Capítulo I
"Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio"
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Hoy es el gran día.
Suspiro sarcásticamente embozando una sonrisa irónica recordando las palabras del presidente Snow, aquel hombre regordete de cabello blanco era difícil de olvidar. Tal vez el motivo sea porque ha dirigido los juegos del hambre durante décadas y ha llevado a la muerte a centenas de personas. La respuesta la sé y no quiero admitirla. ¿Por qué? Por el hecho de que me condenaría más de lo que ya estoy.
Debo decir que fue una estúpida idea oponerme contra al concejo del capitolio en la cena de hace una semana, sobre la cual, el tema de la noche fue decidir el tipo de muerte para los próximos condenados en la cosecha. El sólo pensar en cómo hablan de las muertes con tanta facilidad y fluidez, como si las personas que morían fueran títeres o muñecos que deben de ser desechados por solo el hecho de querer vivir, hizo aparecer un vacio en mi estomago y también que la furia comenzara a crecer. Me levante de aquella mesa sin mirar a absolutamente a nadie, aunque los presentes no parecían notar mi ausencia, pero cuando sentí un par de ojos mirándome con insistencia, me detuve frente a la puerta de roble. Yo sabía que estaba haciendo mal, que era una falta de respeto levantarse a la mitad de una cena y más si se trataban de los presidentes de cada distrito y el comité del capitolio, pero no me importó en lo absoluto. Volví mi cabeza hacia los presentes para solo recitar unas cuantas palabras antes de salir por la puerta.
¿Qué dije?
"Me encantaría quedarme a comentar sobre como arrebatarle lo poco que les queda a las personas que tienen suerte de seguir con vida, pero no creo que sea lo suficientemente sádica para llegar a su altura."
Unas simples palabras que calaron hasta lo más profundo de algunas personas, otros solo observaron, algunos rieron. Snow se quedo quieto en su asiento continuando su gran cena que consistía en un gran estofado de calabaza, acompañado de un plato que contenía puré de patatas y una gran pieza de pavo horneado, bañado en salsa agridulce con una copa refinada de vino tinto frente a él.
Fue un gran error que podría haberme costado la vida esa misma noche. En primer lugar, porque desafiar a cualquier criatura superior del capitolio estaba estrictamente prohibido, y por último, porque quedó como un idiota que no podía defenderse de las palabras de una niña.
Sin embargo, sus labios fruncidos y el tinte malicioso que desprendían sus ojos al verme esa noche y esta mañana, me advertía que algo malo estaba por pasar. Algo verdaderamente terrible que me traería grandes consecuencias.
Me observo detenidamente frente al gran espejo de cuerpo completo de mi habitación mientras esperaba que la gran hora llegara. Recorro con mis ojos a través del reflejo del espejo, mí vestido sencillo con unas cuentas lentejuelas en la parte superior que hacían relucir perfectos arcoíris al ser golpeados por los cálidos y abrasadores rayos del sol que atravesaban el amplio ventanal de la habitación carmesí.
-Es un lindo vestido- susurró mi madre entrando como si la privacidad no importara, y si importara ella no respetaría esas reglas conmigo.- Pensé que lo guardarías para tú cumpleaños.
-No creo que sobreviva hasta esa fecha.-escupo con recelo volteando mi cuerpo para no verla, pero cuando vi su reflejo por el espejo, su tímida sonrisa se apagó de un momento a otro convirtiendo su rostro en uno más demacrado y viejo. Siento culpa, sin embargo no dije nada, ni me disculpé. Una Fabray nunca lo hace.
-No pasara nada, te lo prometo.-comentó con su voz apacible caminando hacía donde yo estaba.
-¡¿Así como prometiste que no correría peligro después de lo que dije en la cena? –grito como si mi vida dependiere de ello, estoy en un momento donde toda la adrenalina y los nervios están a flor de piel. ¿Qué acaso no descubrían que mi error podía costarme la vida?
