Esta es la primera historia que escribo. Es un fanfic de Twilight y como tal tiene cosas en común con esa historia, pero conforme va transcurriendo la trama se va distanciando, y mucho. He tratado de imaginar qué pasaría si en vez de ser dos adolescentes Edward fuera el doctor Cullen y Bella la doctora Swan. Me dedico a la medicina, así que muchas de las cosas que suceden en esta historia están basadas en hechos reales adaptados a la ficción. Nota: Los vampiros de este fic no son exactamente como los de la saga, pero los Cullen sí son "vegetarianos".

No tengo derechos sobre los personajes de Twilight, que son de S. Meyer, pero sí sobre esta historia. Clasificación M por erotismo explícito. BPOV y algunos fragmentos o capítulos EPOV.

Gracias a Maria José y a P., mis primeras lectoras, por sus consejos y ánimos.


BPOV

Era de madrugada cuando aterrizamos en el aeropuerto de Seattle. Lo que veía por la ventanilla del avión confirmaba mis recuerdos de esa ciudad: estaba lloviendo. Seattle era conocida en USA como la "Rain City" y yo llegaba en enero, uno de los meses con mayor precipitación. Suspiré. Sabía perfectamente dónde iba, y aún así me deprimí un poco. Con esfuerzo, alejé aquellos pensamientos de mi mente; no iba a permitirme un bajón de moral por cuatro gotas de agua. Estaba emocionada por las novedades que me esperaban pero al mismo tiempo sentía miedo. Me había acomodado demasiado a la rutina, y sólo tenía 26 años.

Siempre había querido pasar una temporada en mi país natal pero nunca me decidía. Por lo menos durante un año iba a echar de menos el clima mediterráneo y a Barcelona, la ciudad que me adoptó cuando mis padres decidieron cambiar de vida y venir a vivir a España. Ellos, ambos cirujanos cardiovasculares, eran de Seattle, pero nunca les acabó de convencer esa lluviosa ciudad y ansiaban mudarse. Cuando yo tenía seis años acudieron a un congreso internacional de su especialidad en Barcelona, y conocieron el lugar y su clima. En aquel congreso contactaron con el cirujano jefe de un hospital privado que les ofreció trabajo. Decir que lo pensaron unos días sería exagerado. Yo me adapté rápidamente al cambio. ¿Y quién no? Adoro el sol.

Cuando estaba en el tercer año de los cuatro que constaba la especialización para pediatra mis padres me aconsejaron hacer una estancia fuera del país. Había mucha competencia para conseguir un puesto de adjunto en cualquiera de los hospitales de la ciudad, que era lo que yo ambicionaba, y eso podría ayudarme. No habría problema administrativo, había aprobado hacía años el examen de medicina para ejercer en los USA y además tenía la doble nacionalidad. Estaba acomodada a mi rutina y era bastante feliz con ella, pero quería algo más de mi vida, así que cuando mi jefe me dijo que había conseguido una plaza para residente de cuarto año en el Seattle Children´s Hospital apenas podía creérmelo. Era ahora o quizá nunca.

Y por fin aquí estaba, a miles de kilómetros de mi hogar. Pero acababa de llegar y ya me estaba dando un brutal ataque agudo de añoranza.

El taxi me dejó en la puerta del hotel. No había querido alquilar un apartamento sin verlo e inspeccionar la zona donde estaba, así que había reservado una habitación por unos días. Quizá alguna compañera del hospital quisiera compartir piso.

Una vez en la habitación noté que me vencía el agotamiento. Me tumbé en la cama y de inmediato caí en un profundo sueño. Desperté sin ser consciente de dónde estaba, me sentía confusa y desorientada hasta que recordé. Al mirar la hora mi corazón dio un vuelco: ¡joder, las doce! Tenía una cita con el jefe de pediatría para presentarme a las 12.30, y por un maldito descuido iba a llegar tarde. ¡Menuda presentación! Corrí al lavabo, me lavé los dientes, me cepillé el cabello y me alisé la ropa como pude, alegrándome de llevar unos vaqueros y un grueso jersey. No tenía tiempo de cambiarme.

