertas para trabajar en el Two Rivers, no una
mujer a la que había amado y a la que nunca había
podido olvidar.
Cuando conoció a Sakura, ella tenía
dieciséis años y él veintitrés. Había
sido amor a primera vista para ambos y él le había
propuesto el matrimonio. Sakura había aceptado, pero cuando se
lo dijo a sus padres, éstos la subieron a una diligencia y la
mandaron a Virginia a vivir con su abuelo.
Shaoran sufrió
al verla marchar, pero creyó que Sakura encontraría la
manera de volver con él y mantuvo la esperanza, a pesar de que
ella no respondió a sus cartas. Al morir los padres de Sakura,
Shaoran pensó que ya serían libres para casarse. Pero
ella no regresó. Los meses se convirtieron en años y,
finalmente, perdió la esperanza.
Debería haberla
evitado, pero en cuanto volvió a verla supo que nunca podría
mantenerse a distancia. Entre ellos quedaban demasiadas preguntas sin
respuesta.
Elegante y refinada, no era la chica que él
recordaba, sino una sofisticada dama que no se había ensuciado
las manos en años. Al mirarla de reojo y verla tan erguida,
pensó que su columna vertebral se quebraría si él
le daba un susto.
Sin embargo, bajo aquella compostura seguía
siendo la preciosa chica que lo había cautivado. Los rizos
rubios le enmarcaban su rostro ovalado. El vestido moldeaba su
estrecha cintura y sus generosos pechos como si fuera una segunda
piel. Y sus ojos verdes despedían un sereno brillo de
inteligencia que a Shaoran le hacía desear saberlo todo de
ella.
Había pasado mucho tiempo desde que el corazón
le diera un vuelco semejante.
Maldición… estaba cayendo
bajo su hechizo. No quería sentir nada por ella. Era una
flecha envenenada. Una sirena. Sólo hacía un año
que él había dejado de anhelar su regreso.
Sí,
tendría que haber aceptado el dinero que Sakura le ofrecía
y haber acabado con los Kinomoto, pero el deseo y el orgullo le
habían nublado el sentido común. Kinomoto Touya y otros
como él habían sido siempre un verdadero engorro. El
joven ranchero estaba asentado en una tierra rica y fértil,
con agua suficiente para toda la vida. Pero en vez de aprovechar lo
que tenía, lo estaba perdiendo todo. El rancho Double H estaba
condenado a la ruina, y a Kinomoto Touya no parecía
importarle.
Lo único que le importaba era causarle
problemas a Shaoran. Touya nunca lo había desafiado
abiertamente, pero le hacía pagar mucho dinero por tener
acceso al agua que fluía por las tierras de los Kinomoto, y
cuando los compradores llegaban al pueblo se encargaba de difundir el
rumor de que los caballos de Shaoran eran inferiores.
No, los
hombres como Touya Kinomoto no sabían cómo dirigir sus
propios asuntos, pero se alegraban de causarles problemas a hombres
como Shaoran, quienes sólo querían construir algo desde
cero.
Shaoran no iba a echarse atrás. Había superado
demasiadas dificultades para reunir el dinero que necesitaba para su
rancho.
Y si Sakura Kinomoto quería tomar la medicina de su
hermano, que así fuera. Le gustara o no, estaba obligada a
aguantar los próximos catorce días.
Incluso si eso
acababa con él.
Ninguno de los dos habló durante el trayecto, lo cual
complació a Sakura. Quería olvidarse de Shaoran y
saborear la belleza de paisaje tanto como pudiera. Sólo tenía
tres semanas para estar en Texas, antes de regresar a Virginia, y
nadie, ni siquiera Shaoran Li, iba a estropearle su estancia.
Pero
no importaba cuánto intentase ignorar a Shaoran. No había
modo de escapar de él.
Su robusta anatomía ocupaba
casi todo el pescante. Su olor, una mezcla de cuero y aire fresco, la
envolvía. Y cada bache del camino hacía que sus hombros
se rozaran, por muy derecha que intentara sentarse ella.
Tal vez
lo hubiera sacado de sus pensamientos durante los dos últimos
años, pero su cuerpo no había olvidado su tacto.