-Quinn, lo que dijiste fue delicado y…
-No me engañes. Odio que lo hagan y tu más que nadie lo sabe. Me hiciste una promesa que se rompió al momento que vino ese idiota a saludarme esta mañana.- De nuevo mi furia se desata. Sé que ella no tiene la culpa por darme falsas esperanzas, pero no soporto nada de lo que esta pasando.- ¿No lo entiendes?-pregunto ya más calmada jugando con mis dedos.-... Solo no me mientas.
-Faltan 5 minutos para la cosecha, te esperamos afuera.
Nada está a mi favor, y todo está perdido.
Era claro que esta vez la cosecha no entusiasmaba a mi familia, ¿y cuando lo hacía?
El único que parecía adaptarse era mi padre. Obviamente siendo presidente del Distrito 12, año tras año veía gente ir y venir, morir y sacrificarse en la arena luchando por un futuro que jamás llegaría, un futuro que no tendría comienzo ni final. O tal vez si lo tenían, pero, todo lo que hicieran los llevaba a un solo camino: La muerte segura. Sin embargo, en ocasiones él era tan insensible que en estos momentos me resultaba totalmente normal (en algunos términos) observar la sonrisa que año tras año se forma al ver una nueva vida hundirse y condenarse a su propio indicio donde la prosperidad y la felicidad no se daban lugar.
Mi mente volvió en sí y noto unas gotas saldas fundiéndose en mis labios: estoy llorando. Rápidamente limpio el resto del líquido cristalino para alisar un poco mi hermoso vestido y acomodar mi cabello rubio detrás de mis orejas.
Suspiro antes de salir de aquella recamara, y también lo hago al momento que me encontré con el mundo real aplastando todas mis intenciones de salir huyendo de ese lugar. No pude y no lo hice, porque no podía hacerlo y si decidía hacerlo, lo más lógico era que acabara sin vida. ¿Y qué vida podría tener ahora? Como si ver a la gente morirse de hambre y de sed, de cansancio y de pena, de humillación y de soledad, fuera vida.
-¿Estas lista?- Preguntó Russel con una mirada penetrante, casi golpeándome con ella.
-Y aunque no lo estuviera.-espeto con frialdad.
-Te lo buscaste, afronta tu realidad.- Y tenía razón. Yo misma busque mi destino e hice malas jugadas que me costaron el odio del presidente Snow, ¿Y por qué solo él? ¿Por qué no los demás? Eso nunca lo sabré.
El día de la cosecha era el único día donde la gente se compadecía de otros, por la forma en que se despedían sin decir nada más que adiós, para partir a una muerte segura, puesto que en el distritito 12, las posibilidades de salir con vida eran casi nulas, por no decir que nadie sobrevivía. Y si lo hacían, eran los distritos más desarrollados.
La plaza frente al palacio de justicia se lleno mediante pasaban los minutos, incluso yo quería que aquellos últimos minutos transcurrieran con lentitud, pero, la suerte no jugaba a mi favor y cuando menos lo pienso, observo frente a mí la escena trágica de cada año. Hombre situados a la parte izquierda rodeados de cuerdas y agentes de la paz como si fuera animales. En el caso de las mujeres no cambiaba mucho esta situación.
Silenciosamente salgo de mi casa, porque sé que el lugar que tenía enfrente de mí no era más que una casa, nunca llegaría ser un hogar, puesto que un hogar es donde las familias viven, platican, conversan, ríen, lloran juntas, se consuelan en los momentos difíciles y por más que alguien admita lo contrario y yo esté en un error, seguiré afirmando eso.
El sol estaba en su punto más alto cuando Effie, la encargada de sortear a los tributos en los juegos este año, tocó el templete con sus zapatillas rosa chillante y contrastó rápidamente debido al fondo gris y negro que daba el palacio de justicia.
Inmediatamente o más bien cuando Effie hizo aparición la pantalla gigante situada a un lado posterior de la criatura del capitolio comenzó a arrojar imágenes al azar hasta que mantuvo un rumbo fijo. Primero nos hacían a ver a todos como traidores, al revelarnos en una guerra donde la muertes nunca se podrán sustituir por nada del mundo. Después de eso nos mostraba la destrucción del distrito 13 donde la rebelión estallo hasta su máxima altura y a causa de esto, eliminaron todo rastro de ese lugar.