Tomé un taxi que me dejó en la puerta del hospital cinco minutos antes de la hora de la cita. Maldiciendo mi descuido entré a toda prisa y pregunté en información, donde me indicaron el camino hasta el despacho del doctor Watson, el jefe de pediatría. Casi sin resuello llamé a su puerta apenas un minuto después de la hora acordada.

-Pase - dijo una amable voz.

Abrí la puerta. El despacho era grande, bien iluminado. Tenía una biblioteca llena de libros de pediatría y archivadores. Nada original, como todos los despachos de jefes. James Watson estaba sentado tras una mesa enfrente de la cual había dos sillas. Tenía un portátil y un montón de papeles sobre la mesa. Era un hombre de mediana edad, cabellos rubios y ojos de un azul muy claro. En conjunto, tenía un aspecto agradable.

-Buenos días, soy Bella Swan. Ya sabe, la doctora española…bueno, de hecho tengo la doble nacionalidad - dije al entrar, mientras sonreía nerviosamente. Qué tonterías se me ocurren, como si él no lo supiera ya.

-Claro, Isabella, pasa y siéntate- se levantó y me indicó una silla frente a él.

-Bella si no le importa, doctor Watson- repuse mientras me sentaba. Sonreí de nuevo para restar brusquedad a mis palabras.

-De acuerdo. Y tú llámame James, por favor. Siempre que oigo doctor Watson me imagino que estamos investigando algún crimen, o el genoma humano – bromeó. Me relajé un poco. Tenía ganas de hacer esto, pero mi timidez no del todo superada y los nervios estaban pudiendo conmigo.

Estuvimos conversando un poco sobre mi viaje, mi residencia en España, etc… y al final me animé a centrar la conversación en lo que me interesaba.

-James, ¿me podrías explicar un poco por encima cómo va a ser mi trabajo por este centro? Ya sabes, cómo se va a organizar mi estancia en este centro.

-¿Este centro?- me miró desconcertado. Ay. Algo me decía que se avecinaban problemas. Lo miré fijamente.

-Sí, no... ¿No era eso lo que había estipulado con mi jefe?- tartamudeé.

-No, creo que ha habido un malentendido -dijo lentamente.- En este momento este hospital no puede admitir más residentes. Creí que lo sabías- se disculpó-. Pero sólo durante unos pocos meses. Mientras tanto trabajarás en otro hospital de la zona en estrecho contacto con nosotros, la jefa de pediatría de allá estará encantada de recibirte. Además nos reuniremos para sesiones clínicas, cursos…

-¿Malentendido? ¿Cómo puede ser?- alcé la voz más de lo que pretendía - ¿He volado desde España para esto? No comprendo ¿Por qué?- con gusto habría empezado a soltar palabrotas en español pero me contuve, aunque estaba casi a punto de mandar al carajo la idea que pudiera tener ese hombre de mi.

-Escucha -dijo con voz tranquilizadora, - antes de alterarte más déjame hablar. Mi secretaria fue la que lo organizó todo, conjuntamente con la de tu jefe. Al principio no había problema porque uno de nuestros médicos iba a hacer una estancia de un año en la Clínica Mayo, pero al final no se marchará hasta abril. Delegué en mi secretaria para que os informara por si había algún problema. Yo estaba muy ocupado y he confiado en ella porque suele ser competente.

Entonces llamaron a la puerta.

-¿Se puede?- Una pelirroja despampanante asomaba por la puerta. Vestía una bata blanca encima de un top ceñido, falda de cuero y unos tacones de aguja de por lo menos 8 centímetros de alto. Lo ideal para circular por un hospital.

-Ah, Irina, pasa. Esta es Bella Swan, la residente que viene de España. Bella, Irina es mi secretaria - Así que esta era la culpable del desaguisado. Ahora veía dónde estaban sus "competencias".

-Encantada de conocerte, Isabella- ignoré su saludo y que me llamara por mi nombre completo.

-Irina, al parecer cometiste un error en la admisión de la doctora Swan como residente. ¿Qué tienes que decir al respecto? Te comenté que informaras a su jefe del cambio de planes - dijo James muy serio.