Lo
miró de reojo y lo vio con la mandíbula apretada. No
había ni rastro del joven que le había susurrado
palabras de amor y que le había contado sus sueños de
construir un gran rancho.
Para su alivio, llegaron al rancho
veinte minutos después. Agradecida por poner distancia entre
ellos, se dispuso a saltar del pescante, igual que había hecho
miles de veces de niña. Pero los pliegues de la falda se le
enrollaron en las piernas y a punto estuvo de caer, de no ser porque
Shaoran la sujetó a tiempo por la cintura.
Shaoran frunció
el ceño cuando sus manos enguantadas tocaron la delicada tela
del vestido. Como si no pesara más que una pluma, la levantó
del asiento y la bajó lentamente al suelo.
El contacto era
demasiado íntimo y le provocó a Sakura una casi
olvidada ola de calor por todo el cuerpo. Pero antes de que pudiera
reaccionar, él se apartó y sacó el pesado baúl
negro del carro.
–Llevaré tus cosas a la casa –le
dijo–. Puedes cambiarte dentro. Mis hombres estarán de
vuelta al anochecer, y todos esperan encontrarse la cena en la
mesa.
Sin decir más llevó el baúl a la casa,
dejando que ella lo siguiera.
La casa de Shaoran había
cambiado desde la última vez que Sakura la vio. Ya no era un
simple refugio, sino una casa blanca con un porche en la fachada. A
Sakura le recordó una casa que vio una vez en una revista y
que le había descrito a Shaoran en uno de sus paseos.
Pero,
a diferencia de la casa de sus sueños o de las casas de
Virginia, no había una cuidada extensión de hierba
alrededor ni había mecedoras en el porche en las que relajarse
tras un largo día de trabajo. En vez de eso, estaba atestado
de barriles y sacos de pienso.
Sakura se detuvo en el umbral,
permitiendo que sus ojos se acostumbraran a la tenue luz. La
habitación era larga y estrecha, y se asemejaba más a
un granero que a una vivienda. En los rincones se apilaban balas de
heno y sacos de pienso. Junto a un gran fogón se concentraba
el único mobiliario de la estancia: una silla, una mesa y un
pequeño catre cubierto con mantas arrugadas.
–¿Mi
habitación está en el piso de arriba? –preguntó
Sakura, mirando la escalera.
–Arriba no hay muebles. Sólo
herramientas y provisiones.
–¿Y tú dónde
duermes?
Shaoran dejó el baúl pegado a la pared, junto a la gran
chimenea de piedra.
–En el catre.
–¿Has construido
esta casa tan grande y sigues durmiendo en un catre?
–Me paso
casi todo día trabajando. No tengo tiempo para preocuparme por
lujos innecesarios –no había ni pizca de disculpa en su
voz–. Durante las próximas dos semanas, el catre es para ti.
Yo me quedaré en el granero.
Desconcertada, Sakura se
acercó al fogón y vio una pila con platos sucios.
–¿Me
tomas el pelo?
–Te lo digo completamente en serio –respondió
él flexionando sus largos dedos.
Sakura se apartó
del fregadero, demasiado disgustada como para pensar en limpiar los
restos de comida.
–Este lugar parece propio de cerdos.
–Rompe
nuestro acuerdo y tú hermano irá a prisión –dijo
él dando un paso adelante.
Sakura vio las arrugas de su
curtido y bronceado rostro. No tenía la menor duda de que
Shaoran cumpliría su amenaza.
–¿Qué vas a
hacer, princesa? –inquirió él apuntando con el pulgar
hacia la puerta–. ¿Te quedas o te marchas? He perdido medio
día sin hacer nada.
–Has cambiado –dijo ella entre
dientes–. Y no para mejor.
–Yo podría decir lo mismo de
ti –parecía aburrido con la situación–. ¿Te
quedas o te marchas?
Si esperaba que ella se acobardara y se
fuera, iba a llevarse una gran decepción. Sería su
cocinera aunque eso acabara con ambos.
–Me quedo.
Exhausto, Shaoran se apoyó en la valla del corral y contempló
con orgullo a los siete caballos que hacían cabriolas. Sus
hombres y él habían pasado casi toda la tarde reuniendo
a los caballos a los que habían soltado la primavera pasada
sobre las crestas del norte. Tan salvajes como aquella tierra, los
enérgicos animales habían luchado ferozmente por su
libertad.