Aparto la mirada de aquella pantalla e hice frente a todas las personas que me rodeaban, y que querían salir del mismo transe en que yo estaba minutos anteriores, pero no podían despegar sus ojos de la pantalla donde nos hacían ver como traidores y después nos convertían en animales para diversión del público.
Effie con su gran peluca rosa al igual que sus labios, sus cejas y su vestido permaneció con una sonrisa en su pálido rostro lleno de maquillaje, y terminó en susurros las últimas palabras de nuestra perdición.
Antes de comenzar a hablar tocó el micrófono de una forma infantil, haciendo que este provocara ruidos de interferencia.
-¡Bienvenidos sean a la septuagésima cuarta entrega de los juegos del hambre!-habló con tal emoción que causo un revuelo en mi cabeza y en mi estomago.- Este año como los otros, las reglas serán las mismas, así que comencemos… Primero las damas.- aguanto la respiración e inclino mi cabeza para esperar a que mi nombre salga de sus coloridos labios para llevarme a la misma muerte.
Mis manos sudan y tiemblan con ligero nerviosismo, mi corazón palpita demasiado rápido y estoy segura que mis ojos avellana se dilataron con tanta fuerza que el color había cambiado a tonalidades más obscuras.
El tiempo pasa y nadie dice nada, se escuchaban a lo lejos a los Sinsajos cantar sin preocupaciones, libres de todo lo que los rodeaba, libres. Si tan sólo nosotros pudiéramos sentir esa libertad de poder volar y ser libres de ir a donde nosotros quisiéramos. Sacudo mi cabeza ante mis estúpidos pensamientos para levantar por fin mi rostro y encontrarme con el presidente Snow en la pantalla, ya que su imagen había quedado congelada haciéndonos a todos los presentes esclavos por naturaleza.
La mano de la pelirosa se movía de un lado a otro dentro de la urna donde los nombres estaban en pequeños papelitos doblados perfectamente. Su mano se detuvo y sacó firmemente el lienzo blanco. Sostengo mis manos con impaciencia y las aprieto a mi cuerpo.
-Rachel Berry.
Levanto mi vista e inmediatamente volteo hacia donde todos observaban a la condenada de este año. La veo salir de las filas ante la atenta mirada de todos.
La conozco, esa chica cursa la escuela conmigo. Es huérfana y nunca suele hablar con nadie, siempre esta cayada abrasada aun pequeño libro que lleva con ella a todas partes.
Rachel subió al escenario confundida y conmovida por la noticia mientras observaba a todos con intranquilidad, pareciera que estuviera a punto de llorar, pero no. Sus ojos se encontraban abiertos totalmente, pero carentes de brillo. Sus manos temblaban pero permanecían firmes a su cuerpo, mientras que su rostro flemático causaba controversia y lastima ante los demás.
No sé porque, pero me compadezco de ella, porque no desearía estar en su lugar ¿y a quien sí?
Sin embargo, podía haber asegurado mi vida a que de esa urna saldría mi nombre, estaba tan segura que daba miedo con la precisión con que lo tenía todo planeado.
Suspiro normalmente hasta llenar de aire mis pulmones, se sentía tan bien y con tanto alivio no morir este año, sin embargo me pareció confuso y ridículo todo mi comportamiento. Snow no puede hacer nada en las elecciones y si lo hace, sería fraude, pero ¿a quién le importa? A nadie.
-Es hora de los caballeros.
Effie camino de nuevo hasta la segunda urna que se encontraba a un lado de Rachel, que estaba casi tan pálida en comparación a la presentadora, al no tener salida. Pero debó apreciar que su fortaleza está intacta, no ha llorado. Quiere hacerlo, se ve en sus ojos cristalinos y en como aprieta sus manos con fuera a su vestido café, pero no les dará el gusto.
La pelirosa camino con paso contonearte y alegre hasta llegar al micrófono para dar el nombre del otro desafortunado.