-Eh… creo que se lo dejé claro a la secretaria de su jefe, no entiendo qué puede haber pasado. Habrá malinterpretado el último correo que le mandé- dijo toda compungida.- Yo sólo he venido a traerle estos informes de alta para revisar- La fulminé con la mirada, aunque lo que de veras deseaba era partirle su perfecta nariz. Ni siquiera se había disculpado.

-Bien, ya aclararemos esto más tarde y espero que me des una buena explicación- el tono de James seguía serio.- Deja los informes ahí. Tengo cosas que hablar con la doctora Swan.

-Adiós, Isabella, encantada de haberte conocido- Irina se despidió de mí con una sonrisita. Así se le rompa un tacón, se parta sus perfectos dientes y de paso algunas uñas.

-Está bien, Bella, concretemos, a menos que te hayas arrepentido ya de haber cruzado el Atlántico - suspiró James.- Ahora trabajarías como residente de pediatría en el Hospital Comunitario de Forks, por tres meses. Allá ya tienen sólo un residente nuevo por año y siempre andan cortos de personal, agradecerán una ayuda. Pasado ese tiempo vendrás aquí y podrás rotar por los servicios que más te interesen, ya hablaremos de eso cuando quieras.

-De acuerdo, James- sonreí levemente y chocamos las manos.

-Te pondré en contacto con la responsable de pediatría del Hospital de Forks, allá estarás muy bien- dijo, tranquilizador.

James me dio el teléfono de la doctora Emily Martin, la jefa de pediatría de Forks. Me dijo que se pondría en contacto con ella para que me llamara. Se le notaba un poco incómodo, pero me despidió con palabras amables. Al cerrar la puerta de su despacho aguanté las ganas de llorar. No había para tanto. Aunque si lo hubiera sabido habría venido en abril. Deshice mi camino hacia la salida del hospital, ahora ya sin prisas. Afuera seguía lloviendo, el día era gris y eso no ayudaba mucho a mi maltrecho ánimo. Tomé un taxi y me dirigí de nuevo al hotel. Intenté respirar lenta, profundamente y ser positiva, mientras observaba por la ventanilla. Sólo sería un pequeño paréntesis, nada más eso.

Una vez en la habitación me duché con agua bien caliente, notaba como mi cuerpo se relajaba. Mientras me secaba el cabello sonó el móvil.

-¿Bella Swan?-preguntó una voz femenina.

-Soy yo.

-Hola, soy Emily Martin, James Watson me ha dado tu teléfono - un punto para la jefa, me había llamado Bella sin tener que corregirla.

-Hola, doctora Martin.

-Emily, por favor.- Caray, qué campechanos que son aquí los jefes. –Siento el malentendido, pero eso ahora no importa, lo que importa es que te sientas bien con nosotros durante los siguientes meses.

-Ah, gracias, Emily,- sonreí al teléfono - eres muy amable.

-Bueno, ¿cuándo nos conoceremos? Comprendo que no quieras venir en seguida, estarás un poco descolocada después de lo que ha sucedido, y con el viaje y todo lo demás…

-A ver… no he deshecho las maletas, así que entre que pago la habitación, alquilo un coche para ir a Forks y llego… ¿cuánta distancia hay desde aquí?

-Son unas tres horas… si respetas los límites de velocidad, cosa que te aconsejo. En este país hay un policía de tráfico detrás de cada valla publicitaria, ya sabes –bromeó. Aquella mujer me caía bien. James era atento, pero mucho menos cálido.

-Vale, pues nos podemos conocer hoy mismo por la tarde. - Notaba mi corazón aligerarse. Quizá eso del paréntesis no fuera mala cosa, al fin y al cabo. – Eh… Emily – tanteé - ¿en Forks hay algún alojamiento que me aconsejes, o sabes de alguien del hospital que quiera compartir piso con una desconocida?