Había sido un día muy largo, y hubiera
sido satisfactorio de no ser por Sakura. No había dejado de
pensar en ella ni de preguntarse qué estaría haciendo.
¿Se habría marchado o seguiría allí?
Maldita
Sakura…
Deseó no haberse fijado nunca en ella.
Yamasaki
Takashi, un canoso vaquero que había trabajado en el Double H
antes de unirse a Shaoran tres estaciones atrás, metió
la bota entre los listones de la valla y se inclinó hacia
delante.
–Tienes motivos para estar orgulloso, Shaoran. Pocos
hombres podrían levantar un rancho así en tan poco
tiempo.
Shaoran se permitió una pequeña
sonrisa.
–Este lugar consume todas mis fuerzas, pero merece la
pena.
Les echó un último vistazo a los ponis y se
dirigió hacia la casa. En vez de estar oscura y fría,
resplandecía como una luciérnaga. La esbelta silueta de
Sakura apareció en la ventana y Shaoran dejó escapar un
suspiro de alivio. Sakura no se había marchado.
Todavía.
Yamasaki se rascó la barbilla.
–¿Quién
demonios es esa mujer?
Shaoran se puso tenso.
–La nueva
cocinera.
–¿Qué le ha pasado a Wei?
–Ayer
resultó herido. Estará recuperándose una
semana.
–¿Y quién es la nueva?
–Sakura
Kinomoto.
Yamasaki se llevó una mano a la oreja.
–Dímelo
otra vez. Creo que me falla el oído.
Shaoran apretó
los dientes. Yamasaki conocía muy bien su historia con
Sakura.
–Ya me has oído.
–Has perdido la cabeza.
–Lo
sé.
–¿Por qué ha vuelto?
–No lo
sé.
–¿Cuánto tiempo va a quedarse?
Al
pensar en volver a verla marcharse se le hizo un nudo en la
garganta.
–No lo sé.
Yamasaki lo miró con ojos
entornados.
–Una última pregunta, y quiero que pienses
muy bien la respuesta¿vas a dejarla marchar esta vez?
Sakura se pasó las manos por la falda manchada y sacó
las galletas del horno.
Tenía que controlar su furia. No
soportaba a Shaoran Li ni aquella situación, pero, por mucho
que lo intentaba, las emociones seguían invadiéndola.
Estaba
en Texas, la vasta tierra a la que tanto amaba, y era una lástima
desperdiciar el poco tiempo que tenía para disfrutar de
ella.
En tres semanas, tendría que volver a Virginia, donde
los edificios estaban pegados unos a otros y el aire estaba viciado.
Se iría del Double H y de su añorada tierra salvaje y
acabaría haciendo lo que su madre siempre había deseado
para ella: que se casara con un respetable hombre de ciudad.
Eriol
Hiragizawa, el hombre que se convertiría en su novio en cuanto
ella aceptara su proposición, habría sido un sueño
hecho realidad para su madre si ésta hubiera vivido para
conocerlo. Pero cada vez que Sajura pensaba en él, se le
formaba un doloroso nudo en el pecho.
Su pretendiente no era un
mal hombre; simplemente, no amaba las mismas cosas que ella. Odiaba
el campo abierto, los caballos en libertad, y nunca había
estado al oeste de Shenandoah Valley. A Sakura le toleraba su
entusiasmo y fogosidad, pero tenía muy claro en la mujer en
que se convertiría cuando se casaran.
Sakura se miró
el vestido, ensuciado por las labores del día. Su aspecto
aumentaba la inquietud que sentía en su interior.
–Eriol
se quedaría horrorizado si me viera así –murmuró,
contemplando las manchas negras en su falda florida.
Una maliciosa
sonrisa curvó sus labios al pensar en Eriol con la cara
encendida de furia y decepción.
Se arrodilló frente
al horno y, usando un trapo a cuadros que había encontrado en
un cajón, abrió la puerta de hierro y sacó la
segunda bandeja de galletas.
Al dejarla sobre la mesa y cerrar el
horno, se apartó un rizo de la frente y observó su
obra. La mesa estaba limpia y los platos, lavados. No había
tenido tiempo para nada más antes de empezar a preparar la
cena.