-Y el caballero es…
Espero el nombre con lentitud, sin embargo jamás llega. La expresión de Effie era extraña, no sabía si era una mueca de disgusto o de frustración. Todo esto comenzó a alarmar gravemente a la gente que esperaba con ansias el desafortunado final de chico. Tal vez sea por drama, ya que la gente del capitolio es demasiado emocional en estos casos, sin embargo sucedió algo que no estaba en mis planes, ni en los de mis familia, ni siquiera en los del distrito… pero, sí en los de Snow.
-Quinn... Quinn Fabray.
Mis ojos se abren de golpe y mis piernas empiezan a temblar de inmediato. Murmullos se forman continuamente que no puedo escuchar, ni quiero, por el simple motivo que son en mi nombre.
-Quinn Fabray, adelante.- carraspeó la voz de Effie con cansancio.
Siento como toda la gente que me rodeaba voltea su mirada sorprendida hacia mí, tanto como yo por la decisión y sobre todo el contenido del pequeño papel. Está claro que yo no soy un hombre, pero si cuestiono en algo la decisión acabaría muerta ahí mismo. Debía hacer un poco más larga mi da, tan siquiera unos días más.
Mis ojos destellan furia, confusión y conmoción. Eran sentimientos que se mezclaban y construían una pared inevitable de quitar sobre mí. No sé cómo mis piernas comenzaron a caminar lentamente mientras era escoltada por los agentes de paz hasta llegar al escenario.
Effie me dio su mano para ayudarme a subir, pero la rechacé y lo hice por mi cuenta.
La vida en ocasiones es tan injusta para todos, para cada uno de todos nosotros y ahora aprendí que no se debe de jugar con fuego, y más si es un fuego tan creciente que podría quedar todo un país en segundos. Si se lo propusiera.
¿Ahora qué haría? ¿A dónde iría? ¿Cómo me asesinarían? ¿Jamás volvería? Las preguntas atacan mi mente sin dejarme con ninguna solución. Todo era caos, un tremendo caos que parecía un remolino abrasador en mi cerebro. No tengo conciencia de nada, no hablo, no veo, no respiro, ni siquiera sé si soy consciente de mi cuerpo.
La noticia me ha atacado por la espalda y en el lugar que menos lo esperaba.
Solo siento mi mano derecha levantarse por otra fuerza que no es la mía, si no la de Effie.
-¡Que comiencen la septuagésima cuarta entrega de los juegos del hambre!… y que la suerte este siempre de su parte.-termina su discurso confundida, pero aun así con la ilusión de seguir en esto.
Rachel voltea a verme y yo le respondo con mi rostro inexpresivo, rígido, sin sentimientos porque sé que eso no ayudara en anda, sin embargo ella se ve tan frágil e inexperta que parece una niña débil antes de echarse a llorar.
El silencio es macabro, ni una sola alma aplaude como lo hace Effie y eso me asusta ¿Por qué no harán sentir al capitolio feliz? Las palmas de Effie cesan y me doy tiempo para cerciorarme de todo el panorama.
Veo a todos con una expresión seria en sus rostros, no sé si sea por compasión o por satisfacción. He de decir que no era la persona más amable, ni atenta del planeta, que tampoco tenía amigos al igual que Rachel, pero por la forma en que nos miraban esas personas me sentí querida. La preocupación era palpables en sus rostros y estaban preocupadas por amabas, o por mi o por Rachel. Como sea. No importa, el punto era que estaba viendo lo que no veía a lo que llamaba familia. Russel sostenía la mirada firmemente al igual que Judy, si hubiese sido otro tipo de persona, hubiera parado todo y hubiera exigido una explicación al capitolio. Pero eso no sucedió.
Todo el distrito levanta tres dedos y nos apuntan con ellos.
Paso saliva en seco tratando de humectar un poco mi garganta que pareciese quedarse seca, pero no, no consigo hacer nada que no sea mirar a todos con ojos perdidos y sin brillo. Ahora comprendo sus palabras…"Hoy es el gran día"… el gran día para decirle a todos y en especial manifestar a mis padres, que el capitolio manda y que pueden hacer lo que quieran cuando ellos quieran.
Definitivamente la suerte no está de mi lado y sé que en estos juegos del hambre, Snow no descansará hasta verme muerta.
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Saludos a todos...