-A ver, déjame pensar… -hizo una breve pausa- El otro día estuve hablando con Ángela, una enfermera de Urgencias, y me comentó que le iría bien compartir casa, ya que la que era su compañera hasta ahora se ha trasladado a trabajar a otro centro. Es una persona encantadora, estoy segura de que congeniaríais. Si te parece bien voy a comentarle ya algo.

-Está bien –repliqué, insegura… no me gustaba comprometerme ya, podría ser que la tal Ángela fuera una rarita, aunque no sabía por qué pero me fiaba de Emily.

-De acuerdo- repuso Emily, y me dio instrucciones para encontrar el centro hospitalario. Mi sentido de la orientación era casi nulo, pero por lo que me explicaba no parecía difícil llegar hasta allá.

Forks era un pueblo pequeño, con poco más de 3000 habitantes, pero a su hospital acudían muchas personas de los alrededores ya que era el único centro sanitario medianamente dotado en muchos kilómetros a la redonda. Se hallaba situado a las afueras del pueblo, sobre una pequeña colina que los humanos habían robado al bosque. Robado era la palabra. Si me obligaran a emplear un solo adjetivo para definir el pueblo diría "verde". Todo alrededor era verde en diferentes tonalidades. Hasta el aire parecía verdoso.

Cuando me presenté ante el hospital con mi coche alquilado, la maleta y un mapa parecía una turista cualquiera. Había visto varios por la zona; al parecer era gente a la que le gustaba la humedad, el frío, y el asfixiante color verde. Me sentía nerviosa, de nuevo.

Habíamos quedado en la cafetería, que estaba situada en la planta baja del edificio. Tenía una pared exterior acristalada para aprovechar al máximo la escasa intensidad de la luz diurna. Forks debía ser incluso menos soleado que Seattle, pensé luchando de nuevo contra la sensación de agobio que amenazaba con invadirme.

En cuanto entré las reconocí, más que nada porque las dos estaban sentadas de cara a la entrada del local, observando fijamente: eran una chica de más o menos mi edad, morena y delgada, con gafas, y una mujer de unos 40 y pocos años, con el cabello y los ojos negros y la tez morena. Ambas sonreían ampliamente mirándome. Se debía notar a la legua que yo no era de allá. Me acerqué a ellas y se levantaron. Hicimos las presentaciones e inmediatamente me relajé: no me había equivocado en mi primera impresión de Emily, y Ángela parecía una chica sincera, abierta. Me pareció que nos llevaríamos bien.

Después de hablar un rato de naderías Emily pasó a explicarme cuáles serían mis funciones.

- Como ya habrás observado es un centro pequeño, pero tenemos bastante trabajo, y no mucho personal - sonrió y continuó. – En las guardias el residente de pediatría suele dedicarse a urgencias. Cuando por la noche el flujo de visitas se reduce se parte el trabajo de planta y urgencias entre adjunto y resi, así que a menos que uno de los dos se vea desbordado se puede descansar un poco.

También me explicaron que en ese pequeño hospital el espacio estaba aprovechado a más no poder, tanto que a la hora de planificarlo alguien se había olvidado de que los médicos hacíamos turnos de más de 24 horas y necesitábamos un lugar donde estirarnos un rato. Cuando se dieron cuenta del fallo la solución fue poner armarios con cama abatible en varias de las consultas externas. Los adjuntos descansaban en un sofá- cama en sus respectivos despachos.

Hablamos un rato más, comentando temas prácticos sobre el trabajo. Ángela me dio las llaves de su casa, indicándome su situación en el pueblo. Mi nueva jefa me aseguró que le entregaría mi nuevo uniforme a Angela para que no tuviera que ir a buscarlo mañana por la mañana. Me despedí de ellas, ya que tenían que volver al trabajo. Yo empezaría al día siguiente. Ahora que había reconocido un poco mi nuevo "terreno" me sentía algo más tranquila. Salí de la cafetería y el olor a vegetación húmeda golpeó mis fosas nasales. No había parado de caer una fina lluvia desde mi llegada. Me iban a crecer setas en la piel, estaba segura.