Si Shaoran pensaba que trabajar en un rancho era un castigo,
estaba equivocado. Ésa era la clase de trabajo que a ella la
llenaba y que le daba una razón para seguir viviendo.
Y,
siempre y cuando reprimiera sus sentimientos hacia Shaoran, todo iría
a las mil maravillas.
Se sobresaltó cuando la puerta se
abrió de repente y un vaquero canoso entró en la casa.
Se detuvo al verla, boquiabierto.
–Espero que tenga hambre –le
dijo ella.
Pasaron unos cuantos segundos hasta que el vaquero
cerró la boca y asintió en silencio.
–¿Señorita
Kinomoto?
–Yamasaki –dijo ella con una amplia sonrisa.
–¿Me
recuerda? –preguntó él quitándose el
sombrero.
–Pues claro. Usted me enseñó a echarle
el lazo a un becerro cuando tenía doce años –las
normas de etiqueta le impidieron darle un abrazo. Para su abuela ése
hubiera sido un gesto demasiado amistoso–. Tome un plato. No hay
sitio para comer aquí dentro, pero la noche es muy agradable
para salir al porche.
En ese momento entró otro
vaquero.
–¿Qué haces, Yamasaki¡Tengo
hambre!
Yamasaki se acercó a la mesa y el otro vaquero, al
igual que él, se detuvo boquiabierto cuando vio a Sakura.
Todos los hombres tuvieron la misma reacción, de modo que
Sakura se vio obligada a servirles la cena, ponerles los platos en
las manos y mandarlos al porche.
Un vaquero delgado y nervudo miró
su plato repleto de comida y luego a ella.
–Que Dios la bendiga,
señora.
Cuando el último de los trabajadores salió,
entró Shaoran, llenando la estancia con su presencia. Al
observar la mesa y a Sakura, un brillo de sorpresa destelló en
sus ojos.
Tomó una galleta como si quisiera comprobar que
era real. Le dio un mordisco y cerró los ojos, perdido en un
momento de puro placer.
–Debe de tener veneno o algo así…
–murmuró.
–La verdad es que me sentí tentada por
esa idea –se burló ella, complacida.
–¿Cómo
lo has hecho?
–¿El qué?
–Cocinar.
–Me
crié en un rancho¿recuerdas? Sé desenvolverme
en una cocina y en un granero.
Shaoran observó las manchas
de su vestido como si la viera por primera vez.
–Pensé
que te habías olvidado de todo eso.
–No he olvidado nada
–susurró ella.
–¿Has vuelto a Upton para
quedarte?
–No, sólo estoy de visita.
Shaoran tensó
la mandíbula.
–¿Por qué marcharte? Tienes
un rancho que necesita desesperadamente alguien que lo dirija.
Sakura
bajó la mirada hasta los recipientes vacíos de comida y
empezó a recogerlos.
–Tengo otras obligaciones.
Él
se inclinó hacia ella, clavándole la mirada.
–¿Qué
puede ser más importante que salvar el Double H?
–Muchas
cosas.
–Dime una –la retó él.
–Casarme con
Eriol
"Casarme con Eriol".
Shaoran lanzó el hacha contra el
tronco y lo partió de un solo golpe. Recogió las
astillas y las arrojó al montón. Llevaba una hora
cortando leña, bajo el sol del mediodía, y el sudor le
cubría el cuerpo. Pero no pensaba parar hasta que estuviese
tan agotado que pudiera olvidar las palabras de Sakura de la noche
anterior.
"Casarme con Eriol".
Imposible olvidarlas. Las
palabras lo habían acosado como un coyote hambriento durante
toda la noche y la mañana siguiente. Pero¿por qué
lo preocupaba tanto que Sakura se casara? Ella lo había
abandonado cuatro años antes para iniciar otra vida. Y él
lo había superado.
Sí, lo había superado…
Hasta que el día anterior entró en la casa y vio a
Sakura en la cocina, con el elegante vestido manchado de harina y
cenizas. Algunos rizos se le habían escapado del recogido y le
caían a ambos lados del rostro, ofreciendo un atisbo de la
mujer que había sido y a la que él tanto había
amado.