Localicé sin problemas la casa de Ángela. Era una bonita casa de dos pisos, con un pequeño jardín, situada a las afueras del pueblo en el lado contrario a donde estaba el hospital. Era alquilada, pero el alquiler mensual era baratísimo, ventaja de trabajar en un zona rural. Abrí e inspeccioné el interior. Era luminosa, olía a limpio, y estaba bastante ordenada. La decoración era juvenil y alegre. Me gustaba. No hacía mucho frío porque Ángela había dejado la calefacción puesta pero subí el termostato hasta una temperatura normal. Inspeccioné la cocina y la nevera, observando que ella y yo teníamos gustos cercanos en cuanto a alimentación, sin manías. Allá había un poco de todo. Poco. Necesitábamos compra urgente, ahora éramos dos, y ella estaba de turno de tarde, así que salí "de caza". Había visto un pequeño supermercado cerca, aunque más bien era una de esas tiendas de pueblo donde igual compras una navaja suiza que un paquete de arroz. Después de sortear con evasivas la natural curiosidad de la tendera (ya tendría tiempo de enterarse de mi vida privada, no me cabía la menor duda) y comprar unas cuantas provisiones volví a mi nueva casa. Me entretuve deshaciendo las maletas y preparé la cena, lo cual alegró mucho a mi nueva compañera. Pusimos la mesa en el comedor. Mientras cenábamos nos explicamos un poco la vida, para empezar a conocernos.

- Este pueblo no está mal para vivir en él, ya lo verás, aunque tiene el defecto del clima tan frío y húmedo- dijo Angela mientras cenábamos la pasta con verduras. - Llevo aquí cinco años y no sé si alguna vez me acostumbraré ¡Algún día emigraré al sur del país! -afirmó- Y eso que soy de Seattle, pero ¡es que aquí aún llueve más! No recuerdo cuándo fue el último día soleado- comentó, pensativa.

Le conté que yo también era nacida en Seattle, explicándole mi vida muy por encima. Estuvimos comentando diversos temas personales y sobre el trabajo. Me explicó algunas cosas de mis nuevos compañeros.

- Emily, la jefa, es tan legal como parece, ya la conocerás, es una gran persona y mejor profesional. En pediatría hay buena gente en general, aunque Jessica, en fin… se escaquea un poco. Tendrás que ir con cuidado, porque a la que te descuides tendrás que hacer tu trabajo y el suyo. No quiero que tengas prejuicios pero tampoco me parece bien no darte esta información, llevo años aquí y ya me conozco al personal- al decir esto último miró hacia el techo soñadoramente.

-Eh, Angela- le dije pasándole la mano por delante para que reaccionara.- ¿En qué piensas?- ella me miró como si acabara de despertar.

-¡Ah! Nada, nada, estaba pensando en los monumentos locales – dijo muy seria, pero un brillo pícaro le bailaba en los ojos.

-¡Si aquí no hay otra cosa que verde y cuando se acaba el verde aún hay más verde! ¿Me tomas el pelo? Sí, me lo tomas- dije mientras ella se carcajeaba.- ¿De quién me hablas?

-Bueno, vamos a dejarlo para mañana, de momento ya tienes suficiente información- se levantó y empezó a recoger la mesa.

-¡Pero… no me dejes así hasta mañana! ¡No te dejaré dormir si no me cuentas algo más!- la amenacé.

-Con la cara de muerta que pones eso no te lo crees ni tú, vas a caer KO en tu camita, Bella Swan. Recuerda que hoy has volado desde otro continente- repuso sonriendo petulante, mientras yo escondía un bostezo monumental.

-Vale, pero de esta me acuerdo. Mañana me lo explicas.- Me levanté de la silla y también recogí.

-Bella, mañana vuelvo a tener turno de mañana, así que por la tarde te lo cuento. Buenas noches, nueva compañera - dijo, feliz.

- Buenas noches - le contesté con una sonrisa. Realmente era fácil hacerse amiga suya.

...

-¡Bella!- escuché el grito desde las profundidades de mi inconsciencia, al mismo tiempo que sentía mi cuerpo zarandeándose. ¿Sería un terremoto? Abrí los ojos como platos y me senté bruscamente en la cama. Una figura se apartó para que no chocáramos. Parpadeé varias veces y me froté la cara. Entonces miré alrededor mío, y fue como si un relámpago me iluminara.

-¡Dios! ¿Qué hora es?- busqué mi móvil sobre la mesita de noche. Se me cayó al suelo y gruñí de frustración.

-Tranquila, son sólo las siete de la mañana. Niña, tienes suerte de que hoy entremos a la misma hora. Creo que tu móvil lo han escuchado hasta en Luisiana, pero tú ni te has enterado- Angela estaba ya vestida y sentada en mi cama, con una taza de café en la mano.- Por cierto, ¿qué música era esa?- preguntó, tendiéndome el humeante líquido.

-Supermassive Black Hole, de Muse - acepté la taza.- Gracias.

-Me suena- dijo pensativa.- ¿Está bueno el café? Lo he hecho más cargado de lo que acostumbro.

-Mmm- cerré los ojos al sentir el vivificante calor del café en mi cuerpo.- Me has salvado la vida por segunda vez hoy, gracias.

-Ah, es mi especialidad, trabajo en Urgencias, ya sabes- me guiñó un ojo.- Será mejor que te pongas en marcha o llegarás tarde, Bella- me cogió la taza de las manos y se incorporó, dejándome sola.

Miré por la ventana. Llovía. Vaya mierda, pensé, nuevamente deprimida. Inspiré profundamente y me dirigí a la ducha.

Me presenté en la planta de pediatría puntualmente y vestida de uniforme (pijama blanco, zuecos y fonendocopio colgando al cuello). Aprovechando la sesión matinal de ingresos, donde estaban todos reunidos, Emily me presentó a mis nuevos compañeros, primero a los adjuntos, y luego vino el turno de los residentes que eran, por orden de mayor a menor año, Jessica, Peter, Monica y Ben. La última en las presentaciones oficiales fue Jessica. Recordaba lo que Angela me había dicho de ella.

-Hola, Bella – me dio dos besos - Se te ve muy pálida. Yo pensaba que los españoles estabais todos morenos.- Soltó una risita.

-Sí, por eso me echaron de allá- puse cara de sentirme apenada.

Me miró como si no supiera qué contestar, mientras los demás compañeros sonreían. Pero en seguida reaccionó.

-Hoy nos toca pasar visita en la planta -dijo, cortante. - Hay pocos niños, así que acabaremos pronto y te podré explicar temas de papeleo y cosas prácticas para poderte manejar por el hospital- dijo con aire de suficiencia.

-Gracias- repuse. No podía olvidar las palabras de Ángela e hice bien, porque una vez fui presentada a las enfermeras del turno de mañana y habiéndome explicado el papeleo de forma somera, Jessica desapareció. Tuve que pasar visita yo sola en mi primer día. Casualmente, cuando ya había terminado apareció ella.

-Vaya, Bella, ¡qué rápida has pasado visita! Me ha llamado el compañero de urgencias y he tenido que marchar a ayudarle, perdona por no haberte avisado.

Julia, una enfermera de la planta, soltó un suave bufido. La miré y puso los ojos en blanco, meneando la cabeza. Jessica no advirtió el gesto.

-No pasa nada – repuse con cara seria, mirándola- pero la próxima vez me gustaría que me avisaras para saber dónde encontrarte, como mínimo-. Julia me miró con aprobación. Jessica me observó fijamente, como estudiándome, y se limitó a asentir.

-Venga, te voy a enseñar el área de urgencias- dijo, conciliadora.

Nos dirigimos por el pasillo hacia las escaleras.

Entonces fue cuando lo vi.

Se abrió la puerta del ascensor y salió un joven de unos veintitantos. Al verlo, me detuve sin darme cuenta. Porque no era consciente de nada que no fuera él. La voz de Jessica hablando a mi lado parecía un zumbido lejano. Aquel hombre tenía una belleza que no era de este mundo. Era muy alto, cercano al metro noventa. Sus cabellos, de un curioso color bronce, estaban elegantemente despeinados, y su cara, de tez muy pálida, parecía cincelada por un escultor de la Grecia clásica. Los labios eran carnosos y perfectamente dibujados. El cuerpo no le iba a la zaga al rostro: era delgado pero musculoso tal y como podía apreciarse en los brazos, que llevaba descubiertos. Vestía camisa azul de cirujano, y pantalón vaquero. Su andar era felino, elegante.