Si se hubiera quedado envuelta en sus encajes y sedas,
protegida tras el muro de hielo que había levantado, tal vez
no lo hubiera afectado. Pero no había sido así.
La
Sakura de siempre se dejaba ver.
Y él la deseaba.
Colocó
otro leño en el travesaño y elevó el hacha por
encima de la cabeza. Entonces oyó unos pasos que se acercaban
por detrás.
–¿De verdad crees que vas a necesitar
tanta leña este verano? –le preguntó Yamasaki,
sonriendo. Se metió la mano en bolsillo de la camisa y sacó
su petaca–. Si la memoria no me falla, creo que en julio y agosto
hace bastante calor por aquí.
Shaoran lanzó el hacha
contra el leño.
–¿Qué quieres,
viejo?
–Estás muy susceptible hoy –dijo Yamasaki
riendo.
–¿Y qué? –espetó, secándose
el sudor de la frente con el dorso de la mano.
–Ayer estabas de
buen humor cuando fuiste al pueblo.
–Eso fue ayer.
El viejo
esparció tabaco en papel de fumar y lo enrolló
hábilmente en un cigarrillo.
–Antes de que volvieras a
ver a la señorita Sakura Kinomoto.
–Mi malhumor no tiene
nada que ver con ella..
Yamasaki soltó una carcajada.
–Claro… y los cerdos
pueden volar. Ninguno de los hombres pudo dormir anoche. Sakura
Kinomoto es tan guapa que podría tentar al mismo diablo.
Siempre lo fue y siempre lo será. Demonios, si yo fuera cinco
años más joven también estaría
hechizado.
Shaoran arrojó el hacha a un lado y agarró
su camisa, que estaba colgada en un clavo. Se secó el sudor de
la frente y del pecho.
–Reconozco que es una mujer
atractiva.
–Condenadamente atractiva –murmuró
Yamasaki.
Irritado, Shaoran se puso la camisa.
–¿Qué
te ha pasado, viejo?
–Puede que sea viejo, pero no estoy muerto
–dijo Yamasaki riendo.
Shaoran esbozó una sonrisa, pero
su buen humor se desvaneció enseguida.
–Ha cambiado.
–Tal
vez sus ropas sean más elegantes, pero la chica que vi en la
cocina era la misma Saku que galopaba a pelo por las
praderas.
Shaoran cerró los ojos y rememoró los
recuerdos. Llevaba menos de un mes en Upton cuando la vio por primera
vez, montando un poni por el valle que separaba ambas tierras. Era
como un potro salvaje, llena de fuerza y vida.
–Siempre pensé
que volvería.
–Todos lo pensábamos –confirmó
Yamasaki–. Pero reconozco que su madre sabía lo que hacía
cuando la mandó al este. Cualquiera de esos novatos podría
haberla cazado, y ya sabes lo leal que es Sakura con su familia.
–Es
una mujer adulta. Sus padres están muertos. Ya puede tomar sus
propias decisiones.
–La familia es algo muy poderoso, Shaoran.
No la subestimes.
–¿Cómo puedo luchar contra algo
que no entiendo?
Yamasaki encendió una cerilla y prendió
el extremo del cigarrillo. Una espiral de humo se elevó
alrededor de su cabeza.
–Tal y como yo lo veo, Sakura Kinomoto
te debe trece días más de cocina. Eso es tiempo
suficiente.
–Me dijo ayer que iba a regresar a Virginia para
casarse con un tipo llamado Eriol.
Yamasaki soltó un
bufido.
–Sakura es parte de Texas. En el este se marchitaría
y moriría. Y sé que no podría amar a ningún
dandy de la ciudad.
–¿Por qué no vino antes¿Por
qué no escribió? Una simple carta hubiera bastado para
mantener mi esperanza.
Yamasaki miró fijamente la punta del
cigarrillo.
–¿Alguna vez has pensado en preguntárselo?
–No.
–Tal vez tengas razón. No necesitas un problema
como Sakura.
–En efecto –dijo Shaoran, con un nudo en la
garganta.
–¿Por qué no vas a darte un chapuzón
en el estanque? Siempre te ha gustado ese lugar.
Shaoran dejó
escapar un suspiro.