Estaba concentrado mirando un historial del montón que llevaba entre sus brazos, mientras se desplazaba hacia nosotras. De pronto alzó la hermosa cara y me clavó una penetrante mirada. Mi corazón paró de latir en ese momento, y cuando reanudó su contracción noté una punzada en el pecho. Me sonrojé. El tiempo parecía pasar más lentamente alrededor nuestro y entonces sus ojos cambiaron ligeramente. Avergonzada, aparté la vista, aunque fui consciente de que él no lo hacía. Su intensa mirada me quemaba la piel y no sólo por el sofoco que ya sentía. Jessica seguía con su cháchara cuando el joven se acercó a nuestra altura y nos habló.

-Buenos días, Jessica y…- la voz, aterciopelada y melódica, no desmerecía en absoluto al aspecto de su propietario. Se nos quedó mirado a las dos, esperando. Mi cara era un puro rubor, y el ser consciente de ello y del estudio al que estaba siendo sometida no me ayudaba en nada a cambiar de color. Estaba a punto de la hiperventilación. Mi reacción era ridícula, pero no podía evitar esa catarata de respuestas que mi rebelde organismo ofrecía a pesar de mis esfuerzos en contra. No me atrevía ni a mirarle. Jessica sí lo hizo, lo observó como si él acabara de descender de una nave espacial.

-Ho…hola Edward, esta es Bella Swan, la nueva residente, estará unos meses con nosotros- farfulló boquiabierta. Edward me miró, sonriente. Era lo que me faltaba para parecer un semáforo en rojo. Al mismo tiempo me sorprendía la reacción de mi compañera hacia quien se suponía que era un compañero de trabajo.

-Hola, Bella, encantado de conocerte… había oído que venía una nueva pediatra pero no sabía cuándo. Mi nombre es Edward, Edward Cullen. Soy resi de cirugía, quinto año – explicó, pero no me tendió la mano ni se me acercó. Miraba esos ojos color miel que seguían clavados en los míos, al tiempo que persistía en la inútil tarea de palidecer mi piel a voluntad. Habría seguido allá, fascinada, si Jess no hubiera interrumpido mi trance tirándome del codo.

-Hemos de irnos a urgencias, Bella. Hasta luego, Edward- se despidió mientras prácticamente me arrastraba con ella hacia las escaleras.

-Adiós, Edward.- Me giré para despedirme, caminando mientras seguía mirándole. Esperaba que Jessica evitara que me cayese por las escaleras.

Mientras bajábamos, Jessica me miró de arriba abajo.

-¿Conocías a Edward de algo?- me miró interrogante. Negué con la cabeza y ella puso cara de extrañeza - Es raro.

-¿El qué es raro?

-Digamos que es bastante… arisco. Me ha extrañado que parara a presentarse. Pero –continuó mientras hacía un mohín - no te hagas ilusiones, para él las mujeres de este hospital somos poca cosa, no ha tenido nada que ver con ninguna, y eso que algunas lo han intentado. Creo que es gay.- No dudé ni por un momento de que ella entraba en el grupo de las "frustradas". Por supuesto para mí estaba claro que su reacción reflejaba simple interés por la novedad que yo representaba en ese pequeño lugar. Me obligué a centrarme de nuevo en lo que me decía Jessica. ¿Es que a esta mujer nunca se le acababa la batería de la lengua?

En el área de Urgencias nos encontramos con Ángela. Me saludó con un movimiento de cabeza, sonriendo, mientras extraía sangre de un paciente en uno de los boxes. Jessica me presentó a tantas personas que al final de la mañana ya no recordaba el nombre de ninguna. Todos me miraban con curiosidad. Pero nadie me miraba como lo había hecho Edward Cullen.