–Tienes razón.
Decidido a apartar
a Sakura de sus pensamientos, se colgó la camisa al hombro y
se dirigió hacia el sendero que bajaba hasta el arroyo. El
estanque rebosaba de agua fría y cristalina, pero a mediados
de julio estaría completamente seco.
Las embarradas orillas
estaban protegidas por altos y espesos arbustos, lo cual era perfecto
para el estado de ánimo de Shaoran. Lo último que
quería en esos momentos era conversación.
Se quitó
las botas y los pantalones, dejó que la suave brisa le
acariciara la piel ardiente y se zambulló en el agua.
Durante
unos momentos, se mantuvo bajo la superficie, deleitándose con
el manto helado que lo envolvía.
Cuando volvió a
emerger, oyó el chillido de una mujer.
Se volvió y
vio a Sakura, completamente desnuda, en la otra ribera del estanque.
Debía de haber llegado mientras él estaba bajo el agua.
Tenía la atención fija en la orilla, como si temiera
que alguien apareciera de un momento a otro. No sabía que él
estaba detrás de ella.
Una lenta sonrisa curvó los
labios de Shaoran.
Su trasero era tan blanco como la luna y tan
bien contorneado como un sabroso fruto. Vio la silueta de sus
generosos pechos cuando ella levantó los brazos para soltarse
el pelo. Los exuberantes rizos cayeron sobre los hombros, antes de
que hundiera la cabeza en el agua.
Incluso en el agua fría,
Shaoran tuvo una rápida y dolorosa erección. ¿Era
aquello una maldición o una bendición de los
dioses?
Esperó hasta que ella se irguió y se echó
para atrás el pelo, y entonces le habló.
–Buenas
tardes.
Sakura soltó un chillido y se cubrió los pechos
desnudos con las manos. Se agachó para esconder el cuerpo bajo
el agua, con cuidado de mantenerse de espaldas a Shaoran.
–Por
favor, dime que esto no está pasando.
–¿Crees que
me gusta ver invadida mi intimidad? –preguntó él,
pero su tono jocoso revelaba que no le importaba en absoluto que ella
estuviese allí–. La última persona a la que esperaba
ver en mi balsa privada eras tú.
–Y supongo que no
pensarás en marcharte¿verdad, Shaoran? –ciertamente,
aquella semana no podía ir peor.
–Yo llegué el
primero –dijo él chapoteando en el agua–. Márchate
tú.
–No puedo –respondió ella entre dientes–.
No estoy correctamente vestida.
–Ya me he dado cuenta.
–Un
caballero se marcharía.
–Yo no soy un caballero.
Sakura
oyó más chapoteos, pero esa vez recibió la
salpicadura del agua. ¡Shaoran se estaba acercando!
Se movió
hacia la orilla, pero la profundidad del agua se hacía
demasiado escasa para cubrirla. Se vio obligada a detenerse.
–No
te acerques ni un paso más.
–No muerdo –dijo él
riendo.
–Al menos dime que tienes los calzoncillos
puestos.
–Tengo los calzoncillos puestos.
–¿En
serio?
–No, en serio no. Estoy tan desnudo como un recién
nacido.
Sakura soltó un gemido.
–En ese caso no pienso
darme la vuelta.
–¿Asustada? –la retó el.
–Se
nota que disfrutas con esto, Li Shaoran.
–Disfrute o no, lo
cierto es que tienes miedo de mirarme.
Sakura masculló una
palabrota, no muy propia de una dama.
–No tengo miedo de ti ni
de nada.
–Tienes miedo. De hecho, creo que vivir en el este te
ha quitado las agallas. Cobarde.
Nadie la llamaba cobarde. Alzó
el mentón y se volvió para encararlo.
Y entonces se
quedó boquiabierta..
Jajaja bueno como veran tuve ke volver a subir esta historia porke tenia unos errores ke se me pasaron U jeje pero ya esta todo corregido y de paso aprobecho para partir la historia en dos caps porke si kedo algo larga jajajaja.
Esta historia no es mia, la tome prestada de Mary Burton y por desgracia Card Captors Sakura tampoco me pertenece pero si me la kieren regalar de cumpleaños no me enojo
Bueno cuidense mucho!!!
